LA VIDA DE TERESAAutor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant a)
La
calidez del hogar familiar 1515-1535 Nació en
Ávila, en el hogar Cepeda y Ahumada, el 28 de marzo de 1515. Su abuelo, don Juan Sánchez de Toledo,
había apostatado (renegado) de la religión católica, pero por suerte los
Reyes Católicos, a través del Tribunal de la Inquisición, habían anunciado un
edicto de gracia por el que los apóstatas podían reconciliarse con la Iglesia
católica y a esta posibilidad se acogió don Juan, que debió cumplir la
penitencia que le impusieron: asistir cada viernes, durante siete semanas a
la procesión de los reconciliados de iglesia en iglesia, en Toledo, con el sanbenitillo y sus cruces a sus espaldas. Con don Juan se
reconciliaron también sus hijos, Pedro, Álvaro, Rodrigo, Elvira, Lorenzo,
Francisco y Alonso, el padre de Teresa. Pensando
el abuelo don Juan, mercader refinado, intuitivo, certero y afortunado que en
Toledo siempre sería mal visto, tanto por católicos como por judíos, antes de
que llegara su anunciada ruina económica, emigró con su familia a Ávila,
donde se estableció como mercader de tejidos y cambió su apellido de Toledo,
de origen judío, por el de Cepeda de su esposa, por lo que luego vino a
llamarse don Juan Sánchez de Cepeda, apellido que, naturalmente heredará
Teresa junto con el dinamismo inquieto, la intuitiva sagacidad y la
esplendidez ilustre y generosa del abuelo. El matrimonio donde nació Teresa. Don
Alonso de Cepeda, segundo hijo de don Juan primero se casó con doña Catalina
del Peso, que falleció dejando a su esposo con dos niños pequeños, María y
Juan. Luego Don Alonso, al quedar viudo a sus veintisiete años, volvió a
casarse en segundas nupcias, con doña Beatriz de Ahumada, y de este
matrimonio, nació Teresa de Jesús, de Cepeda y Ahumada, en Ávila el 28 de
marzo de 1515. Podemos decir, que ella llenó de felicidad este matrimonio y
aquel hogar. Teresa tuvo por tanto dos hermanos del primer matrimonio de su padre,
y nueve hermanos de padre y madre, Agustín, Juana, Pedro, María, Juan,
Antonio, Rodrigo, Lorenzo y Hernando. “El tener padres virtuosos y temerosos
de Dios me bastara” “Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y
piedad con los enfermos y aun con los criados”. “Mi madre también tenía
muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima
honestidad.” (V 1), escribirá Teresa. Los ideales de niña. “Nos juntábamos (ella y su hermano Rodrigo de 8
años) los dos a leer vidas de Santos, que era el que yo más quería” (V 1,4).
Siendo niña, se reúne con su hermano Rodrigo para leer vidas de santos y
repetir muchas veces que gloria y pena son “¡para siempre, siempre,
siempre!”, y se escapará con él a tierra de moros a que los “descabezasen por
Cristo”, y cuando se frustró su plan, decidirán “ser ermitaños”. Con sus
amiguitas Teresa construirá pequeños monasterios “como que éramos monjas”. (V
1, 4-6). A los trece años muere su madre, y acude a la Virgen de la Caridad a
pedirle con muchas lágrimas, que sea ella ahora su madre. “Paréceme que,
aunque se hizo con simpleza, me ha valido”. (V 1,7) La lectora, entre la piedad y la ilusión. Aprendió a leer de niña en el “Flos sanctorum”, conocido libro de la vida de los santos
y en los Santos Evangelios, pero en su adolescencia, iniciada por su madre,
doña Beatriz, se emborrachó con la lectura de los libros de caballerías, “Era
aficionada a libros de caballerías”, (V 2, 1) en cuyas historias atractivas y
fascinantes de caballeros enamorados y damas hermosas, adoradas por los
hombres que se rendían a sus pies y que eran capaces de desencadenar
inauditas hazañas y escenas de amor apasionado, dilató su naciente
imaginación y ensanchó su horizonte vital y cultural. Nota al margen del
Libro Vida dice; Teresa misma llegó a escribir un "libro de
caballerías" (una de esas novelas) en colaboración con su hermano
Rodrigo: lo atestiguan F. de Ribera ("Vida de la M. Teresa, c. 5) y
Gracián en nota a ese pasaje de Ribera: "la misma (Teresa) lo contó a
mí". – Pero de este escrito de Teresa joven, nada ha llegado hasta
nosotros. Decididamente, femenina. Avivado
por las novelas su natural instinto femenino en esos años adolescentes de
ilusión, aprendió a utilizar todos los resortes femeninos para acicalarse y
embellecerse, aunque con un cuerpo en capullo en plenitud de primavera,
necesitaba poco para estar espléndida. Nos cuenta ella misma que usaba
perfumes y joyas y dicen sus biógrafos que, a la par que cultivaba
extraordinariamente la limpieza, tenía muy buen gusto para elegir vestidos y
para combinar y armonizar los colores. “Comencé a traer galas y a desear
contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabellos y olores, y
todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy
curiosa”. (V, 2,2) Decididamente, femenina. Naturalmente,
comenzó a conocer el amor adolescente y romántico. Y descubrió el amor
humano. Gozaba con la compañía de sus primos, un poco mayores que ella, y con
sus charlas y vanidades, “niñerías nonada buenas”. (V 2,2) Llegó a
enamorarse. Pero con una gran limpieza. Tenía miedo de casarse, pero pensó en
ello. Este es un cabo suelto que nos ha dejado la Providencia: La que iba a
ser madre de tantas mujeres, no podía quedar en una inmadurez psicológica
estéril, cuya causa, en gran parte, es el desconocimiento de la vida y del
amor humano. Ella consideró esta situación un extravío, pero estaba muy
dentro del plan providencial sobre su misión eclesial. Su padre la encerró en el monasterio de las
Agustinas. Todo fue muy bonito, pero a don Alonso, su padre,
no le resultó tanto y, sin que ella se diera cuenta, pues él sabía que, de
haber contado con ella, habría dialécticamente perdido la batalla, la encerró
en el monasterio de las Agustinas de Santa María de Gracia que acogían y
educaban a las jóvenes "doncellas señoras de piso”, donde vivirá en
compañía de otras muchachas de su edad,
vigilada y acompañada por doña María de Briceño, que tuvo tino para
desadormecer a Teresa, quien ya desde entonces comienza a reflexionar en serio
en qué estado servirá a Dios, y pide a todas; “comencé a rezar muchas
oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese
el estado en que le había de servir.” (V 3,2), y añade; “más todavía deseaba
que no fuese el de monja”. “Comencé a hacer oración sin saber qué era”.
Comenzó a orar acompañando a Cristo, consolándole y deseando limpiarle el
sudor en la Oración del Huerto. No era una oración racional, sino un diálogo
vivo con Dios. Una enfermedad la saca del monasterio de las Agustinas, donde
se había hecho querer, como en todas partes siempre. b)
Entra
como monja en el Monasterio de la Encarnación 1535-1562 La visita
en Hortigosa a su tío Don Pedro de Cepeda, virtuoso y amigo de buenos libros,
enriquece el afán de la lectora y cambia el rumbo de sus temas. El tío quiere
que le lea a él, y ella, por darle gusto, le lee, y la fuerza de la lectura y
la conversación ablandan el barbecho, hacen que se vaya encontrando a sí
misma; “vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo
nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve” (V 3,5), Las
Epístolas de san Jerónimo la enardecen “Me dio la vida haber quedado ya amiga
de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me
animaban” (V 3,7) y decide irse al
monasterio. A las Agustinas no, porque eran excesivamente austeras, pero sí a
la Encarnación, donde tiene una grande amiga (V 3,2). Se trata de Juana
Suárez, que era monja carmelita en la Encarnación de Ávila; por este tiempo
solía visitarla la Santa, (nota N° 2 del Libro Vida 3), Teresa la quería
mucho. Y así
entra monja en el monasterio de la Encarnación. Arrumbados sus planes de
matrimonio, lo que le costó una enfermedad por el empeño y la entereza que
ponía en sus decisiones, y vencida la negativa paterna con tenacidad, el día
de Ánimas de 1535, cuando acababa de cumplir sus veinte años, salió
furtivamente de su casa, y se dirigió a la Encarnación para ser, al fin,
monja. “Muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella mi amiga, que era
al que yo tenía mucha afición” (V 4,1), En el monasterio tuvo que seguir el
método racional de oración que le imponía la regla y dejar el suyo vital y
afectivo, que era una conversación personal. Como ha de prevalecer el ritmo
calculado y casi mecánico del método que le enseña la maestra de novicias
sobre su propio modo de orar desde su vida que la conectaba con la Vida y de
ella sorbía vida, acusó el desajuste. Comenzó a debilitarse. Era todo muy
complicado. No acertaba. Comienza a hacer penitencias. Y el resultado fue
fatal. Deja temporalmente el Monasterio por enfermedad. Poco
después de la profesión la invadió una gran tristeza, síntoma de una grave
enfermedad psicosomática, que la forzó a dejar, temporalmente, el monasterio.
“Estuve casi un año por allá, y los tres meses de él padeciendo tan
grandísimo tormento” (V 4,6), Hace un
año que ha profesado, Teresa tiene veintitrés y medio. Cuando
pasa por Hortigosa a curarse, camino de Becedas, su tío Pedro le regala el
Tercer Abecedario de Osuna, que la introduce en las quintas moradas. Todo,
enfermedad, penitencias, encuentro con su tío y lectura en la soledad de
Becedas, son elementos providenciales para la forja de su alma, que están en
la base de su Obra y de sus libros, sobre todo en Camino, por ser el más
didáctico de todos. Curada,
deviene el milagro de san José, “Y tomé por abogado y señor al glorioso San
José y me encomendé mucho a él”, (V 6,6), y se convierte en la monja fina,
pálida y delicada, de palabra fácil, porte gentil y personalidad seductora,
que atrae las simpatías, las visitas y las limosnas al monasterio pobre. Retroceso y recuperación. Mal aconsejada, cede a su natural y, “de
pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión”, (V
7,1), pierde el fervor y casi su vocación de orante. Deja la oración porque
tiene vergüenza de “tener tan particular amistad” (V 7,1) con Dios, dada la
disipación en que vive. “Me ayudo a esto que, como crecieron los pecados,
comenzó a faltar el gusto y regalo en la virtud”. (V 7,1) Y tiene que intervenir
Dios de nuevo con la enfermedad de su padre, a quien fue a cuidar “estando
más enferma en el alma, que él en el cuerpo”. (Nota del capítulo del Libro
Vida 7). Esto le da la oportunidad de encontrarse con el padre Vicente
Barrón, quien le aconseja que vuelva a la oración, cosa que resultó más
eficaz que la representación de Cristo “con mucho rigor” (V 7,6) manifestándole el desagrado que le producen
aquellas amistades y sus charlas en el locutorio que la desangraban, la
desinteriorizaban. Años de regateo entre dios y el mundo, una vida
simple y corriente. Comenta Teresa; “Pasaba una vida trabajosísima”.
Sufre en la oración, porque no es fiel: “me llamaba Dios pero yo seguía el
mundo”. “Intentaba concertar estos dos contrarios tan enemigos uno de otro”. (V
7,17) Y no es que fuera mala, era considerada por muy buena, pero Dios la
quería mejor, y ella estaba imposibilitando la realización de su llamamiento. Ella
reconoce que “con regalos grandes castigabais, Señor, mis delitos”. (Libro
Vida, 7,19) A pesar de la desgana sigue acudiendo al oratorio, haciendo
esfuerzos sobrehumanos, más pendiente del reloj que de la oración, “hartas
veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera
de mejor gana que recogerme a tener oración.” (V, 8,7) El Señor sostiene su perseverancia, y su
fidelidad de permanecer apoyada “en la columna de la oración” (V 8,2) pone a
prueba su “determinada determinación” de orar. Ya no estaba en su mano dejar
la oración, “porque me tenía en las suyas el que me quería para hacerme
mayores mercedes”. (V 7,17) Profesar
como monja en un monasterio no es sinónimo de penetrar en el misterio de
Dios, dejarse quemar en su fuego y permanecer pacientemente en su nube
asomada al abismo. Lo primero se puede hacer desde una vida simple y
mediocre. Lo segundo exige una inmensa y dolorosa purificación, devoradora de
la mujer vieja. Teresa vivió como monja corriente casi veinte años. A punto
de cumplir los cuarenta años la va a tomar Dios por su cuenta, porque la
tiene elegida para maestra de la Iglesia de su tiempo, sacudida por el
vendaval de la polémica en torno a la oración, cuando además no se aprovecha
la energía de la mujer. Corriente antioracionista y
antifeminista que Teresa está llamada a corregir y a orientar, como maestra segura
