Reflexión desde las Lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo C Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
EL CONSUELO
ETERNO Y LA FELIZ ESPERANZA El texto evangélico de hoy quiere
recordarnos algo tan central en nuestra fe como es la resurrección de los
muertos. Se trata de algo tan fundamental, de una realidad tan conectada al
misterio de Cristo, que san Pablo puede afirmar: “Si los muertos no
resucitan, tampoco Cristo ha resucitado” (1 Cor 15, 13.16). Y es que Dios es
un Dios de vivos, el Dios vivo y fuente de vida. El que realmente está unido
a él no permanece en la muerte, ni en la muerte del pecado ni en la muerte
corporal. Esta esperanza en la resurrección nos
libra del miedo a la muerte. Cristo ha venido a “liberar a los que por miedo
a la muerte pasaban la vida como esclavos” (Hb 2,15). La muerte es como un
paño oscuro que cubre la humanidad cerrando todo horizonte (Is 25,7). Pero
Cristo ha descorrido ese paño y ha abierto la puerta de la luz y la
esperanza, de manera que la muerte ya no es un final. La primera lectura nos
muestra cómo el que cree en la resurrección no teme la muerte; al contrario,
la encara con valentía y la desafía con firmeza triunfal. “¿Dónde está,
muerta, tu victoria?” (1 Cor 15,55). Esta certeza de la resurrección es el “consuelo
eterno” y la “feliz esperanza” que Dios ha
regalado precisamente porque nos ha amado tanto (segunda lectura). Frente a
la pena y aflicción en que viven los que no tienen esperanza (1 Tes 4,13), el
verdadero creyente vive en el gozo de la esperanza (Rom 12,12). A la luz de
esto hemos de preguntarnos: ¿Cómo es mi esperanza en la resurrección? ¿Qué
grado de convicción y certeza tiene? ¿En qué medida ilumina y sostiene toda
mi vida? 2.
PRIMERA LECTUR A
2Mac 6, 1; 7, 1-2. 9-14 En el siglo II a.C. los judíos vivían bajo
el dominio griego. El gobernador griego que se oponía a ellos decretó la pena
de muerte para todos aquellos que no renegaran de su fe. El texto nos
recuerda la valentía de esta familia que prefirió el martirio antes que
renunciar a su fe en Dios. ¿Qué los sostenía en ese momento de prueba? La
esperanza en la resurrección por la cual confiaban en vivir la vida que viene
de Dios. Lectura del segundo libro de los
Macabeos. El
rey Antíoco envió a un consejero ateniense para que obligara a los judíos a
abandonar las costumbres de sus padres y a no vivir conforme a las leyes de
Dios. Fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey,
flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer
carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero uno de ellos, hablando en nombre
de todos, le dijo: « ¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos
dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres». Una vez
que el primero murió, llevaron al suplicio al segundo. Y cuando estaba por
dar su último suspiro, dijo: «Tú, malvado, nos privas de la vida presente,
pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros
morimos por sus leyes». Después de éste, fue castigado el tercero. Apenas se
lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos y dijo con
valentía: «Yo he recibido estos miembros como un don del Cielo, pero ahora
los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de Él». El
rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no
hacía ningún caso de sus sufrimientos. Una
vez que murió éste, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos
suplicios. Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: «Es preferible
morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser
resucitados por Él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida». Palabra
de Dios 2.1 SANTOS MÁRTIRES, POR SU FE Y POR SU
CONSTANCIA. El Rey Antíoco había emanado un decreto (1
Mac 4:43-64) obligando a todos a regirse por las leyes y cultura griegas.
