EL LIBRO
DE LA VIDA
Santa Teresa de Jesus
En que trata cómo comenzó el Señor a
despertar esta alma en su niñez a cosas virtuosas,
1. El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me
bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser
buena (1). Era mi padre aficionado a leer buenos libros (2) y así los tenía de
romance para que leyesen sus hijos. Esto (3), con el cuidado que mi madre tenía
de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos
santos, comenzó a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años.
Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas.
Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y
piedad con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar
con él tuviese esclavos (4), porque los había gran piedad, y estando una vez en
casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no
era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio
jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.
3. Eramos tres hermanas y nueve hermanos (7). Todos
parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo,
aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios,
parece tenía alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas
inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.
4. Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a
servir a Dios. Tenía uno casi de mi edad (8), juntábamonos entrambos a leer
vidas de Santos, que era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y
ellos a mí. Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame
compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por
amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes
bienes que leía haber en el cielo, y juntábame con este mi hermano a tratar qué
medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por
amor de Dios, para que allá nos descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor
ánimo en tan tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres nos
parecía el mayor embarazo (9).
Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era
para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto
y gustábamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En
pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez
imprimido el camino de la verdad.
5. De que vi que era imposible ir a donde me matasen
por Dios, ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa
procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego
se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora
me pone devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa.
6. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba
soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de
que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando
jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo me
parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho.
7. Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de
edad de doce años, poco menos (10). Como yo comencé a entender lo que había
perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi
madre, con muchas lágrimas (11). Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que
me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto
me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí (12).
Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber
yo estado entera en los buenos deseos que comencé.
8. ¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que
me salve, plega a Vuestra Majestad sea así; y de hacerme tantas mercedes como
me habéis hecho, ¿no tuvierais por bien no por mi ganancia, sino por vuestro
acatamiento que no se ensuciara tanto posada adonde tan continuo habíais de
morar? Fatígame, Señor, aun decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa;
porque no me parece os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no
fuera toda vuestra.
Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo,
porque no veía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien.
Pues pasando de esta edad, que comencé a entender
(13) las gracias de naturaleza que el Señor me había dado, que según decían
eran muchas, cuando por ellas le había de dar gracias, de todas me comencé a
ayudar para ofenderle, como ahora diré.
NOTAS CAPÍTULO 1
1 Fueron sus padres Don Alonso
Sánchez de Cepeda (1480?-1543) y Doña Beatríz de Ahumada (1495?-1529). Don
Alonso había casado en primeras nupcias con Doña Catalina del Peso y Henao.
Muerta ésta en 1507, casó en segundas nupcias con Doña Beatríz (1509). Tenían
su residencia familiar en Avila.
2 Buenos libros: en el léxico
teresiano equivale a "libros espirituales o de devoción" (cf. c. 3, 4;
3, 7; 4, 7; 6, 4...).
3 Esto: en el autógrafo
"estos". Lo consideramos lapsus de pluma por contaminación de
sibilantes. Fray Luis editó "estos" (p. 27); luego en la fe de
erratas enmandó "esto", y así lo publicó en su segunda edición de
1589 (p. 27). Entre los "buenos libros" de la biblioteca de Don
Alonso por aquellos años había un "Retablo de la Vida de Cristo", un
Tulio "De officiis", un Boecio, un "Tratado de la Misa",
"Los siete pecados", "La conquista de ultramar",
"Proverbios" de Séneca, Virgilio, "las Trescientas" y
"La coronación" de Juan de Mena, y un "Lunario". Son los
títulos que aparecen en el "Inventario" hecho por Don Alonso en
4 Esclavos: probablemente moros o
africanos en situación de libertad limitada.
5 Doña Beatríz había casado con Don
Alonso a los 14 ó 15 años de edad. De él tuvo nueve o quizás diez hijos. Más
adelante aludirá la Santa a los "grandes trabajos" de Doña Beatríz
(c., 1).
6 Tendría probablemente 34 ó 35
años. Falleció a finales de diciembre de 1528 o principios del año siguiente.
7 Las hermanas fueron: María, Teresa
y Juana. Los hermanos: Juan de Cepeda, Hernando de Ahumada, Rodrigo de Cepeda,
Juan de Ahumada, Lorenzo de Cepeda, Antonio de Ahumada, Pedro, Jerónimo y
Agustín de Ahumada.
8 Este hermano preferido era
Rodrigo. Había nacido en 1513. Teresa nació el 28.3.1515. Nos ha llegado la
nota escrita por Don Alonso: "En miércoles, 28 días del mes de marzo de
mil y quinientos y quince años, nació Teresa, mi hija, a las cinco horas de la
mañana, media hora más o menos, que fue el dicho miércoles casi amanecido"
(BMC, t. 2, p. 91).
9 "Rodrigo de Ahumada",
anota Gracián al margen de este pasaje en su ejemplar de las obras de la Santa
(Salamanca 1588). - No sólo "concertaron" la fuga, sino que la
emprendieron: "... tomando alguna cosilla para comer, se salió con su
hermano de casa de su padre, determinados los dos a ir a tierra de moros, donde
los cortasen las cabezas por Jesucristo. Y saliendo por la puerta del Adaja...
se fueron por la puente adelante, hasta que un tío suyo los encontró y los
volvió a casa... El niño se excusaba con decir que su hermana le había hecho
tomar aquel camino" (FRANCISCO DE RIBERA, "Vida de la M.
Teresa", I, 4).
10 En realidad, estaba para cumplir
ya los 14, cuando murió su madre (finales de 1528 o principios de 1529).
11 Desde siempre se ha identificado
esa imagen con la de "Nuestra Señora de la Caridad", actualmente en
la catedral de Avila.
12 Me ha tornado a sí: alusión a su
vocación de carmelita o a su "conversión". Este segundo sentido es el
que reafirma en la Rel. 30, 2.
13 Ender. escribe la Santa por
lapsus de pluma. - Gracias de naturaleza: alusión a su belleza y simpatía, de
las que es consciente.
Trata cómo fue perdiendo estas virtudes
y
1. Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que
ahora diré. Considero algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no
procuran que vean sus hijos siempre cosas de virtud de todas maneras; porque,
con serlo tanto mi madre como he dicho (1), de lo bueno no tomé tanto en
llegando a uso de razón, ni casi nada, y lo malo me dañó mucho. Era aficionada
a libros de caballerías (2) y no tan mal tomaba este pasatiempo como yo le tomé
para mí, porque no perdía su labor, sino desenvolvíamonos (3) para leer en
ellos, y por ventura lo hacía para no pensar en grandes trabajos que tenía, y
ocupar sus hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos. De esto le pesaba
tanto a mi padre, que se había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a
quedarme en costumbre de leerlos; y aquella pequeña falta que en ella vi, me
comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en lo demás; y parecíame no
era malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio,
aunque escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía que,
si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento.
