http://www.iglesiapueblonuevo.es/img/historia/preaching.jpg

SAN JUAN DE LA CRUZ, A LOS PREDICADORES Y A LOS OYENTES

Comentarios al capítulo 45 de Subida del Monte Carmelo

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


 

Epígrafe del capítulo 45 subida del Monte Carmelo: “En que se trata del segundo género de bienes distintos en que se puede gozar vanamente la voluntad.”

Todas las mañanas en el CITeS, luego de rezar Laudes, participamos comunitariamente de la Misa. Los que son sacerdotes se turnan cada día para encabezar la celebración, los seglares o laicos, ayudamos en la celebración en tareas propias para esta condición. Siempre hay un momento importante para la predicación, ésta la pueden hacer los sacerdotes, los seglares o los laicos que participan del programa de formación del CITeS. En algunas ocasiones, hay cierta inquietud dada la presencia de teólogos y eruditos, sin embargo todos escuchan con atención y respeto. Debo confesar, que frente a cualquier discurso, predica u homilía, me viene a la memoria el último capítulo del libro Subida del Monte Carmelo de san Juan de la Cruz y de eso trata esta reflexión, sobre los predicadores y los oyentes.

San Juan de la Cruz, nos presenta a los “provocativos.” Estos son los predicadores. Un predicador es fundamentalmente un catequista. Ciertamente es un orador, que está entusiasmado en hablar a los demás de Dios. Pero hablar de Dios sin tener experiencia de Dios, es distinto cuando se habla solo por ciencia. Esto me recuerda el relato de Los Hechos de los Apóstoles, que dice que con una predica, se convirtieron 3.000 almas, y yo he oído más de 3.000 predicas en estos tiempos sin que se convierta uno solo. “Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.” (Hech 2,41) Ciertamente Lucas está relatando como fue creciendo la Iglesia, no importa el número de los convertidos, es una estimación, lo que interesa es analizar con generosidad y sin soberbia porque sucedió esto. Lo que se dice en el texto, es; “se bautizaron y se convirtieron aquel día unas tres mil personas”, esto llama un poco la atención, pues no  hubiera sido tarea fácil bautizar en aquel mismo día tres mil personas. Es posible que el inciso “en aquel día” se refiera directamente a los que se convirtieron gracias a la prédica de Pedro, y que después fueron sucesivamente bautizados en aquel día o en los siguientes.

Observo que la reacción de los oyentes ante el discurso de Pedro es de estar bien dispuestos a acoger su experiencia de conocer a Cristo, además de la advertencia que les dice; “Salvaos de esta generación perversa” (Hech 2,40) Las condiciones que Pedro propone a los bien dispuestos, que preguntan qué deben hacer, son el “arrepentimiento” y la “recepción del bautismo en nombre de Jesucristo”

¿Por qué Pedro, del cual siempre se escucha que fue un humilde pescador, y que en forma despectiva se le hace pasar por un ignorante en teología es capaz de entusiasmar a 3.000 por seguir a Cristo y hoy tenemos muchos eruditos en teología que con gran ciencia predican y no se les une nadie nuevo? A mí me parece que la clave de la respuesta está en la experiencia de Dios. Ciertamente no es lo mismo hablar de alguien que se conoce por experiencia, por vivencia personal, por amor dado y recibido intensamente, que por simple ciencia y erudición. Pedro convivió tres años (tiempo estimado) con el Señor, con el “Cristo, el Hijo de Dios vivo.”(Mt 16,16) Predicar enamorado del Señor y habiendo experimentado su compañía, no es lo mismo que hacerlo porque lo he estudiado. Y más lastima nos da, cuando vemos como algunos se esfuerzan de predicar pensando que sus fieles son una comisión teológica que los va a examinar, e incluso se atreven a preguntar a algún oyente: ¡Y que te pareció mi discurso!

Entonces el santo padre Juan de la Cruz, según mi parecer, en el capítulo 45 del libro Subida al Monte Carmelo, (Es el último capítulo del libro) se preocupa de enseñarnos quienes son y que disposición deben tener a los que llama “los provocativos”, y que aclara que son estos los predicadores. Provocativos, porque provocan o persuaden servir a Dios. Y también se preocupa de quienes son y que disposición deben tener los oyentes. Todo esto para seguir con amor a Cristo.

El capítulo tiene cinco párrafos, y a mi entender trataré de ir explicando lo que a mí me parece que enseña él santo. Para ayudarnos a mejor comprender pongo en algunos casos algunas aclaraciones de concepto entre paréntesis.

Primer párrafo: Los provocativos (predicadores) y los oyentes (el pueblo fiel que escucha). Papel que le corresponde a cada uno.

1 La segunda manera de bienes distintos sabrosos en que vanamente se puede gozar la voluntad, son los que provocan o persuaden a servir a Dios, que llamamos provocativos. Estos son los predicadores, de los cuales podríamos hablar de dos maneras, es a saber: cuanto a lo que toca a los mismos predicadores y cuanto a los oyentes. Porque a los unos y a los otros no falta que advertir (estar alerta) cómo han de guiar a Dios el gozo de su voluntad, así los unos como los otros, acerca de este ejercicio.

Comentario: El santo nos habla de una segunda clase de bienes y que son los que provocan o catequizan a los oyentes a servir a Dios. Incomoda el adverbio de modo “vanamente”, porque entendemos como inútilmente, o de lo que no conoce o no se tiene experiencia, incluso con presunción y arrogancia, se comportó vanamente ante tanto agasajo sabroso. Se comprende esta expresión al reflexionar el segundo párrafo.

Pero aclara el santo el papel que le corresponde a los predicadores, en lo que   hemos de distinguir lo que a ellos les corresponde y a lo que a los oyentes. Porque unos a otros han de estar alertas y vigilantes para dirigir a Dios el gozo de su voluntad en este ejercicio.

Segundo párrafo: Dice el santo como debe ser el predicador, para ser útil a su pueblo fiel y no quedar prendido en el vano (frio, superficial) gozo y presunción.

2 Cuanto a lo primero, el predicador, para aprovechar (para ser útil)  al pueblo y no embarazarse (no quedar prendido) a sí mismo con vano gozo y presunción, conviénele advertir que aquel ejercicio más es espiritual que vocal; porque, aunque se ejercita con palabras de fuera, su fuerza y eficacia no la tiene sino del espíritu interior. De donde, por más alta que sea la doctrina que predica y por más esmerada la retórica y subido el estilo con que va vestida, no hace de suyo ordinariamente más provecho que tuviere de espíritu.

Porque, aunque es verdad que la palabra de Dios de suyo es eficaz, según aquello de David (“¡que lanza él su voz, su voz potente!” Sal. 67, 34) que dice, que él dará a su voz, voz de virtud, pero también el fuego tiene virtud de quemar, y no quemará cuando en el sujeto no hay disposición.

Comentario: El predicador debe tener en cuenta o muy en claro, que su tarea debe ser más espiritual que vocal, es decir, debe volcar más su corazón a hablar de su experiencia de Dios que destacarse por su elocuencia.

Y aclara el santo, que por muy sublime sea la doctrina que predica, y por magistral que sea la retórica y de exquisito estilo,  si no llega al fondo de los oyentes o lo que a veces observo, que el pueblo no entiende conceptos teológico rebuscados, no produce de ordinario mayor provecho en los oyentes.  Cierra el santo este párrafo sentenciando que el fuego tiene poder de quemar, pero no prende, no quema o no arde si no encuentra disposición en el sujeto. (El oyente).

Tercer párrafo: Este es más extenso. El santo aclara que para que la doctrina prenda su fuego, son necesarias dos disposiciones: la del que predica y la del que escucha. Y para que se entienda evangélicamente bien, pone algunos ejemplos tomados del libro de Los Hechos de los Apóstoles, del Evangelio de San Marcos, de la carta de San Pablo a los Romanos y como es de su costumbre, de los salmos.

3 Y para que la doctrina pegue su fuerza (prenda su fuego), dos disposiciones ha de haber: una del que predica y otra del que oye; porque ordinariamente es el provecho como hay la disposición de parte del que enseña. Que por eso se dice que, cual es el maestro, tal suele ser el discípulo. Porque, cuando en los Actos de los Apóstoles aquellos siete hijos de aquel príncipe de los sacerdotes de los judíos acostumbraban a conjurar los demonios con la misma forma que san Pablo, se embraveció el demonio contra ellos, diciendo: A Jesús confieso yo y a Pablo conozco; pero vosotros ¿quién sois? (Hech 19, 15) y, embistiendo en ellos, los desnudó y llagó. Lo cual no fue sino porque ellos no tenían la disposición que convenía, y no porque Cristo no quisiese que en su nombre no lo hiciesen; porque una vez hallaron los Apóstoles a uno que no era discípulo echando un demonio en nombre de Cristo, y se lo estorbaron, y el Señor se lo reprehendió, (diciendo): No se lo estorbéis, porque ninguno podré decir mal de mí en breve espacio si en mi nombre hubiese hecho alguna virtud (Mc. 9, 38). Pero tiene ojeriza con los que, enseñando ellos la ley de Dios, no la guardan, y predicando ellos buen espíritu, no le tienen. Que por eso dice por san Pablo (Rom. 2, 21): Tú enseñas a otros, y no te enseñas a ti. Tú que predicas qué no hurten, hurtas. Y por David (Sal. 49, 16-17) dice el Espíritu Santo: Al pecador dijo Dios: ¿Por qué platicas tú mis justicias y tomas mi ley con tu boca, y tú has aborrecido la disciplina y echado mis palabras a las espaldas? En lo cual se da a entender que tampoco les dará espíritu para que hagan fruto.

Comentario: El santo en este tercer párrafo pone algunos ejemplos tomados del Nuevo Testamento. De los Hechos se refiere a los 7 hijos de Esceva, que era sumo sacerdote judío: “Algunos exorcistas judíos ambulantes intentaron también invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, y decían: « Os conjuro por Jesús a quien predica Pablo. » Eran siete hijos de un tal Esceva, sumo sacerdote judío, los que hacían esto. Pero el espíritu malo les respondió: « A Jesús le conozco y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? » Y arrojándose sobre ellos el hombre poseído del mal espíritu, dominó a unos y otros y pudo con ellos de forma que tuvieron que huir de aquella casa desnudos y cubiertos de heridas.” (Hech 19, 13-16) Este ejemplo lo pone para explicar que esto sucedió porque ellos no tenían la debida disposición, y no porque Jesús no quisiera que  invocaran su nombre.

Y como parte de su aclaración, pone el ejemplo del evangelio de Marcos, donde el discípulo Juan le comunica que han visto una persona que exorcizaba los demonios, y se lo habían prohibido porque no estaba con ellos, es decir, no pertenecía a los Doce, a quienes se les había conferido este poder (Mateos 10:1). Pero Jesús les dijo: No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Jesús no autoriza esa prohibición. Si hay una delegación suya para ello en los apóstoles, también otros pueden invocar su nombre, con reverencia, apelando a su poder. Esto no significa estar lejos de su discipulado, pues, al menos, se está con él.

¿Tenemos algún derecho a impedir que otras personas de distintas confesiones cristianas hagan buena acciones en nombre de Jesucristo? ¿Tiene alguien derecho de creerse dueño del nombre de Jesús?, ciertamente el Señor nos da una gran lección a toda nuestra comunidad cristiana, no están únicamente solo los que pertenecen nominativamente como los suyos: “no es de los nuestros”. Ciertamente, el que invoca el nombre de Jesús para hacer el bien, es porque se compenetra con El, por tanto no podemos pensar que el luego agraviará su nombre. “porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”.

Otro ejemplo que pone el santo, queda claro que es para que lo predicadores y  los oyentes no erren el camino, se refiere a San Pablo en la carta a los romanos que dice: “pues bien, tú que instruyes a los otros ¡a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡no robar!, y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! Aborreces los ídolos, y ¡saqueas sus templos!”. (Rom 2,21-22). En este fragmento de la carta el Apóstol Pablo hace una aplicación más directa a los judíos, acusándoles de quebrantar la Ley, a pesar del claro conocimiento que tienen de ella, siendo incluso motivo de que “entre los gentiles sea blasfemado el nombre de Dios”,  pues el desprecio hacia ellos recae de algún modo sobre el Dios del que se dicen servidores. Es decir, es una fuerte crítica a aquellos que abusan y defraudan en nombre de lo que predican, a modo de ejemplo, pides no robar lo del templo, pero tú te lo quedas para ti.

Finalmente se refiere al salmo donde Dios le dice al pecador;  "¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? Si a un ladrón ves, te vas con él, alternas con adúlteros; sueltas tu boca al mal, y tu lengua trama engaño.” (Sal 50, 16-17). En esto se deja entender que tampoco les dará su espíritu para que den frutos:

Cuarto párrafo: El santo da en este párrafo una clave que debe cumplir el buen predicador; esto es que a mayor santidad del predicador, mayores son sus frutos. No tiene relevancia que su estilo sea sencillo y su elocuencia sea mínima o tenga una doctrina corriente. Hay que tener en cuenta que el espíritu vivo, contagia de calor.

4 Que comúnmente vemos que, cuanto acá podemos juzgar, cuanto el predicador es de mejor vida, (mayor santidad) mayor es el fruto que hace por bajo que sea su estilo, y poca su retórica, y su doctrina común, porque del espíritu vivo se pega el calor; pero el otro muy poco provecho hará, aunque más subido sea su estilo y doctrina. Porque, aunque es verdad que el buen estilo y acciones y subida doctrina y buen lenguaje mueven y hacen efecto acompañado de buen espíritu; pero sin él, aunque da sabor y gusto el sermón al sentido y al entendimiento, muy poco o nada de jugo pega a la voluntad; porque comúnmente se queda tan floja y remisa como antes para obrar, aunque haya dicho maravillosas cosas maravillosamente dichas, que sólo sirven para deleitar el oído, como una música concertada o sonido de campanas; más el espíritu, como digo, no sale de sus quicios más que antes, no teniendo la voz virtud para resucitar al muerto de su sepultura.

Comentario: El santo en este párrafo nos explica que el predicador que no viva vida interior, poco provecho hará, por muy elevado que sea su estilo, por muy sublime que sea su doctrina. Pero al mismo tiempo aclara que es cierto que el buen estilo, los gestos adecuados, la excelente doctrina, el perfecto lenguaje, producen mejor efecto, siempre que estén unidos al buen espíritu.

Pero además su comentario nos deja claro que sin espíritu, aunque la predica de sabor y buenos frutos, poco fuego o nada enciende la voluntad. Esto porque se queda débil y ocioso para producir como antes, aunque haya dicho maravillosas cosas maravillosamente dichas.

Quinto párrafo: El santo nos dice en este último párrafo que poco importa oír una música mejor que otra si esta no me da más que aquella. Porque aunque hayan hablado maravillas, en seguida se olvida si no prendieron fuego. Teresa de Jesús al respecto habla de que algunos no tienen “el gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así (entonces) calienta poco esta llama.” (V16, 7)

5 Poco importa oír una música mejor que otra sonar si no me mueve (ésta) más que aquélla a hacer obras, porque, aunque hayan dicho maravillas, luego se olvidan, como no pegaron fuego en la voluntad. Porque, además de que de suyo no hace mucho fruto aquella presa que hace el sentido en el gusto de la tal doctrina, impide que no pase al espíritu, quedándose sólo en estimación del modo y accidentes con que va dicha, alabando al predicador en esto o aquello y por esto siguiéndole, más que por la enmienda que de ahí saca.

Comentario: Porque aparte que esto no da muchos frutos, el apego que tiene el sentido del gusto de esa doctrina, esto es un  obstáculo para que no llegue el espíritu. Y finalmente se queda en la alabanza al predicador, esto hace que vaya más detrás de las cualidades humanas que por la renovación de vida que se ha conseguido.

Y así es como lo sigue concluyendo el santo.

Esta doctrina da muy bien a entender san Pablo a los de Corinto (1 Cor. 2, 1-4), diciendo; Yo, hermanos, cuando vine a vosotros, no vine predicando a Cristo con alteza de doctrina y sabiduría, y mis palabras y mi predicación no eran retórica de humana sabiduría, sino en manifestación del espíritu y de la verdad. La lectura bíblica dice así; “Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.

Y el santo aclara: Que, aunque la intención del Apóstol y la mía (suya), no es condenar el buen estilo y retórica y buen término, porque antes hace mucho al caso al predicador, como también a todos los negocios; pues el buen término y estilo aun las cosas caídas y estragadas levanta y reedifica, así como el mal término a las buenas estraga y pierde.

Comentario: El santo no está censurando el buen estilo y la retórica o el lenguaje fino, por cierto esto enriquece mucho al predicador, y es una gran verdad que las palabras finas, nobles y el delicado estilo elevan y reconstruyen lo que está caído, como del mismo modo las palabras torpes, la vulgaridad o los malos términos estropean todo buen comentario y echa a perder todo el buen sentido que se pretendía decir.

Pedro Sergio A. Donoso Brant

www.caminando-con-Jesus.org

 

Fuentes y referencias

Obras Completas Editorial Monte

Santiago de Chile, 1 de febrero de 2017

pedrodonosobrant@caminandoconjesus.cl