|
EL
SACRAMENTO DEL MATRIMONIO Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
ARTÍCULO 7 1601 "La alianza matrimonial, por la que el varón y la
mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su
misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de
la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento
entre bautizados" (CIC, can. 1055,1) I El matrimonio en el
plan de Dios 1602 El
matrimonio en el orden de la creación 1603 "La íntima comunidad de vida y amor conyugal,
fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la
alianza del matrimonio... un vínculo sagrado... no depende del arbitrio
humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio" (GS 48,1). La vocación
al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer,
según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución
puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a
lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y
actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanente. A pesar de que la
dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad
(cf GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza
de la unión matrimonial. "La salvación de la persona y de la sociedad
humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad
conyugal y familiar" (GS 47,1). 1604 Dios que ha creado al hombre por
amor lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser
humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2),
que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor
mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con
que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador
(cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a
realizarse en la obra común del cuidado de la creación. "Y los bendijo
Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y
sometedla'" (Gn 1,28). 1605 El
matrimonio bajo la esclavitud del pecado 1606 Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio
corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también
en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del
hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la
infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la
ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y
puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los
individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal. 1607 Según la fe, este desorden que
constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y
de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado.
El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la
ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones
quedan distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3,12); su atractivo
mutuo, don propio del creador (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de
dominio y de concupiscencia (cf Gn 3,16b); la hermosa vocación del hombre y
de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn
1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan
(cf Gn 3,16-19). 1608 Sin embargo, el orden de El
matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley 1609 En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador.
Las penas que son consecuencia del pecado, "los dolores del parto"
(Gn 3,16), el trabajo "con el sudor de tu frente" (Gn 3,19),
constituyen también remedios que limitan los daños del pecado. Tras la caída,
el matrimonio ayuda a vencer el repliegue sobre s í mismo, el egoísmo, la
búsqueda del propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de
sí. 1610 La conciencia moral relativa a la
unidad e indisolubilidad del matrimonio se desarrolló bajo la pedagogía de 1611 Contemplando El
matrimonio en el Señor 1612 La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había
preparado la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios,
encarnándose y dando su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad
salvada por él (cf. GS 22), preparando así "las bodas del cordero"
(Ap 19,7.9). 1613 En el umbral de su vida pública,
Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre- con ocasión de un
banquete de boda (cf Jn 2,1-11). 1614 En su predicación, Jesús enseñó
sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal
como el Creador la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de
repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón (cf Mt 19,8);
la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la
estableció: "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre" (Mt
19,6). 1615 Esta insistencia, inequívoca, en
la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer
como una exigencia irrealizable (cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso a
los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada (cf Mt
11,29-30), más pesada que 1616 Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo:
"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a 1617 Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal
de Cristo y de La
virginidad por el Reino de Dios 1618 Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo
con El ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o
sociales (cf Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde los comienzos de Hay
eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los
hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los
Cielos. Quien pueda entender, que entienda (Mt 19,12). 1619 La virginidad por el Reino de los
Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la
preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un
signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta
el carácter pasajero de este mundo (cf 1 Co 7,31; Mc 12,25). 1620 Estas dos realidades, el
sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del
Señor mismo. Es él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable
para vivirlos conforme a su voluntad (cf Mt 19,3-12). La estima de la
virginidad por el Reino (cf LG 42; PC 12; OT 10) y el sentido cristiano del
Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente: Denigrar
el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es
realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad... (S. Juan
Crisóstomo, virg. 10,1; cf FC, 16). II La celebración del Matrimonio 1621 En el rito latino, la celebración
del matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente dentro
de 1622 "En cuanto gesto sacramental
de santificación, la celebración del matrimonio...debe ser por sí misma
válida, digna y fructuosa" (FC 67). Por tanto, conviene que los futuros
esposos se dispongan a la celebración de su matrimonio recibiendo el
sacramento de la penitencia. 1623 Según la tradición latina, los
esposos, como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su
consentimiento ante 1624 Las diversas liturgias son ricas
en oraciones de bendición y de epíclesis pidiendo a
Dios su gracia y la bendición sobre la nueva pareja, especialmente sobre la
esposa. En la epíclesis de este sacramento los
esposos reciben el Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de III El consentimiento matrimonial 1625 Los protagonistas de la alianza
matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer el
matrimonio y que expresan libremente su consentimiento. "Ser libre"
quiere decir: — no
obrar por coacción; 1626 1627 El consentimiento consiste en
"un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben
mutuamente" (GS 48,1; cf CIC, can. 1057,2): "Yo te recibo como
esposa" - "Yo te recibo como esposo" (OcM
45). Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su
plenitud en el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne"
(cf Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31). 1628 El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada
uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo (cf CIC,
can. 1103). Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento (CIC,
can. 1057, 1). Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido. 1629 Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e
inválido el matrimonio; cf. CIC, can. 1095-1107), 1630 El sacerdote (
o el diácono) que asiste a la celebraci ón del matrimonio, recibe el consentimiento de los
esposos en nombre de 1631 Por esta razón, — El matrimonio
sacramental es un acto litúrgico. Por tanto, es conveniente que sea
celebrado en la liturgia pública de 1632 Para que el "Sí" de los
esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza matrimonial
tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y estables, la preparación
para el matrimonio es de primera importancia: El
ejemplo y la enseñanza dados por los padres y por las familias son el camino
privilegiado de esta preparación. El
papel de los pastores y de la comunidad cristiana como "familia de
Dios" es indispensable para la transmisión de los valores humanos y
cristianos del matrimonio y de la familia (cf. CIC, can. 1063), y esto con
mayor razón en nuestra época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia
de hogares rotos que ya no aseguran suficientemente esta iniciación: Los
jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la dignidad, dignidad , tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre
todo en el seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de la
castidad, puedan pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo vivido
al matrimonio (GS 49,3). Matrimonios
mixtos y disparidad de culto 1633 En numerosos países, la situación del matrimonio mixto
(entre católico y bautizado no católico) se presenta con bastante frecuencia.
Exige una atención particular de los cónyuges y de los pastores. El caso de
matrimonios con disparidad de culto (entre católico y no bautizado)
exige una aún mayor atención. 1634 La diferencia de confesión entre
los cónyuges no constituye un obstáculo insuperable para el matrimonio,
cuando llegan a poner en común lo que cada uno de ellos ha recibido en su
comunidad, y a aprender el uno del otro el modo como cada uno vive su
fidelidad a Cristo. Pero las dificultades de los matrimonios mixtos no deben
tampoco ser subestimadas. Se deben al hecho de que la separación de los
cristianos no se ha superado todavía. Los esposos corren el peligro de vivir
en el seno de su hogar el drama de la desunión de los cristianos. La
disparidad de culto puede agravar aún más estas dificultades. Divergencias en
la fe, en la concepción misma del matrimonio, pero también mentalidades
religiosas distintas pueden constituir una fuente de tensiones en el
matrimonio, principalmente a propósito de la educación de los hijos. Una
tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia religiosa. 1635 Según el derecho vigente en 1636 En muchas regiones, gracias al
diálogo ecuménico, las comunidades cristianas interesadas han podido llevar a
cabo una pastoral común para los matrimonios mixtos. Su objetivo es
ayudar a estas parejas a vivir su situación particular a la luz de la fe.
Debe también ayudarles a superar las tensiones entre las obligaciones de los
cónyuges, el uno con el otro, y con sus comunidades eclesiales. Debe alentar
el desarrollo de lo que les es común en la fe, y el respeto de lo que los
separa. 1637 En los matrimonios con disparidad
de culto, el esposo católico tiene una tarea particular: "Pues el marido
no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda
santificada por el marido creyente" ( 1 Co
7,14). Es un gran gozo para el cónyuge cristiano y para IV Los efectos del
sacramento del Matrimonio 1638 "Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges
un vínculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el
matrimonio cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados
por un sacramento peculiar para los deberes y la dignidad de su
estado" (CIC, can. 1134). El
vínculo matrimonial 1639 El consentimiento por el que los
esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios (cf Mc
10,9). De su alianza "nace una institución estable por ordenación
divina, también ante la sociedad" (GS 48,1). La alianza de los esposos
está integrada en la alianza de Dios con los hombres: "el auténtico amor
conyugal es asumido en el amor divino" (GS 48,2). 1640 Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido
por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre
bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto
humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una
realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la
fidelidad de Dios. La
gracia del sacramento del matrimonio 1641 "En su modo y estado de
vida, (los cónyuges cristianos) tienen su carisma propio en el Pueblo de
Dios" (LG 11). Esta gracia propia del sacramento del matrimonio está
destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad
indisoluble. Por medio de esta gracia "se ayudan mutuamente a
santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y educación de
los hijos" (LG 11; cf LG 41). 1642 Cristo es la fuente de esta
gracia. "Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al
encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador
de los hombres y Esposo de ¿De
dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha
del matrimonio que celebra V Los bienes y las
exigencias del amor conyugal 1643 "El amor conyugal comporta una totalidad en la que
entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto,
fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la
voluntad-; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión
en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la
indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre
a fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo
amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica
y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de
valores propiamente cristianos" (FC 13). Unidad e indisolubilidad del
matrimonio 1644 El amor de los esposos exige, por
su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de
personas que abarca la vida entera de los esposos: "De manera que ya no
son dos sino una sola carne" (Mt 19,6; cf Gn 2,24). "Están llamados
a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la
promesa matrimonial de la recíproca donación total" (FC 19). Esta
comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en
Jesucristo dada mediante el sacramento del matrimonio. Se profundiza por la
vida de la fe común y por 1645 "La unidad del matrimonio
aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay que
reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor" (GS 49,2). La
poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y al amor
conyugal que es único y exclusivo. La
fidelidad del amor conyugal 1646 El amor conyugal exige de los esposos, por su misma
naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí
mismos que se hacen mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí
mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero. "Esta íntima unión, en
cuanto donación mutua de dos personas, como el bien de los hijos exigen la
fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad" (GS 48,1). 1647 Su motivo más profundo consiste
en la fidelidad de Dios a su alianza, de Cristo a su Iglesia. Por el
sacramento del matrimonio los esposos son capacitados para representar y
testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la indisolubilidad del
matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo. 1648 Puede parecer difícil, incluso imposible,
atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante
anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e
irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y
mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel
de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con
frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la
comunidad eclesial (cf FC 20). 1649 Existen, sin embargo, situaciones
en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones
muy diversas. En tales casos, 1650 Hoy son numerosos en muchos países los católicos que
recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también
civilmente una nueva unión. 1651 Respecto a los cristianos que viven en esta situación y
que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus
hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta
solicitud, a fin de aquellos no se consideren como separados de Se
les exhorte a escuchar La apertura
a la fecundidad 1652 "Por su naturaleza misma, la
institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la
procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su
culminación" (GS 48,1): Los
hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de
sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno que el hombre
esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón y
mujer" (Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en
su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced
y multiplicaos" (Gn 1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor
conyugal y todo el sistema de vida familiar que de él procede, sin dejar
posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que los esposos estén
dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el amor del Creador y
Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada
día más (GS 50,1). 1653 La fecundidad del amor conyugal
se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los
padres transmiten a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los
principales y primeros educadores de sus hijos (cf. GE 3). En este sentido,
la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de
la vida (cf FC 28). 1654 Sin embargo, los esposos a los
que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de
sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio puede irradiar una fecundidad
de caridad, de acogida y de sacrificio. 1655 Cristo quiso nacer y crecer en el
seno de 1656 En nuestros días, en un mundo
frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes
tienen una importancia primordial en cuanto faros de
una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la
familia, con una antigua expresión, "Ecclesia
domestica" (LG 11; cf. FC 21). En el seno de la familia, "los
padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su
palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno
y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (LG 11). 1657 Aquí es donde se ejercita de
manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de
la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, "en la
recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el
testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en
obras" (LG 10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y
"escuela del más rico humanismo" (GS 52,1). Aquí se aprende la
paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso,
incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la
ofrenda de su vida. 1658 Es preciso recordar asimismo a un
gran número de personas que permanecen solteras a causa de las
concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas
mismas. Estas personas se encuentran particularmente cercanas al corazón de
Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes de Resumen 1659 S. Pablo dice: "Maridos,
amad a vuestras mujeres como Cristo amó a 1660 La alianza matrimonial, por la
que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor,
fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza
está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de
los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a
la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1). 1661 El sacramento del matrimonio
significa la unión de Cristo con 1662 El matrimonio se funda en el
consentimiento de los contrayentes, es decir, en la voluntad de darse mutua y
definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo. 1663 Dado que el matrimonio
establece a los cónyuges en un estado público de vida en 1664 La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la
fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con la
unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de
la fecundidad priva la vida conyugal de su "don más excelente", el
hijo (GS 50,1). 1665 Contraer un nuevo matrimonio
por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos contradice
el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta
situación no están separados de 1666 El hogar cristiano es el lugar
en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa familiar
es llamada justamente "Iglesia doméstica", comunidad de gracia y de
oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana. |
Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |