Pero como sabemos que el hombre no es justificado por
las obras de la Ley,
sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en él, para ser justificados por
la fe en Cristo y no por las obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en
virtud de las obras de la Ley. Ahora
bien, si al buscar nuestra justificación en Cristo, resulta que también
nosotros somos pecadores, entonces Cristo está al servicio del pecado. Esto
no puede ser, porque si me pongo a reconstruir lo que he destruido, me
declaro a mí mismo transgresor de la
Ley. Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para
Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive
en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de
Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la
justicia viene de la Ley,
Cristo ha muerto inútilmente. Gal. 2:16-21;
Porque si la herencia se recibe en virtud de la Ley, ya no es en virtud de
la promesa. Y en realidad, Dios concedió su gracia a Abraham mediante una
promesa.
El papel de la
Ley
Entonces, ¿para qué sirve la Ley? Ella fue añadida para
multiplicar las transgresiones, hasta que llegara el descendiente de Abraham,
a quien estaba destinada la promesa; y fue promulgada por ángeles, a través
de un mediador. Pero no existe mediador cuando hay una sola parte, y Dios es
uno solo. ¿Eso quiere decir que la
Ley se opone a las promesas de Dios? ¡De ninguna manera!
Porque si hubiéramos recibido una Ley capaz de comunicar la Vida, ciertamente la
justicia provendría de la Ley. Pero,
de hecho, la Ley
escrita sometió todo al pecado, para que la promesa se cumpla en aquellos que
creen, gracias a la fe en Jesucristo.
El tiempo de la fe
Antes que llegara la fe, estábamos cautivos bajo la
custodia de la Ley,
en espera de la fe que debía ser revelada. Así, la Ley fue nuestro preceptor
hasta la llegada de Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Y ahora
que ha llegado la fe, ya no estamos sometidos a un preceptor. Porque todos
ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes,
que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Gal. 3:18-26;
Pero cuando se manifestó la bondad
de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de
justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos
salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu
Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de
Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia,
seamos en esperanza herederos de la
Vida eterna. Tit. 3:4-7
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