Caminando con
Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
SUBIDA DEL MONTE CARMELO LIBRO SEGUNDO SAN JUAN DE LA CRUZ |
En que trata del medio próximo para subir a
la unión de Dios, que es la fe; y así se trata de la segunda parte de esta noche,
que decíamos pertenecer el espíritu, contenida en la segunda canción, que es
la que se sigue. CAPITULO 22 |
CANCIÓN SEGUNDA A oscuras y segura, 1. En esta segunda
canción canta el alma la dichosa ventura que tuvo en desnudar el espíritu de
todas las imperfecciones espirituales y apetitos de propiedad en lo
espiritual. Lo cual le fue muy mayor ventura, por la mayor dificultad que hay
en sosegar esta casa de la parte espiritual, y poder entrar en esta oscuridad
interior, que es la desnudez espiritual de todas las cosas, así sensuales
como espirituales, sólo estribando en pura fe y subiendo por ella a Dios. Que, por eso, la
llama aquí escala y secreta, porque todos los grados y artículos que
ella tiene son secretos y escondidos a todo sentido y entendimiento. Y así,
se quedó ella a oscuras de toda lumbre de sentido y entendimiento, saliendo
de todo límite natural y racional para subir por esta divina escala de la fe,
que escala y penetra hasta lo profundo de Dios (1 Cor. 2, 10). Por lo cual dice
que iba disfrazada, porque llevaba el traje y vestido y término
natural mudado en divino, subiendo por fe. Y así era causa este disfraz de no
ser conocida ni detenida de lo temporal, ni de lo racional, ni del demonio,
porque ninguna de estas cosas puede dañar al que camina en fe. Y no sólo eso, sino
que va el alma tan encubierta y escondida y ajena de todos los engaños del
demonio, que verdaderamente camina, como también aquí dice, a oscuras y en
celada, es a saber, para el demonio, al cual la luz de la fe le es más
que tinieblas. Y así, el alma que por ella camina le podemos decir que en
celada y encubierta al demonio camina, como adelante se verá más claro. 2. Por eso dice que
salió a oscuras y segura, porque el que tal ventura tiene que puede
caminar por la oscuridad de la fe, tomándola por guía de ciego, saliendo él
de todas las fantasmas naturales y razones espirituales, camina muy al
seguro, como habemos dicho. Y así dice que
también salió por esta noche espiritual estando ya su casa sosegada,
es a saber, la parte espiritual y racional, de la cual, cuando el alma llega
a la unión de Dios, tiene sosegadas sus potencias naturales, y los ímpetus y
ansias en la parte espiritual. Que por eso no dice aquí que salió con
ansias, como en la primera noche del sentido, porque, para ir en la noche
del sentido y desnudarse de lo sensible, eran menester ansias de amor
sensible para acabar de salir; pero, para acabar de sosegar la casa del
espíritu, sólo se requiere negación de todas las potencias y gustos y
apetitos espirituales en pura fe. Lo cual hecho, se junta el alma con el
Amado en una unión de sencillez, y pureza, y amor, y semejanza. 3. Y es de saber
que la primera canción, hablando acerca de la parte sensitiva, dice que salió
en noche oscura; y aquí, hablando acerca de la parte espiritual, dice
que salió a oscuras, por ser muy mayor la tiniebla de la parte
espiritual, así como la oscuridad es mayor tiniebla que la de la noche,
porque, por oscura que una noche sea, todavía se ve algo, pero en la
oscuridad no se ve nada. Y así, en la noche del sentido todavía queda alguna
luz, porque queda el entendimiento y razón, que no se ciega. Pero esta noche
espiritual, que es la fe, todo lo priva, así en entendimiento como en
sentido. Y, por eso, dice el alma en ésta que iba a oscuras y segura,
lo cual no lo dijo en la otra; porque cuanto menos el alma obra con habilidad
propia, va más segura, porque va más en fe. Y esto se irá bien
declarando por extenso en este segundo libro, en el cual será necesario que
el devoto lector vaya con atención, porque en él se han de decir cosas bien
importantes para el verdadero espíritu. Y, aunque ellas son algo oscuras, de
tal manera se abre camino de unas para otras, que entiendo se entenderá todo
muy bien. Del impedimento y
daño que puede haber en las aprehensiones del entendimiento por vía de lo que
sobrenaturalmente se representa a los sentidos corporales exteriores y cómo el
alma se ha de haber en ellas. 1. Las primeras
noticias que habemos dicho en el precedente capítulo son las que pertenecen
al entendimiento por vía natural. De las cuales, porque habemos ya tratado en
el primer libro, donde encaminamos al alma en la noche del sentido, no
hablaremos aquí palabra, porque allí dimos doctrina congrua para el alma
acerca de ellas. Por tanto, lo que
habemos de tratar en el presente capítulo será de aquellas noticias y
aprehensiones que solamente pertenecen al entendimiento sobrenaturalmente por
vía de los sentidos corporales exteriores, que son: ver, oír, oler, gustar y
tocar. Acerca de todas las cuales pueden y suelen nacer a los
espirituales representaciones y objetos sobrenaturales. Porque acerca de la
vista se les suele representar figuras y personajes de la otra vida, de
algunos santos y figuras de ángeles, buenos y malos, y algunas luces y
resplandores extraordinarios. Y con los oídos oír
algunas palabras extraordinarias, ahora dichas por esas figuras que ven,
ahora sin ver quién las dice. En el olfato
sienten a veces olores suavísimos sensiblemente, sin saber de dónde proceden. También en el gusto
acaece sentir muy suave sabor, y en el tacto grande deleite, y a veces tanto,
que parece que todas las médulas y huesos gozan y florecen y se bañan en
deleite; cual suele ser la que llaman unción del espíritu, que procede de él
a los miembros de las limpias almas. Y este gusto del sentido es muy
ordinario a los espirituales, porque del afecto y devoción del espíritu
sensible les procede más o menos a cada cual en su manera. 2. Y es de saber
que, aunque todas estas cosas pueden acaecer a los sentidos corporales por
vía de Dios, nunca jamás se han de asegurar en ellas ni las han de admitir,
antes totalmente han de huir de ellas, sin querer examinar si son buenas o
malas. Porque así como son más exteriores y corporales, así tanto menos
ciertas son de Dios. Porque más propio y ordinario le es a Dios comunicarse
al espíritu, en lo cual hay más seguridad y provecho para el alma, que al
sentido, en el cual ordinariamente hay mucho peligro y engaño, por cuanto en
ellas se hace el sentido corporal juez y estimador de las cosas espirituales,
pensando que son así como lo siente, siendo ellas tan diferentes como el
cuerpo del alma y la sensualidad de la razón. Porque tan ignorante es el
sentido corporal de las cosas razonales, espirituales digo, como un jumento
de las cosas razonales, y aún más. 3. Y así, yerra
mucho el que las tales cosas estima, y en gran peligro se pone de ser
engañado, y, por lo menos, tendrá en sí total impedimento para ir a lo
espiritual; porque todas aquellas cosas corporales no tienen, como habemos
dicho, proporción alguna con las espirituales. Y así, siempre se han de tener
las tales cosas por más cierto ser del demonio que de Dios: el cual en lo más
exterior y corporal tiene más mano, y más fácilmente puede engañar en esto
que en lo que es más interior y espiritual. 4. Y estos objetos
y formas corporales, cuanto ellos en sí son más exteriores, tanto menos
provecho hacen al interior y al espíritu, por la mucha distancia y poca
proporción que hay entre lo que es corporal y espiritual. Porque aunque de
ellas se comunique algún espíritu (como se comunica siempre que son de Dios)
es mucho menos que si las mismas cosas fueran más espirituales e interiores.
Y así, son muy fáciles y ocasionadas para criar error y presunción, y vanidad
en el alma; porque, como son tan palpables y materiales, mueven mucho al
sentido, y parécele al juicio del alma que es más por ser más sensible, y
vase tras ello, desamparando a la fe, pensando que aquella luz es la guía y
medio de su pretensión, que es la unión de Dios; y pierde más el camino y
medio que es la fe, cuanto más caso hace de las tales cosas. 5. Y, además de
eso, como ve el alma que le suceden tales cosas y extraordinarias, muchas
veces se le ingiere secretamente cierta opinión de sí de que ya es algo
delante de Dios, lo cual es contra humildad. Y también el demonio sabe
ingerir en el alma satisfacción de sí oculta, y a
veces harto manifiesta. Y, por eso, él pone muchas veces estos objetos en los
sentidos, demostrando a la vista figuras de santos y resplandores
hermosísimos, y palabras a los oídos harto disimuladas, y olores muy suaves,
y dulzuras en la boca, y en el tacto deleite, para que, engolosinándolos por
allí, los induzca en muchos males. Por tanto, siempre
se han de desechar tales representaciones y sentimientos, porque, dado caso
que algunas sean de Dios, no por eso se hace a Dios agravio ni se deja de
recibir el efecto y fruto que quiere Dios por ellas hacer al alma, porque el
alma las deseche y no las quiera. 6. La razón de esto
es porque la visión corporal o sentimiento en alguno de los otros sentidos,
así como también en otra cualquiera comunicación de las más interiores, si es
de Dios, en ese mismo punto que parece o se siente hace su efecto en el
espíritu, sin dar lugar que el alma tenga tiempo de deliberación en quererlo
o no quererlo. Porque, así como Dios da aquellas cosas sobrenaturalmente sin
diligencia bastante y sin habilidad de ella, (así, sin la diligencia y
habilidad de ella), hace Dios el efecto que quiere con las tales cosas en
ella, porque es cosa que se hace y obra pasivamente en el espíritu. Y así, no
consiste en querer o no querer, para que sea o deje de ser, así como si a uno
echasen fuego estando desnudo, poco aprovecharía no querer quemarse; porque
el fuego por fuerza había de hacer su efecto. Y así son las visiones y
representaciones buenas, que, aunque el alma no quiera, hacen su efecto en
ella primera y principalmente que en el cuerpo. También las que son
(de) parte del demonio, sin que el alma las quiera, causan en ella alboroto o
sequedad, o vanidad o presunción en el espíritu. Aunque éstas no son de tanta
eficacia en el alma como las de Dios en el bien; porque las del demonio sólo
pueden poner primeros movimientos en la voluntad y no moverla a más si ella
no quiere, y alguna inquietud que no dura mucho, si el poco ánimo y recato
del alma no da causa que dure. Mas las que son de
Dios penetran el alma, y mueven la voluntad a amar, y dejan su efecto, al
cual no puede el alma resistir aunque quiera, más que la vidriera al rayo del
sol cuando da en ella. 7. Por tanto, el
alma nunca se ha de atrever a quererlas admitir, aunque, como digo, sean de
Dios, porque, si las quiere admitir, hay seis inconvenientes: El primero, que se
le va disminuyendo la fe, porque mucho derogan a la fe las cosas que se
experimentan con los sentidos; porque la fe, como habemos dicho, es sobre
todo sentido. Y así apártase del medio de la unión de Dios, no cerrando los
ojos del alma a todas esas cosas de sentido. Lo segundo, que son
impedimento para el espíritu si no se niegan, porque se detiene en ellas el
alma y no vuela el espíritu a lo invisible. De donde una de las causas por
donde dijo el Señor (Jn. 16, 7) a sus discípulos que les convenía que él se
fuese para que viniese el Espíritu Santo, era ésta. Así como tampoco dejó a
María Magdalena (Jn. 20, 17) que llegase a sus pies después de resucitado,
porque se fundase en fe. Lo tercero es que
va el alma teniendo propiedad en las tales cosas y no camina a la verdadera
resignación y desnudez de espíritu. Lo cuarto, que va
perdiendo el efecto de ellas y el espíritu que causan en lo interior, porque
pone los ojos en lo sensual de ellas, que es lo menos principal. Y así, no
recibe tan copiosamente el espíritu que causan, el cual se imprime y conserva
más negando todo lo sensible, que es muy diferente del puro espíritu. Lo quinto, que va
perdiendo las mercedes de Dios, porque las va tomando con propiedad y no se
aprovecha bien de ellas. Y tomándolas con propiedad y no aprovechándose de
ellas, es quererlas tomar; porque no se las da Dios para que el alma las
quiera tomar, pues que nunca se ha de determinar el alma a creer que son de
Dios. Lo sexto es que en
quererlas admitir abre puerta al demonio para que le engañe en otras
semejantes, las cuales sabe él muy bien disimular y disfrazar, de manera que
parezcan a las buenas; pues puede, como dice el Apóstol (2 Cor. 11, 14) transfigurarse
en ángel de luz. De lo cual trataremos después, mediante el favor divino,
en el libro tercero, en el capítulo de gula espiritual. 8. Por tanto,
siempre conviene al alma desecharlas a ojos cerrados, sean de quien se
fueren. Porque, si no lo hiciese, tanto lugar daría a las del demonio, y al
demonio tanta mano, que no sólo a vueltas de las unas recibiría las otras,
mas de tal manera irían multiplicándose las del demonio y cesando las de
Dios, que todo se vendría a quedar en demonio y nada de Dios; como ha
acaecido a muchas almas incautas y de poco saber, las cuales de tal manera se
aseguraron en recibir estas cosas, que muchas de ellas tuvieron mucho que
hacer en volver a Dios en la pureza de la fe, y muchas no pudieron volver,
habiendo ya el demonio echado en ellas muchas raíces. Por eso es bueno
cerrarse en ellas y negarlas todas, porque en las malas se quitan los errores
del demonio, y en las buenas el impedimento de la fe, y coge el espíritu el
fruto de ellas. Y así como cuando las admite las va Dios quitando, porque en
ellas tienen propiedad, no aprovechándose ordenadamente de ellas, y va el
demonio ingiriendo y aumentando las suyas, porque halla lugar y causa para
ellas; así, cuando el alma está resignada y contraria a ellas, el demonio va
cesando de que ve que no hace daño, y Dios, por el contrario, va aumentando y
aventajando las mercedes en aquel alma humilde y desapropiada, haciéndola
sobre lo mucho, como al siervo que fue fiel en lo poco (Mt. 25,
21). 9. En las cuales
mercedes, si todavía el alma fuere fiel y retirada, no parará el Señor hasta
subirla de grado en grado hasta la divina unión y transformación. Porque
Nuestro Señor de tal manera va probando al alma y levantándola, que primero
la da cosas muy exteriores y bajas según el sentido, conforme a su poca
capacidad, para que, habiéndose ella como debe, tomando aquellos primeros
bocados con sobriedad para fuerza y sustancia, la lleve a más y mejor manjar.
De manera que, si venciere al demonio en lo primero, pasará a lo segundo; y si
también en lo segundo, pasará a lo tercero; y de ahí adelante todas las siete
mansiones, hasta meterla el Esposo en la cela vinaria (Ct. 2, 47) de
su perfecta caridad, que son los siete grados de amor. 10. ¡Dichosa el
alma que supiere pelear contra aquella bestia del Apocalipsis (12, 3), que
tiene siete cabezas, contrarias a estos siete grados de amor, con las cuales
contra cada uno hace guerra, y con cada una pelea con el alma en cada una de
estas mansiones, en que ella está ejercitando y ganando cada grado de amor de
Dios! Que, sin duda, que si ella fielmente peleare en cada una y venciere,
merecerá pasar de grado en grado y de mansión en mansión hasta la última,
dejando cortadas a la bestia sus siete cabezas, con que le hacía la guerra
furiosa, tanto que dice allí san Juan que le fue dado que pelease contra
los santos y los pudiese vencer en cada uno de estos grados de amor,
poniendo contra cada uno armas y municiones bastantes (ib. 13, 17). Y así, es mucho de
doler que muchos, entrando en esta batalla espiritual contra la bestia, aún
no sean para cortarle la primera cabeza, negando las cosas sensuales del
mundo. Y ya que algunos acaban consigo y se la cortan, no le cortan la
segunda, que es las visiones del sentido de que vamos hablando. Pero lo que más
duele es que algunos, habiendo cortado no sólo segunda y primera, sino aun la
tercera (que es acerca de los sentidos sensitivos interiores, pasando de
estado de meditación, y aun más adelante) al tiempo de entrar en lo puro del
espíritu, los vence esta espiritual bestia, y vuelve a levantar contra ellos
y a resucitar hasta la primera cabeza, y hácense las postrimerías de ellos
peores que las primerías en su recaída, tomando otros siete espíritus
consigo peores que él (Lc. 11, 26). 12. Luego claro
está que estas visiones y aprehensiones sensitivas no pueden ser medio para
la unión, pues que ninguna proporción tienen con Dios. Y una de las causas por
que no quería Cristo que le tocase Y así el demonio
gusta mucho cuando una alma quiere admitir revelaciones y la ve inclinada a
ellas, porque tiene él entonces mucha ocasión y mano para ingerir errores y
derogar en lo que pudiere a la fe; porque, como he dicho grande rudeza se
pone en el alma que las quiere acerca de ella, y aun a veces hartas
tentaciones e impertinencia. En que se trata de
las aprehensiones imaginarias que sobrenaturalmente se representan en la
fantasía. Dice cómo no pueden servir al alma de medio próximo para la unión
con Dios. 1. Ya que habemos
tratado de las aprehensiones que naturalmente pueden en sí recibir y en ellas
obrar con (su) discurso la fantasía e imaginativa, conviene aquí tratar de
las sobrenaturales, que se llaman visiones imaginarias, que también, por
estar ellas debajo de imagen y forma y figura, pertenecen a este sentido, ni
más ni menos que las naturales. 2. Y es de saber
que, debajo de este nombre de visiones imaginarias, queremos entender todas
las cosas que debajo de imagen, forma, y figura y especie sobrenaturalmente
se pueden representar a la imaginación. Porque todas las aprehensiones y
especies que de todos los cinco sentidos corporales se representan a él y en
él hacen asiento por vía natural, pueden por vía sobrenatural tener lugar en
él y representársele sin ministerio alguno de los sentidos exteriores. Porque
este sentido de la fantasía, junto con la memoria, es como un archivo y receptáculo
del entendimiento, en que se reciben todas las formas e imágenes
inteligibles: y así, como si fuese un espejo, las tiene en sí, habiéndolas
recibido por vía de los cinco sentidos, o, como decimos, sobrenaturalmente; y
así las representa al entendimiento, y allí el entendimiento las considera y
juzga de ellas. Y no sólo puede eso, mas aún puede componer e imaginar otras
a la semejanza de aquellas que allí conoce. 3. Es, pues, de
saber que, así como los cinco sentidos exteriores representan las imágenes y
especies de sus objetos a estos interiores, así sobrenaturalmente, como
decimos, sin los sentidos exteriores puede Dios y el demonio representar las
mismas imágenes y especies, y mucho más hermosas y acabadas. De donde, debajo
de estas imágenes muchas veces representa Dios al alma muchas cosas, y la
enseña mucha sabiduría; como a cada paso se ve en la sagrada Escritura, como
(vio) Isaías a Dios en su gloria debajo del humo que cubría el templo y de
los serafines que cubrían con las alas el rostro y los pies (6, 24);
Jeremías la vara que velaba (1, 11), Daniel multitud de visiones (7, 10),
etc. Y también el
demonio procura con las suyas, aparentemente buenas, engañar al alma, como es
de ver en el de los Reyes (3 Re. 22, 11), cuando engañó a todos los profetas
de Acab, representándoles en la imaginación los cuernos con que dijo había de
destruir a los asirios, y fue mentira. Y las visiones que tuvo la mujer de
Pilatos (Mt. 27, 19) sobre que no condenase a Cristo, y otros muchos lugares.
Donde se ve cómo, en este espejo de la fantasía e imaginativa, estas visiones
imaginarias acaecen a los aprovechados más frecuentemente que las corporales
exteriores. Estas, como decimos, no se diferencian de las que entran por los
sentidos exteriores en cuanto imágenes y especies;
pero, en cuanto al efecto que hacen y perfección de ellas, mucha diferencia
hay, porque son más sutiles y hacen más efecto en el alma, por cuanto son
sobrenaturales y más interiores que las sobrenaturales exteriores. Aunque no
se quita por eso que algunas corporales de estas exteriores hagan más efecto;
que, en fin, es como Dios quiere que sea la comunicación. Pero hablamos en
cuanto es de parte de ellas, por cuanto son más espirituales. 4. Este sentido de
la imaginación y fantasía es donde ordinariamente acude el demonio con sus
ardides, ahora naturales, ahora sobrenaturales; porque ésta es la puerta y
entrada para el alma, y como habemos dicho, aquí viene el entendimiento a
tomar y dejar, como a puerta o plaza de su provisión. Y por eso siempre Dios
y también el demonio acuden aquí con sus joyas de imágenes y formas
sobrenaturales para ofrecerlas al entendimiento; puesto que Dios no sólo se
aprovecha de este medio para instruir al alma, pues mora sustancialmente en
ella, y puede por sí y por otros medios. 5. Y no hay para
qué yo aquí me detenga en dar doctrina de indicios para que se conozcan
cuáles visiones serán de Dios y cuáles no, y cuáles en una manera y cuáles en
otra; pues mi intento aquí no es ése, sino sólo instruir al entendimiento en
ellas, para que no se embarace e impida para la unión con la divina Sabiduría
con las buenas, ni se engañe en las falsas. 6. Por tanto,
digo que, de todas estas aprehensiones y visiones imaginarias y otras
cualesquiera formas o especies, como ellas se ofrezcan debajo de forma o
imagen o alguna inteligencia particular, ahora sean falsas de parte del
demonio, ahora se conozcan ser verdaderas de parte de Dios, el entendimiento
no se ha de embarazar ni cebar en ellas, ni las ha el alma de querer admitir
ni tener, para poder estar desasida, desnuda, pura y sencilla, sin algún modo
y manera, como se requiere para la unión. 7. Y de esto la
razón es porque todas estas formas ya dichas siempre en su aprehensión se
representan, según habemos dicho, debajo de algunas maneras y modos
limitados, y 8. Y que en Dios no
haya forma ni semejanza, bien lo da a entender el Espíritu Santo en el
Deuteronomio (4, 12), diciendo: Vocem verborum eius audistis, et formam
penitus non vidistis; que quiere decir: Oísteis la voz de sus palabras, y
totalmente no visteis en Dios alguna forma. Pero dice que había allí
tinieblas, y nube, y oscuridad, que es la noticia confusa y oscura que
habemos dicho, en que se une el alma con Dios. Y luego más adelante (4, 15)
dice: Non vidistis aliquam similitudinem in die, qua locutus est vobis
Dominus in Horeb de medio ignis, esto es: No visteis vosotros semejanza
alguna en Dios en el día que os habló de medio del fuego, en el monte Horeb. 9. Y que el alma no
pueda llegar a lo alto de Dios, cual en esta vida se puede, por medio de
algunas formas y figuras, también lo dice el mismo Espíritu Santo en los
Números (12, 68), donde, reprehendiendo Dios a Aarón y María, hermanos de
Moisés, porque murmuraban contra él, queriendo darles a entender el alto
estado en que le había puesto de unión y amistad consigo, dijo: Si quis
inter vos fuerit propheta Domini in visione apparebo ei, vel per somnium
loquar ad illum. At (non) talis servus meus Moyses, qui in omni domo mea
fidelissimus est: ore enim ad os loquor ei, palam, et non per aenigmata et
figuras Dominum videt; que quiere decir: Si entre vosotros hubiere algún
profeta del Señor, aparecerle he en alguna visión o forma o hablaré con él
entre sueños. Pero no hay tal como mi siervo Moisés, que en toda mi casa es
fidelísimo y hablo con él boca a boca, y no ve a Dios por comparaciones,
semejanzas y figuras. En lo cual se da a entender claro que en este alto
estado de unión que vamos hablando, no se comunica Dios al alma mediante
algún disfraz de visión imaginaria, o semejanza, o figura, ni la ha de haber;
sino que boca a boca, esto es, esencia pura y desnuda de Dios, que es la boca
de Dios en amor, con esencia pura y desnuda del alma, que es la boca del alma
en amor de Dios. 10. Por tanto, para
venir a esta unión de amor de Dios esencial, ha de tener cuidado el alma de
no se ir arrimando a visiones imaginarias, ni formas, ni figuras, ni
particulares inteligencias, pues no le pueden servir de medio proporcionado y
próximo para tal efecto; antes le harían estorbo, y por eso las ha de
renunciar y procurar de no tenerlas. Porque, si por algún caso se hubiesen de
admitir y preciar, era por el provecho que las verdaderas hacen en el alma y
buen efecto. Pero para esto no es necesario admitirlas, antes conviene, para mejoría,
siempre negarlas. Porque estas visiones imaginarias, el bien que pueden hacer
al alma, también como las corporales exteriores que habemos dicho, es
comunicarle inteligencia, o amor, o suavidad; pero para que causen este
efecto en ella, no es menester que ella las quiera admitir, porque, como
también queda dicho arriba, en ese mismo punto que en la imaginación hacen
presencia, la hacen en el alma e infunden a la inteligencia y amor, o
suavidad, o lo que Dios quiere que causen. Y no sólo
juntamente, pero principalmente, aunque no en el mismo tiempo, hacen en el
alma su efecto pasivamente, sin ser ella parte para lo poder impedir aunque
quisiese, como tampoco lo fue para lo saber adquirir, aunque lo haya sido
antes para se saber disponer. Porque, así como la vidriera no es parte para
impedir el rayo del sol que da en ella, sino que pasivamente, estando ella
dispuesta con limpieza, la esclarece sin su diligencia u obra, así también el
alma, aunque ella quiera, no puede dejar de recibir en sí las influencias y
comunicaciones de aquellas figuras, aunque más las quisiere resistir; porque
a las infusiones sobrenaturales no las puede resistir la voluntad negativa
con resignación humilde y amorosa, sino sola la impureza e imperfecciones del
alma, como también en la vidriera impiden la claridad las manchas. 11. Donde se ve
claro que, cuanto más el alma se desnudare con la voluntad y afecto de las
aprehensiones de las manchas de aquellas formas, imágenes y figuras en que
vienen envueltas las comunicaciones espirituales que habemos dicho, no sólo
no se priva de estas comunicaciones y bienes que causan, mas se dispone mucho
más para recibirlas con más abundancia, claridad y libertad de espíritu y
sencillez, dejadas aparte todas aquellas aprehensiones, que son las cortinas
y velos que encubren lo espiritual que allí hay, y así ocupan el espíritu y
sentido, si en ellas se quisiese cebar, de manera que sencilla y libremente
no se pueda comunicar el espíritu; porque, estando ocupada con aquella
corteza, está claro que no tiene libertad el entendimiento para recibir
(aquellas formas). De donde, si el alma entonces las quiere admitir y hacer
caso de ellas, sería embarazarse y contentarse con lo menos que hay en ellas,
que es todo lo que ella puede aprehender y conocer de ellas, lo cual es
aquella forma e imagen y particular inteligencia. Porque lo principal de
ellas, que es lo espiritual que se le infunde, no sabe ella aprehender ni
entender, ni sabe cómo es, ni lo sabría decir, porque es puro espiritual.
Solamente lo que de ellas sabe, como decimos, es lo menos que hay en ellas a
su modo de entender, que es las formas por el sentido. Y por eso digo que
pasivamente, sin que ella ponga su obra de entender y sin saberla poner, se
le comunica de aquellas visiones lo que ella no supiera entender ni imaginar. 12. Por tanto,
siempre se han de apartar los ojos del alma de todas estas aprehensiones que
ella puede ver y entender distintamente (lo cual comunica en sentido y no
hace fundamento y seguro de fe), y ponerlos en lo que no ve ni pertenece al
sentido, sino al espíritu, que no cae en figura de sentido, que es lo que la
lleva a la unión en fe, la cual es el propio medio, como está dicho. Y así,
le aprovecharán al alma estas visiones en sustancia para fe, cuando bien
supiere negar lo sensible e inteligible de ellas y usara bien del fin que
Dios tiene en darlas al alma, desechándolas. Porque, como dijimos de las
corporales, no las da Dios para que el alma las quiera tomar y poner su
asimiento en ellas. 13. Pero nace aquí
una duda, y es: si es verdad que Dios da al alma las visiones sobrenaturales,
no para que ella las quiera tomar, ni arrimarse a ellas, ni hacer caso de
ellas, ¿para qué se las da, pues en ellas puede el alma caer en muchos yerros
y peligros, o por lo menos en los inconvenientes que aquí se escriben para ir
adelante, mayormente pudiendo Dios dar al alma y comunicarle espiritualmente
y en sustancia lo que le comunica por el sentido mediante las dichas visiones
y formas sensibles? 14. Responderemos a
esta duda en el siguiente capítulo, y es de harta doctrina y bien necesaria,
a mi ver, así para los espirituales como para los que los enseñan, porque se
enseña el estilo y fin que Dios en ellas lleva; el cual por no lo saber
muchos, ni se saben gobernar, ni encaminar a sí ni a otros en ellas a la
unión. Que piensan que, por el mismo caso que conocen ser verdaderas y de
Dios, es bueno admitirlas, y asegúranse en ellas, no mirando que también en
éstas hallará el alma su propiedad, y asimiento y embarazo, como en las cosas
del mundo, si no las sabe renunciar como a ellas. Y así les parece que es
bueno admitir las unas y reprobar las otras, metiéndose a sí mismos y a las
almas en gran trabajo y peligro acerca del discernir entre la verdad y
falsedad de ellas. Que ni Dios les manda poner en ese trabajo, ni que a
las almas sencillas y simples las metan en ese peligro y contienda; pues
tienen doctrina sana y segura, que es la fe, en que han de caminar adelante. 15. La cual no
puede ser sin cerrar los ojos a todo lo que es de sentido e inteligencia
clara y particular. Porque, aun con estar san Pedro tan cierto de la visión
de gloria que vio en Cristo en la transfiguración, después de haberlo contado
en su Epístola 2ª canónica (1, 1718), no quiso que lo tomasen por principal
testimonio de firmeza, sino, encaminándolos a la fe, dijo (1, 19): Et
habemus firmiorem propheticum sermonem: cui benefacitis attendentes, quasi
lucernae lucenti in caliginoso loco, donec dies elucescat, etc.; quiere
decir: Y tenemos más firme testimonio que esta visión del Tabor, que son los
dichos y palabras de los profetas que dan testimonio de Cristo, a las cuales
hacéis bien de arrimaros, como a la candela que da luz en el lugar oscuro. En
la cual comparación, si quisiéremos mirar, hallaremos la doctrina que vamos
enseñando. Porque, en decir que miremos a la fe que hablaron los profetas,
como "a candela que luce en lugar oscuro", es decir que nos
quedemos a oscuras, cerrados los ojos a todas esotras luces, y que en esta
tiniebla sola la fe, que también es oscura, sea luz a que nos arrimemos.
Porque si nos queremos arrimar a esotras luces claras de inteligencias
distintas, ya nos dejamos de arrimar a la oscura, que es la fe, y nos deja de
dar la luz en el lugar oscuro que dice san Pedro; el cual lugar, que aquí
significa el entendimiento que es el candelero donde se asienta esta candela
de la fe, ha de estar oscuro "hasta que le amanezca" en la otra
vida "el día" de la clara visión de Dios, y en ésta el de la
transformación y unión. En que se declara
el fin y estilo que Dios tiene en comunicar al alma los bienes espirituales
por medio de los sentidos, en lo cual se responde a la duda que se ha tocado.
Y así, a la medida
que va llegando más al espíritu acerca del trato con Dios, se va más
desnudando y vaciando de las vías del sentido, que son las del discurso y
meditación imaginaria. De donde, cuando llegare perfectamente al trato con
Dios de espíritu, necesariamente ha de haber evacuado todo lo que acerca de
Dios podía caer en sentido (cf. 1 Cor. 13, 10), así como cuanto más una cosa
se va arrimando más a un extremo, más se va alejando y enajenando del otro, y
cuando perfectamente se arrimare, perfectamente se habrá también apartado del
otro extremo. Por lo cual, comúnmente se dice un adagio espiritual, y es: Gustato
spiritu, desipit omnis caro, que quiere decir: Acabado de recibir el
gusto y sabor del espíritu, toda carne es insipiente. Esto es: no aprovechan
ni entran en gusto todas las vías de la carne; en lo cual se entiende de todo
trato de sentido acerca de lo espiritual. Y está claro, porque si es
espíritu, ya no cae en sentido, y si es que puede comprehenderlo el sentido,
ya no es puro espíritu. Porque cuanto más de ello puede saber el sentido y
aprehensión natural, tanto menos tiene de espíritu y (de) sobrenatural, como
arriba queda dado a entender. 6. Por tanto, el
espíritu ya perfecto no hace caso del sentido, ni recibe por él, ni
principalmente se sirve ni ha menester servirse de él para con Dios, como
hacía antes cuando no había crecido en espíritu. Y esto es lo que quiere
decir aquella autoridad de san Pablo a los Corintios (1 Cor. 13, 11),
diciendo: Cum essem parvulus, loquebar ut parvulus, sapiebam ut parvulus,
cogitabam ut parvulus. Quando autem factus sum vir, evacuavi quae erant
parvuli; quiere decir: Cuando era yo pequeñuelo, sabía como pequeñuelo,
hablaba como pequeñuelo, pensaba como pequeñuelo; pero cuando fui hecho
varón, vacié las cosas que eran de pequeñuelo. Ya habemos dado a
entender cómo las cosas del sentido y el conocimiento que el espíritu puede
sacar por ellas son ejercicio de pequeñuelo. Y así, si el alma se quisiese
siempre asir a ellas y no desarrimarse de ellas, nunca dejaría de ser
pequeñuelo niño, y siempre hablaría de Dios como pequeñuelo, y sabría de Dios
como pequeñuelo, y pensaría de Dios como pequeñuelo; porque, asiéndose a la
corteza del sentido, que es el pequeñuelo, nunca vendría a la sustancia del
espíritu, que es el varón perfecto. Y así, no ha de querer el alma admitir
las dichas revelaciones, para ir creciendo, aunque Dios se las ofrezca;
así como el niño ha menester dejar el pecho, para hacer su paladar a manjar
más sustancial y fuerte. 7. Pues luego
diréis: ¿será menester que el alma, cuando es pequeñuelo, las quiera tomar, y
las deje cuando es mayor: así como el niño es menester que quiera tomar el
pecho para sustentarse, hasta que sea mayor para poderle dejar? Respondo que,
acerca de la meditación y discurso natural en que comienza el alma a buscar a
Dios, es verdad que no ha de dejar el pecho del sentido para ir(se) sustentando, hasta que llegue a sazón y tiempo que
pueda dejarle, que es cuando Dios pone al alma en trato más espiritual, que
es la contemplación, de lo cual dimos ya doctrina en el capítulo 13 de este
libro. Pero cuando son visiones imaginarias u otras aprehensiones
sobrenaturales que pueden caer en el sentido sin el albedrío del hombre, digo
que en cualquier tiempo y sazón, ahora sea en estado perfecto, ahora en menos
perfecto, aunque sean de parte de Dios, no las ha el alma de querer admitir,
por dos cosas: La una porque él,
como habemos dicho, hace en el alma su efecto, sin que ella sea parte para
impedirlo, aunque impida y pueda impedir la visión, lo cual acaece muchas
veces. Y, por consiguiente, aquel efecto que había de causar en el alma mucho
más se le comunica en sustancia, aunque no sea en aquella manera. Porque, como
también dijimos, el alma no puede impedir los bienes que Dios le quiere
comunicar, ni es parte para ello, si no es con alguna imperfección y
propiedad. Y en renunciar estas cosas con humildad y recelo, ninguna
imperfección ni propiedad hay. La segunda es por
librarse del peligro y trabajo que hay en discernir las malas de las buenas,
y conocer si es ángel de luz o de tinieblas (2 Cor. 11, 14); en que no hay
provecho ninguno, sino gastar tiempo y embarazar el alma con aquello y
ponerse en ocasiones de muchas imperfecciones y de no ir adelante, no
poniendo el alma en lo que hace al caso, desembarazándola de menudencias de
aprehensiones e inteligencias particulares según queda dicho de las visiones
corporales y de éstas se dirá más adelante. 8. Y esto se crea: que
si Nuestro Señor no hubiese de llevar el alma al modo de la misma alma, como
aquí diremos, nunca le comunicaría la abundancia de su espíritu por esos
arcaduces tan angostos de formas y figuras y particulares inteligencias, por
medio de las cuales da el sustento al alma por meajas. Que por eso dijo David
(Sal. 147, 17): Mitit crystallum suam sicut buccellas; que es tanto
como decir: Envía su sabiduría a las almas como a bocados. Lo cual es harto
de doler que, teniendo el alma capacidad infinita, la anden dando a comer por
bocados del sentido, por su poco espíritu e inhabilidad sensual. Y por eso
también a san Pablo le daba pena esta poca disposición y pequeñez para
recibir el espíritu, cuando, escribiendo a los de Corinto (1 Cor. 3, 12),
dijo: Yo, hermanos, como viniese a vosotros, no os pude hablar como a
espirituales, sino como a carnales; porque no pudisteis recibirlo, ni tampoco
ahora podéis. Tamquam parvulis in Christo lac potum vobis dedi, non escam,
esto es: Como a pequeñuelos en Cristo os di a beber leche y no a comer manjar
sólido. 9. Resta, pues,
ahora saber que el alma no ha de poner los ojos en aquella corteza de figuras
y objeto que se le pone de delante sobrenaturalmente, ahora sea acerca del
sentido exterior, como son locuciones y palabras al oído y visiones de santos
a los ojos, y resplandores hermosos, y olores a las narices, y gustos y
suavidades en el paladar, y otros deleites en el tacto, que suelen proceder
del espíritu, lo cual es más ordinario a los espirituales; ni tampoco los ha de
poner en cualesquier visiones del sentido interior, cuales son las
imaginarias; antes renunciarlas todas. Sólo ha de poner los ojos en aquel
buen espíritu que causan, procurando conservarle en obrar y poner por
ejercicio lo que es de servicio de Dios ordenadamente, sin advertencia de
aquellas representaciones ni de querer algún gusto sensible. Y así, se toma
de estas cosas sólo lo que Dios pretende y quiere, que es
el espíritu de devoción, pues que no las da para otro fin principal; y se
deja lo que él dejaría de dar, si se pudiese recibir en el espíritu sin ello
(como habemos dicho, que es el ejercicio y aprehensión del sentido). En que declara
cómo, aunque Dios responde a lo que se le pide algunas veces, no gusta de que usen de tal término. Y prueba cómo, aunque
condesciende y responde, muchas veces se enoja. 1. Asegúranse, como
habemos dicho, algunos espirituales en tener por buena la curiosidad que
algunas veces usan en procurar saber algunas cosas por vía sobrenatural,
pensando que, pues Dios algunas veces responde a instancia de ello, que es
aquél buen término y que Dios gusta de él; como quiera que sea verdad que,
aunque les responde, ni es buen término ni Dios gusta de él, antes disgusta;
y no sólo eso, mas muchas veces se enoja y ofende mucho. La razón de esto
es, porque a ninguna criatura le es lícito salir fuera de los términos que
Dios la tiene naturalmente ordenados para su gobierno. Al hombre le puso
términos naturales y racionales para su gobierno; luego querer salir de ellos
no es lícito, y querer averiguar y alcanzar cosas por vía sobrenatural es
salir de los términos naturales; luego es cosa no lícita; luego Dios no gusta
de ellos, pues de todo lo ilícito se ofende. Bien sabía esto el rey Acab,
pues que, aunque de parte de Dios le dijo Isaías que pidiese una señal, no
quiso hacerlo, diciendo (Is. 7, 12): Non petam, et non tentabo Dominum,
esto es: No pediré tal cosa y no tentaré a Dios. Porque tentar a Dios es
querer tratarle por vías extraordinarias, cuales son las sobrenaturales. 2. Diréis: Pues,
si así es, que Dios no gusta, ¿por qué algunas veces responde Dios? Digo que
(algunas veces responde el demonio; pero las que responde Dios digo que
es): por la flaqueza del alma que quiere ir por aquel camino, porque no se
desconsuele y vuelva atrás, o por que no piense está Dios mal con ella y se
sienta demasiado, o por otros fines que Dios sabe, fundados en la flaqueza de
aquel alma, por donde ve que conviene, responde y condesciende por aquella
vía. Como también lo hace con muchas almas flacas y tiernas en darles gustos
y suavidad en el trato con Dios muy sensible, según está dicho arriba; mas no porque él quiera ni guste que con él se trate con
ese término ni por esa vía. Mas a cada uno da, como habemos dicho, según su
modo; porque Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge como lleva el
vaso, y a veces las deja coger por esos caños extraordinarios; mas no se
sigue por eso que es lícito (querer) coger el agua por ellos, si no es al
mismo Dios, que la puede dar cuándo, cómo y a quien él quiere, y por lo que
él quiere, sin pretensión de la parte. Y así, como decimos, algunas veces
condesciende con el apetito y ruego de algunas almas, que porque son buenas y
sencillas, no quiere dejar de acudir por no entristecerlas, mas no porque guste
del tal término. 3. Lo cual se
entenderá mejor por esta comparación. Tiene un padre de familia en su mesa
muchos y diferentes manjares y unos mejores que otros. Está un niño
pidiéndole de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra; y pide
de aquél porque él sabe comer de aquél mejor que de otro. Y, como el padre ve
que aunque le dé del mejor manjar no lo ha de tomar, sino aquel que pide, y
que no tiene gusto sino en aquél, porque no se quede sin su comida y
desconsolado, dale de aquél con tristeza. Como vemos que hizo Dios con los
hijos de Israel cuando le pidieron rey: se lo dio de mala gana, porque no les
estaba bien. Y así, dijo a Samuel (1 Sm. 8, 7): Audi vocem populi in
omnibus quae loquuntur tibi: non enim te abiecerunt, sed me; que quiere
decir: Oye la voz de este tu pueblo y concédeles el rey que te piden, porque
no te han desechado a ti, sino a mí, porque no reine yo sobre ellos. A la
misma manera condesciende Dios con algunas almas, concediéndoles lo que no
les está mejor, porque ellas no quieren o no saben ir sino por allí. Y así,
también algunas alcanzan ternuras y suavidad de espíritu o sentido, y dáselo
Dios porque no son para comer el manjar más fuerte y sólido de los trabajos
de la cruz de su Hijo, a que él querría echasen mano más que a otra alguna
cosa. 4. Aunque querer
saber cosas por vía sobrenatural, por muy peor lo tengo que querer otros
gustos espirituales en el sentido. Porque yo no veo por dónde el alma que las
pretende deje de pecar por lo menos venialmente, aunque más buenos fines
tenga y más puesta esté en perfección, y quien se lo mandase y consintiese
también. Porque no hay necesidad de nada de eso, pues hay razón natural y ley
y doctrina evangélica, por donde muy bastantemente se pueden regir, y no hay
dificultad ni necesidad que no se pueda desatar y remediar por estos medios
muy a gusto de Dios y provecho de las almas. Y tanto nos habemos
de aprovechar de la razón y doctrina evangélica, que, aunque ahora queriendo
nosotros, ahora no queriendo, se nos dijesen algunas cosas sobrenaturales,
sólo habemos de recibir aquello que cae en mucha razón y ley evangélica. Y
entonces recibirlo, no porque es revelación, sino porque es razón, dejando
aparte todo sentido de revelación; y aun entonces conviene mirar y examinar
aquella razón mucho más que si no hubiese revelación sobre ella, por cuanto
el demonio dice muchas cosas verdaderas y por venir, y conformes a razón,
para engañar. 5. De donde no nos
queda en todas nuestras necesidades, trabajos y dificultades, otro medio
mejor y más seguro que la oración y esperanza que él proveerá por los medios
que él quisiere. Y este consejo se nos da en la sagrada Escritura (2 Par. 20,
12), donde leemos que, estando el rey Josafat afligidísimo cercado de
enemigos, poniéndose en oración, dijo el santo rey a Dios: Cum ignoramus
quod facere debeamus, hoc solum habemus residui, ut oculos nostros dirigamus
ad te. Y es como si dijera: Cuando faltan los medios y no llega la razón
a proveer en las necesidades, sólo nos queda levantar los ojos a ti, para que
tú proveas como mejor te agradare. 6. Y que también
Dios, aunque responda a las tales pretensiones algunas veces, se enoje,
aunque también queda dado a entender, todavía será bueno probarlo con algunas
autoridades de la sagrada Escritura. En el primer libro
de los Reyes (28, 615) se dice que, pidiendo el rey Saúl que le hablase el
profeta Samuel que era ya muerto, le apareció el dicho profeta; y con todo
eso, se enojó Dios, porque luego le reprehendió Samuel por haberse puesto en
tal cosa, diciendo: Quare inquietasti me, ut suscitarer?; esto es:
¿Por qué me has inquietado en hacerme resucitar? También sabemos
que, no porque respondió Dios a los hijos de Israel dándoles las carnes que
pedían, se dejase de enojar mucho contra ellos, porque luego les envió fuego
del cielo en castigo, según se lee en el Pentateuco (Núm. 11, 3233) y lo
cuenta David (Sal. 77, 3031) diciendo: Adhuc escae eorum erant in ore
ipsorum, et ira Dei descendit super eos; que quiere decir: Aún teniendo
ellos los bocados en sus bocas, descendió la ira de Dios sobre ellos. Y también leemos en
los Números (22, 32) que se enojó Dios mucho contra Balam profeta porque fue
a los madianitas llamado por Balac, rey de ellos, aunque dijo Dios que fuese porque
tenía él gana de ir y lo había pedido a Dios; porque, estando ya en el
camino, le apareció el ángel con la espada y le quería matar, y le dijo: Perversa
est via tua mihique contraria: Tu camino es perverso y a mí contrario. Y
por eso le quería matar. 7. De esta manera y
de otras muchas condesciende Dios enojado con los apetitos de las almas. De
lo cual tenemos muchos testimonios en la sagrada Escritura, y sin eso muchos
ejemplos. Pero no son menester en cosa tan clara. Sólo digo que es cosa
peligrosísima, más que sabré decir, querer tratar con Dios por tales vías y
que no dejará de errar mucho y hallarse muchas veces confuso el que fuere
aficionado a tales modos. Y esto, el que hubiere hecho caso de ellos me
entenderá por la experiencia. Porque allende de la dificultad que hay en
saber no errar en las locuciones y visiones que son de Dios, hay
ordinariamente entre ellas muchas que son del demonio; porque comúnmente anda
en el alma en aquel traje que anda Dios con ella, poniéndole cosa tan
verosímil a las que Dios le comunica, por injerirse él a vueltas, como el
lobo entre el ganado con pellejo de oveja (Mt. 7, 15), que apenas se puede
entender. Porque como dice muchas cosas verdaderas y conformes a razón y
cosas que salen verdaderas, puédense engañar fácilmente pensando que, pues
sale verdad y cierta en lo que está por venir, que no será sino Dios. Porque
no saben que es cosa facilísima, a quien tiene clara la luz natural, conocer
las cosas, o muchas de ellas, que fueron o que serán, en sus causas. Y como
quiera que el demonio tenga esta lumbre tan viva, puede facilísimamente
colegir tal efecto de tal causa, aunque no siempre sale así, pues todas las
causas dependen de la voluntad de Dios. 8. Pongamos
ejemplo: conoce el demonio que la disposición de la tierra y aires y término
que lleva el sol, van de manera y en tal grado de disposición, que
necesariamente, llegado tal tiempo, habrá llegado la disposición de estos
elementos, según el término que llevan, a inficionarse, y así a inficionar la
gente con pestilencia, y en las partes que será más y en las que será menos.
Ve aquí conocida la pestilencia en su causa. ¿Qué mucho es que, revelando el
demonio esto a una alma, diciendo: "De aquí a
un año o medio habrá pestilencia", que salga verdadero? Y es profecía del
demonio. Por la misma manera puede conocer los temblores de la tierra, viendo
que se van hinchiendo los senos de ella de aire, y decir: "En tal tiempo
temblará la tierra"; lo cual es conocimiento natural; para el cual basta
tener el ánimo libre de las pasiones del alma, según lo dice Boecio por estas
palabras: Si vis claro lumine cernere verum, gaudia pelle, timorem spemque
fugato, nec dolor adsit, esto es: Si quieres con claridad natural conocer
las verdades, echa de ti el gozo y el temor, y la esperanza y el dolor. 9. Y también se
pueden conocer eventos y casos sobrenaturales en sus causas acerca de 10. Puede el
demonio conocer esto, no sólo naturalmente, sino aun de experiencia que tiene
de haber visto a Dios hacer cosas semejantes, y decirlo antes y acertar.
También el santo Tobías conoció por la causa el castigo de la ciudad de
Nínive; y así, amonestó a su hijo, diciendo (14, 1213): Mira, hijo, en la
hora que yo y tu madre muriéremos, sal de esta tierra, porque ya no
permanecerá. Video enim quod iniquitas eius finem dabit: Yo veo claro que su
misma maldad ha de ser causa de su castigo, el cual será que se acabe y
destruya. Todo lo cual también el demonio y Tobías podían saber, no sólo
en la maldad de la ciudad, sino por experiencia, viendo que tenían los
pecados del mundo por que Dios le destruyó en el diluvio, y los de los
sodomitas, que también perecieron por fuego; aunque también Tobías lo conoció
por espíritu divino. 11. Y puede conocer
el demonio que Pedro naturalmente (no) puede vivir más de tantos años y
decirlo antes. Y así otras muchas cosas y de muchas maneras que no se
pueden acabar de decir, ni aun comenzar muchas, por ser intrincadísimas y
sutilísimo él en ingerir mentiras. Del cual no se pueden librar si no es
huyendo de todas revelaciones y visiones y locuciones sobrenaturales. Por lo cual
justamente se enoja Dios con quien las admite, porque ve es temeridad del tal
meterse en tanto peligro, y presunción y curiosidad, y ramo de soberbia y
raíz y fundamento de vanagloria, y desprecio de las cosas de Dios, y
principio de muchos males en que vinieron muchos. Los cuales tanto vinieron a
enojar a Dios, que de propósito los dejó errar y engañar, y oscurecer el
espíritu, y dejar las vías ordenadas de la vida, dando lugar a sus vanidades
y fantasías, según lo dice Isaías (19, 14), diciendo: Dominus miscuit in
medio eius spiritum vertiginis: que es tanto como decir: El Señor mezcló
en medio espíritu de revuelta y confusión, que en buen romance quiere decir
espíritu de entender al revé;s.
Lo cual va allí diciendo Isaías llanamente a nuestro propósito, porque lo
dice por aquellos que andaban a saber las cosas que habían de suceder por vía
sobrenatural. Y, por eso, dice que les mezcló Dios en medio espíritu de
entender al revés. No porque Dios les quisiese ni les diese efectivamente el
espíritu de errar, sino porque ellos se quisieron meter en lo que
naturalmente no podían alcanzar. Enojado de esto, los dejó desatinar, no
dándoles luz en lo que Dios no quería que se entremetiesen. Y así, dice que
les mezcló aquel espíritu Dios privativamente. Y de esta manera es Dios causa
de aquel daño, es a saber, causa privativa, que consiste en quitar él su luz
y favor; tan quitado, que necesariamente vengan en error. 12. Y de esta
manera da Dios licencia al demonio para que ciegue y engañe a muchos,
mereciéndolo sus pecados y atrevimientos. Y puede y se sale con ello el
demonio, creyéndole ellos y teniéndole por buen espíritu. Tanto, que, aunque
sean muy persuadidos que no lo es, no hay remedio de desengañarse, por cuanto
tienen ya por permisión de Dios, ingerido el espíritu de entender al revés;
cual leemos (3 Re. 22, 22) haber acaecido a los profetas del rey Acab,
dejándoles Dios engañar con el espíritu de mentira, dando licencia al demonio
para ello, diciendo: Decipies, et praevalebis; egredere, et fac ita;
que quiere decir: Prevalecerás con tu mentira y engañarlos has; sal y (hazlo)
así. Y pudo tanto con los profetas y con el rey para engañarlos, que no
quisieron creer al profeta Miqueas, que les profetizó la verdad muy al revés
de lo que los otros habían profetizado. Y esto fue porque les dejó Dios
cegar, por estar ellos con afecto de propiedad en lo que querían que les
sucediese y respondiese Dios según sus apetitos y deseos; lo cual era medio y
disposición certísima para dejarlos Dios de propósito cegar y engañar. 13. Porque así lo
profetizó Ezequiel (14, 79) en nombre de Dios; el cual, hablando contra el
que se pone a querer saber por vía de Dios curiosamente, según la variedad de
su espíritu, dice: Cuando el tal hombre viniere al profeta para preguntarme
a mí por él, yo, el Señor, le responderé por mí mismo, y pondré mi rostro
enojado sobre aquel hombre; y el profeta cuando hubiere errado en lo que fue
preguntado, ego, Dominus, decepi prophetam illum, esto es: Yo, el Señor,
engañé aquel profeta. Lo cual se ha de entender, no concurriendo con su favor
para que deje de ser engañado; porque eso quiere decir cuando dice: Yo, el
Señor, le responderé por mí mismo, enojado; lo cual es apartar él su
gracia y favor de aquel hombre. De donde necesariamente se sigue el ser
engañado por causa del desamparo de Dios. Y entonces acude el demonio a
responder según el gusto y apetito de aquel hombre, el cual, como gusta de
ello, y las respuestas y comunicaciones son de su voluntad, mucho se deja
engañar. CAPÍTULO
22 5.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o
revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo
los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad. Porque
le podría responder Dios de esta manera, diciendo: "Si te tengo ya
habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué
te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo
en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún
más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en
parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi
locución y rdspuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he
ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano,
compañero y maestro, precio y premio. Porque desde aquel día que bajé con mi
Espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo (Mt. 17, 5): Hic est Filius
meus dilectus, in quo mihi bene complacui, ipsum audite, es a saber: Este
es mi amado Hijo, en que me he complacido, a él oíd; ya alcé yo la mano de
todas esas maneras de enseñanzas y respuestas y se la di a él. Oídle a él,
porque yo no tengo más fe que revelar, ni más cosas que manifestar. Que, si
antes hablaba, era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban, eran las
(preguntas) encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de
hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los
evangelistas y apóstoles. Mas ahora, el que me preguntase de aquella manera y
quisiese que yo le hablase o algo le revelase, era en alguna manera pedirme
otra vez a Cristo, y pedirme más fe, y ser falto en ella, que ya está dada en
Cristo. Y así, haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello
le faltaría en la fe, mas le obligaba otra vez a encarnar y pasar por la vida
y muerte primera. No hallarás qué pedirme ni qué desear de revelaciones o
visiones de mi parte. Míralo tú bien, que ahí lo hallarás ya hecho y dado
todo eso, y mucho más, en él. 6.
Si quisieres que te respondiese yo alguna palabra de consuelo, mira a mi
Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor, y afligido, y verás cuántas te
responde. Si quisieres que te declare yo algunas cosas ocultas o casos, pon
solos los ojos en él, y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría, y
maravillas de Dios, que están encerradas en él, según mi Apóstol (Col. 2, 3)
dice: In quo sunt omnes thesauri sapentiae et scientiae Dei absconditi,
esto es: En el cual Hijo de Dios están escondidos todos los tesoros de
sabiduría y ciencia de Dios. Los cuales tesoros de sabiduría serán para ti
muy más altos y sabrosos y provechosos que las cosas que tú querías saber.
Que por eso se gloriaba el mismo Apóstol (1 Cor. 2, 2), diciendo: Que no
había él dado a entender que sabía otra cosa, sino a Jesucristo, y a éste
crucificado. Y si también quisieses otras visiones y revelaciones divinas
o corporales, mírale a él también humanado, y hallarás en eso más que piensas;
porque también dice el Apóstol (Col. 2, 9): In ipso habitat omnis
plenitudo divinitatis corporaliter; que quiere decir: En Cristo mora
corporalmente toda plenitud de divinidad". Pero
de estas visiones que causa el demonio a las que son de parte de Dios hay
mucha diferencia. Porque los efectos que éstas hacen en el alma no son como
los que hacen las buenas, antes hacen sequedad de espíritu acerca del trato
con Dios e inclinación a estimarse, y a admitir y tener en algo las dichas
visiones, y en ninguna manera causan blandura de humildad y amor de Dios. Ni
las formas de éstas se quedan impresas en el alma con aquella claridad suave
que las otras, ni duran, antes se raen luego del alma, salvo si el alma las
estima mucho, que, entonces, la propia estimación hace que se acuerde de
ellas naturalmente; mas es muy secamente y sin hacer aquel efecto de amor y
humildad que las buenas causan cuando se acuerdan de ellas. 8.
Estas visiones, por cuanto son de criaturas, con quien Dios ninguna
proporción ni conveniencia esencial tiene, no pueden servir al entendimiento
de medio próximo para la unión de Dios. Y así, conviene al alma haberse
puramente negativa en ellas, como en las demás que habemos dicho, para ir
adelante por el medio próximo, que es la fe. De donde, de aquellas formas de
las tales visiones que se quedan en el alma impresas, no ha de hacer archivo
ni tesoro el alma, ni ha de querer arrimarse a ellas, porque sería estarse
con aquellas formas, imágenes y personajes, que acerca del interior reciben,
embarazada, y no iría por negación de todas las cosas a Dios. Porque, dado
caso que aquellas formas siempre se representen allí, no la impedirán mucho si el alma no quisiere hacer caso de
ellas. Porque, aunque es verdad que la memoria de ellas incita al alma a
algún amor de Dios y contemplación, pero mucho más incita y levanta la pura
fe y desnudez a oscuras de todo eso, sin saber el alma cómo ni de dónde le
viene. Y
así, acaecerá que ande el alma inflamada con ansias de amor de Dios muy puro,
sin saber de dónde le vienen ni qué fundamento tuvieron. Y fue que, así como
la fe se arraigó e infundió más en el alma mediante aquel vacío y tiniebla y
desnudez de todas las cosas, pobreza espiritual (que todo lo podemos llamar
una misma cosa), también juntamente se arraiga e infunde más en el alma la
caridad de Dios. De donde, cuanto más el alma se quiere oscurecer y aniquilar
acerca de todas las cosas exteriores e interiores que puede recibir, tanto
más se infunde de fe, y por consiguiente, de amor y esperanza en ella, por
cuanto estas tres virtudes teologales andan en uno. 4.
De donde, por cuanto no hay más artículos que revelar acerca de la sustancia
de nuestra fe que los que ya están revelados a 5.
Y en esto se mire mucho; porque, aunque fuese verdad que no hubiese peligro
del dicho engaño, conviene al alma mucho no querer entender cosas claras
acerca de la fe para conservar puro y entero el mérito de ella y también para
venir en esta noche del entendimiento a la divina luz de la divina unión. E
importa tanto esto de allegarse los ojos cerrados a las profecías pasadas en
cualquiera nueva revelación, que, con haber el apóstol san Pedro visto la
gloria del Hijo de Dios en alguna manera en el monte Tabor, con todo, dijo en
su canónica (2 Pe. 1, 19) estas palabras: Et habemus firmiorem propheticum
sermonem: cui benefacitis attendentes, etc.; lo cual es como si dijera:
Aunque es verdad la visión que vimos de Cristo en el monte, más firme y
cierta es la palabra de la profecía que nos es revelada, a la cual arrimando
vuestra alma, hacéis bien. 6.
Y si es verdad (que) por las causas ya dichas (es conveniente) cerrar los
ojos a las ya dichas revelaciones que acaecen acerca de las proposiciones de
la fe, ¿cuánto más necesario será no admitir ni dar crédito a las demás
revelaciones que son de cosas diferentes, en las cuales ordinariamente mete
el demonio la mano tanto, que tengo por imposible que deje de ser engañado en
muchas de ellas el que no procurase desecharlas, según la apariencia de
verdad y asiento que el demonio mete en ellas? Porque junta tantas
apariencias y conveniencias para que se crean, y las asienta tan fijamente en
el sentido y la imaginación, que le parece a la persona que sin duda acaecerá
así. Y de tal manera hace asentar y aferrar en ello al alma, que si ella
no tiene humildad, apenas la sacarán de ello y la harán creer lo contrario.
Por tanto, el alma pura, cauta, y sencilla y humilde, con tanta fuerza y
cuidado ha de resistir (y desechar) las revelaciones y otras visiones, como
las muy peligrosas tentaciones; porque no hay necesidad de quererlas, sino de
no quererlas para ir a la unión de amor. Que eso es lo que quiso decir
Salomón (Ecli. 7, 1) cuando dijo: ¿Qué necesidad tiene el hombre de querer
y buscar las cosas que son sobre su capacidad natural? Como si dijéramos:
Ninguna necesidad tiene para ser perfecto de querer cosas sobrenaturales por
vía sobrenatural, que es sobre su capacidad. 7.
Y porque a las objeciones que contra esto se pueden poner está ya respondido
en el capítulo 19 y 20 de este libro, remitiéndome a ellos, sólo digo que de
todas ellas se guarde el alma para caminar pura y sin error en la noche de la
fe a la unión. |