Reflexión desde las Lecturas del VII Domingo de
Pascua, Ascensión del Señor, Ciclo B Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
ACTUABA CON ELLOS El breve texto de san Marcos nos presenta
de Jesús como un ser llevado “al cielo”, es decir, al lugar propio de Dios, y
un “sentarse” a la derecha de Dios. Efectivamente, el misterio de la
ascensión significa que el que por nosotros tomó la condición de siervo, pasó
por uno de tantos y se humilló hasta la muerte de cruz (Fil 2,6-10), ahora ha
sido exaltado, enaltecido, constituido “Señor”. Cristo en cuanto hombre se ha
sentado en el trono de su Padre (Ap 3,21), ha recibido todo poder en el cielo
y en la tierra (Mt 28,18) y ha sido constituido Señor del Universo ante el
que toda rodilla se dobla. Sin embargo, ascensión no significa
ausencia de Cristo. A renglón seguido de narrar la ascensión de Jesús, san
Marcos subraya que “El Señor actuaba con ellos”. Ciertamente Cristo ha dejado
su presencia visible, sensible. Pero sigue presente. Y lo manifiesta
“cooperando” con la acción de los discípulos. En estas breves palabras queda
resumido todo misterio de la Iglesia. Toda acción de la Iglesia –y de cada
cristiano en ella– no es algo simplemente humano, sino acción de Cristo a
través de ella. Cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza... Por tanto,
todo nuestro empeño ha de ser buscar la sintonía con Cristo para que realice
esa cooperación y nuestros actos sean también suyos y tengan un valor
inmenso: “El que cree en mí hará las obras que yo hago y aún mayores” (Jn
14,22). De ahí la importancia de los signos, que
indica el evangelio. Los signos manifiestan que la Iglesia es más que
palabras, es hechos. Mediante ellos se ve la acción
del Señor. Ya no se tratará de coger serpientes en las manos, pero hay que
preguntarnos cómo hoy nosotros podemos ser “milagro” – es decir, signo que se
ve – para aquellos con los que vivimos. (P. Julio Alonso Ampuero,
Meditaciones Bíblicas Sobre el Año Litúrgico) 2. PRIMERA
LECTURA El libro de los Hechos narra la Ascensión
de Jesús y la promesa de enviar el Espíritu Santo. Jesús no niega que el Reino de Dios tendrá una
realización material; pero afirma que a los auténticos discípulos no les es
lícito hacer cálculos. La plenitud del Reino vendrá cuando Dios lo quiera y
en los momentos menos esperados. En cuanto a la Ascensión se ofrece como
respuesta a la pregunta de los apóstoles. Es necesario que el Maestro les sea
“quitado”, para que éstos comprendan, al fin, que él es verdaderamente el
Señor, que su Reino no es de este mundo, sino que debe construirse aquí y
ahora bajo el impulso del Espíritu, y gracias al testimonio misionero, hasta
fines de la tierra. A partir de aquí lo que importa es poner manos a la obra
y dejar de “quedarse mirando al cielo”. Lectura de los Hechos de los apóstoles.
Hech 1, 1-11 En mi primer Libro, querido Teófilo, me
referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en
que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus
últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su
Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y
durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una
ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran
de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: “La promesa”, les dijo, “que
yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán
bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”. Los que estaban
reunidos le preguntaron: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de
Israel?”. Él les respondió: “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y
el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero
recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de
la tierra”. Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo
ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en
el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de
blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al
cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de
la misma manera que lo han visto partir”. Palabra de Dios. 2.1 ÚLTIMAS
INSTRUCCIONES A LOS APÓSTOLES QUE HABÍA ELEGIDO”. “En mi primer Libro, querido Teófilo….”. Como hizo
cuando el Evangelio, también ahora antepone San Lucas un breve prólogo a su
libro, aludiendo a la obra anterior, y recordando la dedicación a Teófilo,
personaje del que no sabemos nada en concreto. Está claro, sin embargo, dado
el carácter de la obra, que San Lucas, aunque se dirige a Teófilo, no intenta
redactar un escrito privado, sino que piensa en otros muchos cristianos que
se encontraban en condiciones más o menos parecidas a las de Teófilo. Esta
práctica de dedicar una obra a algún personaje insigne era entonces
frecuente. Cabe destacar la expresión con que Lucas caracteriza la
narración evangélica: “me referí a todo lo que hizo y enseñó
Jesús”, como indicando que
Jesús, a la predicación, hizo preceder el ejemplo de su vida, y que la
narración evangélica, más que a la información histórica, está destinada a
nuestra edificación. Luego agrega Lucas: “desde el comienzo”, como si quisiera
indicar que el ministerio público de Jesús era sino el principio de su obra,
cuya continuación va a narrar ahora él en los Hechos. Es decir, dan pleno
valor al verbo “comenzar.” Ello es posible, pues de hecho la obra de los
apóstoles es presentada como continuación y complemento de la de Jesús. 2.2 “POR MEDIO DEL
ESPÍRITU SANTO” También es de notar la mención que Lucas
hace del Espíritu Santo, al referirse a las instrucciones que Jesús da a los
apóstoles durante esos cuarenta días que median entre la resurrección y la
ascensión, y en que se les aparece repetidas veces; “hasta el día en que subió al
cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas
instrucciones a los Apóstoles que había elegido”. Son días de enorme
trascendencia para la historia de la Iglesia. De estos días, en que les hablaba del “reino
de Dios,” arrancan, sin duda, muchas tradiciones en torno a los sacramentos y
a otros puntos dogmáticos que la Iglesia ha considerado siempre como
inviolables, aunque no se hayan transmitido por escrito. Si Lucas habla de que Jesús da esas
instrucciones “por medio del Espíritu Santo” no hace sino continuar la
norma que sigue en el evangelio, donde muestra un empeño especial en hacer
resaltar la intervención del Espíritu Santo cuando la concepción de Jesús (Lc
1:15.35.41.67), cuando la presentación en el templo (Lc 2:25-27), cuando sus
actuaciones de la vida pública (Lc 4:1-14-18; 10:21; 11:13). Es obvio, pues,
que también ahora, al dar Jesús sus instrucciones a los que han de continuar
su obra, lo haga “por medio del Espíritu Santo” 4 Y comiendo con ellos, les mandó no
apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, que de mí habéis
escuchado; 5 porque Juan bautizó en agua, pero vosotros, pasados no muchos
días, seréis bautizados en el Espíritu Santo. 6 Ellos, pues, estando
reunidos, le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino
de Israel? 7 Él les dijo: No os
toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en
virtud de su poder soberano; 8 pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo,
que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la
Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra. 2.3 “LA PROMESA”,
LES DIJO, “QUE YO LES HE ANUNCIADO”. Jesús,
después de su resurrección, aparece a sus apóstoles en el curso de una comida; “Después
de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que
vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios”,
incluso come con ellos: “En una ocasión, mientras estaba comiendo
con ello”. De esa manera, la
prueba de que estaba realmente resucitado era más clara. En una de estas
apariciones, al final ya de los cuarenta días que median entre resurrección y
ascensión, les da un aviso importante: “les recomendó que no se alejaran de
Jerusalén y esperaran la promesa del Padre”, es decir que no se
ausenten de Jerusalén hasta después que reciban el Espíritu Santo. Quería el
Señor que esta ciudad, centro de la teocracia judía, fuera también el lugar
donde se inaugurara oficialmente la Iglesia, adquiriendo así un hondo
significado para los cristianos. Jerusalén será la iglesia-madre, y de ahí,
una vez recibido el Espíritu Santo, partirán los apóstoles para anunciar el
reino de Dios en el resto de Palestina y hasta los extremos de la tierra: “y
serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los
confines de la tierra” Llama al Espíritu Santo “la
promesa del Padre: “La promesa”, les dijo, “que yo les he anunciado”. Jesús
lo había prometido varias veces a lo largo de su vida pública para después de
que él se marchara. Pero no se contenta con decir que recibirán el Espíritu
Santo, sino que, haciendo referencia a una frase del Bautista (cf. Lc 3:16),
dice que “serán bautizados” en él, es decir, como sumergidos en el
torrente de sus gracias y de sus dones; “Porque Juan bautizó con agua, pero
ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”. Ciertamente manifiesta con ello a la gran
efusión de Pentecostés. 2.4 RECIBIRÁN LA
FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO Los que estaban reunidos le preguntaron:
“Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. La pregunta de
los apóstoles de si iba, por fin, a “restaurar el reino de Israel?” Es interesante hacer notar cómo los discípulos,
después de varios años de convivencia con el Maestro, seguían aún ilusionados
con una restauración temporal de la realeza davídica, con dominio de Israel
sobre los otros pueblos, a pesar de que ya Jesús, en varias ocasiones, les
había declarado la naturaleza espiritual de ese reino. No renegaban con ello
de su fe en Jesús, antes, al contrario, viéndole ahora resucitado y
triunfante, se sentían más confiados y unidos a él; pero tenían aún muy
metida esa concepción político-mesiánica, que tantas veces se deja traslucir
en los Evangelios y que obligaba a Jesús a usar de suma prudencia al
manifestar su carácter de Mesías, a fin de no provocar levantamientos
peligrosos que obstaculizasen su misión. Sólo la luz del Espíritu Santo acabará de
corregir estos prejuicios judaicos de los apóstoles, dándoles a conocer la
verdadera naturaleza del Evangelio. De momento, Jesús no cree oportuno volver
a insistir sobre el particular, y se contenta con responder: “No
les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha
establecido con su propia autoridad” En tal ignorancia, lo que a ellos toca,
una vez recibida la fuerza procedente del Espíritu Santo, es trabajar por ese
restablecimiento, presentándose como testigos de los hechos y enseñanzas de
Jesús, primero en Jerusalén, luego en toda la Palestina y, finalmente, en
medio de la gentilidad. Tal es la consigna dada por Cristo a su Iglesia con
palabras que son todo un programa: “Pero recibirán la fuerza del Espíritu
Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en
toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Dicho esto, los Apóstoles lo vieron
elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en
el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de
blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al
cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de
la misma manera que lo han visto partir”. 2.5 LOS APÓSTOLES LO
VIERON ELEVARSE Narra aquí San Lucas, con hermosísimos
detalles, “Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó
de la vista de ellos”, el hecho trascendental es la ascensión de
Jesús al cielo. Ya lo había narrado también en su evangelio, aunque más
concisamente (cf. Lc 24:50-52). Lo mismo hizo San Marcos (Mc 16:19). Parece que la acción fue más bien lenta,
pues los apóstoles “permanecían con la mirada puesta en el
cielo mientras Jesús subía.” Evidentemente, se trata de una
descripción según las apariencias físicas, sin intención alguna de orden
científico-astronómico. Y “se les aparecieron dos hombres vestidos
de blanco”, son dos ángeles en
forma humana, igual que los que aparecieron a las mujeres junto al sepulcro
vacío de Jesús (Lc 24:4; Jn 20:12). En cuanto a la nube, ya en el Antiguo
Testamento una nube reverencial acompañaba casi siempre las teofanías.
También en el Nuevo Testamento aparece la nube cuando la transfiguración de
Jesús (Lc 9:34-35). El profeta Daniel habla de que el “Hijo del Hombre”
vendrá sobre las nubes a establecer el reino mesiánico (Dan 7:13-14), pasaje
al que hace alusión Jesucristo aplicándolo a sí mismo (cf. Mt 24:30; 26:64).
Es obvio, pues, que, al entrar Jesucristo ahora en su gloria, una vez
cumplida su misión terrestre, aparezca también la nube, símbolo de la
presencia y majestad divinas. Los dos “hombres vestidos de blanco”, de modo semejante a lo ocurrido en la escena
de la resurrección (cf. Lc 24:4), anuncian a los apóstoles que Jesús
reaparecerá de nuevo de la misma manera que lo ven ahora desaparecer, sólo
que a la inversa, pues ahora desaparece subiendo y entonces reaparecerá
descendiendo. “Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de
la misma manera que lo han visto partir”. Alusión, sin duda, al
retorno glorioso de Jesús en la parusía, que desde ese momento constituye la
suprema expectativa de la primera generación cristiana, y cuya esperanza los
alentaba y sostenía en sus trabajos (cf. 3:20-21; 1 Tes 4:16-18; 2 Pe
3:8-14). Es claro que, teológicamente hablando,
Jesús ha entrado en la Vida desde el momento mismo de la Resurrección, sin
que haya de hacerse esa espera de cuarenta días hasta la Ascensión. Lo que se
trata de indicar es que Jesús, aunque viviera ya en el mundo futuro
escatológico, todavía se manifestaba en este mundo nuestro, a fin de instruir
y animar a sus fieles. 3.
SALMO Frente al triunfo de Cristo, el salmo 46 es un canto triunfal, a Dios,
rey de toda la tierra. La Iglesia lo aplica a Jesús. Participamos de esta
oración, aclamando: “El Señor asciende entre aclamaciones.” Sal 46, 2-3. 6-9 R. El Señor asciende entre aclamaciones. O bien: Aleluya. Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al
Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el
soberano de toda la tierra. R. El Señor asciende entre aclamaciones,
asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten,
canten a nuestro Rey. R. El Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones; el Señor se
sienta en su trono sagrado. R. 3.1 INVITACIÓN
A LAS GENTES A RECONOCER LA SOBERANÍA DEL SEÑOR. Esta composición tiene el aire de un himno
de alabanza al Señor, que muestra su majestad y poder sobre todos los pueblos
y su protección especial sobre Israel. El salmita
invita a todas las naciones de la tierra a participar en este homenaje
solemne al Señor que triunfa sobre todos los pueblos. El poeta escenifica
pomposamente el triunfo del Señor, que, después de bajar a la tierra a luchar
por su pueblo, sube a su morada celeste entre las aclamaciones de los pueblos
del orbe, brillando así su gloria y majestad. Desde allí gobernará sobre
todos los pueblos, cuyos príncipes serán sus vasallos. Esta predicción de la
sumisión de todos los reyes de la tierra al Señor tiene el sello de las
profecías mesiánicas. Los salmistas — como en general los profetas — vivían
de la esperanza en el establecimiento de la futura teocracia mesiánica, y por
eso su imaginación se dirige constantemente a esta panorámica maravillosa
caracterizada por el triunfo total del Señor y el reconocimiento de su
soberanía por todos los pueblos. 3.2 EL SEÑOR ES DIOS
DE TODOS LOS PUEBLOS Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con
gritos de alegría. El Salmista invita a
todas las naciones a unirse al triunfo espectacular del Señor como Soberano
de todos los pueblos. Es el gran rey no sólo de Israel, sino de todas las
gentes. Aquí el salmista aplica este título al Señor, único Señor de los
hombres todos. Porque el Señor, el Altísimo. Para destacar su carácter superior y trascendente se le llama el
Altísimo. En la literatura poética arcaizante no es extraño este nombre para
designar al Dios de Israel. Es temible. Aquí se le da, además, el calificativo de temible, pues tiene a
disposición la omnipotencia, y nadie puede hacerle frente. La divinidad es
concebida como una fuerza temible, que puede dar la muerte al que
indignamente se acerque a ella o trate de empañar sus derechos. La misma
“santidad” es concebida como una fuerza aislante de lo divino, que lo protege
contra toda contaminación indigna. Aquí el salmista da al Señor el
calificativo de temible para hacer reflexionar a las naciones que puedan
oponerse al reconocimiento de su soberanía de toda la tierra. Es
el soberano de toda la tierra. Si bien El Señor es Dios de todos los pueblos, - y, en consecuencia, todas las naciones y
gentes deben reconocer su soberanía-, está particularmente vinculado en los
destinos históricos a Israel, que ha elegido como heredad, su parte selecta
entre los pueblos; por eso a Él los someterá,
poniéndolos a su servicio. Es la concepción nacionalista que encontramos en
muchos vaticinios profetices. Los hagiógrafos del A.T., al no tener luces
sobre la retribución en el más allá, esperan una era de prosperidad material
para la sociedad israelita, tantas veces conculcada y afligida por la
invasión de los ejércitos extranjeros. Cuando veían a éstos pasar y dominar
su país, surgía, por contraste, la idealización de los tiempos futuros, en
que Israel habría de ser la nación soberana sobre todos los pueblos, por ser
la heredad particular del Señor del universo. 3.3 EL SEÑOR HA
TOMADO POSESIÓN DE SU TIERRA SANTA Y DE SU PUEBLO Es el orgullo de Jacob o el “primogénito”
de Yahvé. La tierra de Canaán fue entregada por decreto divino a Israel, y
constituye por eso el orgullo de los descendientes de Jacob. Jeremías pone en
boca del Señor estas palabras: “¿Cómo voy a contarte entre mis hijos y darte
una tierra escogida, una magnífica heredad, preciosa entre las preciosas de
todas las gentes?” Israel, como colectividad nacional, nace en las estepas
del Sinaí, y, en comparación con las regiones desérticas de esta península,
Canaán resultaba para las mentalidades semibeduinas
hebreas como una “tierra que mana leche y miel”. Este país de fertilidad
excepcional — que en realidad no podía compararse a la de los pueblos
mesopotámicos, fenicios y egipcios — fue cantado por los poetas de Israel
como la tierra más deliciosa del orbe; es el orgullo o magnificencia de
Jacob. La elección de Israel por Dios se debe al amor que le tuvo, no a los