2. Comencé a traer galas y a desear contentar en
parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello y olores y todas las
vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa (4). No
tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí.
Duróme mucha curiosidad de limpieza demasiada y cosas que me parecía a mí no eran
ningún pecado, muchos años. Ahora veo cuán malo debía ser.
Tenía primos hermanos algunos (5), que en casa de mi
padre no tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a
Dios que lo fuera de éstos también. Porque ahora veo el peligro que es tratar
en la edad que se han de comenzar a criar virtudes con personas que no conocen
la vanidad del mundo, sino que antes despiertan para meterse en él. Eran casi
de mi edad, poco mayores que yo. Andábamos siempre juntos. Teníanme gran amor,
y en todas las cosas que les daba contento los sustentaba plática y oía sucesos
de sus aficiones y niñerías nonada buenas; y lo que peor fue, mostrarse el alma
a lo que fue causa de todo su mal.
3. Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres
que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos,
porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo
mejor.
Así me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha
más edad que yo (6), de cuya honestidad y bondad que tenía mucha de ésta no
tomaba nada, y tomé todo el daño de una parienta que trataba mucho en casa. Era
de tan livianos tratos, que mi madre la había mucho procurado desviar que
tratase en casa; parece adivinaba el mal que por ella me había de venir, y era
tanta la ocasión que había para entrar, que no había podido (7). A ésta que
digo, me aficioné a tratar. Con ella era mi conversación y pláticas, porque me
ayudaba a todas las cosas de pasatiempos que yo quería, y aun me ponía en ellas
y daba parte de sus conversaciones y vanidades.
Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce
años (8), y creo que más (para tener amistad conmigo digo y darme parte de sus
cosas), no me parece había dejado a Dios por culpa mortal ni perdido el temor
de Dios, aunque le tenía mayor de la honra (9). Este tuvo fuerza para no la
perder del todo, ni me parece por ninguna cosa del mundo en esto me podía
mudar, ni había amor de persona de él que a esto me hiciese rendir. ¡Así
tuviera fortaleza en no ir contra la honra de Dios, como me la daba mi natural
para no perder en lo que me parecía a mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba
que la perdía por otras muchas vías!
4. En querer ésta vanamente tenía extremo. Los medios
que eran menester para guardarla, no ponía ninguno. Sólo para no perderme del
todo tenía gran miramiento.
Mi padre y hermana sentían mucho esta amistad.
Reprendíanmela muchas veces. Como no podían quitar la ocasión de entrar ella en
casa, no les aprovechaban sus diligencias, porque mi sagacidad para cualquier
cosa mala era mucha. Espántame algunas veces el daño que hace una mala
compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer. En especial en
tiempo de mocedad debe ser mayor el mal que hace. Querría escarmentasen en mí los
padres para mirar mucho en esto. Y es así que de tal manera me mudó esta
conversación, que de natural y alma virtuoso no me dejó casi ninguna (10), y me
parece me imprimía sus condiciones ella y otra que tenía la misma manera de
pasatiempos.
5. Por aquí entiendo el gran provecho que hace la
buena compañía, y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas
virtuosas, que estuviera entera en la virtud. Porque si en esta edad tuviera
quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer.
Después, quitado este temor del todo, quedóme sólo el de la honra, que en todo
lo que hacía me traía atormentada. Con pensar que no se había de saber, me
atrevía a muchas cosas bien contra ella y contra Dios.
6. Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que
me parece, y no debía ser suya la culpa, sino mía. Porque después mi malicia
para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal hallaba en
ellas buen aparejo; que si alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara;
mas el interés las cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a
mucho mal porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía, sino a
pasatiempos de buena conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en la mano
el peligro, y ponía en él a mi padre y hermanos. De los cuales (11) me libró
Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no
me perdiese, aunque no pudo ser tan secreto que no hubiese harta quiebra de mi
honra y sospecha en mi padre.
Porque no me parece había tres meses que andaba en
estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar
(12), adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres
como yo; y esto con tan gran disimulación, que sola yo y algún deudo lo supo;
porque aguardaron a coyuntura que no pareciese novedad: porque, haberse mi
hermana casado y quedar sola sin madre, no era bien (13).
7. Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y
la mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no quedó
en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no
debía ser dicho con certinidad (14). Porque como yo temía tanto la honra, todas
mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a
quien todo lo ve.
¡Oh Dios mío! ¡Qué daño hace en el mundo tener esto
en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo por
cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no está el negocio
en guardarnos de los hombres, sino en no nos guardar de descontentaros a Vos.
8. Los primeros ocho días sentí mucho, y más la
sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía, que no de estar allí.
Porque ya yo andaba cansada y no dejaba de tener gran temor de Dios cuando le ofendía,
y procuraba confesarme con brevedad. Traía un desasosiego, que en ocho días y
aun creo menos estaba muy más contenta que en casa de mi padre. Todas lo
estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento
adondequiera que estuviese, y así era muy querida (15). Y puesto que yo estaba
entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de ver tan buenas monjas, que
lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad y religión y
recatamiento.
Aun con todo esto no me dejaba el demonio de tentar,
y buscar los de fuera cómo me desasosegar con recaudos. Como no había lugar,
presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en el bien de mi
primera edad y vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de
buenos.
Paréceme andaba Su Majestad mirando y remirando por
dónde me podía tornar a sí. ¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto me habéis
sufrido! Amén.
9. Una cosa tenía que parece me podía ser alguna
disculpa, si no tuviera tantas culpas; y es que era el trato con quien por vía
de casamiento me parecía podía acabar en bien; e informada de con quien me
confesaba y de otras personas, en muchas cosas me decían no iba contra Dios.
10. Dormía una monja con las que estábamos seglares,
que por medio suyo parece quiso el Señor comenzar a darme luz, como ahora diré
(16).
NOTAS CAPÍTULO 2
1 Lo ha dicho en el c. 1, 2.
2 Libros de caballerías": son
las novelas fantásticas de su tiempo, puestas en ridículo por Cervantes en las primeras
páginas del Quijote (I, c. 6). - Teresa misma llegó a escribir un "libro
de caballerías" (una de esas novelas) en colaboración con su hermano
Rodrigo: los atestiguan F. de Ribera ("Vida de la M. Teresa (, c. 5) y
Gracián en nota a ese pasaje de Ribera: "la misma (Teresa) lo contó a
mí". - De este escrito de Teresa joven, nada ha llegado hasta nosotros.
3 Desenvolviémonos, escribe ella. En
el sentido de "desembarazarse de ocupaciones": nos las arreglábamos
para...
4 Curiosa: cuidadosa, arreglada. -
En carta del 23.12.1561, ponderando la belleza de una imagen de la Virgen,
enviada desde Quito por su hermano Lorenzo, escribe: "Si fuera el tiempo
que yo traía oro, hubiera harta envidia de la imagen".
5 Primos hermanos: Alude
probablemente a los hijos de Doña Elvira de Cepeda, viuda de D. Hernando Mejía:
Vasco (nacido en 1507), Francisco (1508), y Diego (1513).
6 Una hermana: "Llamábase Doña
María de Cepeda", anota Gracián en su ejemplar de "Vida". Era la
primogénita de Don Alonso, en su primer matrimonio. Unos nueve años mayor que
Teresa.
7 No había podido evitarlo o desviar
a la pariente. - Se trataba, probablemente, de otra hija de Doña Elvira: Inés
de Mejía.
8 De catorce años: Teresa se acerca
a los 16 cuando su padre la lleva al internado de Santa María de Gracia, para
conjurar esa situación.
9 Temor de la honra: temor de
perderla. En realidad, se trata del "culto de la honra o pundonor",
verdadero íncubo psicológico de su siglo. Teresa "era tan honrosa",
escribirá enseguida (c. 3, 7).
10 Casi ninguna virtud.
11 De los cuales peligros y
ocasiones.
12 Este lugar es Avila, aludida en
anonimato a lo largo de todo el libro. - El monasterio es "Santa María de
Gracia", de agustinas, que acogían y educaban a las jóvenes
"doncellas señoras de piso".
14 Certinidad: certeza.
15 Muy querida: aspecto muy
destacado entre sus recuerdos de infancia y adolescencia: cf. c. 1, 3.4; 2,
2.7; 3, 3.4.
16 Una monja... como diré: lo dirá
en el c. 3, 1. Era Doña María de Briceño, de Avila, y de unos 33 años, agustina
en Santa María de Gracia desde los 16. Ejercerá influjo decisivo en Teresa.
En que trata cómo fue parte la buena
compañía para tornar a despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el Señor
a darla alguna luz del engaño que había traído.
1. Pues comenzando a gustar de la buena y santa
conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios,
porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de
holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por
sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos los
escogidos (1). Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por
El.
Comenzó esta buena compañía a desterrar las
costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos
de las cosas eternas y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja,
que se me había puesto grandísima. Y si veía alguna tener lágrimas cuando
rezaba, u otras virtudes, habíala mucha envidia; porque era tan recio mi
corazón en este caso que, si leyera toda la Pasión, no llorara una lágrima.
Esto me causaba pena.
2. Estuve año y medio en este monasterio harto
mejorada. Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas me
encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había de servir. Mas todavía
deseaba no fuese monja, que éste no fuese Dios servido de dármele, aunque
también temía el casarme.
A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más
amistad de ser monja, aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas
que después entendí tenían, que me parecían extremos demasiados; y había
algunas de las más mozas que me ayudaban en esto, que si todas fueran de un
parecer, mucho me aprovechara. También tenía yo una grande amiga (2) en otro
monasterio, y esto me era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino
adonde ella estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad (3) y vanidad que lo
bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían
algunas veces y luego se quitaban, y no podía persuadirme a serlo.
3. En este tiempo, aunque yo no estaba descuidada de
mi remedio, andaba más ganoso el Señor de disponerme para el estado que me
estaba mejor. Diome una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi
padre. En estando buena, lleváronme en casa de mi hermana que residía en una
aldea (4) para verla, que era extremo el amor que me tenía y, a su querer, no
saliera yo de con ella; y su marido también me amaba mucho, al menos mostrábame
todo regalo, que aun esto debo más al Señor, que en todas partes siempre le he tenido,
y todo se lo servía como la que soy.
4. Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy
avisado y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor
disponiendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y fue fraile y
acabó de suerte que creo goza de Dios (5). Quiso que me estuviese con él unos
días. Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era lo más
ordinario de Dios y de la vanidad del mundo. Hacíame le leyese y, aunque no era
amiga de ellos (6), mostraba que sí. Porque en esto de dar contento a otros he
tenido extremo, aunque a mí me hiciese pesar; tanto, que en otras fuera virtud
y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin discreción.
¡Oh, válgame Dios, por qué términos me andaba Su
Majestad disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin
quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por siempre, amén.
5. Aunque fueron los días que estuve pocos, con la
fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y
la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña (7), de que
no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve, y a temer,
si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno. Y aunque no acababa mi voluntad
de inclinarse a ser monja, vi era el mejor y más seguro estado. Y así poco a
poco me determiné a forzarme para tomarle.
6. En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí
misma con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor
que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el infierno; que no era
mucho estar lo que viviese como en purgatorio, y que después me iría derecha al
cielo, que éste era mi deseo.
Y en este movimiento de tomar estado, más me parece
me movía un temor servil que amor. Poníame (8) el demonio que no podría sufrir
los trabajos de la religión, por ser tan regalada (9). A esto me defendía con
los trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase algunos por El; que
El me ayudaría a llevarlos debía pensar, que esto postrero no me acuerdo. Pasé
hartas tentaciones estos días.
7. Habíanme dado, con unas calenturas, unos grandes
desmayos, que siempre tenía bien poca salud. Diome la vida haber quedado ya
amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo (10), que me
animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a
tomar el hábito, porque era tan honrosa (11) que me parece no tornara atrás por
ninguna manera, habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en
ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que
procuré le hablasen. Lo que más (12) se pudo acabar con él fue que después de
sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase
atrás, y así no me pareció me convenía esto, y procurélo por otra vía, como
ahora diré.
NOTAS CAPÍTULO 3
1 Mt 20, 16. sigue inmediatamente
otra alusión al Evangelio: Mt 19, 28.