Para que la orden se cumpliera, puso en ciudades estratégicas observadores
encargados de denunciar a los obstinados. En nuestro texto de hoy se dice que
el rey “envió a un consejero ateniense para que obligara a los judíos a
abandonar las costumbres de sus padres y a no vivir conforme a las leyes de
Dios”. Quiso Antíoco que fuera un ateniense el que infundiera a los
jerosolimitanos el helenismo más puro. El Dios de los judíos debía ceder su
puesto a Júpiter, bajo el doble título de Olimpo y Hospitalario. En adelante,
en Jerusalén, el antiguo nombre del Señor será suplantado por el de Zeus
Olímpico. El “consejero ateniense” cumplió su
misión a las mil maravillas. “Fueron detenidos siete hermanos, junto
con su madre”. Para rebajar la moral de los jóvenes y quebrantar su
entereza se les “flageló con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer
carne de cerdo, prohibida por la Ley”. Se le somete al tormento utilizado entre los
que se utilizaban en ese tiempo era arrancar el cuero cabelludo a los
condenados a muerte. (2Mac 7,4). Y así, sabiendo del peligro “uno
de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: « ¿Qué quieres preguntar y
saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de
nuestros padres”. Y así, sin declinar matan al primero y “Llevaron
al suplicio al segundo”, haciéndole espantosos tormentos para
obligarle a traicionar su Dios, negándose a aceptar tal infamia. Como el
primero, el segundo de los hermanos habla antes de exhalar su espíritu y
manifiesta su fe de que Dios resucitará para la vida eterna a los que mueren
por El. “Y cuando estaba por dar su último suspiro, dijo: Tú, malvado, nos
privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una
vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes”. Este sentimiento
de la resurrección, comenta San Agustín, aparece tan diáfano en la respuesta
de estos santos mártires, que puede decirse que eran cristianos por su fe y
por su constancia. El tercero maravilló a todos por su intrepidez. “Después
de éste, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua,
extendió decididamente sus manos y dijo con valentía: «Yo he recibido estos
miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes
y espero recibirlos nuevamente de Él”. El cuarto hermano manifiesta su fe en la
resurrección “a una vida eterna,” favor que no se concederá al rey. “Es
preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de
ser resucitados por Él”. Más explícito se luego al predecir que el
Dios de los judíos atormentará a Antíoco y a su descendencia. “Tú,
en cambio, no resucitarás para la vida”. Este relato constituirá muy pronto un
modelo para las posteriores actas de mártires y hará surgir entre la
población un vivo sentido de resistencia frente a la persecución religiosa
que tiene lugar. Esta lectura, se detiene en las
confesiones del segundo, del tercero y del cuarto de los siete hermanos, que
afirman la fe en la resurrección de los cuerpos y por eso no temen ver desgarrados
sus miembros en la espantosa tortura. El número siete indica que el fragmento
considera una familia completa, totalmente aniquilada, que ya no tiene
posibilidad de permanecer en vida en la tierra. La figura de la madre, que
asiste a la muerte de sus hijos, remite a la nueva vida que éstos esperan del
Creador. 3.
SALMO Este salmo declara que la máxima felicidad
consiste en vivir en comunidad espiritual con Dios. Sin embargo, encontramos nerviosismo
y ansiedad ante la inminencia de peligro. Es la plegaria confiada de un justo
que no tiene conciencia de haber ofendido a su Dios, y que, sin embargo, es
acosado por la calumnia u hostilidad de gentes impías. Consciente de su
inocencia, pide protección a Dios para que le libre de sus injustos
agresores. Confiado en la justicia divina, espera y pide el castigo para sus
enemigos, mientras que él espera contemplar la faz de Dios, saciándose con
los placeres íntimos espirituales que se derivan de su amistad bienhechora. Sal 16, 1. 5-6. 8. 15 R.
¡Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia! Escucha,
Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria,
porque en mis labios no hay falsedad. R. Mis
pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se
apartaron de tus huellas! Yo te invoco, Dios mío, porque Tú me respondes:
inclina tú oído hacia mí y escucha mis palabras. R. Escóndeme
a la sombra de tus alas. Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y
al despertar, me saciaré de tu presencia. R. 3.1 CONFIANZA DEL JUSTO EN EL JUICIO DE DIOS. El calificativo de plegaria es reservado
en el Salterio a este salmo. En realidad, la mayor parte de las composiciones
salmódicas tienen el aire de oración, pero en éstas resalta particularmente
su carácter suplicante. “Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende
a mi clamor; presta oído a mi plegaria”. El Señor es ante todo un
Dios de justicia, que da a cada uno lo que es suyo, y por ello tiene que
estar siempre atento al clamor de las almas justas, que en El tienen su único
defensor. El salmista, antes de exponer sus
ansiedades, declara que rechaza toda hipocresía en su conducta. “porque
en mis labios no hay falsedad”, no son dolosos, y, por tanto, las
palabras que va a pronunciar son sinceras. Viviendo en un ambiente de
falsedad y de calumnia, quiere que su causa judicial resplandezca ante los
demás, y para ello pide, suplicante, que su juicio o sentencia favorable
provenga del mismo Dios, de forma que su rectitud de vida quede públicamente
vindicada, como corresponde al proceder del Señor, cuyos ojos ven siempre lo
recto. Consecuente con su aprobación de lo que es recto, debe desplegar su
poder para que la causa justa del salmista triunfe ante la estimación de los
que le injurian y persiguen. La protección divina será la mejor prenda y
confirmación de la conducta del salmista. Aunque no tiene conciencia de haber
pecado, pide a su Dios que le confirme en el buen camino para que no titubeen
sus pies. “Mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos
nunca se apartaron de tus huellas!” Las incitaciones al mal son
muchas, y el salmista necesita del auxilio divino para mantenerse incólume en
medio de tanta corrupción y hostilidad. Lejos de dejarse llevar de la
presunción por haber triunfado hasta ahora, siente la necesidad de la respuesta
divina. “Yo te invoco, Dios mío, porque Tú me respondes” Consciente de la omnipotencia divina, el
salmista pide manifieste su piedad salvadora para con él, ya que siempre es
el protector de los que a Él se acogen contra las incursiones de los
adversarios. El justo debe ser preservado como una avecilla tierna y tímida,
bajo la sombra de las alas protectoras del Señor; “Escóndeme a la sombra de tus
ala” Termina el fragmento de este salmo, declarando
que el salmista prefiere los bienes espirituales y la vida íntima con Dios.
Lo que le interesa es contemplar la cara del Señor, saciándose, al despertar,
con su imagen o compañía; “Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu
rostro, y al despertar, me saciaré de tu presencia”, es decir, el salmista quiere gozar de la
amistad divina y participar de todas las bendiciones que de ella se derivan.
Ver la faz de Dios y saciarse con su imagen o presencia equivale a “aparecer
delante de El en el santuario.” 4.
SEGUNDA LECTUR A
2Tes 2, 16-3, 5 El autor de la carta a los tesalonicenses
ruega a Dios, y a su vez motiva a la comunidad, a que eleve sus propias
súplicas, para que Jesucristo reconforte nuestro corazón que sufre ante la
perversidad y la malicia, y lo fortalezca frente a los engaños del maligno. Lectura de la segunda carta del
Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica. Hermanos:
Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio
gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y
fortalezca en toda obra y en toda palabra buena. Finalmente, hermanos,
rueguen por nosotros, para que la Palabra del Señor se propague rápidamente y
sea glorificada como lo es entre ustedes. Rueguen
también para que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya
que no todos tienen fe. Pero el Señor es fiel: Él los fortalecerá y los
preservará del Maligno. Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que
ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones. Que el Señor
los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo. Palabra
de Dios 4.1 RUEGUEN TAMBIÉN PARA QUE NOS VEAMOS LIBRES
DE LOS HOMBRES MALVADOS San Pablo expresa lleno de luz, como dando
a entender a los tesalonicenses que todo aquello no debe preocuparlos, pues a
ellos los ha elegido Dios para la gloria, la cual ciertamente conseguirán si
permanecen firmes en la fe recibida. Y como la perseverancia, al igual que la
vocación a la fe, es gracia de Dios, ya que “nuestro Señor Jesucristo y
Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y
una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda
palabra buena” La oración a Jesucristo y al Padre,
pidiendo firmeza en la fe para los tesalonicenses; “hermanos, rueguen por
nosotros, para que la Palabra del Señor se propague rápidamente y sea
glorificada como lo es entre ustedes” contiene dos ideas
fundamentales. Primeramente, la de que rueguen por él para que tenga éxito su
predicación en Corinto, como lo tuvo en Tesalónica, “Rueguen también para que nos
veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos tienen fe”.
