Trata de algunas tentaciones
exteriores y representaciones que la hacía el demonio,
1. Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones
y turbaciones interiores y secretas que el demonio me causaba (1), otras que
hacía casi públicas en que no se podía ignorar que era él.
2. Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia
el lado izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque me
habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que
estaba toda clara, sin sombra. Díjome espantablemente que bien me había librado
de sus manos, mas que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme
como pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no
sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo (2) hacia aquella parte, y
nunca más tornó.
3. Otra vez me estuvo cinco horas atormentando, con
tan terribles dolores y desasosiego interior y exterior, que no me parece se
podía ya sufrir. Las que estaban conmigo estaban espantadas y no sabían qué se
hacer ni yo cómo valerme. Tengo por costumbre, cuando los dolores y mal
corporal es muy intolerable, hacer actos como puedo entre mí, suplicando al
Señor, si se sirve de aquello, que me dé Su Majestad paciencia y me esté yo así
hasta el fin del mundo.
Pues como esta vez vi el padecer con tanto rigor,
remediábame con estos actos para poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el
Señor entendiese cómo era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy
abominable, regañando como desesperado de que adonde pretendía ganar perdía.
Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo, porque había allí algunas conmigo que
no se podían valer ni sabían qué remedio poner a tanto tormento, que eran
grandes los golpes que me hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y
brazos. Y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte podía
tener sosiego. No osaba pedir agua bendita por no las poner miedo y porque no
entendiesen lo que era.
4. De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa
con que huyan más para no tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe
ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y muy conocida
consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es cierto que lo muy ordinario
es sentir una recreación que no sabría yo darla a entender, como un deleite
interior que toda el alma me conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha
acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos
como si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de agua fría,
que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué gran cosa es todo lo
que está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza
aquellas palabras, que así la pongan en el agua, para que sea tan grande la
diferencia que hace a lo que no es bendito (3).
5. Pues como no cesaba el tormento, dije: si no se
riesen, pediría agua bendita. Trajéronmelo y echáronmelo a mí, y no
aprovechaba; echélo hacia donde estaba, y en un punto se fue (4) y se me quitó
todo el mal como si con la mano me lo quitaran, salvo que quedé cansada como si
me hubieran dado muchos palos. Hízome gran provecho ver que, aun no siendo un
alma y cuerpo suyo, cuando el Señor le da licencia hace tanto mal, ¿qué hará
cuando él lo posea por suyo? Diome de nuevo gana de librarme de tan ruin
compañía.
6. Otra vez poco ha, me acaeció lo mismo, aunque no
duró tanto, y yo estaba sola. Pedí agua bendita, y las que entraron después que
ya se habían ido (5) (que eran dos monjas bien de creer, que por ninguna suerte
dijeran mentira), olieron un olor muy malo, como de piedra azufre. Yo no lo
olí. Duró de manera que se pudo advertir a ello.
Otra vez estaba en el coro y diome un gran ímpetu de
recogimiento. Fuime de allí porque no lo entendiesen, aunque cerca oyeron todas
dar golpes grandes adonde yo estaba, y yo cabe mí oí hablar como que
concertaban algo, aunque no entendí qué; habla gruesa; mas estaba tan en
oración, que no entendí cosa ni hube ningún miedo. Casi cada vez era cuando el
Señor me hacía merced de que por mi persuasión se aprovechase algún alma.
Y es cierto que me acaeció lo que ahora diré, y de
esto hay muchos testigos, en especial quien ahora me confiesa (6), que lo vio
por escrito en una carta; sin decirle yo quién era la persona cuya era la
carta, bien sabía él quién era.
7. Vino una persona a mí que había dos años y medio
que estaba en un pecado mortal, de los más abominables que yo he oído, y en
todo este tiempo ni le confesaba ni se enmendaba, y decía misa. Y aunque
confesaba otros, éste decía que cómo le había de confesar, cosa tan fea. Y
tenía gran deseo de salir de él y no se podía valer a sí. A mí hízome gran
lástima; y ver que se ofendía Dios (7) de tal manera, me dio mucha pena.
Prometíle de suplicar mucho a Dios le remediase y hacer que otras personas lo
hiciesen, que eran mejores que yo, y escribía a cierta persona que él me dijo
podía dar las cartas (8). Y es así que a la primera se confesó; que quiso Dios
(por las muchas personas muy santas que lo habían suplicado a Dios, que se lo
había yo encomendado) hacer con esta alma esta misericordia, y yo, aunque
miserable, hacía lo que podía con harto cuidado.
Escribióme que estaba ya con tanta mejoría, que había
(9) días que no caía en él; mas que era tan grande el tormento que le daba la
tentación, que parecía estaba en el infierno, según lo que padecía; que le
encomendase a Dios. Yo lo torné a encomendar a mis Hermanas, por cuyas
oraciones debía el Señor hacerme esta merced, que lo tomaron muy a pechos. Era
persona que no podía nadie atinar en quién era. Yo supliqué a Su Majestad se
aplacasen aquellos tormentos y tentaciones, y se viniesen aquellos demonios a
atormentarme a mí, con que yo no ofendiese (10) en nada al Señor. Es así que
pasé un mes de grandísimos tormentos. Entonces eran estas dos cosas que he
dicho (11).
8. Fue el Señor servido que le dejaron a él. Así me
lo escribieron, porque yo le dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su
alma y quedó del todo libre, que no se hartaba de dar gracias al Señor y a mí,
como si yo hubiera hecho algo, sino que ya el crédito que tenía de que el Señor
me hacía mercedes le aprovechaba. Decía que cuando se veía muy apretado, leía
mis cartas y se le quitaba la tentación, y estaba muy espantado de lo que yo
había padecido y cómo se había librado él. Y aun yo me espanté y lo sufriera
otros muchos años por ver aquel alma libre. Sea alabado por todo, que mucho puede
la oración de los que sirven al Señor, como yo creo lo hacen en esta casa (12)
estas hermanas; sino que, como yo lo procuraba, debían los demonios indignarse
más conmigo, y el Señor por mis pecados lo permitía.
9. En este tiempo también una noche pensé me
ahogaban; y como echaron mucha agua bendita, vi ir mucha multitud de ellos,
como quien se va desempeñando. Son tantas veces las que estos malditos me
atormentan y tan poco el miedo que yo ya los he, con ver que no se pueden
menear si el Señor no les da licencia, que cansaría a vuestra merced y me
cansaría si las dijese.
10. Lo dicho aproveche de que (13) el verdadero
siervo de Dios se le dé poco de estos espantajos que éstos ponen para hacer
temer. Sepan que, a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con menos
fuerza y el alma muy más señora. Siempre queda algún gran provecho, que por no
alargar no lo digo.
Sólo diré esto que me acaeció una noche de las
ánimas: (14) estando en un oratorio, habiendo rezado un nocturno (15) y diciendo
unas oraciones muy devotas que están al fin de él muy devotas (16) que tenemos
en nuestro rezado, se me puso sobre el libro para que no acabase la oración. Yo
me santigüé, y fuese. Tornando a comenzar, tornóse. Creo fueron tres veces las
que la comencé y, hasta que eché agua bendita, no pude acabar. Vi que salieron
algunas almas del purgatorio en el instante, que debía faltarlas poco, y pensé
si pretendía estorbar esto.
Pocas veces le he visto tomando forma y muchas sin
ninguna forma, como la visión que sin forma se ve claro está allí, como he
dicho (17).
11. Quiero también decir esto, porque me espantó
mucho: estando un día de la Trinidad en cierto monasterio en el coro y en
arrobamiento, vi una gran contienda de demonios contra ángeles. Yo no podía
entender qué querría decir aquella visión. Antes de quince días se entendió
bien en cierta contienda que acaeció entre gente de oración y muchos que no lo
eran, y vino harto daño a la casa que era; fue contienda que duró mucho y de
harto desasosiego.
Otras veces veía mucha multitud de ellos en rededor
de mí, y parecíame estar una gran claridad que me cercaba toda, y ésta no les
consentía llegar a mí (18). Entendí que me guardaba Dios, para que no llegasen
a mí de manera que me hiciesen ofenderle. En lo que he visto en mí algunas
veces, entendí que era verdadera visión.
El caso es que ya tengo tan entendido su poco poder,
si yo no soy contra Dios, que casi ningún temor los tengo. Porque no son nada
sus fuerzas, si no ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran
ellos su poder (19).
Algunas veces, en las tentaciones que ya dije (20),
me parecía que todas las vanidades y flaquezas de tiempos pasados tornaban a
despertar en mí, que tenía bien que encomendarme a Dios. Luego era el tormento
de parecerme que, pues me venían aquellos pensamientos, que debía de ser todo
demonio, hasta que me sosegaba el confesor. Porque aun primer movimiento de mal
pensamiento me parecía a mí no había de tener quien tantas mercedes recibía del
Señor.
12. Otras veces me atormentaba mucho y aún ahora me
atormenta ver que se hace mucho caso de mí, en especial personas principales, y
de que decían mucho bien. En esto he pasado y paso mucho. Miro luego a la vida
de Cristo y de los santos, y paréceme que voy al revés, que ellos no iban sino
por desprecio e injurias. Háceme andar temerosa y como que no oso alzar la
cabeza ni querría parecer (21), lo que no hago cuando tengo persecuciones. Anda
el ánima tan señora, aunque el cuerpo lo siente, y por otra parte ando
afligida, que yo no sé cómo esto puede ser; mas pasa así, que entonces parece
está el alma en su reino y que lo trae todo debajo de los pies.
Dábame algunas veces (22) y duróme hartos días, y
parecía era virtud y humildad por una parte, y ahora veo claro que era tentación.
Un fraile dominico, gran letrado, me lo declaró bien. Cuando pensaba que estas
mercedes que el Señor me hace se habían de venir a saber en público, era tan
excesivo el tormento, que me inquietaba mucho el ánima. Vino a términos que,
considerándolo, de mejor gana me parece me determinaba a que me enterraran viva
que por esto. Y así, cuando me comenzaron estos grandes recogimientos o
arrobamientos a no poder resistirlos aun en público, quedaba yo después tan
corrida, que no quisiera parecer adonde nadie me viera.
13. Estando una vez muy fatigada de esto, me dijo el
Señor, que qué temía; que en esto no podía, sino haber dos cosas: o que
murmurasen de mí, o alabarle a El; (23) dando a entender que los que lo creían,
le alabarían, y los que no, era condenarme sin culpa, y que entrambas cosas
eran ganancia para mí; que no me fatigase. Mucho me sosegó esto, y me consuela
cuando se me acuerda.
Vino a términos la tentación, que me quería ir de
este lugar (24) y dotar en otro monasterio muy más encerrado que en el que yo
al presente estaba, que había oído decir muchos extremos de él. Era también de
mi Orden (25), y muy lejos, que eso es lo que a mí me consolara, estar adonde
no me conocieran; y nunca mi confesor me dejó.
14. Mucho me quitaban la libertad (26) del espíritu
estos temores, que después vine yo a entender no era buena humildad, pues tanto
inquietaba, y me enseñó el Señor esta verdad: que yo tan determinada y cierta
estuviera que no era ninguna cosa buena mía, sino de Dios, que así como no me
pesaba de oír loar a otras personas, antes me holgaba y consolaba mucho de ver
que allí se mostraba Dios, que tampoco me pesaría mostrase en mí sus obras.
15. También di en otro extremo, que fue suplicar a
Dios y hacía oración particular que cuando a alguna persona le pareciese algo
bien en mí, que Su Majestad le declarase mis pecados, para que viese cuán sin
mérito mío me hacía mercedes, que esto deseo yo siempre mucho. Mi confesor me
dijo que no lo hiciese. Mas hasta ahora poco ha, si veía yo que una persona pensaba
de mí bien mucho, por rodeos o como podía le daba a entender mis pecados, y con
esto parece descansaba. También me han puesto mucho escrúpulo en esto.
16. Procedía esto no de humildad, a mi parecer, sino
de una tentación venían muchas. Parecíame que a todos los traía engañados y,
aunque es verdad que andan engañados en pensar que hay algún bien en mí, no era
mi deseo engañarlos, ni jamás tal pretendí, sino que el Señor por algún fin lo
permite; y así, aun con los confesores, si no viera era necesario, no tratara
ninguna cosa, que se me hiciera gran escrúpulo.
Todos estos temorcillos y penas y sombra de humildad
entiendo yo ahora era harta imperfección, y de no estar mortificada; porque un
alma dejada en las manos de Dios no se le da más que digan bien que mal, si
ella entiende bien bien entendido como el Señor quiere hacerle merced que lo
entienda que no tiene nada de sí. Fíese de quien se lo da, que sabrá por qué lo
descubre, y aparéjese a la persecución, que está cierta en los tiempos de
ahora, cuando de alguna persona quiere el Señor se entienda que la hace
semejantes mercedes; porque hay mil ojos para un alma de éstas, adonde para mil
almas de otra hechura no hay ninguno (27).
Es para alabar al Señor lo que en esto pasa, y aun
para lastimar mucho el corazón; porque muy muchas almas tornan atrás, que no
saben las pobrecitas valerse. Y así creo hiciera la mía, si el Señor tan
misericordiosamente no lo hiciera todo de su parte; y hasta que por su bondad
lo puso todo, ya verá vuestra merced que no ha habido en mí sino caer y
levantar.
18. Querría saberlo decir, porque creo se engañan
aquí muchas almas que quieren volar antes que Dios les dé alas. Ya creo he
dicho otra vez esta comparación (31), mas viene bien aquí. Trataré esto, porque
veo a algunas almas muy afligidas por esta causa: como comienzan con grandes
deseos y hervor y determinación de ir adelante en la virtud, y algunas cuanto a
lo exterior todo lo dejan por El, como ven en otras personas, que son más
crecidas (32), cosas muy grandes de virtudes que les da el Señor, que no nos la
podemos nosotros tomar, ven en todos los libros que están escritos de oración y
contemplación poner cosas que hemos de hacer para subir a esta dignidad, que
ellos no las pueden luego acabar consigo, desconsuélanse. Como es: un no se nos
dar nada que digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando dicen
bien; una poca estima de honra; un desasimiento de sus deudos, que, si no
tienen oración, no los querría tratar, antes le cansan; otras cosas de esta
manera muchas, que, a mi parecer, las ha de dar Dios, porque me parece son ya
bienes sobrenaturales o contra nuestra natural inclinación.
No se fatiguen; esperen en el Señor, que lo que ahora
tienen en deseos Su Majestad hará que lleguen a tenerlo por obra, con oración y
haciendo de su parte lo que es en sí; porque es muy necesario para este nuestro
flaco natural tener gran confianza y no desmayar, ni pensar que, si nos
esforzamos, dejaremos de salir con victoria (33).
19. Y porque tengo mucha experiencia de esto, diré
algo para aviso de vuestra merced (34). No piense, aunque le parezca que sí,
que está ya ganada la virtud, si no la experimenta con su contrario (35). Y
siempre hemos de estar sospechosos y no descuidarnos mientras vivimos; porque
mucho se nos pega luego, si como digo no está ya dada del todo la gracia para
conocer lo que es todo, y en esta vida nunca hay todo sin muchos peligros (36).
Parecíame a mí, pocos años ha, que no sólo no estaba
asida a mis deudos, sino que me cansaban. Y era cierto así, que su conversación
no podía llevar. Ofrecióse cierto negocio de harta importancia, y hube de estar
con una hermana mía (37) a quien yo quería muy mucho antes y, puesto que en la
conversación, aunque ella es mejor que yo, no me hacía con ella (38) (porque
como tiene diferente estado, que es casada, no puede ser la conversación
siempre en lo que yo la querría, y lo más que podía me estaba sola), vi que me
daban pena sus penas más harto que de prójimo, y algún cuidado. En fin, entendí
de mí que no estaba tan libre como yo pensaba, y que aún había menester huir la
ocasión, para que esta virtud que el Señor me había comenzado a dar fuese en
crecimiento, y así con su favor lo he procurado hacer siempre después acá (39).
20. En mucho se ha de tener una virtud cuando el
Señor la comienza a dar, y en ninguna manera ponernos en peligro de perderla. Así
es en cosas de honra y en otras muchas; que crea vuestra merced que no todos
los que pensamos estamos desasidos del todo, lo están (40), y es menester nunca
descuidar en esto; y cualquiera persona que sienta en sí algún punto de honra,
si quiere aprovechar, créame y dé tras este atamiento, que es una cadena que no
hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración y hacer mucho de nuestra
parte. Paréceme que es una ligadura para este camino, que yo me espanto el daño
que hace.
Veo a algunas personas santas en sus obras, que las
hacen tan grandes que espantan las gentes. ¡Válgame Dios! ¿Por qué está aún en
la tierra esta alma? ¿Cómo no está en la cumbre de la perfección? ¿Qué es esto?
¿Quién detiene a quien tanto hace por Dios? (41) ¡Oh, que tiene un punto de
honra...! Y lo peor que tiene es que no quiere entender que le tiene, y es
porque algunas veces le hace entender el demonio que es obligado a tenerle.
21. Pues créanme, crean por amor del Señor a esta
hormiguilla que el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, que ya
que a todo el árbol no dañe (porque algunas otras virtudes quedarán, mas todas
carcomidas), no es árbol hermoso, sino que él no medra, ni aun deja medrar a
los que andan cabe él. Porque la fruta que da de buen ejemplo no es nada sana;
poco durará.
Muchas veces lo digo: (42) que por poco que sea el
punto de honra, es como en el canto de órgano, que un punto o compás que se
yerre, disuena toda la música. Y es cosa que en todas partes hace harto daño al
alma, mas en este camino de oración es pestilencia (43).
22. Andas procurando juntarte con Dios por unión, y
queremos seguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias y testimonios, ¿y
queremos muy entera nuestra honra y crédito? No es posible llegar allá, que no
van por un camino. Llega el Señor al alma, esforzándonos nosotros y procurando
perder de nuestro derecho en muchas cosas.
Dirán algunos: "no tengo en qué ni se me
ofrece". Yo creo que a quien tuviere esta determinación, que no querrá el
Señor pierda tanto bien. Su Majestad ordenará tantas cosas en que gane esta
virtud que no quiera tantas. Manos a la obra.
23. Quiero decir las naderías y poquedades que yo
hacía cuando comencé, o alguna de ellas: las pajitas que tengo dichas (44) pongo
en el fuego, que no soy yo para más. Todo lo recibe el Señor. Sea bendito por
siempre.
Entre mis faltas tenía ésta: que sabía poco del
rezado (45) y de lo que había de hacer en el coro y cómo lo regir, de puro
descuidada y metida en otras vanidades, y veía a otras novicias que me podían
enseñar. Acaecíame no les preguntar, porque no entendiesen yo sabía poco. Luego
se pone delante el buen ejemplo. Esto es muy ordinario. Ya que Dios me abrió un
poco los ojos, aun sabiéndolo, tantito (46) que estaba en duda, lo preguntaba a
las niñas (47). Ni perdí honra ni crédito; antes quiso el Señor, a mi parecer,
darme después más memoria.
Sabía mal cantar. Sentía tanto si no tenía estudiando
lo que me encomendaban (y no por el hacer falta delante del Señor, que esto
fuera virtud, sino por las muchas que me oían), que de puro honrosa (48) me
turbaba tanto, que decía muy menos de lo que sabía. Tomé después por mí, cuando
no lo sabía muy bien, decir que no lo sabía. Sentía harto a los principios, y
después gustaba de ello. Y es así que como comencé a no se me dar nada de que
se entendiese no lo sabía, que lo decía muy mejor, y que la negra honra (49) me
quitaba supiese hacer esto que yo tenía por honra, que cada uno la pone en lo
que quiere.
24. Con estas naderías, que no son nada y harto nada
soy yo, pues esto me daba pena de poco en poco se van haciendo con actos (50).
Y cosas poquitas como éstas, que en ser hechas por Dios les da Su Majestad tomo
(51), ayuda Su Majestad para cosas mayores. Y así en cosas de humildad me
acaecía que, de ver que todas aprovechaban sino yo (52) porque nunca fui para
nada de que se iban del coro, coger todos los mantos; parecíame servía a
aquellos ángeles que allí alababan a Dios. Hasta que, no sé cómo, vinieron a
entenderlo, que no me corrí yo poco; porque no llegaba mi virtud a querer que
entendiesen estas cosas, y no debía ser por humilde, sino porque no se riesen
de mí, como eran tan nonada.
25. ¡Oh Señor mío!, ¡qué vergüenza es ver tantas
maldades, y contar unas arenitas, que aun no las levantaba de la tierra por
vuestro servicio, sino que todo iba envuelto en mil miserias! No manaba aún el
agua, debajo de estas arenas, de vuestra gracia, para que las hiciese levantar
(53).
¡Oh Criador mío, quién tuviera alguna cosa que
contar, entre tantos males, que fuera de tomo, pues cuento las grandes mercedes
que he recibido de Vos! Es así, Señor mío, que no sé cómo puede sufrirlo mi
corazón, ni cómo podrá quien esto leyere dejarme de aborrecer, viendo tan mal
servidas tan grandísimas mercedes, y que no he vergüenza de contar estos
servicios, en fin, como míos. Sí tengo (54), Señor mío; mas el no tener otra
cosa que contar de mi parte me hace decir tan bajos principios, para que tenga
esperanza quien los hiciere grandes, que, pues éstos parece ha tomado el Señor
en cuenta, los tomará mejor (55). Plega a Su Majestad me dé gracia para que no
esté siempre en principios. Amén.
NOTAS CAPÍTULO 31
El cuadro de "tentaciones y
trabajos interiores" del capítulo anterior se completa ahora con dos
pinceladas más: "las tentaciones exteriores" de origen diabólico (un
sartal de episodios), y las tentaciones de falsa humildad, motivadas por la
excesiva estima ajena de sus gracias místicas.
1 Son las referidas en el capítulo
anterior: 30, 9 ss.
2 Echélo: el agua (masculino, como
en los nn. 4 y 5: trajéronmelo, echáronmelo).
3 Es decir: la diferencia que hay
entre el agua bendita y la no bendita. - Una de las compañeras de la Santa, Ana
de Jesús, cuenta en el proceso de beatificación: "Nunca quería que
caminásemos sin ella (sin agua bendita). Y por la pena que le daba si alguna
vez se nos olvidaba, llevábamos calabacillas de ella colgadas a la cinta, y
siempre quería la pusiéramos una en la suya, diciéndonos: 'no saben ellas el
refrigerio que se siente teniendo agua bendita; que es un gran bien gozar tan
fácilmente de la sangre de Cristo'. Y cuantas veces comenzábamos por el camino
a rezar el Oficio Divino, nos lo hacía tomar" (BMC, 18, p. 465).
4 Se fue el demonio.
5 Se habían ido los demonios.
6 Quien ahora me confiesa:
probablemente, el P. Domingo Báñez (escribe en 1565).
7 Otra lectura posible: "se
ofendía a Dios". Frecuentemente la Santa elide la doble "a".
Seguimos la lectura de fray Luis (p. 379).
8 Es decir, la Santa la escribía por
medio de un tercero. - A continuación: a la primera carta se confesó.
r9 Había: en el autógrafo
"vía" (= bía). En el habla popular, aún hoy se usa "ber"
por "haber". Fray Luis trascribió: "avía" (p. 379).
10 Con que yo no ofendiese: con tal
de que, a condición de... (cf. n. 9).
11 Los dos episodios referidos en el
n. 6.
12 Esta casa: San José de Avila.
13 Aproveche de que: para que...
14 Noche de las ánimas: del 1 al 2
de noviembre.
15 Un nocturno: una de las partes
del oficio de maitines, que solía rezarse de noche.
16 Muy devotas: un corrector tachó
estas dos palabras. La Santa repite, por distracción, toda la frase. Fray Luis
omitió lo tachado (p. 381). - Nuestro rezado: alude al breviario propio de la
Orden del Carmen, por el que ella rezaba el Oficio Divino.
17 De nuevo alude a la visión
referida en el c. 27, 2.
18 Por distracción (como en el n. 10
nota 16), la Santa repitió las dos frases que preceden, con una ligera
variante: "parecíame estaba... a mí". Seguimos la lectura de fray
Luis (p. 382).
19 Al margen del autógrafo escribió
el P. Báñez: "San Gregorio en los Morales dice de el demonio que es
hormiga y león: viene a este propósito bien". La afirmación de San
Gregorio se halla en el libro V, c. 20 de los Morales (P.L., 75, 700-701), en
el comentario al c. 4, v. 11 del libro de Job: "murió el tigre por no
tener presa", comentado por el Santo Doctor según la versión de los
Setenta, en que se lee: "murió la hormigaleón, por no tener presa".
La hormigaleón es el diablo. - Recuérdese que la Santa había leído Los Morales
en su juventud (cf. c. 5, 8).
20 Lo ha dicho en los nn. 1 y ss., y
en el c. 30, 9 y ss.
21 Parecer: hacer acto de presencia
(como al final de este número).
22 El sujeto de la frase está
implícito en el último miembro: "Dábame algunas veces... esta tentación:
cuando pensaba que...
23 Recordará esa consigna en Moradas
sextas, 4, 16.
24 Avila, monasterio de la
Encarnación.
25 De mi Orden: de carmelitas.
Nótese que sigue manteniendo el anonimato. - El monasterio aludido por la Santa
era probablemente el de la Encarnación de Valencia, que gozaba fama de
"muy encerrado". Había sido fundado en 1502 por el maestro Mercader.
26 Por descuido de pluma escribió:
quitaba, que falsearía el sentido de la frase. Ya fray Luis editó en plural (p.
385).
27 Nueva alusión dolorida al
ambiente de sospecha que por aquellas fechas ("los tiempos de ahora")
cundía contra místicos y espirituales.
28 Los matará: cambio de sujeto, por
"las" o "la" (alma/s). Fray Luis: "las matará"
(p. 387).
29 Tan enteras: las almas.
30 Confirmados en gracia: expresión
teológica, que indica la situación especialísima de algunos cristianos
privilegiados, para preservarlos de ulteriores pecados.
31 Comparación utilizada
argumentalmente en el c. 22, 13; pero muy presente a lo largo del libro en la
imagen de la "avecita que tiene pelo malo" (13, 2; y 20, 22), o en la
mariposica de la memoria a la que se le queman las alas (18, 14), o la
"avecita" del alma puesta por el Señor en el nido (18, 9), el ave fénix
(39, 23), o la paloma y el palomar (14, 3; 20, 24; 38, 10.12...).
32 Más crecidas en perfección.
33 El sentido es: "y pensar que
si nos esforzamos no dejaremos de salir con la victoria".
34 De nuevo abre el diálogo con el
P. García de Toledo.
35 Si no lo experimenta con su
contrario: no lo pone a prueba en ocasiones contrarias. Es reminiscencia de la
moral escolástica y del viejo axioma "contraria contrariis curantur".
36 El sentido de la última frase:
"nada" (importante) hay jamás sin muchos peligros". En ese juego
de palabras, "nunca / todo" equivale a "jamás / nada".
37 Una hermana mía: era Doña Juana
de Ahumada, su hermana menor, casada con Juan de Ovalle. Los dos hubieron de
venir a Avila para ayudar a la Santa en la fundación del Carmelo de San José
(1562): cf. 33, 11; 36, 3.
38 No me hacía con ella: no
congeniaba, no me hallaba con...
39 Siempre después acá: desde
entonces hasta ahora.
40 Lo están: lo estamos. Cambio
brusco de sujeto.
41 ¿Quién detiene a quien tanto hace
por Dios?. - Lo añadió la Santa en el margen superior del folio. - Lo que ella
entiende por "punto de honra" puede verse en Camino cc. 12 y 36, 3...
42 Muchas veces lo digo: probable
alusión a sus conversaciones con los destinatarios del libro.
43 Es pestilencia: es un mal
mortífero. En sentido figurado. Especie de anatema en la pluma de la Santa: cf.
25, 21; y Camino 4, 7-8-
44 Usó esa figura en el c. 30, 20.
45 Sabía poco del rezado: de las
rúbricas y ceremonias del rezo coral del Oficio litúrgico.
46 Tantito: poco, poquito. El
sentido es: "por porquito que estuviese en duda..."
47 Las niñas: las monjas jóvenes.
48 De puro honrosa: pundonorosa,
víctima del punto de honra. Cf. c. 3, 7.
49 La negra honra: malhadada o
maldita honra. Cf. c. 20, 27.
50 Se van haciendo con actos: se van
habituando a hacer actos de virtudes. Está implícita la alusión a la teoría
escolástica de hábitos y actos. Otros editores transcriben: "se va
haciendo conatos", vocablo éste inusitado en los escritos de la Santa.
51 Les da S.M. tomo: les da valor.
52 Todas aprovechaban sino yo: menos
yo. - De que se iban del coro: una vez que se iban...
53 Hipérbaton difícil. En orden:
"no manaba aún el agua de vuestra gracia debajo de estas arenas...".
La imagen de la fuente y las arenitas ya apareció en el c. 30, 19.
54 Sí tengo: se sobreentiende
"vergüenza". "Sí me avergüenzo, Señor mío".
55 Es decir: "pues estos bajos
principios ha tomado el Señor en cuenta, mejor (= más en cuenta) se los tomará
a quien los hiciere grandes".
CAPÍTULO 32. *
En que trata cómo quiso el Señor
ponerla en espíritu en un lugar del infierno que tenía por
1. Después de mucho tiempo que el Señor me había
hecho ya muchas de las mercedes que he dicho (2) y otras muy grandes, estando
un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía
estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que
los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue
en brevísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible
olvidárseme.
Parecíame la entrada a manera de un callejón muy
largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me
pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas
sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a
manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho (3).
Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de
lo que allí sentí. Esto que he dicho va mal encarecido.
2. Estotro (4) me parece que aun principio de
encarecerse como es no le puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego
en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los
dolores corporales tan incomportables (5), que, con haberlos pasado en esta
vida gravísimos y, según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar
(porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de
muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho (6), causados del
demonio), no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían
de ser sin fin y sin jamás cesar.
Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar
del alma: un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible (7) y con
tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque
decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece
que otro os acaba la vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza.
El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego
interior y aquel desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No
veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me
parece. Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.
3. Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder
esperar consuelo, no hay sentarse ni echarse (8), ni hay lugar, aunque me
pusieron en éste como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que son
espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino
todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no
haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve.
No quiso el Señor entonces viese más de todo el
infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios
el castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me parecieron, mas como no
sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta visión quiso el Señor
que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu,
como si el cuerpo lo estuviera padeciendo.
Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran
merced y que quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había
librado su misericordia. Porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces
pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por temor no se llevaba bien
mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he
leído, no es nada con esta pena (9), porque es otra cosa. En fin como de dibujo
a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.
4. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora
escribiéndolo, con que ha casi seis años (10), y es así que me parece el calor
natural me falta de temor aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que tengo
trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y
así me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que
fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha
aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y
contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias
al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y
terribles.
5. Después acá, como digo, todo me parece fácil en
comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí.
Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros adonde se da algo a entender
las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde
estaba? ¿Cómo me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal
lugar? ¡Seáis bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido (11) que
me queríais Vos mucho más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me
librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo a meter en ella contra
vuestra voluntad!
6. De aquí también gané la grandísima pena que me da
las muchas almas que se condenan (de estos luteranos en especial (12), porque
eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de
aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan
gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro que, si
vemos acá una persona que bien queremos, en especial con un gran trabajo o
dolor, parece que nuestro mismo natural nos convida a compasión y, si es
grande, nos aprieta a nosotros. Pues ver a un alma para sin fin en el sumo
trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón que lo
lleve sin gran pena (13). Pues acá con saber que, en fin, se acabará con la
vida y que ya tiene término, aun nos mueve a tanta compasión, estotro que no le
tiene no sé cómo podemos sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el
demonio consigo.
7. Esto también me hace desear que, en cosa que tanto
importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra
parte. No dejemos nada, y plega al Señor sea servido de darnos gracia para
ello.
Cuando yo considero que, aunque era tan malísima,
traía algún cuidado de servir a Dios y no hacía algunas cosas que veo que, como
quien no hace nada, se las tragan en el mundo y, en fin, pasaba grandes
enfermedades y con mucha paciencia, que me la daba el Señor; no era inclinada a
murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece podía querer mal a nadie, ni
era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener de manera que fuese ofensa
grave del Señor, y otras algunas cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor
de Dios lo más continuo; y (14) veo adonde me tenían ya los demonios
aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece merecía más
castigo. Mas, con todo, digo que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa
contentarnos, ni traer sosiego ni contento el alma que anda cayendo a cada paso
en pecado mortal; sino que por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que
el Señor nos ayudará como ha hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje de
su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he de ir a parar.
No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es, amén.
8. Andando yo, después de haber visto esto y otras grandes
cosas y secretos que el Señor, por quien es, me quiso mostrar de la gloria que
se dará a los buenos y pena a los malos, deseando modo y manera en que pudiese
hacer penitencia de tanto mal y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba
huir de gentes y acabar ya de en todo en todo (15) apartarme del mundo. No
sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía
que era de Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir
otros manjares más gruesos de los que comía.
9. Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo
primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión,
guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese (16). Y aunque en la
casa adonde estaba había muchas siervas de Dios y era harto servido en ella, a
causa de tener gran necesidad salían las monjas muchas veces a partes adonde
con toda honestidad y religión podíamos estar; y también no estaba fundada en
su primer rigor la Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden,
que es con bula de relajación (17). Y también otros inconvenientes, que me
parecía a mí tenía mucho regalo, por ser la casa (18) grande y deleitosa. Mas
este inconveniente de salir, aunque yo era la que mucho lo usaba, era grande
para mí ya, porque algunas personas, a quien los prelados no podían decir de
no, gustaban estuviese yo en su compañía, e, importunados, mandábanmelo (19). Y
así, según se iba ordenando, pudiera poco estar en el monasterio, porque el
demonio en parte debía ayudar para que no estuviese en casa, que todavía, como
comunicaba con algunas (20) lo que los que me trataban me enseñaban, hacíase
gran provecho.
10. Ofrecióse una vez, estando con una persona,
decirme a mí y a otras (21) que si no seríamos para ser monjas de la manera de
las descalzas, que aun posible era poder hacer un monasterio. Yo, como andaba
en estos deseos, comencélo a tratar con aquella señora mi compañera viuda (22)
que ya he dicho, que tenía el mismo deseo. Ella comenzó a dar trazas para darle
renta, que ahora veo yo que no llevaban mucho camino y el deseo que de ello
teníamos nos hacía parecer que sí.
Mas yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo
contento en la casa que estaba (23), porque era muy a mi gusto y la celda en
que estaba hecha muy a mi propósito, todavía me detenía. Con todo concertamos
de encomendarlo mucho a Dios.
11. Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su
Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que
no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se
llamase San José, y que a la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la
otra, y que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de
sí gran resplandor, y que, aunque las religiones (24) estaban relajadas, que no
pensase se servía poco en ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los
religiosos; que dijese a mi confesor (25) esto que me mandaba, y que le rogaba
El que no fuese contra ello ni me lo estorbase.
12. Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal
manera esta habla que me hacía el Señor, que yo no podía dudar que era El. Yo
sentí grandísima pena, porque en parte se me representaron los grandes
desasosiegos y trabajos que me había de costar, y como estaba contentísima en
aquella casa; que, aunque antes lo trataba, no era con tanta determinación ni
certidumbre que sería. Aquí (26) parecía se me ponía apremio y, como veía
comenzaba cosa de gran desasosiego, estaba en duda de lo que haría. Mas fueron
muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello, poniéndome delante
tantas causas y razones que yo veía ser claras y que era su voluntad, que ya no
osé hacer otra cosa sino decirlo a mi confesor, y dile por escrito todo lo que
pasaba (27).
13. El no osó determinadamente decirme que lo dejase,
mas veía que no llevaba camino conforme a razón natural, por haber poquísima y
casi ninguna posibilidad en mi compañera, que era la que lo había de hacer.
Díjome que lo tratase con mi prelado (28), y que lo que él hiciese, eso hiciese
yo.
Yo no trataba estas visiones con el prelado, sino
aquella señora trató con él que quería hacer este monasterio. Y el provincial
vino muy bien en ello, que es amigo de toda religión, y diole todo el favor que
fue menester, y díjole que él admitiría la casa (29). Trataron de la renta que
había de tener. Y nunca queríamos fuesen más de trece (30) por muchas causas.
Antes que lo comenzásemos a tratar, escribimos al
santo Fray Pedro de Alcántara todo lo que pasaba, y aconsejónos que no lo
dejásemos de hacer, y dionos su parecer en todo.
14. No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando
(31) no se podrá escribir en breve la gran persecución que vino sobre nosotras,
los dichos, las risas, el decir que era disparate. A mí, que bien me estaba en
mi monasterio. A la mi compañera tanta persecución, que la traían fatigada. Yo
no sabía qué me hacer. En parte me parecía que tenían razón.
Estando así muy fatigada encomendándome a Dios,
comenzó Su majestad a consolarme y a animarme. Díjome que aquí vería lo que
habían pasado los santos que habían fundado las Religiones; que mucha más
persecución tenía por pasar de las que yo podía pensar; (32) que no se nos
diese nada. Decíame algunas cosas que dijese a mi compañera; y lo que más me
espantaba yo es que luego quedábamos consoladas de lo pasado y con ánimo para
resistir a todos. Y es así que de gente de oración y todo, en fin, el lugar no
había casi persona que entonces no fuese contra nosotras y le pareciese
grandísimo disparate.
15. Fueron tantos los dichos y el alboroto de mi mismo
monasterio, que al Provincial le pareció recio ponerse contra todos, y así mudó
el parecer y no la quiso admitir (33). Dijo que la renta no era segura y que
era poca, y que era mucha la contradicción. Y en todo parece tenía razón. Y, en
fin, lo dejó y no lo quiso admitir.
Nosotras, que ya parecía teníamos recibidos los
primeros golpes, dionos muy gran pena; en especial me la dio a mí de ver al
Provincial contrario, que, con quererlo él, tenía yo disculpa con todos. A la
mi compañera ya no la querían absolver si no lo dejaba, porque decían era
obligada a quitar el escándalo (34).
16. Ella fue a un gran letrado (35) muy gran siervo
de Dios, de la Orden de Santo Domingo, a decírselo y darle cuenta de todo. Esto
fue aun antes que el Provincial lo tuviese dejado, porque en todo el lugar no
teníamos quien nos quisiese dar parecer. Y así decían que sólo era por nuestras
cabezas. Dio esta señora relación de todo y cuenta de la renta que tenía de su
mayorazgo a este santo varón, con harto deseo nos ayudase, porque era el mayor
letrado que entonces había en el lugar, y pocos más en su Orden (36). Yo le
dije todo lo que pensábamos hacer y algunas causas. No le dije cosa de
revelación ninguna, sino las razones naturales que me movían, porque no quería
yo nos diese parecer sino conforme a ellas.
El nos dijo que le diésemos de término ocho días para
responder, y que si estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije
que sí; mas aunque yo esto decía y me parece lo hiciera (porque no veía camino
por entonces de llevarlo adelante) (37), nunca jamás se me quitaba una
seguridad de que se había de hacer. Mi compañera tenía más fe; nunca ella, por
cosa que la dijesen, se determinaba a dejarlo.
17. Yo, aunque como digo me parecía imposible dejarse
de hacer, de tal manera creo ser verdadera la revelación, como no vaya contra
lo que está en la Sagrada Escritura o contra las leyes de la Iglesia que somos
obligadas a hacer. Porque, aunque a mí verdaderamente me parecía era de Dios,
si aquel letrado me dijera que no lo podíamos hacer sin ofenderle y que íbamos
contra conciencia, paréceme luego me apartara de ello o buscara otro medio. Mas
a mí no me daba el señor sino éste.
Decíame después este siervo de Dios que lo había
tomado a cargo con toda determinación de poner mucho en que nos apartásemos de
hacerlo, porque ya había venido a su noticia el clamor del pueblo, y también le
parecía desatino, como a todos, y en sabiendo habíamos ido a él, le envió a
avisar un caballero que mirase lo que hacía, que no nos ayudase. Y que, en
comenzando a mirar en lo que nos había de responder y a pensar en el negocio y
el intento que llevábamos y manera de concierto y religión, se le asentó ser
muy en servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse.
Y así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo,
y dijo la manera y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era poca,
que algo se había de fiar de Dios; que quien lo contradijese fuese a él, que él
respondería. Y así siempre nos ayudó, como después diré (38).
18. Con esto fuimos muy consoladas y con que algunas
personas santas, que nos solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y
algunas nos ayudaban.
Entre ellas era el caballero santo (39), de quien ya
he hecho mención,que, como lo es y le parecía llevaba camino de tanta
perfección, por ser todo nuestro fundamento en oración, aunque los medios le
parecían muy dificultosos y sin camino, rendía su parecer a que podía ser cosa
de Dios, que el mismo señor le debía mover.
Y así hizo al maestro, que es el clérigo siervo de
Dios que dije que había hablado primero (40), que es espejo de todo el lugar,
como persona que le tiene Dios en él para remedio y aprovechamiento de muchas
almas, y ya venía en ayudarme en el negocio.
Y estando en estos términos y siempre con ayuda de muchas
oraciones y teniendo comprada ya la casa en buena parte, aunque pequeña...; mas
de esto a mí no se me daba nada, que me había dicho el Señor (41) que entrase
como pudiese, que después yo vería lo que Su majestad hacía. ¡Y cuán bien que
lo he visto! Y así, aunque veía ser poca la renta, tenía creído el Señor lo
había por otros medios de ordenar y favorecernos.
NOTAS CAPÍTULO 32
Comienza una nueva sección del
libro: los capítulos 32-36 cuentan la fundación del Carmelo de San José,
estrechamente vinculada a las gracias místicas recibidas por la autora. Desea
ella que si los teólogos asesores deciden destruir el libro, conserven al menos
esos capítulos y los entreguen a las monjas de su primer Carmelo (c. 36, 29). -
El c. 32 cuenta su visión del infierno (nn. 1-9) y los primeros trámites de
fundación (10-18).
1 Cuenta una cifra (un resumen o
muestra: cf. c. 27, 12 nota 33)... - Para lo que fue: en comparación de lo que
fue la terrible visión.
2 Se remite a las gracias místicas
referidas en los cc. 23-31.
3 En mucho estrecho: en gran aprieto.
4 Estotro: es lo que va a referirse
en contraposición al "esto" de la última frase: "lo
referido".
5 Incomportables: insoportables (cf.
c. 5, 7 nota 14, pasaje al que alude enseguida).
6 Los referidos en los cc. 30-31. -
A continuación: no es todo nada: todo es nada.
7 Tan sentible: tan de sentir (cf.
Moradas 6, 1, 9 y 6, 11, 7).
8 No hay sentarse... no hay
posibilidad de sentarse...
9 No es nada comparado con esta pena.
10 Con que ha casi seis años:
haciendo ya casi seis años que acaeció. - La Santa escribe a finales de 1565:
la visión del infierno data por tanto de la primera mitad de 1560.
11 Cómo se ha parecido: cómo se ha
evidenciado... (cf. c. 35, 13; 36, 3; o bien, Fund. c. 2, 7).
12 Estos luteranos: bajo el
apelativo de "luteranos" alude globalmente a los protestantes (cf.
Camino 1, 2; Fund. 3, 10; Moradas 7, 5, 4.
13 Cf. un texto paralelo en las
Moradas séptimas, 1, 4.
14 Y (sin embargo) veo:
"y" adversativa, como en otros casos.
15 Hoy diríamos: "de todo en
todo": totalmente.
17 Con bula de relajación: se
refiere a la bula "Romani Pontificis" de Eugenio IV (15.2.1432).
18 La casa: el monasterio de la
Encarnación de Avila (cf. nn. 12-13; y c. 33, 2). - Este inconveniente de
salir: ya ha dicho que en la Encarnación "no se prometía clausura"
(c. 4, 5; 7, 3: cf. nota 13 del c. 4).
19 Mandábanmelo: lo referirá más
adelante: c. 34 título.
20 Comunicaba con algunas: por esas
fechas escribía el P. Pedro Ibáñez en su "Dictamen": "Es tan
grande el aprovechamiento de su alma con estas cosas y la buena edificación que
da con su ejemplo, que más de cuarenta monjas tratan en su casa (de la
Encarnación) de grande recogimiento" (BMC, t, 2, p. 131).
21 Estando con una persona, decirme
a mí y a otras... - Se trata por tanto de un grupito de interlocutoras, entre
las que destaca una principal. Conocemos el nombre de casi todas ellas. La
"persona", autora del dicho, fue María de Ocampo, hija de primos de
la Santa, que muy pronto se hizo carmelita en San José, con el nombre de María
Bautista. Casi todas las restantes componentes del grupo eran parientes de la
Madre Teresa, carmelitas las unas, y seglares amigas las otras: todas ellas
pasaban deliciosas veladas espirituales en la celda de la Santa en la
Encarnación. Tales fueron: Beatriz de Cepeda, Leonor de Cepeda, María de
Cepeda, Isabel de S. Pablo, Inés de Tapia, Ana de Tapia, Juana Suárez (ya conocida
del lector), etc. María de San José, una de las grandes escritoras discípulas
de la Santa, refiere el episodio: "Estando un día la Santa con ella (María
de Ocampo) y otras religiosas de la Encarnación comenzaron a discutir de vidas
de Santos del Yermo, y en este tiempo dijeron algunas de ellas que ya que no
podían ir al Yermo, que si hubiera un monasterio pequeño y de pocas monjas, que
allí se juntaran todas a hacer penitencia; y la dicha Madre Teresa de Jesús les
dijo que tratasen de reformarse y guardar la Regla primitiva, que ella pediría
a Dios les alumbrase lo que más convenía, y que entonces dijo María Bautista a
la dicha Madre: Madre, haga un monasterio como decimos, que yo ayudaré a V. R.
con mi legítima. Y estando en esta conversación, llegó la señora Doña Guiomar
de Ulloa, a la cual contó la dicha Madre Teresa de Jesús el discurso que habían
ella y aquellas muchachas sus parientes; y la dicha Doña Guiomar de Ulloa dijo:
Madre, yo también ayudaré con lo que pudiere a esta obra tan santa" (en Memorias
Historiales, letra R, n. 141). - Las Descalzas, cuya manera de vida propuso por
modelo María de Ocampo, son las llamadas Descalzas Reales de Madrid, de origen
avilés; fundadas en Avila por la princesa Doña Juana, hermana de Felipe II, con
un grupo de Franciscanas del monasterio de esta ciudad y siguiendo la
iniciativa de San Pedro de Alcántara. La fundación pasó sucesivamente a
Valladolid y Madrid.
23 Estaba en el monasterio de la
Encarnación.
24 Las religiones: las órdenes
religiosas.
26 Aquí: en esta palabra del Señor.
- A continuación, la Santa escribe "premio" por "apremio".
Cf. 24, 1.
27 Su confesor, el P. Baltasar
Alvarez. Se ha perdido ese "escrito" de la Santa.
29 Admitiría la casa: (la fundación)
bajo su jurisdicción.
30 No fuesen más de trece: las
futuras religiosas del monasterio. "Solas doce mujeres y la priora, que no
han de ser más", escribirá en el c. 36, n. 19. Y en el Camino: "En
esta casa no son más de trece ni lo han de ser" (c. 4, n. 7). Cf.
Fundaciones c. 1, n, 1; Modo de visitar, nn. 27-28 y cartas 16, 81, 210, 350,
386 (numeración de la B.M.C.). A pesar de ello, el 23 de diciembre de 1561
había escrito a su hermano Lorenzo de Cepeda: "ha de haber sólo quince,
sin poder crecer el número, con grandísimo encerramiento". -
Posteriormente la Santa cambió de parecer, y elevó considerablemente el número
de monjas de cada Carmelo.
31 No se hubo comenzado a saber...,
cuando...: apenas se comenzó a saber, cuando...
32 Reordenado: "que tenía por
pasar mucha más persecución que las que yo podía pensar.
33 No quiso admitir "la
fundación" bajo su jurisdicción.
34 Cf. la deposición de Teresita de
Cepeda en el Proceso de beatificación de la Santa (Avila, 1610): BMC, t. 2, p.
333).
35 "El P. fray Pedro
Ybáñez", anota el P. Gracián en su ejemplar. - De él volverá a hablar la
Santa, especialmente en los cc. 33, 5-6; y 38, 12.13.32.
36 Pocos más (letrados) en su Orden.
37 La frase entre paréntesis se
halla tachada en el autógrafo. Sólo recientemente hemos podido recuperar su
lectura íntegra. Fue omitida por fray Luis (p. 407).
38 Cf. c.
35, 4-6; c. 36, 23.
39 Francisco de Salcedo: cf. c. 23,
6-8.
40 Gaspar Daza: cf. c. 23, 6...
41 Se lo repetirá el Señor en el c.
33, 12.
Procede en la misma materia de la
fundación del glorioso San José. Dice cómo le mandaron que no entendiese (1) en
ella y el tiempo que lo dejó y algunos trabajos que tuvo, y cómo la consolaba
en ellos el Señor.
1. Pues estando los negocios en este estado y tan al
punto de acabarse que otro día se habían de hacer las escrituras, fue cuando el
Padre Provincial (2) nuestro mudó parecer. Creo fue movido por ordenación
divina, según después ha parecido; porque como las oraciones eran tantas, iba
el Señor perfeccionando la obra y ordenando que se hiciese de otra suerte. Como
él no lo quiso admitir (3), luego mi confesor me mandó no entendiese más en
ello, con que sabe el Señor los grandes trabajos y aflicciones que hasta
traerlo a aquel estado me había costado. Como se dejó y quedó así, confirmóse
más ser todo disparate de mujeres y a crecer la murmuración sobre mí, con
habérmelo mandado hasta entonces mi Provincial.
2. Estaba muy malquista en todo mi monasterio (4),
porque quería hacer monasterio más encerrado. Decían que las afrentaba, que
allí podía también servir a Dios, pues había otras mejores que yo; que no tenía
amor a la casa, que mejor era procurar renta para ella que para otra parte.
Unas decían que me echasen en la cárcel; (5) otras, bien pocas, tornaban algo
de mí. Yo bien veía que en muchas cosas tenían razón, y algunas veces dábales
descuento; (6) aunque, como no había de decir lo principal, que era mandármelo
el Señor, no sabía qué hacer, y así callaba otras. Hacíame Dios muy gran merced
que todo esto no me daba inquietud, sino con tanta facilidad y contento lo dejé
como si no me hubiera costado nada. Y esto no lo podía nadie creer, ni aun las
mismas personas de oración que me trataban, sino que pensaban estaba muy penada
y corrida, y aun mi mismo confesor no lo acababa de creer. Yo, como me parecía
había hecho todo lo que había podido, parecíame no era más obligada para lo que
me había mandado el Señor, y quedábame en la casa (7), que yo estaba muy
contenta y a mi placer. Aunque jamás podía dejar de creer que había de hacerse,
yo no veía ya medio, ni sabía cómo ni cuándo, mas teníalo muy cierto.
3. Lo que mucho me fatigó fue una vez que mi confesor
(8), como si yo hubiera hecho cosa contra su voluntad (también debía el Señor
querer que de aquella parte que más me había de doler no me dejase de venir
trabajo), y así en esta multitud de persecuciones que a mí me parecía había de
venirme de él consuelo, me escribió que ya vería que era todo sueño en lo que
había sucedido, que me enmendase de allí adelante en no querer salir con nada
ni hablar más en ello, pues veía el escándalo que había sucedido, y otras
cosas, todas para dar pena. Esto me la dio mayor que todo junto, pareciéndome
si había sido yo ocasión y tenido culpa en que se ofendiese, y que, si estas
visiones eran ilusión, que toda la oración que tenía era engaño, y que yo
andaba muy engañada y perdida.
Apretóme esto en tanto extremo, que estaba toda
turbada y con grandísima aflicción. Mas el Señor, que nunca me faltó, que en
todos estos trabajos que he contado hartas veces me consolaba y esforzaba que
no hay para qué lo decir aquí, me dijo entonces que no me fatigase, que yo
había mucho servido a Dios y no ofendídole en aquel negocio; que hiciese lo que
me mandaba el confesor en callar por entonces, hasta que fuese tiempo de tornar
a ello. Quedé tan consolada y contenta, que me parecía todo nada la persecución
que había sobre mí.
4. Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es
pasar trabajos y persecuciones por El (9), porque fue tanto el acrecentamiento
que vi en mi alma de amor de Dios y otras muchas cosas, que yo me espantaba; y
esto me hace no poder dejar de desear trabajos. Y las otras personas pensaban
que estaba muy corrida, y sí estuviera si el Señor no me favoreciera en tanto
extremo con merced tan grande.
Entonces me comenzaron más grandes los ímpetus de
amor de Dios que tengo dicho (10) y mayores arrobamientos, aunque yo callaba y
no decía a nadie estas ganancias. El santo varón dominico (11) no dejaba de
tener por tan cierto como yo que se había de hacer; y como yo no quería
entender en ello por no ir contra la obediencia de mi confesor, negociábalo él
con mi compañera y escribían a Roma y daban trazas (12).
5. También comenzó aquí el demonio, de una persona en
otra, procurar (13) se entendiese que había yo visto alguna revelación en este
negocio, e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios
(14) y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores. A mí me
cayó esto en gracia y me hizo reír, porque en este caso jamás yo temí, que
sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia
que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada
Escritura me pondría yo a morir mil muertes. Y dije que de eso no temiesen; que
harto mal sería para mi alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte que
yo temiese la Inquisición; que si pensase había para qué, yo me la iría a
buscar; y que si era levantado (15), que el Señor me libraría y quedaría con
ganancia.
Y tratélo con este Padre mío dominico que como digo
(16) era tan letrado que podía bien asegurar con lo que él me dijese, y díjele
entonces todas las visiones y modo de oración y las grandes mercedes que me
hacía el Señor, con la mayor claridad que pude, y supliquéle lo mirase muy
bien, y me dijese si había algo contra la Sagrada Escritura y lo que de todo
sentía. El me aseguró mucho (17) y, a mi parecer, le hizo provecho; porque
aunque él era muy bueno, de ahí adelante se dio mucho más a la oración y se
apartó en un monasterio de su Orden, adonde hay mucha soledad (18), para mejor
poder ejercitarse en esto adonde estuvo más de dos años, y sacóle de allí la
obediencia que sintió harto porque le hubieron menester, como era persona tal.
6. Yo en parte sentí mucho cuando se fue aunque no se
lo estorbé, por la gran falta que me hacía. Mas entendí su ganancia; porque
estando con harta pena de su ida, me dijo el Señor que me consolase y no la
tuviese, que bien guiado iba. Vino tan aprovechada su alma de allí y tan
adelante en aprovechamiento de espíritu, que me dijo, cuando vino, que por
ninguna cosa quisiera haber dejado de ir allí. Y yo también podía decir lo
mismo; porque lo que antes me aseguraba y consolaba con solas sus letras, ya lo
hacía también con la experiencia de espíritu, que tenía harta de cosas
sobrenaturales (19). Y trájole Dios a tiempo que vio Su Majestad había de ser
menester para ayudar a su obra de este monasterio que quería Su Majestad se
hiciese.
7. Pues estuve en este silencio y no entendiendo ni
hablando en este negocio cinco o seis meses, y nunca el Señor me lo mandó (20).
Yo no entendía qué era la causa, mas no se me podía quitar del pensamiento que
se había de hacer.
Al fin de este tiempo, habiéndose ido de aquí el
rector que estaba en la Compañía de Jesús (21), trajo Su Majestad aquí otro muy
espiritual y de gran ánimo y entendimiento y buenas letras, a tiempo que yo
estaba con harta necesidad; porque, como el que me confesaba tenía superior y
ellos tienen esta virtud en extremo de no se bullir sino conforme a la voluntad
de su mayor (22), aunque él entendía bien mi espíritu y tenía deseo de que
fuese muy adelante, no se osaba en algunas cosas determinar, por hartas causas
que para ello tenía. Y ya mi espíritu iba con ímpetus tan grandes, que sentía
mucho tenerle atado y, con todo, no salía de lo que me mandaba.
8. Estando un día con gran aflicción de parecerme el
confesor no me creía, díjome el Señor que no me fatigase, que presto se
acabaría aquella pena. Yo me alegré mucho pensando que era que me había de
morir presto, y traía mucho contento cuando se me acordaba. Después vi claro
era la venida de este rector que digo; porque aquella pena nunca más se ofreció
en qué la tener, a causa de que el rector que vino no iba a la mano al ministro
que era mi confesor, antes le decía que me consolase y que no había de qué
temer y que no me llevase por camino tan apretado, que dejase obrar el espíritu
del Señor, que a veces parecía con estos grandes ímpetus de espíritu no le
quedaba al alma cómo resolgar.
9. Fueme a ver este rector (23), y mandóme el
confesor tratase con él con toda libertad y claridad. Yo solía sentir
grandísima contradicción (24) en decirlo. Y es así que, en entrando en el
confesonario, sentí en mi espíritu un no sé qué, que antes ni después no me
acuerdo haberlo (25) con nadie sentido, ni yo sabré decir cómo fue, ni por
comparaciones podría. Porque fue un gozo espiritual y un entender mi alma que
aquella alma la había de entender y que conformaba con ella, aunque como digo
no entiendo cómo; porque si le hubiera hablado o me hubieran dado grandes
nuevas de él, no era mucho darme gozo en entender que había de entenderme; mas
ninguna palabra él a mí ni yo a él nos habíamos hablado, ni era persona de
quien yo tenía antes ninguna noticia.
Después he visto bien que no se engañó mi espíritu,
porque de todas maneras ha hecho gran provecho a mí y a mi alma tratarle.
Porque su trato es mucho para personas que ya parece el Señor tiene ya muy
adelante, porque él las hace correr y no ir paso a paso; y su modo es para
desasirlas de todo y mortificarlas, que en esto le dio el Señor grandísimo
talento también como en otras muchas cosas.
10. Como le comencé a tratar, luego entendí su estilo
y vi ser un alma pura, santa y con don particular del Señor para conocer
espíritus. Consoléme mucho. Desde a poco que le trataba (26), comenzó el Señor
a tornarme a apretar que tornase a tratar el negocio del monasterio y que
dijese a mi confesor (27) y a este rector muchas razones y cosas para que no me
lo estorbasen; y algunas los hacía temer, porque este padre rector nunca dudó
en que era espíritu de Dios, porque con mucho estudio y cuidado miraba todos
los efectos. En fin de muchas cosas, no se osaron atrever a estorbármelo (28).
11. Tornó mi confesor a darme licencia que pusiese en
ello todo lo que pudiese. Yo bien veía al trabajo que me ponía, por ser muy
sola y tener poquísima posibilidad. Concertamos se tratase con todo secreto, y
así procuré que una hermana mía (29) que vivía fuera de aquí comprase la casa y
la labrase como que era para sí, con dineros que el Señor dio por algunas vías
para comprarla, que sería largo de contar cómo el Señor lo fue proveyendo;
porque yo traía gran cuenta de no hacer cosa contra obediencia; mas sabía que,
si lo decía a mis prelados, era todo perdido, como la vez pasada (30), y aun ya
fuera peor.
En tener los dineros, en procurarlo, en concertarlo y
hacerlo labrar, pasé tantos trabajos y algunos bien a solas, aunque mi
compañera (31) hacía lo que podía, mas podía poco, y tan poco que era casi
nonada, más de hacerse en su nombre y con su favor, y todo el más trabajo era
mío, de tantas maneras, que ahora me espanto cómo lo pude sufrir. Algunas veces
afligida decía: "Señor mío, ¿cómo me mandáis cosas que parecen imposibles?
que, aunque fuera mujer, ¡si tuviera libertad...!; mas atada por tantas partes,
sin dineros ni de dónde los tener, ni para Breve (32), ni para nada, ¿qué puedo
yo hacer, Señor?".
12. Una vez estando en una necesidad que no sabía qué
me hacer ni con qué pagar unos oficiales, me apareció San José, mi verdadero
padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían, que los concertase. Y
así lo hice sin ninguna blanca (33), y el Señor, por maneras que se espantaban
los que lo oían, me proveyó (34).
Hacíaseme la casa muy chica, porque lo era tanto, que
no parece llevaba camino ser monasterio, y quería comprar otra (ni había con
qué, ni había manera para comprarse, ni sabía qué me hacer) que estaba junto a
ella, también harto pequeña, para hacer la iglesia; y acabando un día de
comulgar, díjome el Señor: Ya te he dicho que entres como pudieres (35). Y a
manera de exclamación también me dijo: ¡Oh codicia del género humano, que aun
tierra piensas que te ha de faltar! ¡Cuántas veces dormí yo al sereno por no
tener adonde me meter! (36).
Yo quedé muy espantada y vi que tenía razón. Y voy a
la casita y tracéla y hallé, aunque bien pequeño, monasterio cabal, y no curé
(37) de comprar más sitio, sino procuré se labrase en ella de manera que se
pueda vivir, todo tosco y sin labrar (38), no más de como no fuese dañoso a la
salud, y así se ha de hacer siempre.
13. El día de Santa Clara (39), yendo a comulgar, se
me apareció con mucha hermosura. Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo
comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción, y ha salido tan
verdad, que un monasterio de monjas de su Orden que está cerca de éste (40),
nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido más, que poco a poco trajo este deseo
mío a tanta perfección, que en la pobreza que la bienaventurada Santa tenía en
su casa, se tiene en ésta, y vivimos de limosna; que no me ha costado poco
trabajo que sea con toda firmeza y autoridad del Padre Santo que no se pueda
hacer otra cosa, ni jamás haya renta (41). Y más hace el Señor, y debe por
ventura ser por ruegos de esta bendita Santa, que sin demanda ninguna nos
provee Su Majestad muy cumplidamente lo necesario. Sea bendito por todo, amén.
14. Estando en estos mismos días, el de nuestra
Señora de la Asunción, en un monasterio de la Orden del glorioso Santo Domingo
(42), estaba considerando los muchos pecados que en tiempos pasados había en
aquella casa confesado y cosas de mi ruin vida. Vínome un arrobamiento tan
grande, que casi me sacó de mí. Sentéme, y aun paréceme que no pude ver alzar
ni oír misa, que después quedé con escrúpulo de esto. Parecióme, estando así,
que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no
veía quién me la vestía. Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a
mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender
que estaba ya limpia de mis pecados. Acabada de vestir, y yo con grandísimo
deleite y gloria, luego me pareció asirme de las manos nuestra Señora: díjome
que la daba mucho contento en servir al glorioso San José, que creyese que lo
que pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y
ellos dos; que no temiese habría quiebra en esto jamás, aunque la obediencia
que daba no fuese a mi gusto (43), porque ellos nos guardarían, y que ya su
Hijo nos había prometido andar con nosotras; (44) que para señal que sería esto
verdad me daba aquella joya.
Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro
muy hermoso, asida una cruz a él de mucho valor. Este oro y piedras es tan
diferente de lo de acá, que no tiene comparación; porque es su hermosura muy
diferente de lo que podemos acá imaginar, que no alcanza el entendimiento a
entender de qué era la ropa ni cómo imaginar el blanco que el Señor quiere que
se represente, que parece todo lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de
decir.
15. Era grandísima la hermosura que vi en nuestra
Señora, aunque por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la
hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra,
sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba
allí, como las visiones que he dicho que no se ven (45). Parecíame nuestra
Señora muy niña (46).
Estando así conmigo un poco, y yo con grandísima
gloria y contento, más a mi parecer que nunca le había tenido y nunca quisiera
quitarme de él, parecióme que los veía subir al cielo con mucha multitud de
ángeles. Yo quedé con mucha soledad, aunque tan consolada y elevada y recogida
en oración y enternecida, que estuve algún espacio que menearme ni hablar no
podía, sino casi fuera de mí. Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios
y con tales efectos, y todo pasó de suerte que nunca pude dudar, aunque mucho
lo procurase, no ser cosa de Dios (47). Dejóme consoladísima y con mucha paz.
16. En lo que dijo la Reina de los Angeles de la
obediencia (48), es que a mí se me hacía de mal no darla a la Orden, y habíame
dicho el Señor que no convenía dársela a ellos. Diome las causas para que en
ninguna manera convenía lo hiciese, sino que enviase a Roma por cierta vía, que
también me dijo, que El haría viniese recado por allí. Y así fue, que se envió
por donde el Señor me dijo que nunca acabábamos de negociarlo y vino muy bien.
Y para las cosas que después han sucedido, convino mucho se diese la obediencia
al Obispo (49). Mas entonces no le conocía yo, ni aun sabía qué prelado sería,
y quiso el Señor fuese tan bueno y favoreciese tanto esta casa, como ha sido
menester para la gran contradicción que ha habido en ella como después diré (50)
y para ponerla en el estado que está. Bendito sea El que así lo ha hecho todo,
amén.
NOTAS CAPÍTULO 33
1 Entender en: es "ocuparse
de". Giro que se repetirá en este capítulo.
2 Provincial nuestro: el P. Angel de
Salazar, provincial de los carmelitas de Castilla.
3 Admitir: en sentido jurídico:
aceptar bajo su jurisdicción, "admitir en la Orden". Cf. 32, 13.15.
5 Cárcel conventual: celdilla
separada, que todavía hoy existe en el monasterio de la Encarnación. - Tornaban
por mí.
6 Dábales descuento: dar cuenta o
explicaciones en abono de la propia conducta.
7 La casa: el monasterio de la
Encarnación.
9 Es un eco de la bienaventuranza
evangélica: Mt 5, 10.
10 Los ímpetus de que habló en el c.
29, 9 y ss.
11 P. Pedro Ibáñez (cf. c. 32, 16).
12 Daban trazas: tramitaban,
buscaban medios (cf. 32, 10).
13 Comenzó... "a"
procurar. Como otras veces, la Santa simplifica la grafía (=haplografía).
14 Andaban los tiempos recios: En
verdad lo eran. Apenas un par de años antes (1559) se había iniciado el proceso
contra el Arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, y ese mismo año se celebró
en Valladolid el auto de Antonio Cazalla, y se publicó en esta ciudad el famoso
Indice de Valdés.
15 Si era levantado: si era
calumnia.
16 Ponderó ya sus "letras"
en el c. 32, 16.
17 Me aseguró mucho: me dio seguridad.
Fue entonces cuando escribió su precioso Dictamen en 33 puntos a favor de la M.
Teresa (cf. BMC, t. 2, pp. 130-132).
18 Se retiró al convento de Trianos
(León), donde moriría el 2 de febrero de 1565 (cf. c. 38, 13).
19 De sus gracias místicas
("sobrenaturales") hablará la santa en el mismo c. 38, 12.13.32.
20 Es decir, no volvió a mandarme
"negociarlo".
21 El rector cesante era el P.
Dionisio Vázquez. El que le sucedió, "muy espiritual", Gaspar de
Salazar. - "El Rector que salió de Avila fue el P. Dionisio Vázquez,
confesor de S. Francisco de Borja y famoso en la Compañía por sus intrigas con
Felipe II, la Inquisición y la Santa Sede para sustraer las casas de España de
la jurisdicción del General de Roma. Le sustituyó en el oficio del P. Gaspar de
Salazar en abril de 1561. Por ciertas desaveniencias que surgieron entre el
Colegio de San Gil y el Obispo de Avila, D. Alvaro de Mendoza, el Visitador, P.
Nadal, juzgó oportuno, cuando pasó por Avila a principios de 1562, quitar de
Rector al P. Salazar. - Cuando Santa Teresa regresó de su viaje a Toledo, ya no
le halló en el oficio. El poco tiempo que el P. Salazar estuvo en Avila bastó
para que la Santa le cobrase cariño. De él hace honorífica mención en varias de
sus cartas. Después de haber desempeñado el cargo de Rector en el Colegio de
Madrid y otros de la Compañía, murió santamente en Alcalá el 25 de septiembre
de 1593" (P. Silverio). - El nuevo Rector llegó a Avila el 9 de abril de
1561. Sobre la actitud del predecesor, P. Dionisio Vázquez, frente a la Santa,
véase RIBERA, Vida de Santa Teresa, L. I, c. 14.
22 Su mayor: el superior de San Gil.
23 El rector: Gaspar de Salazar. -
El confesor: "el P. Baltasar Alvarez", anota Gracián en su ejemplar.
24 Contradicción: contrariedad
interior.
25 Haberlo: por lapsus de pluma al
pasar la página escribió "halo". Fray Luis leyó "haberlo"
(p. 416).
26 Desde a poco: poco después...
28 RIBERA en su Vida de la Santa nos
proporciona un dato que ilustra este pasaje: "Vino el Ministro (el P.
Baltasar) a entender la voluntad de Dios de esta manera: Dijo un día N. Señor a
la M. Teresa de Jesús: "Di a tu confesor que tenga mañana su meditación
sobre este verso: ¡quam magnificata sunt opera tua, Domine!; nimis profundae
factae sunt cogitationes tuae", que son palabras del salmo 91 y quieren
decir: "¡Cuán engrandecidas son, Señor, vuestras obras, muy hondos son
vuestros pensamientos". Escribióle luego un billete que contenía lo que el
Señor la había dicho. El lo hizo así, y... tan claramente vio por aquello lo
que Dios quería, meditando en aquel verso, y que por medio de una mujer había
de mostrar sus maravillas, que luego la dijo que no había de dudar más, sino
que volviese a tratar de veras de la fundación del monasterio. Esto sé yo de un
Padre de la Compañía, digno de toda fe, a quien aquella misma tarde el P.
Baltasar mostró el billete que la Madre le había enviado" (Vida de Santa
Teresa, L. I, c. 14).
29 Una hermana mía: Juana de
Ahumada, que residía en Alba de Tormes con su esposo Juan de Ovalle.
30 Alude al momento en que el P.
Angel de Salazar "mudó de parecer y no quiso admitir la fundación":
cf. c. 32, 15.
32 Breve pontificio que había solicitado
de Roma.
33 Sin ninguna blanca: como nuestro
"sin un céntimo"... "Blanca" era una antigua moneda de
vellón, que en tiempo de la Santa era considerada como el prototipo de la
moneda sin valor alguno (cf. Fund. 3, 2).
34 La ayuda providencial le llegó de
Quito, enviada por su hermano Lorenzo de Cepeda en manos de Antonio Morán y
otros indianos (cf. la carta de la Santa a Lorenzo: 23.12.1561, que fija la
fecha de este suceso). - Lorenzo era hermano menor de la Santa. Había embarcado
para América en 1540. Después de la batalla de Iñaquito se estableció en Quito,
donde casó con Juana Fuentes y Espinosa, y ocupó en la ciudad puestos de alta
responsabilidad: tesorero, regidor del cabildo, y alcalde. Regresará de
América, viudo y con tres hijos, en 1575. Murió en La Serna (Avila) el
26.6.1580.
35 Lo ha referido ella en el c. 32,
18.
36 Alusión al pasaje evangélico:
"Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del
Hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Lc 9, 58).
37 No curé: sinónimo de
"procuré" (en la frase siguiente).
38 Sin hablar: sin pulir o refinar
(cf. Const. 32), si bien en el n. anterior el mismo término tiene acepción más
amplia.
39 El día de Santa Clara: 12 de
agosto de 1561.
40 Era el convento de clarisas,
cercano al de San José. Se lo llamaba comúnmente de "Las Gordillas",
por alusión a la primera residencia que ocupó.
41 Efectivamente le había costado
nada menos que tres documentos pontificios consecutivos: 1º un Breve de 7/2/1562
dirigido a Doña Aldonza de Guzmán y Doña Guiomar de Ulloa, que no contenía
concesiones en materia de pobreza absoluta. 2º un rescrito de la Sagrada
Penitenciaria de 5/12/1562, facultando al monasterio para vivir sin rentas; y
el 3º una Bula de 17/7/1565 dando carácter definitivo al documento anterior.
42 Fue el 15 de octubre de 1561, en
la capilla del santo Cristo de Santo Tomás de Avila.
43 Cf. más adelante el n. 16.
"Dar la obediencia", equivalía a estar bajo la jurisdicción religiosa
de...
44 Alude a lo referido en el c. 32,
11: "que Cristo andaría con nosotras"
45 Las visiones que he dicho que no
se ven: Cf. c. 27, n. 2 (visiones intelectuales).
46 Muy niña: muy joven (como en el
c. 31, 23).
47 Nunca pude dudar... no ser cosa
de Dios: el "no" es redundante.
48 Al rehusar el Provincial, Angel
de Salazar, aceptar la fundación bajo su obediencia, la Santa puso la casa bajo
la jurisdicción del Obispo de Avila. Más adelante, en momentos muy críticos,
ella misma pasó la casa a la obediencia de la Orden (Fund. c. 31).
49 Obispo de Avila: "Don Alvaro
de Mendoza", anota Gracián en su ejemplar. Cf. c. 36, 2. D. Alvaro será en
lo sucesivo amigo incondicional de la Madre Teresa.
50 En el c. 36, 15 y ss.