2 Al margen de su ejemplar anotó el
P. Gracián: "Llamábase Juana Juárez". - Era monja carmelita en la
Encarnación de Avila; por este tiempo solía visitarla la Santa. De estas
visitas se acordaba muchos años más tarde otra monja del monasterio: "Yo
me acuerdo cuando la Santa Madre venía seglar algunas veces a este convento, y
doy por señas qe traía una saya naranjada con unos ribetes de terciopelo
negro" (Cfr. MBC, t. II, p. 113).
3 Sensualidad: en el léxico
teresiano tiene acepción propia y algo varia, pero siempre distinta de la
moderna; equivale a "la parte sensitiva o sensible del compuesto
humano", a "sentidos y sensibilidad", e incluso a "la carne
en cuanto tercer enemigo del alma" (cf. en esta última acepción: Vida 7,
38, 18; Fund. 5, 12. - La misma acepción tiene el adjetivo sensual: cf. Vida
8,5; 10, 2; 12, 1; 29, 9...
4 Se refiere a su hermana mayor María
de Cepeda, de quien hizo el elogio en el c, 2, n. 3, casada hacia enero de
1531, poco antes de entrar Teresa en Santa María de Gracia; su cuñado era Don
Martín de Guzmán y Barrientos; residían en Castellanos de la Cañada, aldehuela
avilesa de unos 10 vecinos.
5 Era éste tío de la Santa Pedro
Sánchez de Cepeda (viudo de Doña Catalina del Aguila), residente en la
aldehuela de Hortigosa, a pocas leguas de Avila. Hombre "espiritual",
dado a la penitencia y lectura piadosa, vivía como un fraile, y de hecho murió
monje en el monasterio de jerónimos de Guisando.
6 Aún no era amiga de libros
espirituales. Momentos de transición entre su afición a las lecturas profanas
(c. 2, 1) y su predilección por los buenos libros de los que pronto será amiga
(n. 7), y porsteriormente amiguísima (6, 4).
7 La verdad de cuando niña: alusión
a sus meditaciones infantiles que refirió en el c. 1, 4. - Que no era todo
nada: doble negación, con fuerza afirmativa: "que todo (lo creado) era
nada (cf. 15, 11).
8 Poníame: en acepción de
"sugerir": (poníame en pensamiento...), acepción de "poner"
(= oponer) frecuente en la Santa (cf. 11, 4; 12, 3; 13 tít.).
9 Tan regalada: amiga de comodidad y
regalo (cf. 13, 7: "tan mirada y regalada").
10 Muy probablemente las leyó en la versión
del bachiller JUAN DE MOLINA: "Las epístolas de San Jerónimo con una
narración de la guerra de las Germanias", dedicada a Doña María Enríquez
de Borja, Duquesa de Gandía y Abadesa del Monasterio de Santa Clara de la misma
ciudad, en Valencia, por Juan Jofre, 1520, o quizá en alguna de las sucesivas
reediciones: Valencia 1522 y 1526, o Sevilla 1532.
11 Tan honrosa: tan pundonorosa ( o
"tan esclava de la honra en mantener la palabra dada). Cf. 31, 23,
Acepción más amplia en Conc. 3, 7; C. 18, 5.
12 Lo que más: lo más que...
Dice cómo la ayudó el Señor para
forzarse a sí misma para tomar hábito,
1. En estos días que andaba con estas
determinaciones, había persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile
(*,1) diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de irnos un día
muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella mi amiga, que era al que yo
tenía mucha afición (2), puesto que ya en esta postrera determinación ya yo
estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre
quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso
ningún caso hacía de él.
Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que
cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera
(3). Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor
de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una
fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis
consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo
puse por obra.
2. En tomando el hábito (4), luego me dio el Señor a
entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie
no entendía de mí (5), sino grandísima voluntad. A la hora (6) me dio un tan
gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó
Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura. Dábanme deleite todas
las cosas de la religión, y es verdad que andaba algunas veces barriendo en
horas que yo solía ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre
de aquello, me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no podía entender por
dónde venía.
Cuando de esto me acuerdo, no hay cosa que delante se
me pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque ya tengo
experiencia en muchas que, si me ayudo al principio a determinarme a hacerlo,
que, siendo sólo por Dios, hasta comenzarlo (7) quiere para que más merezcamos
que el alma sienta aquel espanto, y mientras mayor, si sale con ello, mayor
premio y más sabroso se hace después. Aun en esta vida lo paga Su Majestad por
unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende. Esto tengo por experiencia,
como he dicho (8), en muchas cosas harto graves. Y así jamás aconsejaría si
fuera persona que hubiera de dar parecer que, cuando una buena inspiración
acomete muchas veces, se deje, por miedo, de poner por obra; que si va
desnudamente por solo Dios, no hay que temer sucederá mal, que poderoso es para
todo. Sea bendito por siempre, amén.
3. Bastara, ¡oh sumo Bien y descanso mío!, las
mercedes que me habíais hecho hasta aquí, de traerme por tantos rodeos vuestra
piedad y grandeza a estado tan seguro y a casa adonde había muchas siervas de
Dios, de quien yo pudiera tomar, para ir creciendo en su servicio. No sé cómo
he de pasar de aquí, cuando me acuerdo la manera de mi profesión (9) y la gran
determinación y contento con que la hice y el desposorio que hice con Vos. Esto
no lo puedo decir sin lágrimas, y habían de ser de sangre y quebrárseme el
corazón, y no era mucho sentimiento para lo que después os ofendí.
Paréceme ahora que tenía razón de no querer tan gran
dignidad, pues tan mal había de usar de ella. Mas Vos, Señor mío, quisisteis
ser casi veinte años que usé mal de esta merced ser el agraviado, porque yo
fuese mejorada. No parece, Dios mío, sino que prometí no guardar cosa de lo que
os había prometido, aunque entonces no era esa mi intención. Mas veo tales mis
obras después, que no sé qué intención tenía, para que más se vea quién Vos
sois, Esposo mío, y quién soy yo. Que es verdad, cierto, que muchas veces me
templa el sentimiento de mis grandes culpas el contento que me da que se
entienda la muchedumbre de vuestras misericordias (10).
4. ¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en
mí, que tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me
comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa,
ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo. Porque si os pagara algo del
amor que me comenzasteis a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en
Vos, y con esto se remediaba todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura,
válgame ahora, Señor, vuestra misericordia.
