“Los preceptos del Señor alegran el corazón” Reflexión desde el Salmo
18, 8.10. 12-14 Autor: Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant ocds El
Salmo 18 nos manifiesta un contenido precioso para meditar sobre la lectura
anterior: “Los preceptos del Señor alegran el corazón…La ley del
Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero,
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre”.... Pero
podemos presumir de ello. Por eso pedimos al Señor que nos resguarde de la
arrogancia y que no nos domine; así quedaremos libres e inocentes del gran
pecado. Sal 18, 8.10. 12-14 R. Los preceptos del Señor alegran el corazón. La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el
testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R. La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los
juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R. También a mí me instruyen: observarlos es muy provechoso.
Pero ¿quién advierte sus propios errores? Purifícame de las faltas ocultas.
R. Presérvame, además, del orgullo, para que no me domine:
entonces seré irreprochable y me veré libre de ese gran pecado. R. LA GLORIA DE DIOS, MANIFESTADA EN EL
COSMOS. En
este salmo encontramos, en realidad, dos composiciones poéticas totalmente
diversas, que sin duda tuvieron distinto origen. El contenido, la forma
poética y el ritmo son diversos en ambas secciones. Los primeros versículos,
(del 2 al 7), constituyen un himno al Creador, cuya grandeza se manifiesta en
los misterios del universo. Todo es armonía y sucesión sincronizada en la
marcha de la creación, porque todo obedece a una inteligencia superior. Esta
parte del salmo se caracteriza por el lirismo más subido y arrebatador. La
segunda sección tiene el aire de un poema didáctico, que se divide en las
excelencias de la ley divina, que es fuente de felicidad para el que la
observa (8-11); b) y parte suplicante de perdón por las infracciones,
petición para no caer en la deslealtad y, finalmente, súplica de que su
oración sea escuchada. El
compilador de ambos poemas parece que ha querido poner en paralelo la armonía
y belleza del cosmos, obra del Creador, y la de las prescripciones de la Ley,
que se deben al mismo Dios, que formó el universo. En la primera parte se
emplea el nombre divino de El, mientras que en la segunda se usa el
específico de Yahvé. El primero dice relación con el universo creado,
mientras que el segundo dice relación con la elección de Israel, al que fue
destinada la Ley. Así, pues, la segunda parte parece una adición de un autor
de la escuela “sapiencial” que quiso establecer un paralelo entre la
maravillosa obra de la creación del mundo y su “segunda creación,” la Ley
mosaica, expresión de su voluntad y, a la vez, módulo y matriz del alma
religiosa israelita. La Ley es un reflejo de la sabiduría y santidad divinas
y el espejo en que debe mirarse el alma israelita para reconocer su
defectibilidad y dependencia de Dios. LA
LEY ES SIN SOMBRA, VERÍDICA Y RECTA “La
ley del Señor es perfecta” La Ley ha de tomarse aquí en
sentido amplio, no sólo en su parte sistemática, sino aun exhortativa, con
sus promesas y amenazas. La felicidad del hombre; “reconforta el
alma” y está en conformarse con la voluntad de Dios y ésta se
manifiesta en las escrituras, que es perfecta; “el testimonio del Señor
es verdadero, da sabiduría al simple”, de forma que el que
camine según sus preceptos no se desvía del camino recto y da satisfacción
plena al hombre: restaura el alma, confortando al hombre y dándole vigor, como
el agua al sediento. Se la llama testimonio del Señor, en cuanto que refleja
la voluntad divina y es fiel, porque nunca deja decepcionado al que se amolda
a ella. Con sus prescripciones hace sabio al simple. Todo hombre puede
dirigirse por el camino de la virtud o del vicio: el que escoge la primera
senda es el sabio, mientras que el que sigue los senderos que se apartan de
Yahvé es el simple o necio. El principio de la sabiduría está en el temor de
Dios, y éste se refleja en el cumplimiento de la Ley, expresión de la
voluntad divina. LA PALABRA DEL SEÑOR ES PURA, PERMANECE
PARA SIEMPRE La
Ley se concreta en los preceptos, y, éstos son rectos, porque se amoldan al
querer divino; con ellos se alegra el corazón, pues se siente la satisfacción
moral de vivir en consonancia con el Dios omnipotente y dispensador de toda
gracia. Esta alegría del corazón se refleja en la luminosidad radiante del
rostro: esclarecen los ojos. “La Ley es luz”, y da luz y vida. Esa
luminosidad procede de que sus preceptos son limpios; “La palabra
del Señor es pura” y transparentes, y, como tales, no empañan la
tranquilidad de conciencia. El temor de Dios — reconocimiento de la Ley
divina — es puro, libre de toda contaminación; “permanece para siempre”,
pues responde a las exigencias del Dios inmutable. “Los juicios del
Señor son la verdad, enteramente justos” porque responden a los
postulados de justicia que implica la divinidad, y, como tales, no engañan. Penetrado
de la perfección de la Ley divina, se siente culpable de muchos deslices o
infracciones. “También a mí me instruyen: observarlos es muy
provechoso”. Particularmente le preocupan las inadvertencias
ocultas. “Purifícame de las faltas ocultas”. Tiene miedo
de no corresponder al gran tesoro que para él es la Ley de Yahvé. Las faltas
que se hacen por error; “Pero ¿quién advierte sus propios errores?” y se
contraponen a las realizadas deliberadamente “con mano alzada”. SÚPLICA DE PERDÓN POR LAS FALTAS
INVOLUNTARIAS. El
salmista quiere expiar todas las posibles transgresiones para no empañar la
amistad que con el Señor, tiene por el cumplimiento fiel de la Ley, que es la
revelación de Dios. La Ley mosaica había determinado concretas expiaciones
para librarse de la secuela de las faltas cometidas por error o
inadvertencia. El salmista desea también verse libre de los movimientos de
soberbia o presunción; “Presérvame, además, del orgullo, para que no me
domine” Tiene conciencia de su debilidad, y teme rebelarse
contra los caminos de Dios. Con la ayuda divina espera verse libre del gran
pecado, es decir, de la apostasía o la rebelión espiritual contra su Dios; “entonces
seré irreprochable y me veré libre de ese gran pecado”. Con
estos sentimientos de humildad y compunción, el salmista espera que sus
palabras sean gratas a Dios, y lo mismo sus consideraciones o meditación del
corazón. El Señor es el único apoyo para su alma, ansiosa de vivir en
comunidad con El a través de la Ley. El Señor es su Roca, en la que se siente
segura, y es su Redentor, el vengador oficial de las ofensas. El Señor les Bendiga Pedro Sergio Domingo XXVI Ciclo B Reflexiones de los Salmos
Dominicales en este link: Fuentes: Algunos comentarios están tomados de la Biblia Nácar Colunga, adaptación pedagógica: del Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teología, otros comentarios están tomados de Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC |
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