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SANTA TERESA DE JESÚS
Y LA VIRGEN MARÍA P. Silvio José Báez o.c.d. |
Toda la experiencia mariana de Santa Teresa que se
encuentra diseminada en sus escritos, se puede componer en un mosaico que
ofrece una hermosa imagen de María; nos servimos de tres líneas importantes
de esta doctrina teresiana. a.
Devoción mariana y experiencia mística mariana Desde la primera página de los escritos teresianos aparece
la Virgen entre los recuerdos más importantes de la niñez de Teresa; es el
recuerdo de la devoción que su madre Doña Beatriz le inculcaba y que
ejercitaba con el rezo del Santo Rosario (Vida 1,1.6); es conmovedor el
episodio de su oración a la Virgen cuando pierde su madre Doña Beatriz, a la
edad de 13 años: "Afligida fuíme a una imagen
de nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre con muchas lágrimas. Parecíame que aunque se hizo con simpleza me ha valido;
porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he
encomendado a ella, y, en fin, me ha tornado a sí" (Vida 1,7). La Santa
atribuye, pues, a la Virgen, la gracia de una protección constante y de
manera especial la gracia de su conversión: "me ha tornado a sí".
Otros textos de la autobiografía nos revelan la permanencia de esta devoción
mariana: cuando acude a la Virgen en sus penas (Vida 19,S),
cuando recuerda sus fiestas de la Asunción y de la Inmaculada Concepción (Ib. 5,9; 5,6), o la Sagrada Familia (Ib.
6,8), o su devoción al Rosario (Ib. 29,7;
38,1). Muy pronto la devoción a la Virgen pasa a ser, como en
otros aspectos de la vida de la Santa, una experiencia de sus misterios
cuando Dios hace entrar a Teresa en contacto con el misterio de Cristo y de
todo lo que a él le pertenece. En la experiencia mística teresiana del misterio de la Virgen
hay como una progresiva contemplación y experiencia de los momentos más
importantes de la vida de la Virgen, según la narración evangélica. Así por
ejemplo, tenemos una intuición del misterio de la obumbración
de la Virgen y de su actitud humilde y sabia en la Anunciación (Conceptos de
Amor de Dios 5,2; 6,7). Por dos veces la Santa Madre ha tenido una experiencia
mística de las primeras palabras del Cántico de María, el
"Magnificat" (Relación 29,1; 61), que según el testimonio de María
de San José con mucha frecuencia "repetía en voz baja y en lenguaje
castellano"' (Cfr. B.M.C.
18, p. 491). Contempla con estupor el misterio de la Encarnación y de
la presencia del Señor dentro de nosotros a imagen de la Virgen que lleva
dentro de sí al Salvador: "Quiso (el Señor) caber en el vientre de su
Sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama hácese a nuestra medida" (Camino Escorial 48,11).
Contempla la Presentación de Jesús en el templo y se le revela el sentido de
las palabras de Simeón a la Virgen (Relación 35,1): "No pienses cuando
ves a mi Madre que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos
sin graves tormentos. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi
Padre clara luz para que viese lo que yo había de padecer" ( Cfr. también sobre el
nacimiento de Jesús la Poesía 14 y sobre la presentación Camino 31,2). Tiene
presente la huída a Egipto y la vida oculta de la Sagrada Familia (Carta a
Doña Luisa de la Cerda, 27 de mayo de 1563, y Vida 6,8). Tiene una especial intuición de la presencia de María en
el misterio pascual de su Hijo; participa con ella en la pena de su
desolación y en la alegría de la Resurrección del Señor. A Teresa le gusta
contemplar fortaleza de María y su comunión con el misterio de Cristo al pie
de la Cruz (Camino 26,8). En los Conceptos de Amor de Dios (3,11) describe la
actitud de la Virgen: "Estaba de pie y no dormida, sino padeciendo su
santísima anima y muriendo dura muerte". Ha entrado místicamente en el
dolor de la Virgen cuando se le pone el Señor en sus brazos "a manera de
como se pinta la quinta angustia" (Relación 58); ha experimentado en la
Pascua de 1571 en Salamanca la desolación y el traspasamiento del alma ( que es como una noche oscura del espíritu); todo ello le
hace hacen recordar la soledad de la Virgen al pie de la Cruz (Relación 15,
1.6). En esta misma ocasión le dice el Señor que: "En resucitando había
visto a nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad
... y que había estado mucho con ella- porque había sido menester
hasta consolarla" (Ib.). En varias ocasiones ha podido contemplar el misterio de la
glorificación de la Virgen en la fiesta de su Asunción gloriosa (Vida 33,15 y
39,26). Tiene conciencia de que la Virgen acompaña con su intercesión
constante la comunidad en oración, como le acaece en San José de Avila (Vida 36,24) y en la Encarnación (Relación 25,13). Cuando en una altísima experiencia mística de le da a
conocer el misterio de la Trinidad percibe la cercanía de la Virgen en este
misterio y el hecho de que la Virgen, con Cristo y el Espíritu Santo son un
don inefable del Padre: "Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esa
Virgen. ¿Qué me puedes dar tu a mi? (Ib.) Se puede afirmar que la Santa ha tenido una profunda
experiencia mística mariana, ha gozado de la presencia de María y ella misma,
la Madre, le ha hecho revivir sus misterios. Por eso es una profunda
convicción de la doctrina teresiana que los misterios de la Humanidad de
Cristo y los misterios de la Virgen Madre forman parte de la experiencia
mística de los perfectos (Cfr. Moradas VI,7,13 y título del cap.;
8,6). b.
María, modelo y madre de la vida espiritual.
Santa Teresa ha expresado en algunas líneas doctrinales su
experiencia y su contemplación del misterioso de la Virgen María. Hubiera,
sin duda alguna, trazado una hermosa síntesis de espiritualidad mariana si,
como fue su intención, hubiese comentado el "Ave María" como hizo
con el Padre Nuestro en la primera redacción del Camino de Perfección. Podemos afirmar que entre las virtudes características de la
Virgen que Santa Teresa propone a la imitación, hay una que las resume todas.
María es la primera cristiana, la discípula del Señor, la seguidora de Cristo
hasta el pie de la Cruz (Camino 26,8). Es el modelo de una adhesión total a
la Humanidad de Cristo y a la comunión con El en sus misterios, de manera que
Ella es el modelo de una contemplacion centrada en
la Sacratísima Humanidad (Cfr. Vida 22,1; Moradas
VI,7,14). Entre las virtudes que son también las de la vida
religiosa carmelitana podemos citar: la pobreza que hace María pobre con
Cristo (cfr. Camino 31,2); la humildad que trajo a
Dios del cielo "en las entrañas de la Virgen" (Camino 16,2) y por
eso es una de las virtudes principales que hay que imitar: "Parezcámonos
en algo a la gran humildad de la Virgen Santísima" (Camino 13,3); la
actitud de humilde contemplacion y de estupor ante
las maravillas de Dios (Conceptos de Amor de Dios, 6,7) y el total
asentimiento a su voluntad (Ib.). Su presencia acompaña todo nuestro camino de vida
espiritual, como si cada gracia y cada momento crucial de madurez en la vida
cristiana y religiosa tuvieran que ver con la presencia activa de la Madre en
el camino de sus hijas. Así la Virgen aparece activamente presente en toda la
descripción que la Santa hace del itinerario de la vida espiritual en el
Castillo Interior. Es la Virgen que intercede por los pecadores cuando a ella
se encomiendan (Moradas I, 2,12). Es ejemplo y modelo de todas las virtudes,
para que con sus méritos y con sus virtudes pueda servir de aliento su
memoria en la hora de la conversión definitiva (Moradas III 1,3). Es la
Esposa de los Cantares (Conceptos de Amor de Dios, 6,7), modelo de las almas
perfectas. Y es la Madre en la que todas las gracias se resumen en su
comunión con Cristo en el "mucho padecer": "Siempre hemos
visto que los que mas cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los
de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y sus gloriosos
apóstoles" (Moradas VII 4,5). Por eso la memoria de Cristo y de la
Virgen, en la celebración litúrgica de sus misterios, nos acompaña y
fortalece (Cfr. Moradas VI,7,11.13). c. La
Virgen María y el Carmelo Teresa de Jesús con su vocación de Carmelita ha entrado
profundamente en toda la antigua tradición espiritual del Carmelo. En el
monasterio de la Encarnación de Avila ha podido
impregnarse de toda la rica espiritualidad mariana de la Orden, tal como en
el siglo XVI la expresaban la tradición histórica, las leyendas espirituales,
la liturgia carmelitana, la devoción popular, la iconografía carmelitana. En
sus escritos el nombre de la Orden esta siempre unido al de la Virgen que es
Señora, Patrona, Madre de la Orden y de cada uno de sus miembros. Todo es
mariano en la Orden, según Santa Teresa: el hábito, la Regla, las casas. Cuando es nombrada Priora de la Encarnación, en 1571,
coloca en el lugar primero del coro a la Virgen, porque comprende que en
María hay una convergencia de devoción, de amor y respeto por parte de todas
las religiosas. El gesto tiene un hermoso epílogo mariano, con la aparición
de la Virgen (Relación 25). En una Carta a María de Mendoza (7 de marzo de
1572) dice afectuosamente: "Mi 'Priora' (la Virgen María) hace estas
maravillas". Acoge con gozo al P. Gracián, tan
devoto de la Virgen, como ella recuerda con frecuencia en sus Cartas, y se
entusiasma con el conocimiento que él tiene y le comunica de los orígenes de
la Orden, tal como eran narrados en los libros de entonces (cfr. Fundaciones, c.23) Tiene plena conciencia de los
privilegios del Santo Escapulario, como parece aludir en esta frase a
propósito de la muerte de un carmelita: "Entendí que por haber sido
fraile que había guardado bien su profesión le habían aprovechado las Bulas
de la Orden para no entrar en el Purgatorio (Vida 38,31). Con idéntico espíritu mariano, como un servicio de
renovación de la Orden de nuestra Señora y por impulsos de la Virgen,
emprende la tarea de la fundación de San José. Ya en las primeras gracias que
Cristo le hace, encontramos la alusión de la presencia de la Virgen en el
Carmelo (Vida 32,11). Después es la misma Virgen la que activa la fundación de
San José con idénticas palabras y promesas y con una gracia especial
concedida a Teresa de pureza interior, una especie de investidura mariana
para ser Fundadora (Vida 33,14). Al concluir felizmente la fundación de San
José la Madre Teresa confiesa sus sentimientos marianos: "Fue para mí
como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento... y hecha una
obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su
gloriosa Madre" (Vida 36,6). Y añade: "Guardamos la Regla de
nuestra Señora del Carmen... Plega al Señor sea
todo para gloria y alabanza suya, y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito
traemos" (Ib. 36, 26.28) Como respuesta a este
servicio mariano, ve a Cristo que le agradece "lo que había hecho por su
Madre" y ve a la Virgen "con grandísima gloria, con manto blanco y
debajo de él parecía ampararnos a todas" (Ib.
