Reflexión desde las Lecturas del 2°
Domingo de Cuaresma Ciclo B Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1. ÉSTE ES MI HIJO MUY QUERIDO, ESCÚCHENLO”.
El segundo domingo nos lleva a
contemplar a Jesús transfigurado (Mc 9,2-9). Tras el doloroso y
desconcertante primer anuncio de la pasión y la llamada de Jesús a seguirle
por el camino de la cruz (8,31-38), se hace necesario alentar a los
discípulos abatidos. Además de que la ley y los profetas –personificados en
Moisés y Elías manifiestan a Jesús como aquel en quien hallan su
cumplimiento, es Dios mismo –simbolizado en la nube – quien le proclama su
Hijo amado. Por un instante se desvela el
misterio de la cruz para volver a ocultarse de nuevo; más aún, para
esconderse todavía más en el camino de la progresiva humillación hasta la
muerte de cruz. Sólo entonces –“cuando resucite de entre los muertos”– será
posible entender todo lo que encerraba el misterio de la transfiguración. En
pleno camino cuaresmal de esfuerzo y sacrificio, también a nosotros –igual de
torpes que los discípulos – se dirige la voz del Padre con un mandato único y
preciso: “Escúchenlo”, es decir, fíense de Él – de este Cristo que se ha transfigurado
a vuestros ojos –, aunque les introduzca por caminos de cruz. 2. PRIMERA LECTURA Génesis 22, 1-2. 9-13.
15-18 La fe de Abraham es
extraordinaria. El sí creyó contra toda esperanza. “Toma a tu hijo único, al
que tanto amas, y ofrécemelo en sacrificio”. El Señor somete la fe de Abraham
a la gran prueba del sacrificio de Isaac. ¿Cómo se cumplirá entonces la
alianza jurada por el Señor de convertirlo en padre de un pueblo numeroso y
próspero? El gesto de sacrificar a su hijo único, obedeciendo al Señor, es el
único “lógico” en el que lo espera todo de él. Retener es inferior modo de
posesión a esperar. La confianza se lo devuelve nuevamente regalado. Y en él
está ahora la infinitud de la promesa: ser padre de un pueblo numeroso. La
prueba destaca al justo, que no renuncia al todo esperado por lo inmediato poseído. Lectura del libro del Génesis.
Dios puso a prueba a Abraham. “¡Abraham!”, le dijo. Él
respondió: “Aquí estoy”. Entonces Dios le siguió diciendo: “Toma a tu hijo
único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en
holocausto sobre la montaña que yo te indicaré”. Cuando llegaron al lugar que
Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su
hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su
mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo
llamó desde el cielo: “¡Abraham, Abraham!”. “Aquí estoy”, respondió él. Y el
Ángel le dijo: “No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño.
Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo
único”. Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos
enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en
holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda
vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: “Juro por mí mismo –oráculo del
Señor –: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único,
yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las
estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus
descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu
descendencia se bendecirán todas las
naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz”. Palabra de Dios. 2.1 TOMA A TU HIJO ÚNICO, EL
QUE TANTO AMAS Con la partida de Ismael y de su
madre debió de quedar tranquila la tienda de Abraham, aunque el corazón del
patriarca estaría lacerado por la violenta despedida de su primer hijo. Isaac
crecía rodeado de las caricias de sus padres; pero Dios tenía decretado valerse
de él para someter al patriarca a la más dura prueba que corazón de padre
pudo jamás sufrir. “Toma a tu hijo único, el que tanto amas,
a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña
que yo te indicaré”. La orden extraña dada por Dios a Abraham es una
prueba para comprobar su fe y su obediencia. Sin duda que el patriarca sabía
que los cananeos hacían sacrificios de sus hijos por exigencia de sus
divinidades. En su mentalidad, influida por el ambiente, no le pareció
injusta la exigencia divina. En toda su vida no había hecho sino caminar
errante por orden de su Dios, llevado de misteriosos designios y lejanas
promesas. Una vez más se entrega ciegamente en manos de su Dios. La orden divina es tajante y,
además, parece que se complace en herir al patriarca en lo más íntimo de su
corazón al recordarle que debe sacrificar a su hijo unigénito, a quien tanto
ama; “Toma a tu hijo único, el que tanto amas”. Era el hijo
legítimo de su verdadera esposa, el único hijo que le quedaba después de la
partida de Ismael, sin esperanza humana de tener otro, el hijo que debía ser
heredero de sus promesas divinas. No sabemos cuáles eran los pensamientos
íntimos del patriarca ante esta perspectiva; pero sin duda que él, que sabía
que su hijo había nacido en condiciones excepcionales, pensaría que el
omnipotente Dios arbitraría el modo de que las promesas se cumplieran. Con la
mayor naturalidad, el padre acepta la orden divina, y se dispone a ofrecer a
su hijo en “sacrificio” de holocausto, que era el más perfecto y aprobado a
la divinidad, pues en él se quema toda la víctima. Era por ello la expresión
más completa del abandono del don ofrecido a la divinidad, excluyendo todo
propio provecho. 2.2 ATÓ A SU HIJO ISAAC, Y LO
PUSO SOBRE EL ALTAR ENCIMA DE LA LEÑA El lugar del sacrificio es “la
región de Moria”, zona montañosa por lo que a continuación dice; “sobre
la montaña que yo te indicaré”. Con la mayor naturalidad y sin
explicaciones sobre el estado de ánimo del patriarca, el autor nos dice que él
se puso en camino, levantándose de mañana, lo que supone que la orden divina
fue recibida en sueños durante la noche, según es costumbre en el estilo
narrativo de este documento. El patriarca, pues, se puso en
camino, preparó la leña, aparejó el asno y, acompañado de dos criados y de su
hijo, que será la víctima, se dirigió hacia el lugar indicado por Dios. Allí
llegó al tercer día. Supuesto que el lugar señalado sea Jerusalén, la
distancia es de unos 70 kilómetros. Llegados al pie del monte, el padre cargó
la leña sobre los hombros del hijo y emprendió la subida, llevando él el
fuego y el cuchillo. Caminaban juntos padre e hijo, éste tranquilo, y el
padre con el corazón oprimido por el dolor. En un momento, el hijo rompe el
silencio, preguntándole por la víctima del sacrificio que van a ofrecer, y el
padre responde con una evasiva: “Dios proveerá” (v.8). Por delicadeza había dejado el
patriarca a sus dos criados lejos, para que no fueran testigos de tan
terrible escena. “Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió
un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar
encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a
su hijo.” Entonces debió de
ser cuando el padre declaró al hijo cuál era la víctima que Dios se había
escogido. Sin oposición alguna, el hijo se deja atar y colocar sobre la leña
que ha de recibir su sangre. En el momento solemne en que Abraham va a
descargar el golpe mortal sobre el cuello de su hijo y sobre su propio
corazón, el ángel del Señor interviene, declarando que Dios se da por
satisfecho con la prueba: el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo:
“¡Abraham, Abraham!”. “Aquí estoy”, respondió él. Y el Ángel le dijo: “No
pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño.” Y, en efecto, Dios proveyó de víctima
adecuada para el sacrificio: un carnero enredado por los cuernos en la
espesura: “Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza.
Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su
hijo.” Por eso llamó Abraham a aquel lugar Yahvé verá o proveerá.
Esta sustitución de la víctima humana por un carnero está en armonía con la
legislación mosaica, que ordena sacrificar una víctima animal en sustitución
del primogénito. Con esta idea de sustitución fueron desapareciendo los
sacrificios humanos en el mundo semítico. 2.3 YO TE COLMARÉ DE
BENDICIONES Y MULTIPLICARÉ TU DESCENDENCIA COMO LAS ESTRELLAS DEL CIELO El profeta Samuel dirá más
tarde: “Mejor es la obediencia que las víctimas.” (1 Sam 14:22) Esta obediencia
es la que Dios pedía a su amigo, y cuando la hubo mostrado, se dio por
satisfecho. Era ésta una lección para los israelitas, que con tanta facilidad
se dejaban llevar de las costumbres cananeas, y algunas veces ofrecieron sus
propios hijos en los altares de los ídolos o aun de su Dios, que abominaba de
tales sacrificios humanos. En este relato nos enseña,
además, el autor sagrado que el valor del sacrificio está en la devoción del
oferente más que en la calidad de las víctimas. “Sacrificio grato al Señor es
el espíritu contrito y atribulado.” (Sal 51:19) Y en otro lugar:
“Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple al Altísimo tus votos.” (Sal
50:14). Cuando la devoción falta y el sacrificio se reduce a
derramar la sangre de las víctimas, uno y otros son abominables al Señor,
según declara Isaías (Is 1:11s). En la Epístola a los Hebreos se pondera la
fe de Abraham, “que ofreció a Isaac cuando fue puesto a prueba, y ofreció a
su unigénito, el que había recibido la promesa y de quien se había dicho:
“Por Isaac tendrás tu descendencia,” pensando que hasta de entre los muertos
podría Dios resucitarle.” (Heb 11:17-19) Con este mismo hecho confirma el
apóstol Santiago su doctrina de la justificación obtenida por las obras,
única expresión sincera de la fe: “¿Quieres saber, hombre vano, que es
estéril la fe sin las obras? Abraham, nuestro padre, ¿no fue justificado por
las obras cuando ofreció sobre el altar a Isaac, su hijo? ¿Ves cómo la fe
cooperaba con sus obras y que por las obras se hizo perfecta?” (Sant 2:20-22)
De todos los sacrificios de la antigua Ley es, sin duda, éste el tipo más
expresivo del sacrificio del Calvario, en que Jesucristo fue a la vez víctima
y sacerdote, por cuanto se dejó sacrificar voluntariamente. Cuánto haya agradado a Dios ésta
obediencia del padre y del hijo, nos lo muestra la solemnidad con que
ratificó sus anteriores promesas mesiánicas: “Juro por mí mismo –oráculo del
Señor –: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único,
yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las
estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.” Una vez cumplido el sacrificio,
Abraham volvió con su hijo y sus criados a Bersabé, donde habitualmente
moraba. 3. SALMO Sal 115, 10. 15-19 Como un eco de la fe de Abraham,
el salmo resalta la confianza de quien cree firmemente en Dios. Participamos
de esta oración, aclamando: “Caminaré en presencia del Señor.” R. Caminaré en presencia del
Señor. Tenía confianza, incluso cuando
dije: “¡Qué grande es mi desgracia!”. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte
de sus amigos! R. Yo, Señor, soy tu servidor, lo
mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de
alabanza, e invocaré el nombre del Señor. R. Cumpliré mis votos al Señor, en
presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa del Señor, en medio de
ti, Jerusalén. R. 3.1 TENÍA CONFIANZA, INCLUSO
CUANDO DIJE: “¡QUÉ GRANDE ES MI DESGRACIA!”. El salmista declara que nunca
perdió su confianza en medio de su mayor postración física y moral.
Reflexionando en el lecho del dolor, había llegado a la conclusión de que es
vano buscar consuelos y ayudas humanas, pues todos los hombres son engañosos,
y que sólo el Señor merece la esperanza confiada del afligido. Es así, como una vez recuperada
la salud, el salmista ansia hacer manifestaciones de gratitud a su Dios por
el beneficio obtenido, y quiere corresponder con un sacrificio de alabanza: “Te
ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor “. Los sacrificios iban acompañados de pruebas.
Ha sido salvado de la muerte por el Señor, y, por tanto, en sus labios no
habrá más cáliz que el de la alabanza, en el que se recuerde su salvación
milagrosa. Insistiendo sobre su liberación
milagrosa, el salmista declara que la muerte de sus fieles no les es
indiferente: “¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos!“. Ciertamente
es cosa preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus piadosos. Los justos
son objeto de una providencia especial de Dios, y por eso no permite su
muerte sin grandes motivos. En la perspectiva del salmista no hay retribución
en el más allá, y por eso cree que Dios protege especialmente la vida de los
que le son adictos para premiarles su virtud con una prolongada y próspera
vida. En la panorámica cristiana, la muerte es la auténtica liberación del
espíritu, pues el alma del justo va a gozar de la presencia divina. En este
sentido es empleado el verso en la liturgia eclesiástica. Agradecido a su liberación,
promete el salmista cumplir los votos pronunciados durante su situación
angustiosa y ofrecer un sacrificio de acción de gracias: “Cumpliré mis votos al Señor”. Es
el sacrificio de alabanza que ofrecerá públicamente delante de todo su pueblo
en el templo de Jerusalén. “En presencia de todo su pueblo, en los
atrios de la Casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. “ 4. SEGUNDA LECTURA Rom 8, 31-34 El amor de Dios no tiene
límites: entrega a su Hijo por nosotros. “Dios no perdonó a su propio Hijo”.
En cambio, perdonó la vida de Isaac. Se conformó con la disponibilidad de
Abraham. En el ámbito del amor de Dios, ni su propio Hijo, ostenta el menor
privilegio. La sangre de Jesús es el sello de la nueva alianza. Es la prueba
suprema y la garantía total de hasta dónde nos ama el Señor. Por eso, Pablo
afirma con vehemencia: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?”. Lectura de la carta del Apóstol
san Pablo a los cristianos de Roma. Hermanos: Si Dios está con
nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase
de favores? ¿Quién podrá acusar a los
elegidos de Dios? “Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a
condenarlos?”. ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que
resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? Palabra de Dios. 4.1 SI DIOS ESTÁ CON NOSOTROS,
¿QUIÉN ESTARÁ CONTRA NOSOTROS? Terminada la enumeración de
garantías divinas que dan certeza a nuestra esperanza, San Pablo desahoga su
corazón en un como canto anticipado de triunfo, pasaje quizás el más
brillante y lírico de sus escritos, proclamando que nada tenemos que temer de
las tribulaciones y poderes de este mundo, pues nada ni nadie podrá
arrancarnos el amor que Dios y Jesucristo nos tienen. “Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros?” Evidentemente el Apóstol sigue
refiriéndose, igual que en los versículos anteriores, a los cristianos en
general, y en ese sentido debe entenderse la expresión “elegidos de Dios.” Para
hacer resaltar más el amor de Dios hacia nosotros, recuerda el hecho de que
nos dio a su propio Hijo, “El que no escatimó a su propio Hijo, sino
que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de
favores?”, ¿cómo, pues, vamos a dudar de que nos dará todo lo que
necesitemos hasta llegar a la glorificación definitiva? No está claro si, al hablar de “¿Quién
podrá acusar a los elegidos de Dios?” y “¿Quién se atreverá a
condenarlos?”, San Pablo está aludiendo al juicio final, cuyo
espectro, en lo que tiene de terrorífico, quiere también eliminar de nuestra
fantasía. Así interpretan muchos este versículo, en cuyo caso el término
“justifica” parece debe tomarse en sentido de “justificación” forense (cf. Is
50:8; Mt 12:37; Rom 3:20), no en sentido de “justificación” por la gracia.
Sin embargo, quizás esté más en consonancia con el contexto referir esa
alusión de San Pablo, no precisamente al juicio final, sino a la situación
general del cristiano ya en el tiempo presente, lo mismo que luego en el
v.35. En este caso, el término “justifica” deberá tomarse en su sentido
corriente de “justificación” por la gracia, y la idea de San Pablo vendría a
ser la misma que ya expresó al principio del capítulo, es decir, que “no hay
condenación alguna para los que están en Cristo Jesús” (v.1). Recalcando más
esa idea de confianza, añade que el
mismo Jesucristo, que murió y resucitó por nosotros, es nuestro abogado ante
el Padre. Claro es que esa situación de confianza vale también respecto del
juicio final. “¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y
está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?” 5. EVANGELIO Mc 9, 2-10 Jesús deja entrever su gloria de
Hijo de Dios a sus discípulos para fortalecer su fe. “Éste es mi Hijo amado;
escúchenlo”. El Maestro transfigurado es el signo esperanzador de hacia dónde
conduce la alianza de Dios. El sello de sangre y muerte es garantía de
resurrección. Según Marcos, la Transfiguración constituye una urgente
exhortación dirigida a Pedro de “escuchar” al Maestro cuando habla, no de su
poder y de su gloria, sino de sus sufrimientos y de su muerte. La misma fe se
nos exige hoy a los cristianos. Es la fe de Abraham y de Jesús que levantan
en su corazón un altar y ofrecen a Dios el sacrificio de la obediencia sin
reservas. Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Marcos. Jesús tomó a Pedro, Santiago y
Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en
presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas
como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y
Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien
estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías”. Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces
una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Éste es mi Hijo
muy querido, escúchenlo”. De pronto miraron a su
alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban
del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo
del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero
se preguntaban qué significaría “resucitar de entre los muertos”. Palabra del Señor. 5.1 A TU HIJO ÚNICO, EL QUE TANTO AMAS Jesucristo es la figura central
de las Sagradas Escrituras, situado en la cúspide misma, allí donde culmina
el Antiguo y el Nuevo Testamento. Los dos Testamentos tienen en él explicación
consumada o dicha de otra forma cumplida. Porque, en definitiva, si leemos
con contemplación ambos textos, uno y otro se refieren al Mesías, a Cristo,
el Salvador, es decir a El únicamente. No puede caber duda, todo el Antiguo
Testamento hace referencia al Nuevo. No se puede entender en plenitud el
Antiguo sin la luz del Nuevo. Y si alguien no quiere considerar o desea
ignorar el Antiguo, no le va a ser posible entender verdaderamente el Nuevo. Las Sagradas Escrituras, la
Biblia entera, desde sus primeras páginas hasta las últimas, nos hablan de
múltiples maneras y de forma variada, de Jesucristo, Nuestro Señor. San Jerónimo dijo que: “que
ignorar las Sagradas Escrituras es ignorar a Cristo” Ahora invirtamos la
frase, leámosla de nuestra perspectiva cristiana diciendo: Conocer las
Sagradas Escrituras es conocer a Cristo, contemplarla, es contemplar al
Señor. Los primeros pasos se inician,
como siempre, en el Viejo Testamento y exactamente en el sacrificio de
Abrahán Por obedecer a Dios, Abrahán a sus setenta y cinco años había tenido
la valentía de abandonar tierra, casa, costumbres, todo; ahora, ya cargado de
larga ancianidad, aventura su fe hasta el mismo sacrificio de su único hijo.
“Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, Isaac; vete..,
y ofrécelo en holocausto, (Gn 22, 2). Era éste un precepto doloroso para el
corazón de un padre, y no menos terrible para la fe de un hombre que de
ninguna manera quiere dudar de su Dios. Isaac es la única esperanza para que
se puedan cumplir las promesas divinas; y no obstante esto Abrahán obedece y
sigue creyendo que Dios mantendrá la palabra dada. 5.2 ISAAC QUE SUBE AL MONTE, ES FIGURA DE CRISTO QUE SUBE AL CALVARIO
CARGANDO EL LEÑO DE LA CRUZ Dios no quería la muerte de
Isaac, pero sí ciertamente la fe y la obediencia sin discusión de Abrahán.
