Ser obedientes a los mandamientos del Señor o hacer la vista gorda

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


El Señor no pone de camino entre Jerusalén y  Jericó, todo ellos para relatarnos sobre la actitud de vida con los demás del buen samaritano, quien nos da un gran ejemplo de lo que es ser hombre compasivo, solidario, y que por sobre todo, cumple algo muy importante, ayudar al que lo necesita y no hace la “vista gorda”. Al meditar el sentido de este camino al cual estamos invitados a recorrer con la Liturgia de la Palabra de este Domingo XV del Tiempo Ordinario,  nos ayuda a edificarnos, es decir a educar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra alma sobre cómo debemos amar y ayudar a nuestro prójimo, entregando mucho de nosotros.

Pero para estar dispuestos a ser como el buen samaritano, debemos estar orientados a una vida cristiana, esto es a una vida de amor por Dios y en ese amor a nuestro prójimo, y para que esto así sea, y así nos invita la Primera Lectura, tenemos que cambiar nuestra forma de pensar, es decir procurar un cambio de mentalidad, y hacerlo de verdad y de todo corazón con toda el alma, y si no es así, nos será difícil poder comprender y observar los preceptos divinos, por mucho que lo estemos predicando.

Es muy difícil ser obediente con lo que nos pide el Señor? La Primera Lectura nos responde a esta pregunta, porque dice que el Señor no nos va a pedir algo que este superior a nuestra fuerzas y todo lo que nos pida no está fuera de nuestro alcance, por tanto no hay que hacer esfuerzos extraordinarios, además contamos con la ayuda del Señor, que también, -como lo dice la misma lectura- se complacerá de que nos vaya bien y que todo esto nos sucederá porque habremos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, y observado sus mandamientos y sus leyes, después de habernos convertido al Señor, con todo el corazón y con toda el alma. Las leyes divinas, fueron hechas intrínsecamente porque son necesarias al hombre para su bien.  Por lo demás, algo que sabemos en nuestras fe, que los mandamientos son invariablemente para nosotros, y para nuestra salvación. Con todo, seamos conscientes que las obras y el corazón no pueden separarse, y que el Señor mira al corazón (1 Sam 16, 7) y ninguno será aceptado si se justifica ante Dios, como lo hace el fariseo en el templo (Lc 18, 11-12).

En la segunda lectura, San Pablo aclara algunas concepciones a los colosenses y les presenta a estas comunidades un nuevo himno que tiene como centro la persona de Cristo, e indica quién es verdaderamente Cristo, que es imagen del Dios invisible,  e igual en su naturaleza divina al Padre y al Espíritu Santo. Él es también el inicio de la creación porque es su autor. Pertenece a la Divinidad, aunque siendo verdaderamente hombre. Él es el primogénito de toda criatura, el origen de todo el universo creado y posee, en consecuencia, el primado. Todo ha sido creado por Él y en vista de Él. Así, es también Cabeza de la Iglesia, es decir, de la parte de la humanidad que ya ha sido alcanzada por la redención.

Si la gloria de Dios es el hombre vivo, entonces el hombre no puede subsistir si no es con Cristo, por Cristo y en Cristo. Un aspecto que no podemos dejar de lado, es comprender que el hombre fue creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, con obediencia, sumisión, y así alcanzar la salvación. Como también no olvidemos que el Señor nos ha pedido servir a los demás, dando el mimo el ejemplo. Ciertamente, hay muchas otras realidades de este mundo, pero son creadas para el hombre y para ayudarlo a alcanzar el fin para el que fue creado. De aquí se sigue que el hombre debe servirse de ellas siempre y cuando lo ayuden para su fin, pero debe alejarse de ellas si estas se transforman en un obstáculo.

La tercera lectura que no invita a reflexionar la Liturgia de la Palabra de hoy, es el evangelio de nuestro Señor Jesucristo,  y este nos estimula a deliberar seriamente el verdadero sentido cristiano de amor al prójimo, y si somos capaces de entregarlo con el misma disposición como nos la ha pedio Jesús, de amarnos como él nos ama, pero aparte de saberlo, creer que por este conocimiento podemos poner a prueba al Señor, como pretende hacer el doctor de la ley del relato, que conocía perfectamente la respuesta a la pregunta que le hace Jesús: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?.

El hombre tiende muchas veces hacer preguntas ingeniosas y fingidas al Señor, como lo hace el doctor  de la ley del relato “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”, pero si ya se nos han enseñado y conocemos de sobra lo que debemos cumplir, no tratemos de poner al Señor en un dilema, porque podemos al final de cuentas ser nosotros los sorprendidos por El, en el sentido que el Señor nos va a mostrar cómo hacemos la vista gorda a los que sufren y cómo fabricamos justificaciones propias para no practicar la caridad en forma adecuada.

En aquel tiempo a cual pertenece el relato, los doctores de la ley habían diluido el precepto del amor al prójimo en una sofisticada red de distinciones: por nacionalidad, por práctica de la ley, por condición social, edad, sexo... Pero Jesús recuerda que la caridad tiene un solo objeto: el hombre. Junto con esto, nuestra Iglesia nos recuerda, en este sentido, que “la caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, condición social o religión; no espera lucro o agradecimiento alguno. Porque así como Dios nos amó con amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre mismo, amándole con el mismo pensamiento con que Dios lo buscó.

El ideal de Dios para con los hombres, es que todos seamos personas de bien, y sepamos ser obedientes a sus preceptos, algo que nada cuesta, y que no está más allá de nuestras fuerzas.  Pero debemos ser persona dedicadas hacer el bien, así, como Cristo que recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y enfermedades como prueba de la llegada  del reino de Dios.

Del mismo modo, tal cual como así lo está manifestando el Papa Francisco, la Iglesia  debe unirse por medio de sus hijos a todos los hombres de cualquier condición, pero especialmente con los pobres y los afligidos, y a ellos se consagrase de forma gozosa.

Y para que en el mundo haya muchos buenos samaritanos, personas solidarias y practicantes de la caridad con el prójimo,  como amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón, con el alma, con todas las fuerzas y con todo el nuestro espíritu, y a al prójimo como a nosotros mismos, comencemos a dedicarnos en esta tarea educando a los pequeños y los jóvenes, que los hemos dejado de lado de la formación cristiana, preparándolos a ser considerados con todo tipo de persona, en especial con los más necesitados, y para que no crezcan insensibles e irreverente con su propio pueblo, y trabajen para crear condiciones de vida más favorables para muchos, se reduzca la delincuencia, y no se conviertan a la maldad tan habitual en nuestras calles, donde hay hombres que caen en manos de unos ladrones, que lo despojan de todo, lo hirieren y se escapan, dejándolo medio muerto.

Hagamos pues, de estas lecturas, el compromiso, de no ser como sacerdote del relato que vio a hombre necesitado de ayuda y siguió de largo, ni como el levita que lo vio y siguió su camino, pero si como el, buen samaritano, como buenos cristianos, obedientes a nuestra fe y a los mandamientos del Señor, a no hacer la vista gorda, ayudar a los que sufren en el camino, batallando contra el hambre, la ignorancia y las enfermedades, la falta de empleo, los trabajos indignos y esforzarnos por conseguir mejores condiciones de vida y hacer que nuestro mundo viva en paz.

Que la paz de Cristo reine en sus corazones. Cristo es "nuestra paz" (Ef 2, 14)

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

Fuentes:

Dt 30,10-14:                           

Col 1,15-20:                           

Lc 10,25-37:                          

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Publicado en este enlace de mi WEB: REFLEXIONES INTIMAS EN AMISTAD CON DIOS

 

 

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