LA NOCHE OSCURA II SAN JUAN DE LA CRUZ |
LIBRO II (CONTINUACION CAP 13 AL 25) INDICE De otros sabrosos efectos que obra en el alma esta
oscura noche de contemplación. En que se ponen y explican los tres versos últimos
de la primera canción. Pónese la segunda canción y su declaración. Pónese el primer verso y explícase cómo, yendo el
alma a oscuras, va segura. Pónese el segundo verso y explícase cómo esta
oscura contemplación sea secreta. Declárase como esta sabiduría secreta sea también
escala. Comienza a explicar los diez grados de la escala
mística de amor divino según San Bernardo y Santo Tomás. Pónense los cinco
primeros. Pónense los otros cinco grados de amor. Declárase esta palabra "disfrazada", y
dícense los colores del disfraz del alma en esta noche. Explícase el tercer verso de la segunda canción. Declárase el cuarto verso. Dice el admirable
escondrijo en que es puesta el alma en esta noche, y cómo, aunque el demonio
tiene entrada en otros muy altos no en éste. Acábase de explicar la segunda canción. En que brevemente se declara la tercera canción. De otros sabrosos efectos que
obra en el alma esta oscura noche de contemplación. 1. Por este modo de inflamación
podemos entender alguno de los sabrosos efectos que va ya obrando en el alma
esta contemplación; porque algunas veces, según acabamos de decir, en medio
de estas oscuridades es ilustrada el alma, y luce la luz en las tinieblas
(Jn. 1, 5), derivándose esta inteligencia mística al entendimiento,
quedándose seca la voluntad, quiero decir, sin unión actual de amor, con una
serenidad y sencillez tan delgada y deleitable al sentido del alma, que no se
le puede poner nombre, unas veces en una manera de sentir de Dios, otras en
otra. 2. Algunas veces también hiere
juntamente, como queda dicho, en la voluntad, y prende el amor subida, tierna
y fuertemente, porque ya decimos que se unen algunas veces estas dos
potencias entendimiento y voluntad, cuando se va más purgando el
entendimiento; tanto más perfecta y calificadamente cuanto ellas más van;
pero, antes de llegar aquí, más común es sentir la voluntad el toque de la
inflamación que el entendimiento el de la inteligencia. 3. Pero parece aquí una duda, y
es: ¿por qué, pues estas potencias se van purgando a la par, se siente a los
principios más comúnmente en la voluntad la inflamación y amor de la
contemplación purgativa, que en el entendimiento la inteligencia de ella? A esto se responde que aquí no
hiere derechamente este amor pasivo en la voluntad, porque la voluntad es
libre, y esta inflamación de amor más es pasión de amor que acto libre de la
voluntad; porque hiere en la sustancia del alma este calor de amor, y así
mueve las afecciones pasivamente. Y así, ésta antes se llama pasión de amor que
acto libre de la voluntad; el cual, en tanto se llama acto de la voluntad, en
cuanto es libre. Pero, porque estas pasiones y afecciones se reducen a la
voluntad, por eso se dice que, si el alma está apasionada con alguna
afección, lo está la voluntad, y así es la verdad; porque de esta manera se
cautiva la voluntad y pierde su libertad, de manera que la lleva tras sí el
ímpetu y fuerza de la pasión. Y por eso podemos decir que esta inflamación de
amor es en la voluntad, esto es, inflama al apetito de la voluntad; y así,
ésta antes se llama, como decimos, pasión de amor que obra libre de la
voluntad. Y porque la pasión receptiva del entendimiento sólo puede recibir
la inteligencia desnuda y pasivamente (y esto no puede sin estar purgado),
por eso, antes que lo esté, siente el alma menos veces el toque de
inteligencia que el de la pasión de amor. Porque para esto no es menester que
la voluntad esté tan purgada acerca de las pasiones, pues que aún las
pasiones la ayudan a sentir amor apasionado. 4. Esta inflamación y sed de
amor, por ser ya aquí del espíritu, es diferentísima de la otra que dijimos
en la noche del sentido. Porque, aunque aquí el sentido también lleva su
parte, porque no deja de participar del trabajo del espíritu, pero la raíz y
el vivo de la sed de amor siéntese en la parte superior del alma, esto es, en
el espíritu, sintiendo y entendiendo de tal manera lo que siente y la falta
que le hace lo que desea, que todo el penar del sentido, aunque sin
comparación es mayor que en la primera noche sensitiva, no le tiene en nada,
porque en el interior conoce una falta de un gran bien, que con nada ve se
puede medir. 5. Pero aquí conviene notar que,
aunque a los principios, cuando comienza esta noche espiritual, no se siente
esta inflamación de amor, por no haber empezado este fuego de amor a
emprender, en lugar de eso da desde luego Dios al alma un amor estimativo tan
grande de Dios, que, como habemos dicho, todo lo más que padece y siente en
los trabajos de esta noche, es ansia de pensar si tiene perdido a Dios y
pensar si está dejada de él. Y así, siempre podremos decir que desde el
principio de esta noche va el alma tocada con ansias de amor, ahora de
estimación, ahora también de inflamación. Y vese que la mayor pasión que
siente en estos trabajos es este recelo; porque, si entonces se pudiese
certificar que no está todo perdido y acabado, sino que aquello que pasa es
por mejor, como lo es, y que Dios no está enojado, no se le daría nada de
todas aquellas penas, antes se holgaría sabiendo que de ello se sirve Dios.
Porque es tan grande el amor de estimación que tiene a Dios, aunque a oscuras
sin sentirlo ella, que no sólo eso, sino que se holgaría de morir muchas
veces por satisfacerle. Pero cuando ya la llama ha inflamado el alma,
juntamente con la estimación que ya tiene de Dios, tal fuerza y brío suele
cobrar y ansia con Dios, comunicándose el calor de amor, que, con grande
osadía, sin mirar en cosa alguna, ni tener respeto a nada, en la fuerza y
embriaguez del amor y deseo, sin mirar lo que hace, haría cosas extrañas e
inusitadas por cualquier modo y manera que se le ofrece (por) poder encontrar
con el que ama su alma. 6. Esta es la causa por que
María Magdalena, con ser tan estimada en sí como antes era, no le hizo al
caso la turba de hombres principales y no principales del convite, ni el
mirar que no venía bien ni lo parecería ir a llorar y derramar lágrimas entre
los convidados (Lc. 7, 3738), a trueque de, sin dilatar una hora esperando
otro tiempo y sazón, poder llegar ante aquel de quien estaba ya su alma
herida e inflamada. Y ésta es la embriaguez y osadía de amor, que, con saber
que su Amado estaba encerrado en el sepulcro con una gran piedra sellada y
cercado de soldados que por que no le hurtasen sus discípulos le guardaban
(Mt. 27, 6066) no le dio lugar para que alguna de estas cosas se le pusiese
delante, para que dejara de ir antes del día con los ungüentos para ungirle
(Jn. 20, 1). 7. Y, finalmente, esta
embriaguez y ansia de amor la hizo preguntar al que, creyendo que era el
hortelano, le había hurtado del sepulcro, que le dijese, si le había él
tomado, dónde le había puesto, para que ella le tomase (Jn. 20, 15); no
mirando que aquella pregunta, en libre juicio y razón, era disparate, pues
que está claro que si el otro lo había hurtado, no se lo había de decir, ni
menos se lo había de dejar tomar. Pero esto tiene la fuerza y
vehemencia de amor, que todo le parece posible y todos le parece que andan en
lo mismo que anda él; porque no cree que hay otra cosa en que nadie se deba emplear,
ni buscar sino a quien ella busca y a quien ella ama, pareciéndole que no hay
otra cosa que querer ni en qué se emplear sino aquello, y que también todos
andan en aquello. Que, por eso, cuando la Esposa salió a buscar a su amado
por las plazas y arrabales, creyendo que los demás andaban en lo mismo, les
dijo que, si lo hallasen ellos, le hablasen, diciendo de ella que penaba de
su amor (Ct. 5, 8). Tal era la fuerza del amor de esta María, que le pareció
que, si el hortelano le dijera dónde le había escondido, fuera ella y lo
tomara, aunque más le fuera defendido. 9. Pero es aquí de ver cómo el
alma, sintiéndose tan miserable y tan indigna de Dios, como hace aquí en
estas tinieblas purgativas, tenga tan osada y atrevida fuerza para ir a
juntarse con Dios. La causa es que, como ya el amor le va dando fuerza con
que le ame de veras, y la propiedad del amor sea quererse unir y juntar e
igualar y asimilar a la cosa amada, para perfeccionarse en el bien de amor,
de aquí es que, no estando esta alma perfeccionada en amor, por no haber
llegado a la unión, la hambre y sed que tiene de lo que le falta, que es la
unión, y las fuerzas que ya el amor ha puesto en la voluntad con que le ha
hecho apasionada, la haga ser osada y atrevida según la voluntad inflamada,
aunque según el entendimiento, por estar a oscuras y no ilustrado, se siente
indigno y se conoce miserable. 10. No quiero dejar aquí de
decir la causa por que, pues esta luz divina es siempre luz para el alma, no
la da, luego que embiste en ella, luz, como lo hace después, antes le causa
las tinieblas y trabajos que habemos dicho. Algo estaba ya dicho antes de
esto, pero a este particular se responde: que las tinieblas y los demás males
que el alma siente cuando esta divina luz embiste, no son tinieblas ni males
de la luz, sino de la misma alma, y la luz le alumbra para que las vea. De donde,
desde luego le da luz esta divina luz; pero con ella no puede ver el alma
primero sino lo que tiene más cerca de sí o, por mejor decir, en sí, que son
sus tinieblas o miserias, las cuales ve ya por la misericordia de Dios, y
antes no las veía, porque no daba en ella esta luz sobrenatural. Y ésta es la
causa por que al principio no siente sino tinieblas y males; mas, después de
purgada con el conocimiento y sentimiento de ellos, tendrá ojos para que esta
luz la muestre los bienes de la luz divina; expelidas ya todas estas
tinieblas e impresiones del alma, ya parece que van pareciendo los provechos
y bienes grandes que va consiguiendo el alma en esta dichosa noche de
contemplación. 11. Pues por lo dicho queda
entendido cómo Dios hace merced aquí al alma de limpiarla y curarla con esta
fuerte lejía y amarga purga, según la parte sensitiva y la espiritual, de
todas las afecciones y hábitos imperfectos que en sí tenía acerca de lo
temporal y de lo natural, sensitivo y especulativo y espiritual,
oscureciéndole las potencias interiores y vaciándoselas acerca de todo esto,
y apretándole y enjugándole las afecciones sensitivas y espirituales, y
debilitándole y adelgazándole las fuerzas naturales del alma acerca de todo
ello (lo cual nunca el alma por sí misma pudiera conseguir, como luego
diremos) haciéndola Dios desfallecer en esta manera a todo lo que no es Dios
naturalmente, para irla vistiendo de nuevo, desnuda y desollada ya ella de su
antiguo pellejo. Y así, se le renueva, como al águila, su juventud (Sal. 102,
5), quedando vestida del nuevo hombre, que es criado, como dice el Apóstol
(Ef. 4, 24), según Dios. Lo cual no es otra cosa sino alumbrarle el
entendimiento con la lumbre sobrenatural, de manera que de entendimiento
humano se haga divino unido con el divino; y, ni más ni menos, informarle la
voluntad de amor divino, de manera que ya no sea voluntad menos que divina,
no amando menos que divinamente, hecha y unida en uno con la divina voluntad
y amor; y la memoria, ni más ni menos: y también las afecciones y apetitos
todos mudados y vueltos según Dios divinamente. Y así, esta alma será ya alma
del cielo, celestial, y más divina que humana. Todo lo cual, según se ha ido
viendo por lo que habemos dicho, va Dios haciendo y obrando en ella por medio
de esta noche, ilustrándola e inflamándola divinamente con ansias de solo
Dios, y no de otra cosa alguna. Por lo cual, muy justa y razonablemente añade
luego el alma el tercer verso de la canción, que dice: ¡oh dichosa ventura! En que se ponen y explican los
tres versos últimos de la primera canción. 1. Esta "dichosa
ventura" fue por lo que dice luego en los siguientes versos, diciendo: salí sin ser notada estando ya
mi casa sosegada, tomando la metáfora del que, por hacer mejor su hecho, sale
de su casa de noche, a oscuras, sosegados ya los de la casa, porque ninguno
se lo estorbe. Porque, como esta alma había de
salir a hacer un hecho tan heroico y tan raro, que era unirse con su Amado
divino afuera, porque el Amado no se halla sino solo afuera, en la soledad,
que por eso la Esposa le deseaba hallar solo, diciendo (Ct. 8, 1): ¿Quién te
me diese, hermano mío, que te hallase yo solo afuera y se comunicase contigo
mi amor?, conviénele al alma enamorada, para conseguir su fin deseado,
hacerlo también así, que saliese de noche, adormidos y sosegados todos los
domésticos de su casa, esto es, las operaciones bajas y pasiones y apetitos
de su alma adormidos y apagados por medio de esta noche, que son la gente de
casa, que recordada, siempre estorban el alma estos sus bienes, enemiga de
que el alma salga libre a ellos. Porque éstos son los domésticos que dice
nuestro Salvador en el Evangelio (Mt. 10, 36) que son los enemigos del
hombre. Y así convenía que las operaciones de éstos con sus movimientos estén
dormidos en esta noche, para que no impidan al alma los bienes sobrenaturales
de la unión de amor de Dios, porque durante la viveza y operación de éstos no
puede ser; porque toda su obra y movimiento natural antes estorba que ayuda a
recibir los bienes espirituales de la unión de amor, por cuanto queda corta
toda habilidad natural acerca de los bienes sobrenaturales que Dios por sólo
infusión suya pone en el alma pasiva y secretamente, en el silencio. Y así es
menester que le tengan todas las potencias y se hayan pasivamente para
recibirle, no entremetiendo allí su baja obra y vil inclinación. 2. Pero fue dichosa ventura en