36, 24). En la narración de los progresos de la Reforma, Teresa
tiene siempre el cuidado de subrayar la continuidad con la Orden, el servicio
hecho a nuestra Señora, la especial protección que Ella le dispensa en todas
las ocasiones. Así, por ejemplo, el encuentro con el Padre Rubeo y el permiso obtenido para extender los monasterios
teresianos: "Escribí a nuestro Padre General una carta... poniéndole
delante el servicio que haría a nuestra Señora, de quien era muy devoto. Ella
debía ser la que lo negoció" (Fundaciones, 2,5). Todo el libro de las
Fundaciones parece estar escrito en clave mariana, pues son continuas las
alusiones de Teresa a la Virgen y a su servicio, como cuando escribe:
"Comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora ..." (Ib. 4,5); o
cuando subraya: "Son estos principios para renovar la Regla de la Virgen
su Madre y Señora y Patrona Nuestra" (Ib.
14,5), como dice a propósito de la fundación de Duruelo. Cuando vuelve la
vista atrás, al final del libro de las Fundaciones, contempla todo como un
servicio de la Virgen y una obra en la que ha colaborado la misma Reina del
Carmelo: "Nosotras nos alegramos de poder en algo servir a nuestra Madre
y Señora y Patrona... Poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de
esta gloriosa Virgen y su Hijo ..." (Ib. 29,23.28). La misma separación de calzados y
descalzos hecha en el Capítulo de Alcalá, en 1581, es contemplada por Teresa
con una referencia pacificadora a la Madre de la Orden: "Acabó nuestro
Señor cosa tan importante... a la honra y gloria de su gloriosa Madre, pues
es de su Orden, como Señora y Patrona que es nuestra ..."
(Ib. 29,31).
El recuerdo de la Virgen sugiere a Teresa en diversas
ocasiones el sentido de la vocación carmelitana inspirada en María. Así por
ejemplo con una alusión implícita a la Virgen escribe: "Todas las que
traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y
contemplación (porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de
aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo, que en tan gran soledad y
con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita
de que hablamos" (Moradas V 1,2).
En el contexto anterior y posterior la Santa habla de la
vocación la oración, tesoro escondido y perla preciosa - dos alusiones
evangélicas - que están dentro de nosotros, pero que exigen el don total de
nuestra vida para comprar el campo donde esta el tesoro y adquirir la perla
preciosa. María aparece como la Madre de esta "casta de
contemplativos", por su interioridad en la meditación y la entrega total
del Señor. En otra ocasión Teresa llama la atención sobre la necesidad de la
imitación de la Virgen para poder llamarnos de veras hijas suyos: "Plega a nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la
vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profesión, para
que nuestro Señor nos haga la merced que nos ha prometido" (Fundaciones
16,7). En el amor a la Virgen y en la adhesión a la misma familia se
encuentra para la fraternidad teresiana el fundamento del amor recíproco y de
la comunión de bienes, como sugieren estos dos textos: "Así que, mis
hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas, procuren amarse mucho unas a
otras" (Carta a las monjas de Sevilla, 13 de enero de 1580, 6).
"Por eso traemos todas un hábito, porque nos ayudemos unos (monasterios)
a otros, pues lo que es de uno es de todos" (Carta a la M. Priora y
Hermanas de Valladolid, 31 de mayo de 1579,4). Estas páginas muestran como la Santa Madre ha vivido
intensamente la tradición mariana del Carmelo y la ha enriquecido con su
experiencia mística, su devoción y la orientación doctrinal de sus escritos.
Para la carmelita descalza la Virgen es, en la perspectiva teresiana, modelo
de adhesión a Cristo, de vivencia contemplativa de su misterio y de servicio
eclesial; para cada monasterio, la Virgen es la Madre que con su presencia
acrecienta el sentido de intimidad y de familia, alienta en el camino de la
vida espiritual, preside la oración como ferviente intercesora ante su
Hijo. |
Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |