CONOCIENDO A SAN JUAN DE LA CRUZ

Publicado en la revista de Teresa de Jesús

 

 

 

Convivió con la pobreza

Eusebio Gómez Navarro

 

Juan de la Cruz experimentó toda clase de pobreza: el hambre, el mundo de los enfermos, el de la soledad de los presos y la persecución de los de dentro de su familia carmelitana. Es santo porque amó a Dios y a la persona humana sobre todas las cosas.

En este artículo quiero presentar a Juan de la Cruz marcado por la pobreza en los primeros años de su vida, especialmente en Fontiveros y Medina del Campo. Quiero partir de los pobres en la España de Juan de la Cruz y de la condición social de Juan de Yepes.

Los pobres en la España de San Juan de la Cruz

Para profundizar mejor en la figura de Juan de Yepes, nos ayudará conocer, aunque sea a grandes rasgos, la España del Siglo XVI.

Juan de la Cruz nace en Fontiveros, Castilla. La Castilla del siglo XVI, era la tierra española más rica y la más activa. Aunque dependía fundamentalmente de la agricultura, contaba también con grandes centros de actividad industrial (Toledo, Segovia) y comercial (Burgos y Medina del Campo).

Los poderosos prácticamente lo poseían todo, La desigualdad económica, en relación con los pobres, era enorme. Disponían de grandes latifundios y su riqueza era incalculable. El poder y señorío, nos cuenta Fernández Alvarez, lo demostraban con gran ostentación, principalmente en sus pequeñas cortes, escoltadas por guardianes y caballeros.

Si la clase dominante estaba compuesta por los nobles, la otra gran masa, en su inmensa mayoría pertenecía al grupo de los pobres. Es casi imposible fijar el número de pobres. Nos dicen los historiadores que era crecidísimo, aumentando el número de «tiempos malos», tiempos de enfermedades y malas cosechas. Entonces, los comerciantes, los campesinos endeudados, los tejedores sin trabajo (como los padres de Juan de Yepes), se lanzaban a la mendicidad. Los caminos se llenaban de mendigos y las ciudades rebosaban de pedigüeños propios y forasteros. Las condiciones de vida de esta gente eran duras y ásperas. El nacer era una aventura, pues, la enfermedad y la muerte eran compañeras de camino. Los que no morían de niños, quedaban en un estado miserable de por vida.

Los pobres, mordidos por el hambre, se convertían, normalmente, en mendigos. Además de los que pedían por oficio, hay que añadir los que se sumaban obligados por la necesidad en los años de pésimas cosechas. Junto a éstos prosperaban «los pícaros», quienes bebían buen vino, les gustaba vivir bien, y eran maestros en el arte de fingir.

Los ricos se salvaban ejerciendo la limosna: con ella compraban el cielo. A cambio, el pobre estaba a disposición del rico durante toda la vida, inclusive hasta la hora de la muerte. Al pobre todo el mundo lo desprecia; al rico, todos le ríen. <(El pobre vive miserablemente, aborrecido y despreciado, al pobre no hay quien le dé la mano y todo el mundo le da el pie; al rico, todo se le ríe, todos le respetan y reverencian» (López Iciano).

La condición social de Juan de Yepes

Muy poco sabemos de la vida de los hombres excepcionales, decía el Marqués de Lozoya. Poco sabemos de la gran aventura por la que pasó San Juan de la Cruz, Juan de Yepes, por tierras de España. A pesar de todo lo escrito, su vida sigue siendo desconocida o mejor, Juan de la Cruz sigue siendo el gran desconocido, para la mayoría de los cristianos.

Juan de la Cruz, quien perteneció desde la niñez al mundo de los pobres y como pobre, tuvo que emigrar en busca de otros lugares donde poder sobrevivir, nació pobre, vivió pobre y murió sin nada. El sobrevivir en la niñez, fue muy difícil. Muerto el padre, tuvo que mendigar por caminos y de puerta en puerta, y humillarse ante sus tíos ricos que sabían mucho de honores, pero que no tenían sensibilidad suficiente para socorrer a una viuda y a unos huérfanos. Y la pobreza le persiguió, mejor dicho, convivió en él. Juan de la Cruz que había nacido en pobreza, la abrazó y asumió voluntariamente en medio de labriegos, en un lugar retirado y olvidado por los historiadores, en Duruelo y nos enseñó que, para llegar a la unión con Dios, es necesario quedarse en pobreza, desnudez y vacío.

Fontiveros

Los primeros años de vida son decisivos para el hombre. Juan de Yepes tuvo los primeros contactos con el hambre y la orfandad desde los primeros momentos de su vida.

Gonzalo de Yepes, noble caballero, cuenta en su árbol genealógico con nombres ilustres en armas y en ciencias, sin embargo, se vio desposeído de la ayuda familiar por concertar matrimonio sin tener en cuenta a sus parientes. Por casarse con Catalina Alvarez, joven hermosa, pero huérfana de padres y de hacienda, tuvo que vivir de su trabajo. Gonzalo prefirió quedarse con el amor y dejar de lado la riqueza y la nobleza.

De este matrimonio nacen tres hijos: Luis, Francisco y Juan. Juan, el más pequeño, ve la luz en Fontiveros, villa castellana que vive casi exclusivamente del campo. Es el 1542 un año de carestías y epidemias, en un tiempo en que Castilla aún no se había recuperado de una de las crisis más agudas. Los ojos de Juan se abren a la luz en un ambiente de miseria, de noche oscura. La  casa es humilde, los enseres sencillos, la comida escasa. Los niños no pueden hartarse ni siquiera de pan de trigo, porque sobre la mesa familiar sólo se ve, a veces, pan de cebada, y aún ése escaso. Este fue el recibimiento que tuvo Juan: encuentro con un mundo oscuro, áspero y pobre.

A la muerte del padre, la familia queda sin pan y sin dineros. Al hambre se le une ahora la orfandad. Juan perdió a su padre a la edad de dos años, en los momentos que más le necesitaba para construir su personalidad. Niño sin padre, ha tenido que construirse una interna paternidad, nos dirá R. Carballo. Los biógrafos del santo nos presentan a Catalina, la madre de Juan, con su hijo en brazos, haciendo largos viajes, a través de malos caminos, sin dineros y cargada de trabajos. «Las circunstancias que rodean la niñez de nuestro Santo son las más desfavorables que puedan pensarse para formar un alma generosa. En la figura diminuta del Santo encontraremos siempre la huella de aquella miseria y estrechez primeras. Sin duda que su cuerpo, pequeño y débil, responde, al menos en parte, a las deficiencias de alimentación de sus primeros años. San Juan de la Cruz pudo haber salido un resentido (...) La oscuridad y el rebajamiento propios, secuela del fracaso, van a ser intensificados y convertidos en instrumentos de triunfo y perfección espiritual» (C. Vaca)

Mas la madre no se amilana ante las dificultades y no pierde la esperanza. Emprende el camino rumbo aArévalo después a Medina.

Medina del Campo

Cuando Catalina Álvarez entra con sus hijos en Medina del Campo, cuenta la villa castellana con 15.500 habitantes, aunque los historiadores nos e ponen de acuerdo al número de habitantes. Medina es centro de comunicaciones y de comercio. En ningún lugar del país había tanta animación mercantil. Allí acudían a traficar mercancías de todos los rincones de España, Francia, Flandes y Portugal. La riqueza circulaba por calles y plazas, pero no llegará a los bolsillos de la madre de Juan de Yepes.

Pero por lo que destacaba Medina era por sus ferias; junto a Villalón y Medina de Rioseco se disputaba la celebridad y el tráfico mercantil. Las Ferias de Medina tenían lugar durante todo el mes de mayo y octubre. No sólo era lugar de intercambio comercial, sino lugar de préstamos y de pagos, llegando a hacerse famosa la fórmula de «a pagar en la feria de Medina del Campo».

Isabel la Católica mimó y protegió a Medina, en especial en el comercio lanero, convirtiéndose en morada de ricos mercaderes. El Castillo de la Mota había dado paso a la plaza mayor, testigo de contratos y de una febril actividad de negocios. Se podría decir de Medina que allí no faltaba nada de lo necesario para la vida y que la economía era muy floreciente.

A esta ciudad acuden toda clase de hombres. El dinero llama a la gente de negocios, a campesinos y a toda clase de pobres.

A Medina llegó Catalina cargada de esperanza para poder sobrevivir gracias a la organización del municipio y a la caridad de las gentes. La verdad que fue un respiro económico para la madre, ya que pudo colocar a Juan en el Colegio de la Doctrina, donde se les enseñaba la doctrina cristiana y se les instruía en algún oficio. A cambio de esta asistencia, los niños tenían que asistir a los entierros vestidos de negro, ayudar a las misas y soportar una férrea disciplina. De no haber tenido la suerte de entrar en este colegio, posiblemente, Juan hubiese recorrido los mismos caminos que otros niños pobres.

Juan fue creciendo y sobresaliendo por los estudios y su buena conducta entre todos sus compañeros. Enterado el administrador del Hospital de las Bubas de las buenas cualidades de Juan, se lo llevó de recadero al establecimiento. Allí trabajó para ganarse el sustento diario y tomó contacto con otra clase de pobres: los enfermos que sufrían por su pecado, y sufrían, sobre todo, la vergüenza. Todo esto le sirvió al enfermo para conocer la naturaleza humana, el dolor de los enfermos y la soledad de los agonizantes. Esta experiencia no la olvidará nunca y mostrará, más tarde, una notable comprensión y cariño hacia los enfermos, sus necesidades y caprichos. El mismo, como antes de morir, pedirá a su acompañante unos espárragos, como último capricho de su vida.

Medina es un lugar donde Juan estuvo permanentemente más tiempo (1551-1563). Si en Fontiveros conoció el hambre, aquí en Medina tuvo que experimentar de cerca el dolor de los enfermos y marginados. No cabe duda, pues, que desde temprana edad Juan se hermanó y convivió con la pobreza y el dolor.

 

Caminando con Jesús

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

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