de oración y de vida cristiana, de su tiempo y de todos los tiempos. Guerra interior de dudas, titubeos y conversión. Y, como
el mejor médico suele ser el que padeció la enfermedad que ha de curar, la
Providencia dispuso que Teresa aprendiera a orar sola, por no haber tenido
maestros, ella misma confiesa: “yo no hallé maestro, aunque lo busqué, en
veinte años”. (V 4,7)Tropezando, abandonando, recomenzando, perseverando,
saldrá maestra de oración. Veinte años de oración a secas, dura, difícil,
árida y seca, no obstante, cuando sacaba una gota de agua se sentía feliz,
para poder después, desde su experiencia, enseñar a sacar agua del pozo para
regar “el huerto, para que crezcan las plantas y lleguen a echar flores que
den de sí gran olor”. (V 11,6) Dios seguía
acosando, pero ¡alerta!, que Su Majestad le está preparando la emboscada. En esta
guerra interior de dudas y titubeos, en este caer y levantarse, a Dios ya le
corre prisa, y dirige un ultimátum a Teresa: la vista de la imagen de un
pequeño “Cristo muy llagado” (V 9,1) la sobresaltó de forma tal que decide,
“con grandísimo derramamiento de lágrimas, no levantarse de cabe sus plantas hasta que no hiciese lo que le
suplicaba: la fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”.(V 9,1) La lectura de las Confesiones de san
Agustín hincarán más el arpón: “Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó
aquella voz en el huerto, parece que me la dio el Señor a mí. Estuve un gran
rato que toda me deshacía en lágrimas, con aflicción y fatiga.” (V 9,8) En
síntesis, el capítulo nueve de la Vida, en que narra su conversión
definitiva, es considerado como el punto clave en la trayectoria vital de
Teresa. Ha rebasado ya el ecuador de su vida. Tiene treinta y nueve años. Le
quedan veintisiete de vida y muchas cosas por hacer. Los planes de Dios sobre
ella son de gran vuelo. Ya es hora de intervenir. Y va a intervenir. Vida mística habitual y el desposorio místico. Las
sospechas de quinta morada en la soledad de Castellanos de la Cañada, un
lugar cerca de Ávila, de hace quince años, a la lumbre de la lectura del
Tercer Abecedario, que nos ofrecen el principio de su carisma al convertir al
sacerdote de Becedas, se van a hacer habituales y la van a instalar en
creciente vida mística. Ante la
gran cantidad de mercedes, Teresa acude a sus consejeros: Francisco de
Salcedo y Gaspar Daza. Escuchan sin entender; escapaba a sus esquemas aquella
monja tan desenvuelta y tan enriquecida de Dios, y diagnostican los dos que
su espíritu es diabólico. Terrible tortura para teresa: no hace más que
llorar. “Fue grande mi aflicción y lágrimas”. (V 23,12) La
incompetencia y terquedad de aquellos obtusos e intransigentes directores
obligó a Teresa a someter su conciencia a unos y a otros y su caso pasó de
mano en mano injustamente discutido; lo que le ocasionó un martirio atroz. Un poco y
llegarán Diego de Cetina, que, aunque joven, la apacigua y comprende, y
Francisco de Borja y Juan de Prádanos, gloria a Dios, que aciertan. A este
último le cabe el mérito de que, bajo su dirección, alcance Teresa el
desposorio místico, que ella encuadra en su sexta morada: “Ya no quiero que
tengas conversación con hombres, sino con ángeles”. (V 24,5) La gracia
que sana. En este momento ha comenzado una nueva vida para Teresa. El Señor
ha estado grande con ella. No olvidemos que la grandeza es del Señor, que
socorre la debilidad de Teresa. Se puede
mirar el privilegio como mérito del privilegiado, y es todo lo contrario; se
privilegia la debilidad que necesita ser ayudada, restañada, curada, para
poder cumplir los designios del autor de los regalos. Dios la quería más
interior. Si su sicología y sus contradicciones interiores son un obstáculo,
Él la sanará y las armonizará. Es creada
la mujer nueva. Paladinamente lo confiesa Teresa en el capítulo veintitrés: “De
aquí en adelante es otro libro nuevo, quiero decir otra vida nueva. La de
hasta aquí era mía, ésta es de Dios que vive en mí” (V 24,5) c)
Teresa
estrena vida nueva, en un torrente de carismas 1562-1582 Tras los forcejeos
de ella, sus vacilaciones, mediocridad e impotencia, Dios se enseñorea de su
timón, porque la necesita transfigurada, transformada, recreada. Y en el
crisol de la contemplación ha matado el gusano y ha nacido la mariposa,
“mariposica blanca, muy graciosa”, (VM 2,). Lo que Teresa no ha podido
conseguir en tantos años, lo ha logrado Dios con su gracia en un instante. Siguen
las gracias místicas esplendorosamente, dolorosamente, eficazmente: visiones
intelectuales de Cristo, “cabe mi Cristo y veía ser El, el que me hablaba” (V
27,2) e imaginarias como la
transverberación: “veía un ángel cabe mí en forma corporal..... veíale un dardo de oro con fuego
que metía en el corazón y me llegaba a las entrañas...”; (V 29,13) y los
arrobamientos en público, que la llenaban de rubor y de bochorno. Estaba
realmente humillada, acobardada, era tan excesivo el tormento, que hubiera
preferido que la enterraran viva. Se dice que llegó a pensar irse a otro
monasterio, quizá a Valencia, donde no la conocieran. San Pedro de Alcántara. Sólo
alguien que conociera por experiencia los fenómenos tan extraños en que
venían envueltas las inmensas torrenteras de amor, podía intervenir con
eficacia para serenarla, garantizarla, devolverle la paz. Este santo varón
fue san Pedro de Alcántara. “Enseguida vi que me entendía por experiencia,
que era lo que yo necesitaba”. “Quedamos muy amigos”. (V 30,4) Es admirable la Providencia que acude en
ayuda de Teresa. ¿Cuántas personas que tienen experiencia en éxtasis habría
en España en aquellos tiempos? ¿Uno? Pues ese único llega a consolar a Teresa
en el momento necesario. Más adelante volverá para convencer al obispo de
Ávila de que apruebe su fundación. Su intervención fue necesaria y decisiva,
porque don Álvaro de Mendoza se había cerrado en banda: no quería admitir la
fundación. A pesar de haberle escrito fray Pedro, su decisión se mantuvo
inexpugnable. Pero el amor de fray Pedro era más fuerte que la terquedad del
Obispo y enfermo como estaba, se levantó de la cama, y quiso que le llevaran
cabalgando en un borriquillo a El Tiemblo, donde estaba el Obispo. Le
acompañaron Gonzalo de Aranda y Francisco de Salcedo «Los que de veras aman a
Dios todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo
lo bueno alaban, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y
defienden». La sangre y la vida darán por ayudar las obras de Dios. Es la
piedra de toque que expone si se busca a Dios o el prestigio propio y la
imagen que por nada del mundo se quiere arriesgar. La visión del infierno. Teresa ha
experimentado el infierno. «Entendí que quería el Señor que viese el lugar
que los demonios allá me tenían aparejado... ” (V 32,1) “Quiso el Señor que verdaderamente yo
sintiese aquellos tormentos y amargura espiritual, como si los padeciera en
mi carne”. (V 32,3) Es el golpe
definitivo y fulminante de Dios. ¿Qué puede hacer Teresa por Dios, por los
hombres, sus hermanos, por la Iglesia? Nos lo relata en el capítulo treinta y
dos de Libro Vida. “De aquí gané la grandísima pena que me da de las muchas
almas que se condenan y los ímpetus grandes de ayudar a las almas, que, por
librar una sola de gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de
buena gana”. Como mujer de su tiempo antifeminista se encuentra limitadísima.
Por lo menos podrá convertirse ella, “guardar su regla con la mayor perfección”;
“hacer lo poquito que puede” para que, pues “el Señor tiene tantos enemigos y
tan pocos amigos, que esos sean buenos”. Y tras la conversación en su celda
con sus amigas, cuando salta al desgaire en la conversación la idea de “si no
podrían ser monjas como las Descalzas y hacer un monasterio”, con el permiso
del Provincial y el del Papa, será fundadora. Se reformará ella y reformará
el Carmelo, que tendrá desde ahora un apellido: Teresiano. Tiene cuarenta y
cinco años. Toda su alma va a poner en el empeño, pues “Su Majestad le ha
mandado que lo procure con todas sus fuerzas”, aunque le esperan “grandes
desasosiegos y trabajos”. Genial comunicadora. Teresa
sabía hablar, era una gran comunicadora. También sabía escribir. Aunque
apenas conocía la gramática ni las reglas de sintaxis, ha sido capaz de
conseguir un estilo lleno de fuerza que, con imágenes vigorosas, narración
vivaz en los relatos y pinceladas coloristas, pone en pie al lector. Ahí
brilla su genio mejor. Esto en la forma, y en el fondo, la interior
introspección, resultado de su rica y poderosa personalidad y del
conocimiento de las reacciones psicológicas que asimiló en sus lecturas de
libros de caballerías. Pero Teresa no busca el arte por el arte. Jamás lo
hubiera pensado ella, ni hubiera escrito una sola página por hacer
literatura. Ella escribió para dar a conocer su espíritu a sus maestros y más
adelante, para participar a sus monjas las misericordias del Señor, el
misterio que vivió, como ella misma confiesa, para “engolosinar las almas
de un bien tan alto” (V 18,6). Fue más tarde cuando, sin pretenderlo, se abrió
el círculo de sus lectores. Les estudiosos aún tardarán en llegar. Entre sus
lectores, por recordar los más célebres del siglo XX, están Carlos de
Foucauld y Edith Stein, judía, filósofa y después
deliberadamente no cristiana, quien, tras haber devorado en una noche este
libro de la Vida, exclamó convencida: “Aquí está la verdad”. Santa
Teresa tiene una inteligencia excepcional y una facilidad extraordinaria para
la conversación, y así escribe como si conversara. Pero al igual que en la
conversación no se exige un rigor lógico ni una línea metódica ajustada, no
se encuentra en las obras de Santa Teresa ni esa dialéctica ni tal rigor
indiscutible. Ella habla con desenvoltura tal como le vienen las ideas y,
cabalmente por eso, resulta arduo encuadrarlas y clasificarlas. Su estilo
vitalista y experiencial y concebido en términos coloquiales tiene un encanto
que, junto con el empleo de un castellano popular, que no vulgar, adquiere
una donosura singular, fascinante e inimitable. Pero el genio de Santa Teresa
es bravío y original, vegetación crecida a su aire, y me he preguntado si
cabría la posibilidad de someterlo a un molde, dejándola expresarse con
libertad condicionada, eligiendo unos temas interesantes y fundamentales, que
dieran soluciones a las zonas de los interrogantes actuales. Creo que esto
sería oportuno, seleccionando los temas y limitándole el espacio de los mismos,
para que dijera todo lo que ha dicho en sus obras de ellos sin repetirse y
sin divagar -"sin divertirse"- como ella suele y se divierte
reconociendo. La gracia del estilo de Teresa en sus escritos y
cartas. Teresa de
Jesús no ha fundado conventos para recluirse y recrearse a solas con Dios
burguesamente y aislada en su torre de marfil, sino para estar más presente
en el mundo, en las gentes, en los suyos, y en los extraños. Sus
grandes obras doctrinales, que tanto esfuerzo le costaron, son casi un grano
de arena comparada con la multitud de cartas dirigidas a tantas personas, con
quienes une sus manos para salvar y extender la redención de la sangre de su
Señor a toda la tierra. Unida al
yugo de la pluma permanece toda su vida de fundadora, agotándose con el uso
de aquellos medios elementales, plumas de ave, tinta y papel de difícil
escritura, correos lentos e inseguros. Su gran pena de no poder llegar más
lejos en la extensión de su amor por las almas, quedaba paliada por el cauce
de su correspondencia cordial y santa, prudente y sagaz, con que mantenía el
fuego sagrado entre sus amigos y en todas aquellas personas que le ofrecieran
siquiera, una leve rendija por donde pudiera colarse su amor y compromiso. Cartas
compartiendo el dolor, o la pobreza, o la preocupación de su familia, siempre
elevándoles a la santidad, su afán supremo. Para que crezca la cristiandad en
el corazón de la humanidad, para que esa cristiandad se haga caridad. Teresa no
queda encerrada en su pequeño horizonte, sino que, abismada en Dios,
trasciende el deseo de su corazón a todas las personas que entran en su
órbita. Cuando se lamenta a Dios de que quede encerrada en ella la riqueza
que está recibiendo, oye la voz: "Espera y verás grandes cosas". (F
1,8) Por eso ella siempre espera que el Señor encamine la solución de sus
ardientes deseos: "Hágalo Dios como puede y ve que es necesario". (Cta, 325 al Padre Jerónimo Gracian)
Teresa, mujer en plenitud, superdotada de
cualidades humanas. Se van a cruzar en su camino monjas y frailes,
arrieros y alguaciles, albañiles y señoras principales, caballeros y
mercaderes, obispos y curas, mesoneros y corregidores, teólogos y confesores,
arrieros y duquesas, príncipes, nuncios papales y hasta el mismo rey. Está
bien preparada. Fogueada por Dios, puede ya repartir sus frutos; dará la
talla, cruzará Castilla cabalgando a lomos de mula o en carreta, atravesará
la nevada sierra de Guadarrama en crueles invernadas, llegará hasta Andalucía
y estará a punto de perecer ahogada en el paso difícil de una torrentera
burgalesa. Camina ya dentro de la morada del Rey y su actividad es la de
Dios. Teresa de
Jesús ha ido desarrollando su inteligencia eminente y ha madurado en su
estilo y en todas sus capacidades humanas y cristianas. Aquellas preceden a
éstas, que han encontrado un buen soporte en las humanas. Largo sería el
análisis de unas y de otras: Junto con la capacidad para vivir con las
personas más dispares, incluso con su irascible cuñado Martín Barrientos,
posee veracidad y audacia y tiene un sentido profundo de la justicia, incluso
en las menudencias domésticas. Una vecina prestaba a las monjas la sartén que
no tenían. Cuando recibieron una limosna, cada una fue indicando en qué
gastarían el dinero, y la Madre intervino: “en la sartén, en la sartén”, y
mandó a sus monjas que la compraran, para no abusar de la generosidad de la
vecina. Sabe dudar y sabe preguntar: se pregunta a sí misma y pregunta a
quienes le pueden informar o dar seguridad. Dialogante por idiosincrasia, es
realista y discreta para conseguir sumar voluntades y no le interesa para
nada restar amistades ni desestimar o rechazar colaboraciones, conocedora de
lo que hay de bueno y de positivo en cada interlocutor que tiene la suerte de
cruzarse con ella en su camino. Teresa conoce el corazón humano. Teresa
conoce el corazón humano y tiene tacto para conducirlo, se deduce tenía mucha
consideración para examinar el talento de las personas. Y a las dos vueltas
que daba, calaba y tanteaba los quilates de valor que tenían las mujeres que
le venían a hablar para tomar el hábito. Teresa siente un gran respeto por
los demás, y adquirirá fama de no hablar mal de nadie: con la madre Teresa
tienen todas las espaldas bien guardadas. Es fiel cumplidora de la palabra
empeñada, posee entereza y es muy agradecida, “con una sardina me sobornarán”
solía decir. (Cta, 81) Pero sobre todo lo dicho, es
mujer de grandes ideales, lo que le daba un aire de gran señora que
compaginado con su porte de pobreza y humildad, la hará más singularmente
atractiva. Su dignidad y señorío la llevan a querer ocultar las necesidades
que pasa, sin pedir a nadie. Lo mismo que a no querer viajar como una
pordiosera “en unos borriquillos que las viera Dios y todo el mundo”. (Cta, 103) Sensibilísima e intuitiva. Su capacidad creativa, que es asombrosa, tiene,
en parte su fuente en la observación, pues desde niña ha sido como un esponja
que ha asimilado todo lo que en su entorno ha visto, ha oído o ha
observado, ha hecho suyo todo lo
positivo y ha conseguido irradiarlo a su alrededor. Sensibilísima e
intuitiva, como un radar que es capaz de recoger incluso los imponderables
que flotan en el ambiente, y que no tienen explicación racional. Como
contrapartida lógica, consecuencia de la riqueza de información que capta su
radar, posee un temperamento hipersensible que la hace inestable, “otras
veces me parece que tengo mucho ánimo... y otro día viene que no me hallo con
él para matar una hormiga”. (C 38, 6)
Pero ella ha podido y ha sabido equilibrar esta inestabilidad con su gran
talento, dominio y sensatez. Si es difícil conjuntar voluntades para la
acción, (juntos Doria y Gracián, ¡qué proeza!) ella ha vencido esa dificultad
con la gracia de saber hacerse ayudar por todos, haciendo ver que necesitaba
los servicios de todos, y así sus obras se convertirán en obras de todos. Hoy
diríamos que sabía trabajar en equipo. Teresa, mujer de sentimientos. Y, como
miembros del Cuerpo Místico, integran a Jesús. Jesús se deja querer y se hace
de querer. En cada hermano nuestro hay un Niño, que necesita amor y
dedicación. Una sonrisa le hace feliz; una pequeña atención puede disipar una
tristeza. Teresa no
quiere hombres y mujeres espinosos, almas ocultas, personas cerebrales, que
tienen miedo de manifestar sus sentimientos porque creen, equivocadamente, que
eso les empequeñece, y les rebaja: "Cuanto más santas más conversables
con las hermanas". (C 41,7) Los que así piensan, no tienen ni idea de
que la grandeza consiste en la sencillez, y de que el hombre integral no es
sólo cerebro, sino también corazón, es decir sensibilidad, afectos,
emociones, sentimientos. Dice Jesús: "Tengo compasión de esta
gente". Jesús llora ante el sepulcro de Lázaro, se deja perfumar por
Magdalena, acaricia y bendice a los niños, y deja que se le acerquen y
rodeen, consuela a la viuda que lloraba a su hijo muerto: "Mujer, no
llores"... Hemos de aprender en la escuela de los sentimientos de Jesús,
porque somos prolongación de Jesús, no solo histórica, sino principalmente,
profunda e interior. "Tened los mismos sentimientos de Cristo", nos
dice San Pablo. La Iglesia, Esposa de Cristo, ha de estudiar más los
sentimientos de Cristo que sus ideas. Porque en la Iglesia, huyendo del
peligro de caer en el sentimentalismo, se cae, con muchísima facilidad, en el
racionalismo. Y la razón no conmueve. Y sólo desde la conmoción podemos
adoptar las grandes decisiones, y se consiguen las plenas adhesiones. Muchas
lanzas rompió el genio de Teresa que cambiaron el rumbo de la historia, pero
no es pequeña la que rompe en la manifestación de su afecto, en una época
espinosa de señorías, sus mercedes y sus reverencias, cuando incluso a los
más humildes le habla de usted. Teresa de Jesús ya ha cumplido su tarea. Teresa
hoy, con su estilo, sustancial y accidental, puede centrar la atención a los
hombres de acción para que no se pierdan en lo superficial, pero con tintes
de clarividencia , siempre de ternura y con su
disposición al sacrificio. ¿Por qué aparece tan preocupada por la salud,
sobre todo de los responsables, Gracián en primera línea, y después las
prioras, sino porque aquella vida que ella ha ideado inmolada y sin descanso,
les minaba las energías? Sacrificio cuyos frutos sabe que sólo verá en el
cielo, como fruto ímprobo de su trabajo. "No sienta que haya
padecimientos, pues el padecer trae tantas ganancias". Preguntó
a Fray Juan de la Cruz una hermana tras escuchar sus versos divinos:
"Padre, ¿esas palabras se las ponía Dios, o las buscaba usted?"
-"Unas veces me las ponía Dios y otras las buscaba yo". Teresa en
sus textos no está siempre en trance místico: Busca, pregunta, observa,
razona. Y quien se decida a leer los libros de Teresa, no va a perder el
tiempo; son un tesoro maravilloso de sencillez, de buen humor, de enfado y
enojo naturales y espontáneos, corregidos por la paciencia, y con una
abundancia de matices que nos la hacen ver más palpitante que en sus obras
doctrinales grandes. Maestra
de apóstoles, paciente y dolorosa ante su inactividad exterior forzosa,
siempre animada por la esperanza de que el Señor lo encaminará todo bien. No se
puede prescindir en el camino cristiano de Santa Teresa, como tampoco de San
Juan de la Cruz; si lo hacemos y porque lo hemos hecho más de lo que se cree,
nuestra teología se ha empobrecido y nuestra fe oscila sobre arena movediza.
Pienso que la mejor democracia es la que pone en manos del pueblo lo mejor de
la cultura y de la espiritualidad para elevarlo. No
tenemos derecho a quedarnos con la llave de la puerta, y menos a ponernos a
la tranca de estorbo, porque se nos ha dicho que empujemos para que entren,
no que dificultemos el paso: Dijo el señor al siervo: "Sal a los caminos
y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa." (Lc 14,23). Teresa de
Jesús ya ha cumplido su tarea. El 4 de octubre de 1582, en Alba de Tormes.
"¡Oh Señor mío y Esposo mío—le oyen suspirar
sus monjas—, ya es llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos.
Señor mío, ya es tiempo de caminar! ..." fue
fiel y está ahí, sirviendo a su Esposo y a la esposa de Cristo, enamorada de
los dos hasta morir de amor por ambos: “Al fin, Señor, soy hija de la
Iglesia”. Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Febrero
de 2016 Publicado
en mi web www.caminando-con-jesus.org
sección teresa de jesus Fuentes Bibliográficas y de
referencias Obras Completas, Editorial
Monte Carmelo Mi libro, Teresa de Jesús nos
habla de Dios, Editorial Monte Carmelo Mis apuntes de Clase en el
Cites, Universidad de la Mistica Textos Bíblicos, Biblia de
Jerusalén |