SAN PABLO La
conversión de san Pablo Autor: Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant ocds |
Autor:
Caravaggio Museo:
Igl. Santa María del Popolo,
Caracteristicas: Oleo
sobre lienzo 230 x "El mundo no verá
jamás otro hombre de la talla de San Pablo". (San Jerónimo) San
Pablo fue un judío célebre por ser cazador y persecutor de los seguidores de
Cristo. A Pablo, se le aparece directamente Jesús y, queda convertido en
apóstol, de la misma categoría que quienes habían visto y seguido al Señor,
durante su vida pública. Decía en unas de sus
homilías, el Santo Padre Juan Pablo II. “Hasta
aquel momento el celoso fariseo Saulo estaba convencido de que el plan de la
salvación se refería sólo a un único pueblo: Israel. Por eso combatía con
todos los medios posibles a los discípulos de Jesús de Nazaret, a los
cristianos. Desde Jerusalén se dirigía hacia Damasco precisamente porque
allí, donde el cristianismo se estaba difundiendo rápidamente, quería
encarcelar y castigar a todos los que, abandonando las antiguas tradiciones
de los padres, abrazaban la fe cristiana. En Damasco recibe la iluminación de
lo alto. Cae a tierra y en ese momento dramático Cristo le hace ver su error.
En
esta circunstancia Jesús se revela plenamente a Pablo como el que ha
resucitado de entre los muertos. Al Apóstol se le concede, así, «ver al Justo
y oír su voz» (Hch 22, 14). Desde aquel momento, Pablo es constituido
«apóstol» como los Doce, y podrá afirmar, dirigiéndose a los Gálatas: «Aquel
que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a
bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles» (Ga
1, 15-16). La
conversión de Pablo se realiza a través del sufrimiento. Se puede decir que
antes fue derrotado en él Saulo, el perseguidor, para que pudiera nacer
Pablo, el Apóstol de los gentiles. Su llamada es, quizá, la más singular de
un Apóstol: Cristo mismo derrota en él al fariseo y lo transforma en un
ardiente mensajero del Evangelio. La misión que Pablo recibe de Cristo está
en armonía con la que confió a los Doce, pero con un matiz y un itinerario
particular: él será el Apóstol de los gentiles”. Homilía de S.S. Juan Pablo II en la misa
de clausura de la semana de oración por la unidad de los cristianos 25 de
enero de 1997 La
Primera Lectura de hoy 25 de enero, Hechos de los Apóstoles 22:1-21, trae el
discurso de Pablo al pueblo, que en su parte principal dice: “Pero
acaeció que, yendo mi camino, cerca ya de Damasco, hacia el mediodía, de
repente me envolvió una gran luz del cielo.
Caí al suelo y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Yo respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús Nazareno,
a quien tú persigues. Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron
la voz del que me hablaba. Yo dije: ¿Qué he de hacer, Señor?” (Hechos de los
Apóstoles 21: 6-10) Este
fragmento es parte del discurso de Pablo al pueblo de Jerusalén, y que viene
a ser una autobiografía apologética. Pero además es una obra maestra de
sutileza apostólica, Pablo intenta demostrar a los judíos que él no es un
enemigo de la Ley, como se le había ya acusado, al contrario, el quiere hacer
ver que siempre fue celoso observador de la Legislación. Pablo busca destacar
que ahora se ha hecho cristiano y ha abierto su campo de acción a los
gentiles y, que esto es así por expreso mandato del cielo. Pero
esta parte de relato esta también antes descrita en el capítulo de los Hechos
de los Apóstoles 9:3-9, donde dice así:
“Estando
ya cerca de Damasco, de repente se vio rodeado de una luz del cielo; y
cayendo a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? El contestó: ¿Quién eres, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer.
Los hombres que le acompañaban estaban de pie atónitos oyendo la voz, pero sin
ver a nadie” Saulo se levantó del suelo, y con los ojos abiertos nada veía.
Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco, donde estuvo tres días
sin ver y sin comer ni beber.” Como
podemos observar en los dos capítulos es narrada la conversión de Saulo por
San Lucas, esto es uno de los acontecimientos esenciales en la historia del
cristianismo. El
hecho tuvo lugar probablemente en el año 36, catorce años antes del concilio
de Jerusalén. Saulo y sus acompañantes estaban ya cerca de Damasco. Era hacia
el mediodía. De repente una luz resplandeciente los envuelve y caen a tierra.
Es de creer, aunque el texto bíblico explícitamente no lo dice, que el viaje
lo hacían a caballo, no a pie, y, por tanto, la caída hubo de ser más
violenta y aparatosa. Surge entonces el impresionante diálogo entre Jesús y
Saulo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?”. Parece,
a juzgar por la frase de Jesús “duro es para ti pelear contra el aguijón”
(cf. 26:14), que, en un primer momento, Pablo trató de resistir a la gracia,
como caballo que se encabrita ante el pinchazo, pero pronto fue vencido y
hubo de exclamar: “¿Qué he de hacer, Señor?”. Sin duda, este modo de proceder
del Señor en su conversión influyó enormemente en él, para que luego en sus
cartas insistiera tanto en que la justificación no es efecto de nuestro
esfuerzo o de las obras de la Ley, sino puro beneficio de Dios. También la
pregunta “¿Por qué me persigues?” debió de hacerle pensar en alguna
misteriosa compenetración entre Cristo y sus fieles, que le impulsará a
formular la maravillosa concepción del Cuerpo místico, otro de los rasgos
salientes de su teología No
parece caber duda que San Pablo en esta ocasión vio realmente a Jesucristo en
su humanidad gloriosa. Aunque el texto bíblico no lo dice nunca de modo
explícito, claramente lo deja entender, cuando contrapone a Saulo y a sus
acompañantes, diciendo que éstos “oyeron la voz, pero no vieron a nadie”, y
en 26:16 se dice expresamente: “para esto me he aparecido a ti.” Por lo
demás, el mismo Pablo, aludiendo sin duda a esta visión, dirá más tarde a los
Corintios: “¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús, Señor nuestro?” (1 Cor
9:1); y algo más adelante: “Apareció a Cefas, luego a los Doce.. últimamente, como a un aborto,
se me apareció también a mí” (1 Cor 15:5-9). Y nótese que esas apariciones a
los apóstoles eran reales y objetivas (cf. 1:3; 10:41), luego también la de
Pablo, cosa, además, que exige el contexto, pues si es que algo valían esas
apariciones para probar la resurrección de Cristo, es únicamente en la
hipótesis de que éste se apareciera con su cuerpo real y verdadero. Nada
tiene, pues, de extraño que, terminada la visión, Pablo quedara como
anonadado, sin ganas ni para comer, atento sólo a pensar y rumiar sobre lo
acaecido, que trastornaba totalmente el rumbo de su vida. El estado de
ceguera contribuía a aumentar más todavía esta su tensión de espíritu. Sólo
después del encuentro con Ananías, pasados tres días, habiendo vuelto a tomar
alimento, de nuevo, Pablo cobra fuerzas como dice en el versículo 19, como
hemos visto en otras ocasiones, estas abstenciones de comer y beber han sido
siempre frecuentes en personas místicas, y Pablo parece que fue una de ellas,
a juzgar por algunos testimonios de sus cartas. Hay
pequeñas diferencias en los relatos de la conversión de Saulo, porque en una
los compañeros de Saulo “oyen la voz” pero “no ven a nadie” (cf. 9:7),
mientras que en la otra “no la oyen” pero “ven la luz” (cf. 22:9). Asimismo,
según una de las narraciones, esos compañeros “estaban de pie atónitos” (cf.
9:7), mientras que, según otra, “caen todos por tierra” (cf. 26:14). En
cuanto a si los compañeros de Saulo “oyeron” (9:7) o “no oyeron” (22:9) la
voz de Jesús, téngase en cuenta que la palabra oír puede tomarse en el
sentido simplemente de oír, o sea, percibir el sonido material, y también en
el de entender, o sea, captar el significado (cf. 1 Cor 14:2). Parece que los
compañeros de Saulo “oyeron la voz” (9:7); pero, al contrario que éste, no
“entienden” su significado (22:9), del mismo modo que “vieron la luz” (22:9),
pero no distinguen allí ningún personaje ( En
todo caso, lo que deseo resaltar es que la conversión de San Pablo es uno de
los mayores acontecimientos en la historia del cristianismo. Como se ha escrito, “es la muerte
repentina, trágica, del judío, y el nacimiento esplendoroso, resplandeciente,
del cristiano y del apóstol". San Jerónimo lo comentaba así: "El mundo no verá jamás otro hombre
de la talla de San Pablo". Saulo,
nacido en Tarso, hebreo, fariseo rigorista, bien formado a los pies de
Gamaliel, muy apasionado, ya había tomado parte en la lapidación del diácono
Esteban, guardando los vestidos de los verdugos "para tirar piedras con
las manos de todos", como interpreta agudamente San Agustín. De
espíritu violento, se adiestraba como buen cazador para cazar su presa. Con
ardor indomable perseguía a los discípulos de Jesús. Pero Saulo cree
perseguir, y es él el perseguido. Dios es infatigable cazador de almas y
cazará a Saulo, que se ha emboscado en el recodo del camino que va de
Jerusalén a Damasco. El Señor acecha a Saulo, su perseguidor bienamado. A
partir de entonces, en el destino de todo hombre existirá ese mismo Dios al
acecho, a la espera. Y
oyó la voz de Jesús: Saulo, Saulo ¿por qué me persigues? Saulo preguntó:
¿Quién eres tú, Señor? Jesús le respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues.
¿Y qué debo hacer, Señor? Pocas
veces un diálogo tan breve ha transformado tanto la vida de una persona.
Cuando Saulo se levantó estaba ciego, pero en su alma brillaba ya la luz de
Cristo. Desde
ahora este camino de Damasco y esta caída del caballo, quedarán como símbolo
de toda conversión. Quizá nunca un suceso humano tuvo resultados tan
luminosos. Quedaba el hombre con sus arrebatos, impetuoso y rápido, pero sus ideales
estaban en el polo opuesto al de antes de su conversión. San Pablo en
adelante únicamente Cristo será el centro de su vida. "Todo lo que para
mí era ganancia, lo tengo por pérdida comparado con Cristo. Todo lo tengo por
basura con tal de ganar a Cristo. Sólo una cosa me interesa: olvidando lo que
queda atrás y lanzándome a lo que está delante, corro hacia la meta, hacia el
galardón de Dios, en Cristo Jesús". La
vocación de Pablo es un caso único. Es un llamamiento personal de Cristo.
Pero no quita valor al seguimiento de Pablo. En el Evangelio hay otros
llamamientos personales del Señor, como el del joven rico que no le siguieron
o no perseveraron. "Dios es un gran cazador y quiere tener por presa a
los más fuertes" (Holzner). Pablo se rindió:
"He sido cazado por Cristo Jesús". Pero pudo haberse rebelado. Sin
embargo casi todos los llamados del Señor son mucho más sencillos y por
cierto mucho menos espectacular, estos viene a veces
en los acontecimientos comunes de la
vida. De algún modo todos tenemos nuestro camino de Damasco. A cada uno nos
aguarda el Señor en el recodo más inesperado del camino. El Señor Le Bendiga Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant |
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