méritos de aquél: Jacob, a quien amo. El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al
sonido de trompeta. El Señor ha tomado posesión de su tierra santa y
de su pueblo, como lo hizo al manifestarse sensiblemente el día de la
inauguración del templo salomónico; ha descendido a auxiliar a su pueblo en
momentos críticos, y ahora se eleva a su morada celeste entre aclamaciones y
al son de las trompetas. Durante los primeros tiempos de la monarquía y antes
en el desierto, el arca era el símbolo de la presencia del Señor en su
pueblo; en torno a ella, la multitud mostraba su devoción al Dios de Israel;
cuando procesionalmente subía las gradas del templo, se simbolizaba su
entrada triunfal también en la morada celeste, el “cielo de los cielos,” en
la cúspide del firmamento, desde donde contemplaba a los hombres y gobernaba
los pueblos. El salmista parece ahora aludir a esta entronización solemne del
Señor, que asciende, glorificado por las aclamaciones populares, a sus
mansión celestial. 3.4 LLEGA LA HORA DE
QUE SE LE ACLAME COMO REY DE TODOS LOS PUEBLOS Canten,
canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. El salmista se dirige a Israel y a los príncipes de las naciones que
(se han sumado a esta aclamación jubilosa del Dios de Israel, que se eleva
majestuoso a tomar posesión de su trono celestial como soberano único del
orbe y de los pueblos. El reinado de Yahvé no se limita a Israel, sino que se
extiende a las gentes o naciones paganas, y el poeta quiere que éstas
reconozcan su soberanía. El
Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina
sobre las naciones; el Señor se sienta en su trono sagrado. Desde antiguo, su reinado fue reconocido por
Israel; pero llega la hora de que se le aclame como Rey de todos los pueblos,
cuando se siente en su santo trono celestial para juzgar a todos los seres
humanos. Su morada en el templo de Jerusalén es un símbolo de la otra
celestial. Idealizando la situación, el salmista presenta ya a los príncipes
de los pueblos reunidos en torno al pueblo elegido, el pueblo del Dios de
Abraham. Es el cumplimiento de la promesa hecha al gran patriarca de que en
él serían bendecidas todas las gentes. En los vaticinios mesiánicos no faltan
alusiones a esta adhesión de las naciones a la religión de Israel, formando
sus ciudadanos una categoría subordinada a la de los propios israelitas, que
serán ciudadanos por derecho propio en la nueva teocracia. Se les admite al
culto, pero no constituyen propiamente el “pueblo de Dios,” título reservado
a Israel, “primogénito” de Yahvé. El título Dios de Abraham recuerda las
promesas hechas al gran patriarca sobre la gloria de su descendencia,
multiplicada como las arenas del mar. Los príncipes y grandes le pertenecen y
le están sometidos, y bajo este aspecto también están sometidos al pueblo que
es su heredad particular entre todas las naciones. Hoy, domingo de La Ascensión, aclamamos con alegría: ¡El
Señor asciende entre aclamaciones! 4.
SEGUNDA LECTURA En un texto muy bello, san Pablo explica
como Dios resucitó y glorificó a Jesús y “lo sentó a su derecha”. San Pablo
quiere inspirar nuestra esperanza cristiana que consiste en esperar
firmemente la realización de las promesas de Dios al hombre: total liberación
y felicidad en Cristo. Se subraya la causa de nuestra esperanza: la promesa
ya se realizó en la humanidad de Jesús, que resucitó de entre los muertos. Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Éfeso. Ef 1, 17-23 Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de
revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus
corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido
llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y
la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los
creyentes, por la eficacia de su fuerza. Éste es el mismo poder que Dios manifestó
en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su
derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad,
Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto
en este mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo
constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la
Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas. Palabra de Dios. 4.1 LA
EXTRAORDINARIA GRANDEZA DEL PODER CON QUE ÉL OBRA EN NOSOTROS San Pablo se dirige a Dios Padre para
darle gracias por la “fe” y “caridad” de los efesios y
pedirle que les ilumine más y más cada día a fin de que entiendan la grandeza
de la “esperanza” cristiana esperanza que no puede fallar, pues se apoya
en el poder de Dios, tan claramente manifestado en lo realizado con
Jesucristo. La expresión “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de la gloria”, que pudiera parecer un poco extraña, se
complementan, y están significando un conocimiento íntimo y profundo de Dios