5. La mudanza de la vida y de los manjares me hizo
daño a la salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a
crecer los desmayos y diome un mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto
a quien le veía, y otros muchos males juntos, y así pasé el primer año con
harta mala salud, aunque no me parece ofendí a Dios en él mucho. Y como era el
mal tan grave que casi me privaba el sentido siempre y algunas veces del todo
quedaba sin él, era grande la diligencia que traía mi padre para buscar
remedio; y como no le dieron los médicos de aquí, procuró llevarme a un lugar
adonde había mucha fama de que sanaban allí otras enfermedades, y así dijeron
harían la mía (11). Fue conmigo esta amiga que he dicho que tenía en casa, que
era antigua (12). En la casa que era monja no se prometía clausura (13).
6. Estuve casi un año por allá, y los tres meses de
él padeciendo tan grandísimo tormento en las curas que me hicieron tan recias,
que yo no sé cómo las pude sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las pudo
sufrir mi sujeto, como diré (14).
Había de comenzarse la cura en el principio del
verano, y yo fui en el principio del invierno. Todo este tiempo estuve en casa
de la hermana que he dicho (15) que estaba en la aldea, esperando el mes de
abril, porque estaba cerca, y no andar yendo y viniendo.
7. Cuando iba, me dio aquel tío mío que tengo dicho
que estaba en el camino, un libro: llámase Tercer Abecedario (16), que trata de
enseñar oración de recogimiento; y puesto que este primer año había leído
buenos libros (que no quise más usar de otros, porque ya entendía el daño que
me habían hecho) (17), no sabía cómo proceder en oración ni cómo recogerme, y
así holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis
fuerzas (18). Y como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba de
leer, comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel
camino, teniendo a aquel libro por maestro. Porque yo no hallé maestro, digo
confesor, que me entendiese, aunque le busqué, en veinte años después de esto
que digo, que me hizo harto daño para tornar muchas veces atrás y aun para del
todo perderme; porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que tuve para
ofender a Dios.
Comenzóme Su Majestad a hacer tantas mercedes en los
principios, que al fin de este tiempo que estuve aquí (que era casi nueve meses
en esta soledad, aunque no tan libre de ofender a Dios como el libro me decía,
mas por esto pasaba yo; parecíame casi imposible tanta guarda; teníala de no
hacer pecado mortal, y pluguiera a Dios la tuviera siempre; de los veniales
hacía poco caso, y esto fue lo que me destruyó...) (19), comenzó el Señor a
regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme oración de
quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía qué era lo uno ni
lo otro y lo mucho que era de preciar, que creo me fuera gran bien entenderlo.
Verdad es que duraba tan poco esto de unión, que no sé si era Avemaría; (20)
mas quedaba con unos efectos tan grandes que, con no haber en este tiempo
veinte años (21), me parece traía el mundo debajo de los pies, y así me acuerdo
que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en cosas lícitas.
Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo,
nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración.
Si pensaba en algún paso (22), le representaba en lo interior; aunque lo más
gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio
Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme con la
imaginación, que la tengo tan torpe, que aun para pensar y representar en mí
como lo procuraba traer la Humanidad del Señor, nunca acababa. Y aunque por
esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la
contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque si falta la
ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor,
queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y
sequedad, y grandísimo combate los pensamientos.
Es tan penosísima esta manera de proceder, que si el
maestro que enseña aprieta en que sin lección (25), que ayuda mucho para
recoger (a quien de esta manera procede le es necesario, aunque sea poco lo que
lea, sino en lugar de la oración mental que no puede tener); digo que si sin
esta ayuda le hacen estar mucho rato en la oración, que será imposible durar
mucho en ella y le hará daño a la salud si porfía, porque es muy penosa cosa
(26).
9. Ahora me parece que proveyó el Señor que yo no
hallase quien me enseñase, porque fuera imposible, me parece, perseverar
dieciocho años que pasé este trabajo, y en éstos (27) grandes sequedades, por
no poder, como digo, discurrir. En todos éstos, si no era acabando de comulgar,
jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro; que tanto temía mi alma
estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este
remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes
de los muchos pensamientos, andaba consolada. Porque la sequedad no era lo
ordinario, mas era siempre cuando me faltaba libro, que era luego desbaratada
el alma, y los pensamientos perdidos; con esto los comenzaba a recoger y como
por halago llevaba el alma. Y muchas veces, en abriendo el libro, no era
menester más. Otras leía poco, otras mucho, conforme a la merced que el Señor
me hacía.
Parecíame a mí, en este principio que digo, que
teniendo yo libros y cómo tener soledad, que no habría peligro que me sacase de
tanto bien; y creo con el favor de Dios fuera así, si tuviera maestro o persona
que me avisara de huir las ocasiones en los principios y me hiciera salir de
ellas, si entrara, con brevedad. Y si el demonio me acometiera entonces
descubiertamente, parecíame en ninguna manera tornara gravemente a pecar; mas
fue tan sutil y yo tan ruin, que todas mis determinaciones me aprovecharon
poco, aunque muy mucho los días que serví a Dios, para poder sufrir las
terribles enfermedades que tuve, con tan gran paciencia como Su Majestad me dio.
10. Muchas veces he pensado espantada de la gran
bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y
misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme,
aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis
obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los
males y pecados luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto,
permite Su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas. Hace
que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí casi haciéndome
fuerza para que la tenga.
11. Quiero tornar a lo que me han mandado (28). Digo
que, si hubiera de decir por menudo de la manera que el Señor se había conmigo
en estos principios, que fuera menester otro entendimiento que el mío para
saber encarecer lo que en este caso le debo y mi gran ingratitud y maldad, pues
todo esto olvidé. Sea por siempre bendito, que tanto me ha sufrido. Amén.
NOTAS CAPÍTULO 4
1 Un hermano mío: probablemente
Antonio de Ahumada. Así lo afirma F. de Ribera en su Vida de la Madre Teresa (Salamanca
1590, p. 59), según el cual Antonio pidió el hábito de dominico en el
monasterio de Santo Tomás: "No le recibieron allí entonces... Después
entró en la orden del bienaventurado san Jerónimo, y siendo novicio vino a
enfermar de manera que no pudo perseverar" (ib. p. 60). - Antonio pasó a
América, donde murió el 20 de enero de 1546, de las heridas recibidas en la
batalla de Iñaquitos (Ecuador).
2 Monasterio de la Encarnación de
Avila, donde era carmelita "aquella su amiga" Juana Juárez: cf. c. 3,
n. 2. - Sigue una frase algo oscura: "ya yo estaba decidida de suerte, que
a cualquier monasterio en que pensara servir más a Dios...
3 Al margen de su ejemplar anotó
Gracián: "Día de las ánimas". Era el año de 1535, 2 de noviembre.
4 Tomó el hábito el 2 de noviembre
de 1536, tras un año de postulantado, a los 21 de edad.
5 Nadie no entendía de mí: doble
negación, que refuerza la negativa: nadie se imaginaba que ella tuviese que
hacerse fuerza para vivir de monja.
7 Hasta comenzarlo, escribe la
Santa, como en algún otro pasaje (19, 2). Seguimos la lectura hecha por fray
Luis (p. 45), modernizando "comenzarlo".
8 Lo ha dicho en el n. precedente.
10 Muchedumbre de v. misericordias:
reminiscencia de los salmos (por ejemplo del 50, 2, según el texto de la
Vulgata usado por la Santa: "según la muchedumbre de tus misericordias,
borra mi iniquidad").
11 Lleváronme a un lugar: Becedas, a
unas 14 leguas de Avila, en la serranía de Béjar. Allí residía la famosa
curandera. La Santa permaneció en Becedas unos tres meses.
12 La amiga que tenía en casa (en el
convento), era Juana Juárez (cf. 3, 2 y 4, 1).
13 No se prometía clausura en la
Encarnación. Lo repetirá más adelante (7, 3; 36, 8-9). El monasterio de la
Encarnación había sido fundado como beaterio, y las religiosas profesaban los
tres votos, pero no la clausura.
14 Reanudará el relato en el c. 5,
n. 7. - No las pudo sufrir mi sujeto: mi naturaleza o mi cuerpo, por
contraposición a "persona" (cf. 7, 17; 20, 12).
15 María de Cepeda: cf. 3, 3. En
Castellanos de la Cañada.
16 Alude a su tío Pedro S. de Cepeda
(cf. c. 3, n. 4). El libro que puso en sus manos era la famosa obra del
franciscano FRANCISCO DE OSUNA, titulada: Tercera parte del libro llamado
Abecedario espiritual. El ejemplar manejado por la Santa se conserva en San
José de Avila, según tradición constante del monasterio. Es, sin duda, uno de
los libros espirituales que más honda huella dejaron en Santa Teresa.
17 Alude a las novelas de
caballerías, recordadas en el c. 2.
18 Aquel camino: era el camino de la
"oración de recogimiento" enseñado por el libro de Osuna (cf. el
principio de este n.). - Sigue: don de lágrimas: Cf. c. 11, n. 9. - En este
mismo número hablará de "oración de quietud" y oración de
"unión": son dos grados superiores de oración, de que hablará en los
cc. 14-15 y 18-22 respectivamente.
19 Este largo paréntesis incluye una
de las típicas digresiones de la autora. La frase queda incompleta. Tras los
suspensivos, reanuda con las mismas palabras que habían iniciado el párrafo.
Eliminado el paréntesis, el período fluye asÍ: comenzóme S.M. en estos
principios... que al fin de este tiempo que estuve aquí me hacía merced de darme
oración de quietud (cf. fray Luis, p. 48).
20 Avemaría: el tiempo de un
avemaría (breve tiempo: cf. 38, 1-10).
21 Contaba en torno a los 23 años de
edad.
22 Algún paso de la Pasión del
Señor.
23 La Santa escribió: discurriendo, dejando
inconclusa la frase. Fray Luis trascribió discurre (p. 51). Pero probablemente
la Autora quiso decir "va" discurriendo.
24 El sentido es: "quien no es
capaz de hacer oración discursiva, tiene mayor peligro (de distracciones); le
conviene hacer oración leyendo, pues por sí solo es incapaz de sacar
doctrina".
25 Lección: quivale a
"lectura", lo mismo que en la frase anterior.
26 Pasaje difícil, por el largo
paréntesis y la acumulación de elipsis. Para aclararlo, fray Luis añadió una
"y": "ayuda mucho para recoger a quien de esta manera procede, y
le es necesario..." (p. 51). El sentido es: "es tan penosa la oración
de quien no puede discurrir, que si el maestro espiritual propone que se haga
sin lectura, será imposible durar mucho en ella". A esa posible actitud
del maestro espiritual, la Santa contrapone su tesis sobre la conveniencia de
la lectura: "que ayuda mucho a la oración, y a quien no puede discurrir (o
meditar), le es necesaria, aunque sea poco lo que lea". - En este pasaje "oración
mental" equivale a meditación (cf. 15, 9).
27 Y en estos años.
28 Tornar a lo que me han mandado:
al relato de su vida. Recuérdese el comienzo del Prólogo, n. 1.
Prosigue en las grandes enfermedades
que tuvo y la paciencia que el Señor le dio en ellas,
1. Olvidé de decir cómo en el año del noviciado pasé
grandes desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo; mas culpábanme sin
tener culpa hartas veces. Yo lo llevaba con harta pena e imperfección, aunque
con el gran contento que tenía de ser monja todo lo pasaba. Como me veían
procurar soledad y me veían llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era
descontento, y así lo decían.
Era aficionada a todas las cosas de religión, mas no
a sufrir ninguna que pareciese menosprecio. Holgábame de ser estimada. Era
curiosa (1) en cuanto hacía. Todo me parecía virtud, aunque esto no me será
disculpa, porque para todo sabía lo que era procurar mi contento, y así la
ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar fundado el monasterio en
mucha perfección; yo, como ruin, íbame a lo que veía falta y dejaba lo bueno.
2. Estaba una monja entonces enferma de grandísima
enfermedad y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre, que se le habían
hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comía. Murió presto de ello. Yo
veía a todas temer aquel mal. A mí hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios
que, dándomela así a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna
me parece temía, porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por
cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y espántome, porque aún no tenía a
mi parecer amor de Dios, como después que comencé a tener oración me parecía a
mí le he tenido, sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba
y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos.
Tan bien me oyó en esto Su Majestad, que antes de dos
años (2) estaba tal, que aunque no el mal de aquella suerte, creo no fue menos
penoso y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.
3. Venido el tiempo que estaba aguardando en el lugar
que digo que estaba con mi hermana para curarme, lleváronme con harto cuidado
de mi regalo mi padre y hermana y aquella monja mi amiga que había salido
conmigo, que era muy mucho lo que me quería (3).
Aquí comenzó el demonio a descomponer mi alma, aunque
Dios sacó de ello harto bien. Estaba una persona de la iglesia, que residía en
aquel lugar adonde me fui a curar (4), de harto buena calidad y entendimiento.
Tenía letras, aunque no muchas. Yo comencéme a confesar con él, que siempre fui
amiga de letras (5), aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio
letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera.
He visto por experiencia que es mejor, siendo
virtuosos y de santas costumbres, no tener ningunas; porque ni ellos se fían de
sí sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara. Y buen letrado nunca
me engañó. Estotros tampoco me debían de querer engañar, sino no sabían más. Yo
pensaba que sí y que no era obligada a más de creerlos, como era cosa ancha lo
que me decían y de más libertad; que si fuera apretada, yo soy tan ruin que
buscara otros. Lo que era pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era
gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño que no es mucho lo
diga aquí para aviso de otras de tan gran mal; que para delante de Dios bien
veo no me es disculpa, que bastaban ser las cosas de su natural no buenas para
que yo me guardara de ellas. Creo permitió Dios, por mis pecados, ellos se
engañasen y me engañasen a mí. Yo engañé a otras hartas con decirles lo mismo
que a mí me habían dicho.
Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete años,
hasta que un Padre dominico (6), gran letrado, me desengañó en cosas, y los de
la Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer, agraviándome (7) tan
malos principios, como después diré.
4. Pues comenzándome a confesar con este que digo
(8), él se aficionó en extremo a mí, porque entonces tenía poco que confesar
para lo que después tuve, ni lo había tenido después de monja. No fue la
afición (9) de éste mala; mas de demasiada afición venía a no ser buena. Tenía
entendido de mí que no me determinaría a hacer cosa contra Dios que fuese grave
por ninguna cosa, y él también me aseguraba lo mismo, y así era mucha la
conversación. Mas mis tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía,
lo que más gusto me daba era tratar cosas de El; y como era tan niña, hacíale
confusión ver esto, y con la gran voluntad que me tenía, comenzó a declararme
su perdición. Y no era poca, porque había casi siete años que estaba en muy
peligroso estado, con afición y trato con una mujer del mismo lugar, y con esto
decía misa. Era cosa tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie
le osaba hablar contra esto.
A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho;
que esto tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser
agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que se extiende
hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa en el mundo, que me
desatina; que debemos todo el bien que nos hacen a Dios, y tenemos por virtud,
aunque sea ir contra El, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del mundo!
¡Fuerais Vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra
Vos no lo fuera un punto! Mas ha sido todo al revés, por mis pecados.
5. Procuré saber e informarme más de personas de su
casa. Supe más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la
desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de cobre que
le había rogado le trajese por amor de ella al cuello, y éste nadie había sido
poderoso de podérsele quitar.
Yo no creo es verdad esto de hechizos
determinadamente; mas diré esto que yo vi, para aviso de que se guarden los
hombres de mujeres que este trato quieren tener, y crean que, pues pierden la
vergüenza a Dios (que ellas más que los hombres son obligadas a tener
honestidad), que ninguna cosa de ellas pueden confiar; que a trueco de llevar
adelante su voluntad y aquella afición que el demonio les pone, no miran nada.
Aunque yo he sido tan ruin, en ninguna de esta suerte yo no caí, ni jamás pretendí
hacer mal ni, aunque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la
tuvieran, porque me guardó el Señor de esto; mas si me dejara, hiciera el mal
que hacía en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar.
6. Pues como supe esto, comencé a mostrarle más amor.
Mi intención buena era, la obra mala, pues por hacer bien, por grande que sea,
no había de hacer un pequeño mal. Tratábale muy ordinario de Dios. Esto debía
aprovecharle, aunque más creo le hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme
placer, me vino a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río. Quitado
éste, comenzó como quien despierta de un gran sueño a irse acordando de todo lo
que había hecho aquellos años; y espantándose de sí, doliéndose de su
perdición, vino a comenzar a aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho,
que era muy devoto de su Concepción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin,
dejó del todo de verla y no se hartaba de dar gracias a Dios por haberle dado
luz.
A cabo de un año en punto desde el primer día que yo
le vi, murió. Y había estado muy en servicio de Dios, porque aquella afición
grande que me tenía nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser con más puridad;
(10) mas también hubo ocasiones para que, si no se tuviera muy delante a Dios, hubiera
ofensas suyas más graves. Como he dicho (11), cosa que yo entendiera era pecado
mortal no la hiciera entonces. Y paréceme que le ayudaba a tenerme amor ver
esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de mujeres que ven
inclinadas a virtud; y aun para lo que acá pretenden deben de ganar con ellos
más por aquí, según después diré.
Tengo por cierto está en carrera de salvación. Murió
muy bien y muy quitado de aquella ocasión. Parece quiso el Señor que por estos
medios se salvase.
7. Estuve en aquel lugar (12) tres meses con
grandísimos trabajos, porque la cura fue más recia que pedía mi complexión. A
los dos meses, a poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida, y el rigor
del mal de corazón de que me fui a curar era mucho más recio, que algunas veces
me parecía con dientes agudos me asían de él, tanto que se temió era rabia. Con
la falta grande de virtud (13) (porque ninguna cosa podía comer, si no era
bebida, de grande hastío) calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un
mes me había dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se me comenzaron
a encoger los nervios con dolores tan incomportables (14), que día ni noche
ningún sosiego podía tener. Una tristeza muy profunda.
8. Con esta ganancia me tornó a traer mi padre adonde
tornaron a verme médicos. Todos me desahuciaron, que decían sobre todo este
mal, decían estaba hética (15). De esto se me daba a mí poco. Los dolores eran
los que me fatigaban, porque eran en un ser (16) desde los pies hasta la
cabeza; porque de nervios son intolerables, según decían los médicos, y como
todos se encogían, cierto si yo no lo hubiera por mi culpa perdido era recio
tormento.
En esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que
parecía imposible poderse sufrir tantos males juntos. Ahora me espanto, y tengo
por gran merced del Señor la paciencia que Su Majestad me dio, que se veía
claro venir de El. Mucho me aprovechó para tenerla haber leído la historia de
Job en los Morales de San Gregorio (17), que parece previno el Señor con esto, y
con haber comenzado a tener oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta
conformidad. Todas mis pláticas eran con El. Traía muy ordinario estas palabras
de Job en el pensamiento y decíalas: Pues recibimos los bienes de la mano del
Señor, ¿por qué no sufriremos los males? (18) Esto parece me ponía esfuerzo.
9. Vino la fiesta de nuestra Señora de Agosto (19),
que hasta entonces desde abril había sido el tormento, aunque los tres
postreros meses mayor. Di prisa a confesarme, que siempre era muy amiga de
confesarme a menudo. Pensaron que era miedo de morirme y, por no me dar pena,
mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne demasiado, que aunque sea de tan
católico padre y tan avisado que lo era harto, que no fue ignorancia me pudiera
hacer gran daño! Diome aquella noche un paraxismo (20) que me duró estar sin
ningún sentido cuatro días, poco menos. En esto me dieron el Sacramento de la
Unción y cada hora o momento (21) pensaban expiraba y no hacían sino decirme el
Credo, como si alguna cosa entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que
hasta la cera me hallé después en los ojos (22).
10. La pena de mi padre era grande de no me haber
dejado confesar; clamores y oraciones a Dios, muchas. Bendito sea El que quiso
oírlas, que teniendo día y medio abierta la sepultura en mi monasterio,
esperando el cuerpo allá y hechas las honras (23) en uno de nuestros frailes
fuera de aquí, quiso el Señor tornase en mí.
Luego me quise confesar. Comulgué con hartas
lágrimas; mas a mi parecer que no eran con el sentimiento y pena de sólo haber
ofendido a Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traía de los que
me habían dicho no eran algunas cosas pecado mortal, que cierto he visto
después lo eran, no me aprovechara. Porque los dolores eran incomportables, con
que quedé; el sentido poco, aunque la confesión entera, a mi parecer, de todo
lo que entendí había ofendido a Dios; que esta merced me hizo Su Majestad,
entre otras, que nunca, después que comencé a comulgar, dejé cosa por confesar
que yo pensase era pecado, aunque fuese venial, que le dejase de confesar. Mas
sin duda me parece que lo iba harto mi salvación si entonces me muriera, por
ser los confesores tan poco letrados por una parte, y por otra ser yo ruin, y
por muchas.
11. Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan
gran espanto llegando aquí y viendo cómo parece me resucitó el Señor, que estoy
casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mía, que miraras del
peligro que el Señor te había librado y, ya que por amor no le dejabas de
ofender, lo dejaras por temor que pudiera otras mil veces matarte en estado más
peligroso. Creo no añado muchas en decir otras mil, aunque me riña quien me
mandó moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van.
Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada,
pues se ve más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre (24) a un alma. Sea
bendito para siempre. Plega a Su Majestad que antes me consuma que le deje yo
más de querer (25).
NOTAS CAPÍTULO 5
1 Era curiosa: cuidadosa, atildada
(como lo ha definido en 2, 2; cf. "curiosamente": 6, 7).
2 Antes de dos años: probablemente,
antes de dos años a partir de su profesión religiosa (1538: a los 23 de edad).
3 El lugar que digo: Castellanos de
la Cañada; con mi hermana: María de Cepeda; mi amiga monja: Juana Juárez (4, 6;
3, 2; 4, 5).
4 Aquel lugar: Becedas, (4, 5).
5 Letras / letrado: estudios o
ciencia / teólogo u hombre de saber. - Siempre fui amiga de letras: amiga del
saber, de la ciencia y de los libros: es una de sus cualidades humanas. - A
continuación: no tener ningunas letras... las tenga buenas letras: tener o no
tener buenos estudios.
6 Un padre dominico: Vicente Barrón,
de quien hablará enseguida: 7, 16-17.
7 Agraviándome: agravar, encarecer
la gravedad de... Cf. 8, 11. - Fray Luis trascribe alternativamente
"agraviándome" (p. 57), "agravavan" (p. 103).
8 Para evitar que se malentendiese
el texto, refiriéndolo al confesor dominico, Báñez anotó al margen del
autógrafo: "Este es el clérigo cura que arriba en esta otra plana
dixo".
9 La autora escribe indiferentemente
afeción y afición, con idéntico sentido de afecto, amor, afición. Trascribimos
modernizando: afición, aficionar.
10 Con más puridad: más pureza y perfección
en el afecto. Así en otros pasajes: Vida, 39, 23; C 4, 12.
11 Como he dicho en el n. 4.
12 Aquel lugar: Becedas (manteniendo
el anonimato).
13 Virtud: en la acepción de vigor,
fuerza.
14 Incomportables: intolerables (cf.
n. 8) o insoportables (cf. m. 10 y 6, 1).
15 Hética: tísica (cf. Fund. 22, 14:
"hética y tísica hidrópica").
16 En un ser: expresión usada por la
Santa en el doble sentido de "continuamente" y
"totalmente". En el presente caso: dolores ininterrumpidos o bien en
todo su cuerpo.
17 El famoso libro de San Gregorio
fue usado por la Santa en su versión castellana "Los morales de San
Gregorio, Papa, Doctor de la Iglesia" obra del licenciado ALONSO ALVAREZ
DE TOLEDO, editada en Sevilla en 1514 y reeditados en 1527, 1534, 1549... - Las
Carmelitas de San José de Avila conservan un ejemplar de esta obra en dos
tomos, el segundo de los cuales lleva esta nota preliminar: "Estos Morales
son los de nuestra Santa Madre, y en las horas de dormir arrimaba a ellos su
santa cabeza, y algunas señales que tienen hizo con sus santas manos apuntando
cosas que le hacían devoción".
18 Job 2, 10.
19 Era el 15 de agosto de 1539.
20 Parajismo, escribe siempre la
Santa: Vida 6, 1; Moradas 6, 4, 3: colapso, estado de coma ("desmayo o
parajismo", escribe en M 6, 4, 3).
21 Escribe frecuentemente
"memento" (14, 5; 18, 9; 24, 9).
22 "La sepultura estaba abierta
en la Encarnación, y estaban esperando el cuerpo para enterrarle, y monjas
estaban allí [en casa de D. Alonso] de la Encarnación que habían enviado para
estar con el cuerpo, y hubiéranla enterrado si su padre no lo estorbara muchas
veces contra el parecer de todos, porque conocía mucho el pulso y no podía
persuadir que estuviese muerta; y cuando le decían que se enterrase, decía:
esta hija no es para enterrar". - "Velándola una noche de estas
Lorenzo de Cepeda, su hermano, se durmió, y una vela que tenía sobre la cama se
acabó, y se quemaban las almohadas y mantas y colcha de la cama, y si él no
despertara al humo, se pudiera quemar o acabar de morir la enferma".
RIBERA, Vida, I, 1.
23 Hechas las honras fúnebres: los
funerales.
24 Lo que /El) sufre: soporta.
25 Repetirá esta fuerte invocación en el c. 19, 9.