Reflexión desde las Lecturas del XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo C Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO Jesús
es proclamado Rey ante la cruz. ¡Qué paradoja! Cristo agonizante
manifiesta su realeza sobre la muerte y el pecado. A un hombre agonizante
como él, a un hombre que es un hombre agonizante como él, aun hombre que es
un gran malhechor –recibe en el suplicio el pago justo por lo que ha hecho –,
le dice con aplomo: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en
el paraíso”. Así es como reina Cristo. Ejerce su soberanía salvando.
Basta una súplica humilde y confiada para que desencadene todo su poder
salvador. Por
la sangre de Cristo hemos sido redimidos. La segunda lectura comenta este hecho. Dios Padre nos ha introducido en el
reino de su Hijo gracias a que por la sangre de Cristo hemos sido redimidos,
hemos quedado libres de nuestros pecados. Esta sangre que fluye del costado de
Cristo inunda todo, lo purifica, lo regenera, lo fecunda, extiende por todas
partes su eficacia salvífica. El dominio de Cristo sobre nosotros es para
ejercer su influjo vivificador. Como cabeza que es, toda la vida de cada uno
de los miembros del Cuerpo depende de que acoja el señorío de Cristo en sí
mismo. Más aún, el universo entero sólo alcanzará su plenitud cuando el
reinado de Cristo sea total y perfecto y Dios sea todo en todos. Nunca
hemos de olvidar que nuestro Rey es un rey crucificado. . En vez de
salvarse a sí mismo del suplicio, como le pide la gente, prefiere aceptarlo
para salvar multitudes para toda la eternidad. Mirando a este Rey crucificado
entendemos que también nuestra muerte es vida y nuestra humillación victoria.
Entendemos que el sufrimiento por amor es fecundo, es fuente de una vida que
brota para la vida eterna. Mirando a este Rey crucificado se trastocan todos
nuestros criterios de eficacia, de deseo de influir, de dominio. 2.
PRIMERA LECTURA 2 Sam 5, 1-3 David fue elegido por Dios para reinar sobre su
pueblo. Sin embargo el mismo pueblo tuvo que aceptarlo y reconocerlo como
tal, pues para Israel la misión del rey era muy distinta a la de los reyes de
los otros pueblos. El rey de Israel debía cuidar al pueblo como un pastor,
atendiendo en forma preferencial a las ovejas más débiles y necesitadas. Lectura del segundo libro de
Samuel. Todas las tribus de Israel se
presentaron a David en Hebrón y le dijeron: « ¡Nosotros somos de tu misma
sangre! Hace ya mucho tiempo cuando aún teníamos como rey a Saúl, eras tú el
que conducía a Israel. Y el Señor te ha dicho: ‘Tú apacentarás a mi pueblo
Israel y tú serás el jefe de Israel’». Todos los ancianos de Israel se
presentaron ante el rey en Hebrón. El rey estableció con ellos un pacto en
Hebrón delante del Señor y ellos ungieron a David como rey de Israel. Palabra de Dios. 2.1 David, Rey de Juda y de Israel Todos los acontecimientos históricos convergían a allanar los
caminos de acceso de David al trono de Israel. Abner, hijo de Ner, primo de
Saúl y capitán de su ejército, luego de la muerte de Saúl, dirige a las
tribus norteñas proclamando rey a Isbaal, hijo de Saúl, en contra de David. Al
casarse con Abner con la que había sido concubina de Saúl, Isbaal le retira
su confianza y entonces él pone las tribus norteñas a disposición de David;
pero, terminadas las negociaciones es asesinado por Joab, general de David.
Es así como se había creado una atmósfera favorable, cuya labor facilitó la
escasa personalidad de Isbaal. Desaparecido éste, nadie soñó en entronizar al
hijo de Jonatán, inválido a consecuencia de una caída (4:4), ni existía un
jefe capaz de reunir a todo Israel bajo su mando. Por lo mismo, una
delegación, formada por elementos de todas las tribus de Israel (1 Crón
12:24-40), fue enviada a David para concertar con él un pacto, cuyo éxito fue
sellado con el trascendental acto de ungir a David por rey sobre todo Israel.
“Todas
las tribus de Israel se presentaron a David en Hebrón” Dos unciones habían precedido: una oficial, religiosa, efectuada por
Samuel obedeciendo a una orden de Dios (1 Sam 16:13); otra popular, por parte
de los hombres de Judá (2:4). Los embajadores de Israel entran en tratos con
David, diciéndole que no es un extraño, “¡Nosotros somos de tu misma sangre!”, sino
un israelita como ellos: “Hueso tuyo y carne tuya somos” (Gen 2:23; 29:14),
unidos a él por vínculos de consanguinidad nacional o de raza y por el afecto
que le profesan. No les es extraña su personalidad, que conocen desde hace
mucho tiempo: “ayer como antes de ayer” (3:17; 1 Sam 10:11; 14:21, etc.),
desde los días de Saúl, en que él prácticamente llevaba los asuntos del reino
y, sobre todo, los negocios relacionados con las armas. Los comisionados le
eligen. Por rey, por ser esta la voluntad de Dios, ya que él le ha dicho; “Tú
apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”. Aquella
unción íntima, un secreto, en casa de Isaí (1 Sam 16:13) se conoció poco a
poco en Israel. Saúl tenía noticia de ella (1 Sam 24:21); Abigaíl no duda el
hecho (1 Sam 25:30), como tampoco Abner (3:9) “El rey estableció con ellos un pacto en Hebrón delante del Señor y
ellos ungieron a David como rey de Israel”. Por el pacto convinieron en que Israel reconocería
a David por rey, como lo habían hecho antes los de Judá, convirtiéndose, por
lo mismo, en rey de Israel y de Judá. Entonces se creó una monarquía
dualista, un reino unido, con sus inevitables dimes y diretes, hasta que vino
la escisión definitiva después de la muerte de Salomón (1 Re c.12). Por
anticipación afirma el texto que el reinado de David, en números redondos,
fue de siete años en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén (1 Re 2:11). Hacia
el año mil antes de Cristo, dos coronas ceñían la cabeza de David: la de Judá
y la de Israel. 3.
SALMO El salmista entona, en nombre de los peregrinos, un himno de
alabanza a la ciudad santa, adonde convergen todas las tribus de Israel. Es
la ciudad de la paz y del juicio equitativo, porque es la sede de David. En
ella reina la tranquilidad y la seguridad; pero su mayor timbre de gloria es
la presencia de la casa del Señor. El autor parece ser un forastero que pisa
por primera vez el sagrado suelo de Sión, y por eso su alma se esponja y exclama
en lirismos religiosos, idealizando la capital de la teocracia. Se siente
dichoso por haber aceptado el participar en la caravana de los peregrinos
hacia la ciudad del Señor. La vista de la capital del pueblo elegido le
impresiona poderosamente, y así pondera la excelente construcción de la
ciudad, sus muros y sus puertas. “El salmo puede entenderse mejor como si
fuera una meditación de un peregrino que, después de volver a su hogar,
repasa sus dichosas memorias de la peregrinación.” Sal 121, 1-2. 4-5 R. ¡Vamos con alegría a la
casa del Señor! ¡Qué alegría cuando me
dijeron: «Vamos a la casa del Señor!». Nuestros pies ya están pisando tus
umbrales, Jerusalén. R. Allí suben las tribus, las
tribus del Señor, según es norma en Israel, para celebrar el nombre del
Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de
David. R. 3.1 paz para la capital de la teocracia, donde
está la casa del Señor. El salmista peregrino, vuelto a su hogar, recapacita sobre su visita
a la ciudad santa, y siente una profunda alegría por haber visitado la casa
del Señor, el templo de Jerusalén, la capital de la teocracia, símbolo de las
promesas de Dios a su pueblo. El momento de poner los pies en las puertas de
la ciudad, santificada con la presencia del Señor y llena de recuerdos del
gran rey David, fue de particular emoción para su sensibilidad religiosa. Al
entrar en la ciudad, el salmista se extasió ante la magnificencia de
Jerusalén, perfectamente edificada y grandiosa con sus monumentos; los muros,
los palacios, los torreones y el templo impresionaban particularmente a las
gentes sencillas provincianas que por primera vez entraban en la ciudad de
David. Era el punto de convergencia de todas las tribus, donde Israel como
colectividad siente su conciencia de pertenencia al Señor, que los ha elegido
como “heredad” particular entre todos los pueblos. El poeta idealiza la
situación y pasa por alto la división del reino de David, para considerar
sólo la capital de la teocracia hebrea. Existía una ley normativa que pedía
que todos los componentes del pueblo elegido se reunieran periódicamente en
el lugar donde el Señor estableciera su morada. El poeta recuerda este
mandato y se siente gozoso al ver a los representantes de todas las tribus
tomando parte en el culto del santuario nacional. Pero, además, en Jerusalén está el tribunal de justicia y el
gobierno de la nación según la antigua tradición de la gloriosa monarquía
davídica. Justamente, el fruto de una administración equitativa de la vida
pública trae la paz entre los ciudadanos; y el salmista pide para la ciudad
santa una tranquilidad y seguridad permanente dentro de los muros de la
ciudad santa. La prosperidad de la ciudad de David será el símbolo de la
prosperidad de toda la nación; por eso, los israelitas deben desear la paz
para la capital de la teocracia, donde está la casa del Señor. 4.
SEGUNDA LECTURA Col 1, 12-20 Este canto de exaltación a Cristo confirma varios
conceptos de la enseñanza del primer siglo. Entre otros, se destaca el
reconocimiento de que gracias al misterio pascual, hemos ingresado al Reino
de Cristo, que es de reconciliación y perdón. Es, por tanto, el Reino de Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas. Hermanos: Demos gracias al
Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la herencia luminosa de los
santos. Porque él nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en
el reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de
los pecados. Él es Palabra de Dios 4.1 Cristo está por encima de toda la creación, Quizás podamos ya entrever aquí los serios temores del Apóstol ante
el peligro de una desviación doctrinal en los colosenses. Ardientemente pide
a Dios que les dé un conocimiento profundo, que se traduzca en obras, de la “voluntad
de Dios” sobre ellos, dando continuamente gracias a Dios Padre por haberles “hecho
dignos de participar de la herencia luminosa de los santos”. El
término “santos” era corriente para designar a los cristianos (cf. Hechos 9:13),
y probablemente ése es también ahora su sentido. Pablo, al llegar aquí, cambia
el pronombre de segunda persona en el de primera, colocándose también él: “él
nos libró del poder de las tinieblas” entre aquellos a quienes Dios
ha sacado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de la luz, que es
el reino del “Hijo de su amor”, que nos ha redimido de nuestra condición de
esclavos: “en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados”. San Pablo, a vista del peligro en la fe que amenazaba a los
colosenses, de que le informó Epafras, trata de instruirles al respecto. Y
primeramente, en la presente narración, les habla de la persona misma de
Cristo. Es uno de los pasajes cristológicos más completos de todo el
epistolario paulino, síntesis admirable de las prerrogativas de Cristo: en
relación a Dios, a la creación, a la Iglesia. Es de notar la claridad con que
aparece en este pasaje la unidad de persona en Cristo, al que San Pablo
atribuye actividad trascendente en la creación y manifestaciones históricas
en la redención. Ese ser concreto, que aparece como sujeto gramaticalmente de
todo el pasaje, es la persona única del Hijo de Dios, hecho hombre. Por lo que respecta a la relación hacia Dios, San Pablo designa a
Cristo como la imagen de Dios invisible: “El es Por lo que respecta a la relación de Cristo con el mundo creado, San
Pablo hace varias afirmaciones fundamentales: “el Primogénito de toda la
creación” en El fueron creadas todas las cosas; “tanto en el cielo como en la
tierra, los seres visibles y los invisibles”, todo creado por El y para El es antes que
todo y todo subsiste en El. Aunque no todas las expresiones del Apóstol son
fáciles de interpretar, y del significado concreto de algunas
no cabe discusión, aquí la idea general es clara: Cristo está por encima de toda la creación, en cuyo origen ha
influido y a la que sigue dando consistencia. 4.2 Él es también A continuación el apóstol hace una descripción de la persona de
Cristo en su condición de Redentor. Ambas ideas, creación y redención, están
íntimamente ligadas para San Pablo. “El es también Razón última de esta preeminencia de Cristo ha sido la voluntad del
Padre: “porque Dios quiso que en él residiera toda la plenitud” y
por El reconciliar todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo: “Por
él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo,
restableciendo la paz por la sangre de su cruz. Dicha “pacificación”
no discute la salud individual de todos, sino la salud colectiva del mundo,
con su retorno al orden y a la paz, y sólo será perfecta al fin de los
tiempos, cuando, vencidos todos los enemigos, el Hijo entregue el reino a
Dios Padre para que “sea Dios todo en todas las cosas” San Pablo tiene
interés en hacer resaltar que nada en el cosmos queda excluido de ese influjo
pacificador de Cristo, es así como el especifica: “todo lo que existe en la
tierra y en el cielo” 5.
EVANGELIO Lc 23, 35-43 Muchos judíos esperaban que el Reino de Dios se
presentara desde el poder humano. Otros esperaban que irrumpiera
violentamente sobre la historia humana imponiéndose frente al mal y la
justicia. El Reino de Dios era, sin dudas, el triunfo definitivo de Dios
sobre el mal. Sin embargo, hoy contemplamos el verdadero camino del Reino de
Dios: la cruz. Es desde esa cruz que triunfa el amor por encima del odio y el
perdón por encima del pecado. Cristo Rey triunfa desde la cruz como el máximo
gesto de amor por la humanidad. Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Lucas. Después que Jesús fue
crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes burlándose decían:
«Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el
Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para
ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti
mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los
judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: « ¿No
eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo
increpaba, diciéndole: « ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma
pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas,
pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo
en el paraíso». 5.1 LA MISERICORDIA DE CRISTO VOLCÁNDOSE POR LOS
SERES HUMANOS En versículo anterior, (v.34), Lucas
recoge la primera palabra de Cristo en la cruz: “Padre, perdónales, porque no
saben qué hacen”. Que impresionante la conducta de Cristo. Esta palabra debió
de ser pronunciada por Cristo en diversos momentos de su crucifixión e
incluso ya crucificado. El perdón que Cristo pide a su “Padre” — la mejor
invocación que podía hacer, ya que estaba siendo crucificado por haber
revelado que era su “Hijo” — se refiere probablemente a los cabecillas de
Israel, los verdaderos culpables de su muerte. Los soldados romanos no sabían
quién era Cristo; se limitaban a cumplir una ordenanza. Pero, si los
cabecillas sabían quién era Cristo, ¿cómo dice que “no saben qué hacen”?
Cristo sólo presenta al Padre un hecho: el hecho actual pasional de su
ceguera. No alude a su acto voluntario “en causa.” San Pablo dirá que, si lo
hubiesen conocido como tal, nunca le hubiesen crucificado (1 Cor 2:8). Pero
no lo conocieron culpablemente. Y Cristo sólo presenta esta ceguera pasional
como hecho actual. Es la misericordia de Cristo volcándose por los seres
humanos (Hech 3:17; 13:27). 5.2
HA SALVADO A
OTROS: ¡QUE SE SALVE A SÍ MISMO, SI ES EL MESÍAS DE DIOS, EL ELEGIDO!. Sin embargo, parece que esta palabra tiene
en el intento de Cristo un mayor alcance. Pide perdón por todos los hombres,
ya que el pecado de todos es la causa real de su crucifixión. Pues en todas
las palabras de Cristo en la cruz, excepto en la segunda, al buen ladrón, que
tiene un carácter más personal, todas las demás tienen, directa o
indirectamente, un sentido universal por todos los hombres. En el “sentido
pleno” de ella, probablemente, tiene este sentido universal. Lucas pone todavía ante el cuadro de los
que escarnecen a Cristo a los “soldados” de la custodia, que repetían lo que
oían a los príncipes de los sacerdotes: que, si era el Mesías, bajase de la
cruz. Era el odio del soldado — romano o samaritano — al judío. En boca de los príncipes de los sacerdotes
pone, como sinónimo del Mesías, el “Elegido”. En cambio, deja para lo último, para darle
un desarrollo especial, la escena de los dos ladrones crucificados con El;
los otros dos Evangelios sinópticos sólo aluden a que estos “bandidos” le
ultrajaban. En efecto, los que van a ser crucificados con Cristo eran
“malhechores” y “salteadores,” bandidos que asaltan a mano armada. 5.3
¿NO ERES TÚ EL
MESÍAS? SÁLVATE A TI MISMO Y A NOSOTROS. Cuando Cristo estaba en la cruz, el mal
ladrón le injuriaba y le insultaba con las palabras que oye a los asistentes. La injuria era que, si era el Mesías, que
había de estar dotado de poderes prodigiosos, que bajase de la cruz y que los
bajase con El. Así sería más espectacular su triunfo. Era iniquidad. Pero
probablemente también servilismo, a ver si lograba una conmiseración en los
presentes, y que, excepcionalmente, un movimiento de masas le perdonase la
vida (Hech 7:56-58; Lc 4:28-30). Pero el buen ladrón le reprende, y,
reconociendo la justicia de la pena a sus culpas, proclama la inocencia de
Cristo, al tiempo que, por los insultos que el otro dirige a un inocente,
demuestra no temer a Dios, que le aguarda ya en su tribunal. Seguramente el
buen ladrón había oído hablar de Cristo: de su vida de portentos y de su
mesianismo. Y ahora, ante su majestad y conducta en la cruz, se confirmaba en
ello. Aquella conducta era sobrehumana. 5.4
JESÚS, ACUÉRDATE
DE MÍ CUANDO LLEGUES A TU REINO. Y, volviéndose a Cristo, le pidió que se “acordase
de él,” La respuesta de Cristo es prometerle, con gran solemnidad, “Yo
te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Este disponer por
parte de Cristo de la suerte eterna de los seres humanos le presenta dotado
de poderes divinos. No es un profeta que anuncia una
revelación tenida; es Cristo que aparece disponiendo él mismo de la suerte eterna
de un hombre. Y esto es poder de Dios. El “paraíso,” palabra persa, significa
jardín. Los judíos conocían éste como lugar de las almas justas bajo el
nombre de “Gran Edén,” “Jardín del Edén.” Es así como la escena culmina en la
inauguración solemne del Reino en el hoy: el “buen ladrón” —como le llamamos
tradicionalmente roba el paraíso en el último instante de su vida,
confiándose a Jesús, del mismo modo que éste se entregará confiadamente en
los brazos del Padre. 5.5
CRISTO ES UN REY
CRUCIFICADO Estamos invitados a vigorizar en nosotros
el deseo de que Cristo reine verdaderamente en nuestra vida. Para que esto
ocurra, es necesario revivir siempre en nosotros una adhesión plena a él, que
nos amó primero y libró por nosotros la gran batalla hasta dejarse herir de
muerte para destruir en su cuerpo clavado en la cruz nuestro pecado. Cristo
venció así. Su triunfo es el triunfo del amor sobre el odio, sobre el mal,
sobre la ingratitud. Su victoria es, en apariencia, una derrota: el modo de
vencer del amor es, en efecto, dejarse vencer. Cristo es un rey crucificado; sin embargo,
su poder está precisamente en la entrega de sí mismo hasta el extremo: es un
rey coronado de espinas, colgado en la cruz, y sigue como tal para siempre,
incluso ahora que está en la presencia del Padre, a donde ha vuelto después
de la resurrección. Se trata de una realeza difícil de comprender desde el
punto de vista humano, a no ser que emprendamos el camino del amor humilde,
de la vida que se hace servicio y entrega. Si emprendemos ese camino, el
mismo Espíritu nos hará capaces de configurarnos con el humilde rey de la
gloria, de quien todo cristiano está llamado a ser discípulo enamorado. 5.6 LA DULZURA DE ESTE REINO DE LUZ INFINITA Esto traerá consigo, necesariamente, una
sombra de muerte, de muerte a todo un mundo de egoísmos, de pasiones, de
vanos deseos y de arrogancias indebidas: una muerte que, sin embargo, se
traduce en libertad para nosotros mismos y en crecimiento para los otros, en
vida verdadera y en plenitud de alegría. Nuestro camino en la historia prosigue con
sus cansancios, pero nuestro corazón puede saborear de manera anticipada la
dulzura de este Reino de luz infinita en el que sólo se entra por la puerta
estrecha de la cruz. ¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los
reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene
fin!........ ¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la
majestad que tenéis!. (Santa Teresa de Jesús, Vida, capitulo 6) El Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant XXXIV Semana del Tiempo Ordinario Ciclo C NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén Julio Alonso Ampuero, Meditaciones
Bíblicas sobre el Año Litúrgico |
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