y de sus planes de salud, al que el hombre por solas sus propias fuerzas no
puede llegar. El verso “para que ustedes puedan valorar la
esperanza a la que han sido llamados” no hace sino desarrollar más la
misma idea, concretando en la “esperanza” cristiana el objeto de
ese conocimiento; con el término “esperanza,” que tiene aquí
sentido objetivo, se designa todo el conjunto de bienes de gracia y de gloria
al que los cristianos “que han sido llamados”” y que
recibimos en calidad de “herencia su herencia entre los santos”
una vez elevados al plano de hijos adoptivos. Tratando de completar su pensamiento y
evitar que nos desalentemos ante las dificultades, San Pablo añade que toda
esa gran riqueza de bienes, reservados al cristiano, son obra de la “la
extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes,
por la eficacia de su fuerza.”, cuya extraordinaria eficacia
fácilmente puede concluirse por lo realizado con Jesucristo. Éste
es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre
los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo”. Aunque, dentro del contexto general
del pasaje, esta exaltación de Cristo es presentada simplemente como un
ejemplo que permita formarnos idea del gran “poder” de Dios, San Pablo se
complace en irla detallando en un maravilloso crescendo, que culmina con la
prerrogativa de haber sido constituido “Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y
la Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas.” Es posible que en la mente de San Pablo,
esto es una dignidad superior incluso a la de ser soberano sobre todos los
ángeles y tener sujetas a sí todas las cosas; y es que entre cabeza y cuerpo
no hay separación y Cristo está unido más íntimamente con los fieles que con
los ángeles, hasta el punto de que, en cierto sentido, la Iglesia puede
considerarse como elevada al orden mismo hipostático. La expresión “y lo hizo sentar a su derecha
en el cielo” es una expresión
figurada, tomada de Sal 110:1, con la que se designa el supremo honor
conferido a Cristo, superior al conferido a cualquier otro, ya en los cielos,
ya en la tierra, como luego se concreta luego cuando dice: “elevándolo
por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier
otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro.” Los nombres con que San Pablo designa las
jerarquías angélicas, son simbólicos, y eran ya tradicionales en la
literatura judía. 4.2 CABEZA DE LA
IGLESIA, QUE ES SU CUERPO Y LA PLENITUD DE AQUÉL QUE LLENA COMPLETAMENTE
TODAS LAS COSAS. En cuanto a las relaciones entre Cristo y
la Iglesia; “Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de
todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél que llena
completamente todas las cosas.” San Pablo emplea algunas expresiones
que han sido y son diversamente interpretadas. La dificultad está, sobre
todo, en la última frase; “Plenitud de Aquél que llena completamente
todas las cosas.” ¿Qué significa lo de que la Iglesia es “Plenitud
de Aquél (Cristo) que llena
completamente todas las cosas?”. La
opinión más corriente entre los Padres (Orígenes, San Juan Crisóstomo, San
Jerónimo), defendida también hoy por bastantes autores, da el sentido,
considerando a la Iglesia como complemento o parte integrante de Cristo, que
es completado por sus miembros. Desde luego, el pensamiento sería muy paulino
(cf. Col 1:24), y parece ser continuación natural de la metáfora de cabeza y
cuerpo: así como el cuerpo humano es complemento de la cabeza, sin el cual
ésta no puede ejercer sus funciones, así la Iglesia es complemento de Cristo,
sin la cual éste, supuesta la voluntad divina de salvar a los hombres
asociados en un organismo del que Cristo es cabeza, no puede ejercer sus
funciones de Redentor y Santificador. A nadie, pues, debe extrañar que el
Apóstol diga que la Iglesia “completa” a Cristo, o que Este, para “estar
completo,” necesita de la Iglesia. Por otra parte, se lee a un gran número de
autores modernos que prefieren dar el sentido que es Cristo quien llena o
completa a la Iglesia, en la que, como en una fuente o receptáculo, vuelca
todo el torrente de sus gracias y fuerza santificadora. San Pablo llamaría “llenar”
de Cristo a la Iglesia, no porque la Iglesia “complete” a Cristo, sino porque
ésta “está llena” de Cristo, formando con El un solo ser, un solo organismo,
cuyo principio unificador y vivificante es Cristo-cabeza. Ni ello se opone a la idea, muy paulina,
de que la Iglesia es como una prolongación o complemento de Cristo, de la
cual necesita para llevar al mundo su acción salvadora; más este aspecto, que es un hecho, no lo
consideraría aquí San Pablo, atendiendo más bien a hacer resaltar la absoluta
supremacía de Cristo, cuyo influjo unificador y vivificador se extiende a
todo y a todos. 5.
EVANGELIO Jesús asciende al cielo, y nos constituye
en “testigos” de su resurrección y su mensaje. El anuncio del Evangelio no es
una mera predicación, sino, al mismo tiempo, la realización de unos signos
puestos al servicio del proceso de liberación integral de todo hombre y de
todos los hombres. Marcos quiere convencer a los destinatarios de su mensaje,
haciéndoles ver que los tiempos últimos han llegado efectivamente. La prueba
de ello es la acción misionera y su eficacia milagrosa. El Señor Jesús ha puesto
manos a la obra, con su presencia y asistencia a sus discípulos, confirmando
su predicación con los signos que los acompañaban. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos. Mc 16, 15-20 Jesús resucitado se apareció a los Once y
les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la
creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi
Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus
manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las
manos sobre los enfermos y los sanarán”. Después de decirles esto, el Señor
Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron
a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra
con los milagros que la acompañaban. Palabra del Señor. 5.1 VAYAN POR TODO EL MUNDO, ANUNCIEN EL EVANGELIO A TODA LA
CREACIÓN En aquel tiempo,
Jesús se apareció a los Once y les dijo: Vayan por todo el mundo, anuncien el
Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que no
crea se condenará. Resucitado Cristo, se apareció varias veces a los Once. Se
apareció a los once cuando estaban reunidos, para que todos fuesen testigos,
y refiriesen a todo el mundo lo que habían visto y oído. Al decir once, se
designa a todo el colegio apostólico antes de que Matías ocupase el lugar de
Judas. Y después de la ascensión ellos debían de predicar el Evangelio a
gentes que debían creer sin haber visto a Jesús. Luego se da la orden
de predicar el Evangelio a todas las gentes, junto con el bautismo. Se
observa ya el universalismo cristiano en acción entre los gentiles. Este es el gran
mandato, la gran misión de Jesús a la que todos debemos ser fiel, por
siempre, hasta el final de los tiempos y en todas las circunstancias. Esta
tarea, que es muy urgente ante los profundos cambios que se van realizando en
nuestra sociedad. Ciertamente, en la medida que a todos nos sea posible, con
los medios que dispongamos y en el ambiente el cual vivimos, estamos
invitados a evangelizar y a seguir con amor este mandato de “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena
Noticia a toda la creación” 5.2 EL SEÑOR NOS LLAMA A TODOS A QUE
DISPONGAMOS LO QUE ESTE EN NOSOTROS, PARA QUE MUCHOS CREAN Es así como Jesús,
envía a sus apóstoles, por todo el mundo, a predicar a todas las gentes de
todas las naciones, para que la predicación apostólica, que antes fue
rechazada por la soberbia de los judíos, venga en nuestro auxilio. Cuando
Jesús dice a toda la creación, está diciendo a los creyentes e incrédulos. El
que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará. Porque no
basta creer, porque el que cree y no está bautizado todavía, no ha alcanzado
aún la salvación, sino imperfectamente. La cifras, hablan por
sí sola, de 6.700 millones de habitantes que tiene nuestro planeta tierra, de
estos, 1.990 millones, es decir un 29%, se declaran cristianos, esto nos
revela que hay aproximadamente 4.700 millones de hombres a los cuales no les
han hablado de la buena noticia del Evangelio. Estas cifras, no pueden
dejarnos indiferentes, y tampoco podemos ser egoístas con ellas, es decir
cómodos y opinar, es lo que hay y punto, todo lo contrario, el Señor nos
llama a todos a que pongamos lo que este en nosotros, para que muchos crean,
se bauticen y encuentren la salvación. Por tanto, tenemos una responsabilidad
para que muchos conozcan a Cristo, se conviertan en cristianos y se
bauticen y si se hacen católicos, mucho mejor aún. 5.3 EL QUE NO CREA SE CONDENARÁ Antes de partir,
increpó también el Señor a sus discípulos cuando iba a dejarlos
corporalmente, para que sus palabras quedasen impresas más profundamente en
sus corazones. Jesús Reprueba la incredulidad, para que la reemplace la fe;
reprueba la dureza del corazón de piedra, para que le reemplace otro de carne
lleno de caridad. En un momento, a los
apóstoles no les fue fácil creer en la resurrección de Jesucristo, pero los
hechos les dieron mayor firmeza, al comprobar directamente la realidad de los
sucesos que estaban presenciando. Ellos convivieron directamente con el
Señor, así ellos constituidos en testigos, reciben el mensaje y el mandato
del Señor Resucitado para llevarlo a todo el mundo. Así se dirá tal vez
cada cual a sí mismo: Yo seré salvo porque he creído. Y así será en efecto,
si une las obras a la fe; porque la verdadera fe consiste en que no se
contradiga la obra con lo que dice la palabra. “El
que no crea se condenará” 5.4 Y ESTOS PRODIGIOS ACOMPAÑARÁN A LOS QUE
CREAN Nos dice Jesús; Y
estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán demonios en mi nombre
y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben
un veneno mortal no les hará ningún daño; Puede entenderse también de las
serpientes ordinarias, como la víbora que mordió a Pablo sin causarle daño.
Muchos hechos semejantes encontramos en las historias de hombres a quienes,
defendidos bajo el estandarte de Cristo, no ha podido causar daño el veneno
que habían bebido. También nos dice
Jesús; Impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán. Cuando los
sacerdotes imponen sus manos sobre los creyentes, ellos están impidiendo con
la gracia que se les ha dado de exorcizar, la permanencia del espíritu
maligno en el corazón de aquéllos, es decir, no hacen otra cosa que lanzar de
ellos a los demonios. De esta forma, liberado del mal, dominará la serpiente
que ha provocado la malicia de su corazón. Con esto, aunque beba el veneno de
la maldad no le hará daño, esto es si oye malos consejos no se dejara llevar
al mal. Así, nosotros también
debemos dar una mano al que esta vacilante en el camino del bien, para que
quede curado y para que se fortifique y pueda hacer con ánimo un camino de
buenas obras. 5.5 JESÚS FUE LLEVADO AL CIELO San Marco termina los
16 capítulos de su evangelio afirmando: “Después
de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo”, luego proclama la
gloria del Señor Jesús al decir que: “y
está sentado a la derecha de Dios.” El final del evangelio reconoce la obra misionera de
los apóstoles y la confirmación de ella que Cristo les hacía con milagros
diciendo: Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y
confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. Es ya la
predicación y extensión de la fe, vista desde la perspectiva histórica de la
Iglesia con unas decenas de años. Los Evangelistas
refieren el hecho con mucha sobriedad, y sin embargo su narración hace
resaltar el poder de Cristo y su gloria: “Me ha Sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra”, se lee en Mateo (28, 18); y Marcos añade: “El Señor
Jesús fue levantado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios” (16,
19). A su vez Lucas recuerda la última bendición de Cristo a los Apóstoles:
Mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo” (24, 51). También en los
últimos discursos de Jesús brilla su majestad divina. Habla como quien todo
lo puede y anuncia a sus discípulos que en su nombre: “arrojarán a los
demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las
serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún
daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán”. 5.6 LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR ES EL CORONAMIENTO
DE SU RESURRECCIÓN Es la entrada oficial
en la gloria que correspondía al Resucitado después de las humillaciones del
Calvario; es la vuelta al Padre anunciada por él en el día de Pascua: “Subo a
mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20, 17). Había
dicho a María Magdalena. Y a los discípulos de Emaús: No era preciso que el
Mesías padeciese esto y entrase en su gloria” (Lc 24, 26). Tal modo de
expresarse indica no sólo una vuelta y una gloria futuras, sino inmediatas y
ya presentes en cuanto estrechamente ligadas a la Resurrección. Sin embargo,
para confirmar a los discípulos en la fe, era necesario que esto sucediese de
manera visible, como se verificó cuarenta días después de la Pascua. Los que habían visto
morir al Señor en la cruz entre insultos y burlas, debían Ser los testigos de
su exaltación suprema a los cielos. (Comentario de Intimidad Divina, Padre
Gabriel de SMM ocd.) 5.7 ESPECTÁCULO MARAVILLOSO QUE DEJÓ A LOS
APÓSTOLES ATÓNITOS Los Hechos de los
Apóstoles atestiguan la verdad de todo esto. Y Lucas, tanto en la conclusión
de su Evangelio como en los Hechos, habla de la gran promesa del Espíritu
Santo que confirma a los Apóstoles en la misión y en los poderes recibidos de
Cristo: “Yo os envío lo que mi Padre os ha prometido” (Lc 24, 49);
“recibiréis el poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos.., hasta el extremo de la tierra.
Diciendo esto, fue arrebatado a Vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus
ojos” (He 1, 8-9). Espectáculo
maravilloso que dejó a los Apóstoles atónitos, afija la vista en él, hasta
que dos ángeles vinieron a sacarles de su asombro. (Comentario de
Intimidad Divina, Padre Gabriel de SMM ocd.) 5.8 LA ASCENSIÓN CONSTITUYE UN GRAN
ARGUMENTO DE ESPERANZA PARA EL HOMBRE El cristiano está
llamado a participar de todo el misterio de Cristo y por lo tanto también de
su glorificación. El mismo lo había dicho: “Voy a prepararos el lugar. Y
cuando yo me haya ido…., volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy
estéis también vosotros” (Jn 14, 2-3). Nuestro Señor
Jesucristo, “Resucitado” entra definitivamente en la gloria de Dios, fue
llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios y no deja de estar con
todos nosotros. Por tanto, la ascensión no habla de un final, sino al
contrario, nos muestra un nuevo inicio. Ciertamente, involucra una
separación, pero, a pesar de ella, provee una comunión más profunda con Él,
una manifestación de esperanza, una comunión que será plena al final de los
tiempos. La Ascensión constituye
por lo tanto un gran argumento de esperanza para el hombre que en su
peregrinación terrena se siente desterrado y sufre alejado de Dios. Es la
esperanza que San Pablo invocaba para los Efesios y quería que estuviera
siempre viva en sus corazones: “El Dios de nuestro Señor Jesucristo y Padre
de la gloria..., ilumine los ojos de vuestro corazón, para que entendáis cuál
es la esperanza a que os ha llamado” (Ef. 1, 17-18). Cristo Resucitado, viva en sus corazones Pedro Sergio Antonio Donoso Brant SEPTIMO
DOMINGO DE PASCUA CICLO B (ASENSION DEL SEÑOR) Publicado
en este link: PALABRA DE DIOS Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar
Colunga y Biblia de Jerusalén Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica:
Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol. |
…..
………