La expresión “ya que no todos tienen fe”, en este caso más que apuntar a la
afirmación de que la fe es un don de Dios, parece claro que apunta al hecho
concreto de que hay muchos que se niegan a recibirla. No hay duda de que, en
la mente de Pablo, esta oposición a la fe es una oposición culpable. La segunda idea es la de confianza en los
tesalonicenses de que seguirán cumpliendo las enseñanzas que les ha dado, sin
intimidarse por las dificultades; “Pero el Señor es fiel: Él los fortalecerá
y los preservará del Maligno”. Es así, como les dice que no deben
temer al “maligno” pues el Señor está con ellos, y guiará sus corazones: “hacia
el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo. Es posible que
el término “maligno,” con referencia al demonio (cf. Ef 6, 16), sea recuerdo
de la oración del Padre nuestro, enseñada por Jesucristo. En la expresión de San
Pablo “hacia el amor de Dios”, podemos suponer que Pablo habla del amor
de Dios a nosotros, en cuanto a vivir atentos al amor que Dios nos tiene y no
hacer nada opuesto a ese amor. Por lo que toca a “perseverancia de Cristo”, me
parece que quiere es decir que es la paciencia que mostró en sus sufrimientos
y que deben imitar los tesalonicenses y por otra parte en consonancia con
todo el contexto de la carta, que ha de referirse a la paciente espera de la
parusía o venida de Cristo, sin dejarse influenciar rápidamente. 5.
EVANGELIO Lc 20,
27-38 No todas las corrientes religiosas judías
del tiempo de Jesús creían en la resurrección. Los saduceos –simpatizantes de
la elite sacerdotal – no creían en la resurrección y por tanto desafían a
Jesús preguntándole sobre el tema. Jesús afirma con toda claridad que Dios
nos quiere para la vida, y ésta será una vida nueva donde se realizará
plenamente nuestra condición de hijos e hijas de Dios. Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Se
acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron:
«Maestro, Moisés nos ha ordenado: "Si alguien está casado y muere sin
tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la
viuda". Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin
tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así
murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la
mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete
la tuvieron por mujer?» Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las
mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo
futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son
semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la
resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender
en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor "el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Porque Él no es un Dios de muertos,
sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él». Palabra
del Señor. 5.1 LA HEREJÍA DE LOS SADUCEOS Habiéndose retirado los enviados de los
fariseos, que intentaron tenderle una trampa a Jesús, se acercan ahora los
saduceos. Había dos clases de herejías entre los judíos: la de los fariseos,
que preferían la rectitud de las tradiciones -y por esto el pueblo los
llamaba divididos-; y la otra de los saduceos, que quiere decir justos,
atribuyéndose lo que no eran. Los saduceos eran ciertas personas, que
pertenecían a la aristocracia sacerdotal judía que negaban la inmortalidad
del alma. La herejía de los saduceos no sólo niega la resurrección de los
muertos, sino que además dice que el alma muere con el cuerpo. Estos,
poniendo asechanzas a Jesús, le propusieron esta cuestión precisamente en el
tiempo en que le oyeron hablar a sus discípulos acerca de la resurrección. La verdad es que los saduceos, inventaron
esta historia que se narra en el Evangelio, con el propósito de poner en ridículo
a los que dicen que es verdad la resurrección de los muertos. Oponen, por
tanto, la torpe invención de esta fábula para negar la verdad de la
resurrección. En efecto, a ellos no les interesa
mayormente el problema de la resurrección, que para ello está resuelto
negativamente, solo pretenden desprestigiar a Jesús ante el pueblo, es decir
la gente sencilla. 5.2 DIOS, ES DIOS DE LOS VIVOS, NO DE LOS
MUERTOS. Jesús les responde confirmado la fe en la
resurrección, y les hace ver que Dios, es Dios de los vivos, no de los
muertos y les dice: “Él no es un Dios de muertos, sino de
vivientes; todos, en efecto, viven para Él” Jesús les manifiesta que después de la
resurrección no habrá vida material, destruyendo así sus doctrinas y sus
frágiles fundamentos. Lo cual no debe entenderse de tal modo que
creamos que únicamente resucitarán los que sean dignos o los que no se casen,
sino que también resucitarán todos los pecadores, y no se casarán en la otra
vida. Lo que no entienden los saduceos, y se los
aclara bien el Señor, es que no habiendo muerte, no tiene razón de ser el
matrimonio. 5.3 SERÁN IGUALES A LOS ÁNGELES Y A LOS HIJOS DE
DIOS Dice Jesús a los saduceos: “En
este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados
dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya
no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al
ser hijos de la resurrección. Serán “semejantes a los ángeles” y a los
hijos de Dios, porque renovados por la gloria de la resurrección, sin miedo
alguno a la muerte, sin mancha de corrupción y sin ninguna circunstancia de
la vida material, gozarán de la presencia constante de Dios. Los que estén con Jesús en una muerte
semejante a la suya, es decir, dispuestos a perder la vida por amor, serán, “semejantes
a los ángeles”, llamados a la gloria de los que viven en Dios.
Gozarán de la condición de hijos en el esplendor del Reino. Como los ángeles,
vivirán para Dios, para su gloria, eternamente. 5.4 LA MUERTE NO ALCANZA A DIOS, NI A LOS HIJOS
DE DIOS. También Jesús añadió a la razón ya dicha,
el testimonio de la Escritura, diciendo: “Que los muertos van a resucitar, Moisés
lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor «el
Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Porque Él no es un
Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”. Por
tanto, aunque hayan muerto, viven en El con la esperanza de resucitar. La
afirmación que hace Jesús, “no es un Dios de muertos, sino de
vivientes”, nos debe alegrar mucho, nos debe llenar de gozo nuestro
corazón, porque nos ratifica que para Dios, todos vivimos. La muerte no alcanza a Dios, ni a los
hijos de Dios. Los que están muertos, lo están para el mundo. Para Dios no
existe la muerte ni los muertos. El que está muerto para Dios, es aquel que
no acepta abrirse a la Vida de la gracia que nos trae el Señor Jesús, Vida
que nos asegura la gloria. Vida que vence a la muerte en la esperanza de la
resurrección. 5.5 NUESTRA FE, SABE QUE EXISTE LA RESURRECCIÓN
DE ENTRE LOS MUERTOS. Así es como Jesús resucitó de entre los
muertos. Así los muertos resucitaran también, pero con una forma de vida
completa y definitiva. Así, el cristiano sabe que la muerte no
solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la
verdadera vida, la vida eterna. En cierta manera, desde que por los
Sacramentos gozamos de la Vida Divina en esta tierra, estamos viviendo ya la
vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre tierra,
de la cual salimos, por causa del pecado, pero la Vida Divina de la que ya
gozamos, es por definición eterna como eterno es Dios. Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de
muerte debida al pecado, pero nuestra alma ya está en la eternidad y al
final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo
(Rom.8:11) lo expresa magníficamente: “Mas ustedes no son de la carne, sino
del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tuviera
el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo. En cambio, si Cristo está en
ustedes, aunque el cuerpo vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el
espíritu vive por estar en Gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que
resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el que resucitó a
Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales; lo hará
por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes". 5.6 EL CRISTIANO ILUMINADO POR LA FE, VE PUES LA
MUERTE CON OJOS MUY DISTINTOS Jesús se propone a sí mismo como verdadera
imagen del Hijo que ha recibido la vida del Padre, que entrega la vida al
Padre en su muerte y que será llamado por el Padre a la vida- en la
resurrección. Su muerte es un acto de amor y obediencia, pues realiza el
proyecto divino de redención de la esclavitud de la muerte. La cruz es el
lecho en el que el Esposo ha dado la vida por la esposa. De la muerte nace la
vida. Es así como el cristiano iluminado por la
fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo
que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar
a hacerse deseable. El mismo San Pablo, enamorado del Señor,
se queja "del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él.
"Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Flp.1:21)
"Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también
estarán en gloria y vendrán a la luz con El" (Col.3, 4). El
Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Publicado en este link: PALABRA DE DIOS XXXII
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén Julio Alonso Ampuero, Meditaciones
Bíblicas sobre el Año Litúrgico |
…..
………