DOMINGO DE RAMOS Lo recibieron con
cantico gozosos: "Hosanna", y luego, en el momento de la pasión, gritaron:
"¡Crucifícalo!". ¿Y nosotros en que pie estamos? Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds El Domingo de Ramos, es uno de los grandes
domingos de nuestra fe, muchos hermanos para los que nos es muy habitual
asistir a misa, eligen este día para recibir con sus ramos al Señor, entonces
se convierte esta celebración en una renovación de nuestros propósito de
seguir a Jesús con una fe pura y sencilla. Al igual que en Jerusalén, donde la
multitud que recibe a Jesús con entusiasmo, todos levantamos los ramos con
entusiasmo, no obstante aquellos que recibieron a Jesús con olivos, poco
después, junto a los mismos que le siguieron, cayeron en la desilusión y se
mostraron indiferentes y/o temerosos al cambiar la situación. ¿Y nosotros en
que pie estamos? En el recibimiento recibieron con cantico gozosos:
"Hosanna", y luego, en el momento de la pasión, miraron desde la
distancia, algunos se quedaron mudos, otros sentían la impotencia, pero otros
tantos gritaron: "¡Crucifícalo!". Pues bien, si por nuestra debilidad, en
tantos momentos de nuestra existencia nos hemos quedado también nosotros
mirando al Señor de lejos, en vez de seguirle animosamente por el camino de
la cruz, por lo menos ahora deseemos renovarnos interiormente, pidiendo
participar intensamente en su pasión. Y si no se nos ha concedido llevar en
el cuerpo los signos de esta comunión, que podamos al menos aceptar en
silencio, por su amor, cualquier humillación y aceptar con mansedumbre todas
las pruebas de la vida Y el Domingo de Ramos, nos encamina a
nuestra semana más fuerte en la fe, “Semana Santa”, nos lleva a vivir
nuestros días más importantes del año litúrgico, y con gran gozo interior nos
preparamos para celebrar el misterio Pascual. La aceptación del sufrimiento y
la fe en Dios nos ayudan a prepararnos al gran Triduo pascual. En la
primera Lectura de Profeta Isaías (Isaías 50, 4-7). Esta nos habla del siervo que se entrega
al servicio de todos nosotros. Jesucristo es el siervo fiel que sufrió para
salvarnos. Este “Siervo sufriente”, es aquel que escuchó la Palabra de Dios
y, a pesar de ser justo, acepta el sufrimiento como el plan de Dios para él.
A éste Siervos, la fe que viene de Dios, será su gran ayuda en el momento de
la prueba. Leemos en la lectura: “El Señor me ha abierto el oído”. Que el
Señor nos abra el corazón para recibir el mensaje que él nos quiere revelar a
través de su profeta. En efecto, desde siempre, la Iglesia ve en esta imagen una
anticipación profética de los acontecimientos de Jesús, el siervo del Padre
que cumple lleno de amor y sirviendo en el sufrimiento, su misión que nos redime y cumple el plan del Padre. Por
tanto es Jesús quien a través de la palabra se dirige a nosotros, y a este mundo suspicaz y
en extremo receloso, palabras de esperanza y consuelo. En un caminar lleno de dolor, Jesús sufre con
fortaleza y no se desespera, Jesús sobrelleva un gran dolor, sin embargo el no
evade el sufrimiento, Jesús no se detiene, continúa por amor a todos los
hombres recorriendo la vía dolorosa. Ahí, en estos hechos que contemplaremos esta
semana, Jesús nos enseñará a no disminuirnos
ante las pruebas y horas adversas de las que siempre estaremos expuesto,
porque en muchas ocasiones no nos van a tratar mejor que al Señor. Por eso, ser discípulos significa escuchar
la palabra de salvación que nos ha traído el Señor, pero esta tarea de discípulos,
demanda exponerse. Entonces ser discípulos significa estar disponibles a la
palabra, pero no solo para recibirla, sino que además para saber llevarla, y
por tanto para estar dispuestos a vivir
por ella y a sufrir el rechazo que ella expone, aún, en nuestros hermanos más
cercanos. El Salmo
del justo doliente y perseguido (Sal 21). Esta bellísima oración, nos invita
a reflexionar sobre su contenido filosófico, la lamentación de un justo que
se siente abandonado de su Dios y se queja de su abandono, que considera
inmerecido. Rodeado de enemigos, está a punto de morir; por ello implora
auxilio a su Dios, que parece ha ocultado su rostro a sus sufrimientos Himno
eucarístico: lograda la liberación del peligro en que se hallaba, el salmista
da gracias a Dios y promete proclamar su salvación solemnemente en la
asamblea del pueblo. En este salmo, se destacan los dolores
morales y espirituales del alma, que se siente abandonada de Dios y se alude,
sobre todo, a los dolores físicos y a los tormentos corporales. Las
expresiones de dolor son gráficas y muy radicales. Y finalmente el salmo reza una acción de
gracias y alabanza y glorificación del Señor: “Alábenlo, los que temen al
Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob” En la
segunda lectura (Filipense 2, 6-11) contemplamos a Jesús, quien ha “tomando
la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombre”. El Verbo se hace carne, se rebaja, se
anonadó, asume nuestra naturaleza humana,
es en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Es Jesús, quien viene a anunciarnos
que el Reino está en medio de nosotros. San Pablo, en efecto, trata de
presentar a Cristo como ejemplo perfecto de humildad y abnegación, “no
consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente” y
no parece ser ocasión de hacer resaltar sus reivindicaciones, sino sus
renuncias a lo que tenía derecho. Jesús hace de los pobres y de los pecadores
el centro de su anuncio y de su vida. Jesús cumple amorosamente al Padre y acata
su voluntad. A ese estado de anonadamiento “Dios lo exaltó”. Cristo recibe del Padre, como premio de su
humillación, la gloria a que tenía derecho y a la que había renunciado en la
encarnación que le da un nombre que está sobre todo nombre. Todas esas
potestades que hasta ahora esclavizaban a la humanidad, deben doblar la
rodilla; “al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra
y en los abismos”, es decir, ante la
persona de Jesús, cuyo “señorío” universal y divino ha sido proclamado por el
padre. Y la
tercera Palabra de hoy, nos viene según el Evangelio de San Lucas (22,
7.14—23,56).
Con la novedad del Evangelio, nos preparamos a revivir los acontecimientos de
nuestra salvación. Escucharemos, contemplaremos la pasión con la que Jesús
redime al mundo. Podremos detenernos a reflexionar acerca del término
“pasión”, pero no tan solo como sufrimiento, sino que además como entusiasmo en
impulso a seguir el camino que nos mostró el Señor para que todos seamos
salvados. Por tanto, esta pasión, que por una parte nos recuerda el
sufrimiento que padeció Jesús, no sea solo un recuerdo como un sufrimiento
sin sentido absurdo como muchas veces ese mirado por fuera de la fe, al
contrario, contemplemos nosotros como
lo que fue, es decir, vivido con “pasión” por nosotros, por amor al Padre,
por amor nuestro Jesús vive la “pasión”. Nos encontramos ante el trono de Jesús, que
es la Cruz. Desde su trono el rey proclama su juicio, el perdón, y entra en
su Reino con un pecador. La realeza de Cristo consiste en revelar el
verdadero rostro del Padre, en proclamar la misericordia de Dios, en el
actuar benévolo con los pecadores. Todo está pronto para el espectáculo, el
cortejo que está bajo la cruz comienza a gritar “¡sálvate a ti mismo!”. Es la
lógica del mundo, de nuestra sociedad; salvarse a sí mismos. Jesús no evita
la muerte y no nos evitará a nosotros la muerte: Jesús nos quita el miedo a
morir, nos salva de la muerte eterna dándonos la vida. La muerte es donde
todos temblamos y tenemos frío, donde todos nos sentimos solos, donde todos
sentimos la tentación del olvido; allí Dios nos ofrece su amistad, la
comunión y la vida eterna. En nuestra reflexión podremos detenernos en
las últimas palabras de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Todos esperaban
escuchar cómo su fuerza de ánimo era derrotada por las heridas. Se quedarán
desilusionados: no se oyó ningún grito, ninguna blasfemia, ninguna maldición,
sino una oración amorosa y suave, palabras de perdón. ¿Por quién intercede Jesus? Por todos: por
los soldados que lo abofetearon; por Pilatos, que lo vendió por diplomacia;
por Herodes, que se burló de él; por todos, absolutamente por todos y de todos
los tiempos. Jesús borra el pecado, intercede para que un pecado imperdonable
–condenar y matar al Verbo hecho carne- se perdone a causa de la ignorancia.
Cristo agonizante es todavía el buen pastor que trata de salvar a sus ovejas:
“no saben lo que hacen”. ¿Sabemos nosotros? ¿Sabemos qué terrible es
el pecado? ¿Sabemos cuánto amor hay en nuestra vida? ¿Sabemos cuántas gracias
nos ha concedido el Señor? ¿Sabemos que fuimos rescatados a gran precio?
¿Sabemos lo valiosos que somos delante de Dios? Si lo supiéramos y
continuáramos lejos de Cristo y de la Iglesia estaríamos perdidos. Pero en
Cristo tenemos al sumo y eterno sacerdote que, de una vez por todas, se
sacrificó por nosotros y continúa intercediendo por nosotros. El
Señor les Bendiga Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant ocds Con aporte de
Sugerencia para la homilía de hoy, www.clerus.org Publicado en mi
página WEB www.caminando.con-jesus.org
en esta sección: REFLEXIONES
INTIMAS EN AMISTAD CON DIOS |
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