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LA COMUNIDAD DEL
EVANGELIO DE JUAN P. Silvio José Báez
o.c.d. |
1. De los discípulos
de Jesús a la comunidad de creyentes Para Juan, la relación de Jesús con el grupo originario de
los discípulos es el modelo de la relación que existe entre el Señor
glorificado y la comunidad de creyentes después de la pascua, aquellos que el
evangelio llama “bienaventurados porque creen sin haber visto” (Jn 20,29). El
modelo por excelencia es ese personaje misterioso que Juan llama “el
discípulo Amado”, que sigue a Jesús hasta la cruz (Jn 19,26), que es el
primero que entra en al sepulcro (Jn 20,8) y que representa para la comunidad
joánica una especie de paradigma del discípulo
auténtico. En la comunidad cristiana la fe en Jesús es vivida de parte de los
discípulos como una relación personal y permanente con él (cf. Jn 1,37-39;
15,4ss). En el evangelio de Juan los discípulos lo acompañan constantemente y
participan de su misión evangelizadora (cf. Jn 4,31-38). Los discípulos viven
unidos a Jesús incluso el momento de la crisis y del escándalo (Jn 6,60-66;
7,3-5). El Maestro enseña a los discípulos a amarse mutuamente a través del
servicio humilde (Jn 13,12-15.34-35). Este será su signo distintivo y su
característica fundamental. La comunidad de los discípulos debe vivir unida
en la fe y en el amor, como signo elocuente para el mundo: “para que el mundo
crea” (Jn 17,6-26). Por eso Jesús envía a los suyos al mundo, como ha sido
enviado él por el Padre (Jn 17,17-19). La misión de los creyentes en el mundo
prolonga y hace presente la misión de Jesús. 2. De los signos de
Jesús a los sacramentos de la comunidad. El universo del evangelio Juan es un universo simbólico.
El gran símbolo joánico es Jesús mismo que, en su
carne, “esconde” y “manifiesta” la gloria divina. En efecto, los signos
realizados por Jesús revelan su identidad y misterio, su Gloria. Los signos de
Jesús son “las obras del Padre” que ponen de manifiesto la gloria divina de
Jesús y, por tanto, la unidad de Jesús con “aquel que lo ha enviado” (cf. Jn
10,30). En los sacramentos de la iglesia, según la visión de Juan, el
bautismo (cf. Jn 3,3-5), la eucaristía (cf. Jn 6,53-59; 6,63) y el perdón de
los pecados (cf. Jn 20, 21) son obra el Espíritu Santo, dado por el Hijo
Glorificado de junto al Padre (Jn 20,21-23;). En las tres alusiones
sacramentales (baustismo, eucaristía y perdón de
los pecados) Juan hace referencia al Espíritu. Para R. Bultmann
las alusiones sacramentales en el evangelio de Juan eran obra de un último
redactor, que él llamó redactor “eclesiástico”, que intentaba presentar una
vía alternativa a la salvación, en lugar de la fe en la palabra del Redentor.
Otro autor, O. Cullman, interpreta las alusiones
sacramentales del evangelio de Juan como sustitutos de los “signos” de Jesús
en el tiempo de la Iglesia. Ambas explicaciones son difíciles de aceptar. La
teoría de Bultmann va contra la unidad literaria y
simbólica del evangelio; la de Cullman contradice
la neta separación que presenta el evangelista entre los signos históricos de
Jesús y los sacramentos obrados por el Señor Glorificado que envía su
Espíritu a la Iglesia. Hay que reconocer que los “signos” de Jesús son
distintos a “los sacramentos” de la Iglesia, pero no son opuestos ni se
encuentran en contradicción. Para Juan hay una clara continuidad entre ellos.
Los sacramentos son también símbolos reales, que como los signos de Jesús
comunican su misma vida: un nuevo nacimiento (3,3-8); una existencia
purificada (20,23) e iluminada por el Espíritu (16,12-15), una vida en
comunión con Jesús y, por medio de él, con el Padre (6,57-58). El conocido estudio del evangelio de Juan, R. Brown, ha insistido con razón que hay que establecer
claramente unos criterios para leer los sacramentos en el evangelio de Juan.
No se pueden identificar los signos de Jesús simple y directamente con los
sacramentos eclesiales. Pero no se puede negar que los sacramentos, en el
cuarto evangelio, forman parte del universo simbólico que significa y dona la
vida divina de Jesús. Naturalmente los sacramentos no se presentan en Juan
con sentido sacramentalista, como suponía Bultmann. Juan alude a los signos sacramentales de la
comunidad en continuidad con la actividad salvífica del Jesús histórico, a
través de sus signos y palabras. La comunidad vive la fe en Jesús como los
primeros discípulos y recibe del Hijo glorificado el Espíritu, que obra en
los sacramentos y hace presente en forma simbólica pero real al Señor, que da
la vida y la esperanza de la resurrección futura obrada por él. 3. De Jesús Buen
Pastor a los pastores en la Iglesia Algunas veces se ha presentado a la comunidad del cuarto
evangelio como una comunidad carismática, cuya guía es la palabra de Jesús
interpretada por el Paráclito enviado por él después de la pascua. En efecto,
no aparece en el escrito de Juan la dimensión institucional de la Iglesia
como se presenta, por ejemplo, en las cartas de san Ignacio de Antioquía, ni tampoco encontramos trazas de los
ministerios que aparecen en las cartas paulinas. Hay que tener presente, ante
todo, que la obra de Juan es un “evangelio” y que la comunidad joánica se transparenta en él sólo en forma simbólica.
Hay tres textos que son importantes en relación con esta temática: Jn 10,16
(una gran comunidad con un solo pastor); Jn 17,18-20 (una misión universal
querida por Jesús); 21,15-19 (una misión pastoral particular encomendada a
Pedro). Estos tres textos demuestran que la comunidad del evangelio de Juan
no puede ser considerada como una especie de secta al interior de la Iglesia.
El evangelista Juan reconoce la autoridad de la gran iglesia, cualquiera que
sea la persona que la represente, aunque al mismo tiempo exalta la figura del
“discípulo Amado” (DA), testigo—intérprete, fundador de la comunidad joánica, y continuador de la autoridad pastoral de Jesús
en su comunidad. Quizás por esto mismo parece ser que esta comunidad vivió un
fuerte momento de crisis a la muerte del DA (21,22-23). El Paráclito—Abogado,
prometido y enviado por Jesús, guiaba a los jefes de la comunidad como había
guiado al DA. En el evangelio de Juan la autoridad eclesial es presentada ya
en el contexto del grupo histórico de los discípulos y es expresada en forma
simbólica más que en lenguaje jurídico. Merece una mención especial la concepción de iglesia que
se transparenta en el texto del “Buen Pastor (Jn 10). Curiosamente en este
capítulo del evangelio no se habla de ninguna institución establecida y ni
siquiera se menciona al Espíritu que animaría la vida de la iglesia. La
concentración cristológica del capítulo es fuertísima.
No se habla de otros pastores. El único pastor es Jesús. Y Juan no desarrolla
en ningún momento un discurso sobre Jesús modelo de los pastores de la
Iglesia. Todo se centra en él. El texto quiere poner en evidencia cómo el
vínculo de los creyentes con Jesús es la condición fundamental para que
exista la iglesia. No hay comunidad eclesial sin seguimiento de Jesús. El
capítulo del Buen Pastor es un bellísimo ejemplo de cómo no se puede tener
una sana eclesiología sin una clara base
cristológica. No hay verdadera iglesia si no existe una relación personal de
cada creyente con Jesús, con su persona, sus valores y con su misión, y por
medio de él con Dios mismo. Juan 10 no niega la institución eclesiástica,
sino que subraya que ésta no puede existir ni será auténtica sin una vida de
seguimiento y comunión con Cristo de parte de los creyentes, como lo mostrará
claramente la alegoría de la vid y los sarmientos del capítulo 15. Con razón
comenta X. Léon-Dufour
que esta presentación de la iglesia se sitúa en continuidad con la teología
de la alianza fundadora de Israel. El pueblo no comienza a ser pueblo más que
a partir de la alianza que Dios contrae con él. Entonces en cuando se
convierte en signo de la presencia de Dios y de su salvación en la historia.
Del mismo modo la Iglesia, “rebaño único bajo la guía de un solo pastor” (Jn
10,16), tiene como misión ser signo de Jesucristo y de Dios Padre fuente
última de la vida y del amor. |
Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |