“Vivamos Pentecostés perseverando en la oración con María, la Madre de Jesús”

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


En los Hechos de los Apóstoles, Lucas señala a la Virgen María, como una mujer de gran importancia en la vida de la Iglesia naciente: "Todos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hech 1,14), es decir, ella es protagonista en los comienzos de la vida de la Iglesia, como del mismo modo en los inicios de la vida terrena de Jesús, con la misma fe que dijo sí cuando acepto llevar el Hijo en su seno. María, está junto a los mejores amigos de su Hijo Jesús, presente en medio de la comunidad orante de la Iglesia naciente, sobre la que desciende el Espíritu Santo prometido por Jesús. Y es así, como los discípulos viven con María la gran experiencia del Espíritu Santo, experiencia que María ya había gozado desde la Anunciación. La Virgen María, es también icono del Espíritu Santo, halló gracia delante de Dios y El Espíritu Santo vino sobre ella.

Ahora María, testigo directo y presencial del nacimiento de su Hijo Jesús, como también lo fue de su muerte, resurrección y finalmente la ascensión al cielo, está reunida en oración como madre de los discípulos, (Cf Jn 19, 27) los íntimos amigos de Jesús, siendo testigo orante en el corazón de la Iglesia naciente. María, a lo largo de toda su vida, ha estado siempre bajo la acción del mismo Espíritu, que la cubrió con su sombra en la Anunciación, para que naciera el que es Santo y llamado Hijo de Dios (Cf Lc 1,35). María, como madre de Jesús, tuvo una fuerte relación con Jesús,  donde en su instante, no comprendió de que forma sería esto (Cf Lc 1,34), pero ella como ejemplo de una fe firme, desde que recibe la luz del Espíritu, lleva con ella durante la integridad de la existencia de su Hijo, la luz del Espíritu, todo esto guardado como un tesoro en su corazón, de donde brota su oración que comparte y vive en unidad con los apóstoles.

El que esté María, allí en el Cenáculo, unida en oración junto con los discípulos, nos reafirma que ella entendió muy bien y que acogió de corazón la misión que su Hijo la encargara desde la cruz dónde Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre:  “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”, (Jn 19, 26-27), por lo que su corazón se ensanchó para acoger ahora a la comunidad de su Hijo, con quienes se une en oración, a la espera del Espíritu en Pentecostés.

A continuación de Pentecostés, y tal como fue desde que Jesús estuvo en su seno, con la afectiva y exclusiva relación de Madre e Hijo, ella atiende a sus hijos redimidos por Cristo, Mesías, Redentor de todos los hombres. Y es así, como su amor de madre a Jesús, se agranda hasta abrazar a todos los discípulos a quien Jesús amaba intensamente. María, con su amor maternal a Jesús, asume a aquellos entre los cuales Cristo “fue hecho  el primogénito, el Altísimo entre los reyes de la tierra”, (Cf Salmo 89,28), el primogénito entre muchos hermanos.

María, como Madre de Jesús asume ahora como Madre de los creyentes. Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo. La intervención del Espíritu Santo, es una acción que consagró e hizo fecunda la virginidad de María y la transformó en Templo o Tabernáculo del Señor, cantado bellamente por el poeta Aurelius Prudentius Clemens (348 d. C. - c. 410), “La Virgen núbil se desposa con el Espíritu y la llamaron Sagrario del Espíritu Santo, expresión que subraya el carácter sagrado de la Virgen, convertida en mansión estable del Espíritu de Dios...”, dónde brotó, como de un manantial, la plenitud de la gracia y la abundancia de dones que la adornaban.

A igual que los apóstoles, junto a la presencia de la Madre de Jesús en el cenáculo donde el Espíritu Santo descendió sobre la naciente Iglesia, unamos nuestros corazones en oración,  recurriendo a la intercesión de la Virgen María, para obtener del Espíritu la capacidad de reproducir a Cristo en nuestros corazones, gozando la alegría de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, todos juntos perseverando en la oración, con un mismo espíritu en compañía de María, la madre de Jesús, y de todos nuestros hermanos.

El Señor les Bendiga

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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