Isaac va a tener un papel singular en la historia de la salvación: anticipar
la figura de Jesús, el Hijo único de Dios que un día será sacrificado por la
redención del mundo. Lo que Abrahán, por intervención divina, ha dejado sin
cumplir, lo cumplirá Dios mismo, “El que no escatimó a su propio Hijo, sino
que lo entregó por todos nosotros” (Rom 8, 31-34). Isaac que sube al monte llevando
sobre sus espaldas la leña del sacrificio y que se deja atar dócilmente sobre
el montón de leña, es figura de Cristo que sube al Calvario cargando el leño
de la Cruz y sobre aquel madero extiende su cuerpo “ofreciéndose libremente a
su pasión” (Pleg. Euc,
II). Así como en Isaac, liberado de la muerte, se cumplieron las promesas
divinas, también en Cristo resucitado de la muerte brotan la vida y la
salvación para toda la humanidad, Nadie puede dudarlo, porque: “Jesucristo,
el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros? (Rm 8,34) (Comentario de
Intimidad Divina, Padre Gabriel de SMM ocd.) 5.3 CRISTO SUBIÓ A LA MONTAÑA PARA ORAR. Jesús tomó a Pedro, a Santiago y
a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él, Marcos relata
que: los condujo solos a un monte alto y apartado. No precisa el nombre del
lugar, por otra parte Mateo dice que es un monte elevado, pero la tradición
lo ha localizado en el Tabor, de aproximadamente 600 metros de altura sobre
la llanura. En otra ocasiones, Jesús ha
subido al monte a orar solo, (Mt 14, 23) en esta ocasión ha invitado a tres
de sus apóstoles y, los ha escogido como testigos para una gran
acontecimiento. Ellos son los mismos apóstoles que luego serán testigo de su
agonía en Getsemaní. Se podría pensar que ocupaban un lugar privilegiado de
entre sus apóstoles. La primera enseñanza importante
es, que Jesús ha subido orar, él siempre lo está haciendo, es un modelo que
debemos hacerlo parte de nuestra vida diaria, orar al Padre. En esta ocasión
invita tres de sus amigos íntimos, entregándonos una gran oportunidad para
aprender de este ejemplo, cuando Jesús invita a seguirlo, es porque nos está
dando la oportunidad de ser testigo de las maravillas del Señor, como para
darnos a conocer cada instante de su vida. Prestemos atención a las
invitaciones que nos hace Jesús, tengamos disposición de atender sus
palabras, y guardar silencio para oírlo. 5.4 JESÚS NOS TRANSFIGURA NUESTRA VIDA De acuerdo al relato de Lucas,
mientras Jesús oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se
volvieron de una blancura deslumbrante. Ahí se transfiguró en presencia de
sus apóstoles, y como dice Mateo, su rostro se puso resplandeciente como el
sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. San Marcos nos dice
que: “Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en
el mundo podría blanquearlas.” Y de pronto aparecieron ante ellos Moisés y
Elías, conversando con Jesús, según Lucas, también aparecen resplandecientes. La transfiguración, es una
experiencia profunda de fe tenida por Pedro, Juan y Santiago, los amigos más
íntimos de Jesús. Así es, que como para llegar a conocer los momentos más
transcendentes de Jesús, necesitamos ser sus amigos íntimos, con una
comunicación profunda, como la que ellos tuvieron para percibir a Jesús en su
verdadera identidad. Debe haber sido un instante de
éxtasis, vieron la realidad gloriosa de Jesús, aunque no se les mostró en
toda su magnitud, porque para llegar a entenderlo, tuvieron que conocer a
través de la vida, pasión y muerte y de sus propios sufrimientos y muerte,
que hay que pasar por esta última, la muerte, para llegar a la vida. Jesús nos transfigura nuestra
vida, Él nos ayuda a descubrir la presencia de Dios en nosotros y nos llama a
ser sus testigos ante un mundo de contradicciones. 5.5 “ÉSTE ES MI HIJO MUY QUERIDO, ESCÚCHENLO” Tomando Pedro la palabra, dijo a
Jesús: Rabí, bueno es estar aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti,
una para Moisés y una para Elías. Muchas veces soñamos con grandes templos y
majestuosos, no preocupamos por construir bellas Iglesias o templos muy bien
ambientados para Dios, sin embargo siempre debemos recordar que el lugar
favorito de Él no deja de ser aquí entre nosotros, en el corazón de todos los
hombres, en nuestra familia, junto a los niños, a los trabajadores, a los
religiosos, sacerdotes, laicos, y con gran privilegio donde la calidez del
amor está presente. Cuando aún estaba hablando, se
formó una nube que los cubrió con su sombra, y se dejó oír desde la nube una
voz: “éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. La manifestación de esta nube
luminosa, es una revelación de la divinidad, lo que los teólogos llaman
teofanía, es el símbolo de la presencia de Dios, y en ese momento sucede
allí. Dice el Evangelio según san Mateo que al oír esto, los discípulos
cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor, esto es porque en el
Antiguo Testamento se decía que no se podía ver a Dios y vivir (Ex 33:19; Lev
14:13; etc.). Esto es lo que se acusa aquí. Con relación a los otros
Evangelios, en san marco es más sobrio el relato, porque solo dice: Luego
mirando en derredor, no vieron a nadie con ellos, sino a Jesús solo. 5.6 ESTAMOS LLAMADOS TAMBIÉN A TRANSFIGURARNOS CADA VEZ MÁS POR LA
ACCIÓN DEL SEÑOR Pero debemos comprender, que
esta es nuestra gran instrucción que nos solicita Dios, escuchar a su Hijo
amado, y eso nos debe caracterizar para ser un servidor de verdad, oír
siempre a Jesús, esta actitud receptiva es para la palabra y la total
aceptación de Cristo, es una invitación a descubrir lo divino de sus enseñanzas
y toda su obra. En esta proclamación que hace el Padre de su Hijo, lo muestra
como Dios, revelando la filiación divina de Jesús. Por esos, la transfiguración
consiste esencialmente en la toma de conciencia, por parte de los tres
apóstoles, de que Jesús es verdaderamente el Mesías y además también revela
que la persona de Jesús, es el Hijo muy amado del Padre y trascendente que
posee su misma gloria divina. Estamos llamados también a
transfigurarnos cada vez más por la acción del Señor, la sociedad, el mundo,
y nosotros en él, se transformara cada vez que aceptamos la voz del Padre en
su Hijo, cuando escuchamos su Palabra y la llevamos a la vida. Aceptar las
palabras de Jesús, es una invitación a transfigurarnos, es decir a
transformarnos en hombres buenos, y salir al mundo a hacer el bien 5.7 “RESUCITAR DE ENTRE LOS MUERTOS” Bajando del monte, les prohibió
contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitase
de entre los muertos. El Evangelio nos muestra que los apóstoles
ignoraban lo que era la resurrección, por eso dice que se preguntaban qué
significaría “resucitar de entre los muertos”. Nuestro Señor Jesucristo,
resucitó de entre los muertos y así muriendo venció a la muerte. “Si no
hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó
Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.” (1 Cor
15) La resurrección de Cristo,
alienta nuestra esperanza en nuestra propia resurrección. “Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya
señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; más
su vida, es un vivir para Dios.” (Romanos 6) El que resucitó, y está a la
derecha de Dios e intercede por nosotros. (cf Rom 8,34) El Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso
Brant II Domingo de Cuaresma Ciclo
B Publicado en este link: PALABRA DE DIOS Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y
Biblia de Jerusalén Algunos conceptos están tomados de los comentarios
a los Evangelios por Manuel de Tuya, O. P. Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr.
Carlos Etchevarne, Bach. Teol. |
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