esta alma que Dios en esta noche le adormeciese toda la gente doméstica de su
casa, esto es, todas las potencias, pasiones, afecciones y apetitos que viven
en el alma sensitiva y espiritualmente, para que ella, sin ser notada, esto
es, sin ser impedida de estas afecciones, etc., (por quedar ellas adormidas y
mortificadas en esta noche, en que las dejaron a oscuras para que no pudiesen
notar ni sentir a su modo bajo natural, y así impidiesen al alma el salir de
sí y de la casa de la sensualidad) (llegase) a la unión espiritual de
perfecto amor de Dios. 3. ¡Oh, cuán dichosa ventura es
poder el alma librarse de la casa de la sensualidad! No se puede bien
entender si no fuera, a mi ver, el alma que ha gustado de ello; porque verá
claro cuán mísera servidumbre era la que tenía y a cuántas miserias estaba
sujeta cuando lo estaba a la obra de sus potencias y apetitos y conocerá cómo
la vida del espíritu es verdadera libertad y riqueza que trae consigo bienes
inestimables, como iremos notando algunos de ellos en las siguientes
canciones, en que se verá más claro cuánta razón tenga el alma de cantar por
dichosa ventura el paso de esta horrenda noche que arriba queda dicho. Pónese la segunda canción y su
declaración. CANCIÓN 2ª A oscuras y segura por la secreta escala,
disfrazada, ¡oh dichosa ventura!, a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada. DECLARACIÓN 1. Va el alma cantando en esta
canción todavía algunas propiedades de la oscuridad de esta noche, repitiendo
la buena dicha que le vino con ellas. Dícelas, respondiendo a cierta objeción
tácita, diciendo que no se piense que, por haber en esta noche y oscuridad
pasado por tanta tormenta de angustias, dudas, recelos y horrores, como se ha
dicho, corría por eso más peligro de perderse, porque antes en la oscuridad
de esta noche se ganó; porque en ella se libraba y escapaba sutilmente de sus
contrarios, que le impedían siempre el paso, porque en la oscuridad de la
noche iba mudado el traje y disfrazada con tres libreas y colores que después
diremos, y por una escala muy secreta, que ninguno de casa lo sabía, que,
como también en su lugar notaremos, es la viva fe, por la cual salió tan
encubierta y en celada, para poder bien hacer su hecho, que no podía dejar de
ir muy segura, mayormente estando ya en esta noche purgativa los apetitos,
afecciones y pasiones, etc., de su ánima adormidos, morticados y apagados,
que son los que, estando despiertos y vivos, no se lo consintieron. Síguese,
pues, el verso, y dice así: A oscuras y segura. Pónese el primer verso y
explícase cómo, yendo el alma a oscuras, va segura. 1. La oscuridad que aquí dice el
alma, ya habemos dicho que es acerca de los apetitos y potencias sensitivas,
interiores y espirituales, porque todas se oscurecen de su natural lumbre en
esta noche porque, purgándose acerca de ellas, puedan ser ilustradas acerca
de lo sobrenatural. Porque los apetitos sensitivos y espirituales están
adormecidos y amortiguados sin poder gustar de cosa ni divina ni humana; las
afecciones del alma, oprimidas y apretadas, sin poderse mover a ella ni
hallar arrimo en nada; la imaginación, atada, sin poder hacer algún discurso
de bien; la memoria, acabada; el entendimiento, entenebrecido, sin poder
entender cosa, y de aquí también la voluntad seca y apretada, y todas las
potencias vacías e inútiles, y, sobre todo esto, una espesa y pesada nube
sobre el alma, que la tiene angustiada y ajenada de Dios. De esta manera a
oscuras, dice aquí el alma que iba segura. 2. La causa de esto está bien
declarada; porque, ordinariamente, el alma nunca yerra sino por sus apetitos
o sus gustos, o sus discursos, o sus inteligencias, o sus afecciones; porque
de ordinario en éstas excede o falta, o varía o desatina, o da y se inclina
en lo que no conviene. De donde, impedidas todas estas operaciones y
movimientos, claro está que queda el alma segura de errar en ellos, porque,
no sólo se libra de sí, sino también de los otros enemigos, que son mundo y
demonio, los cuales apagadas las afecciones y operaciones del alma, no le
pueden hacer guerra por otra parte ni de otra manera. 3. De aquí se sigue que, cuanto
el alma va más a oscuras y vacía de sus operaciones naturales, va más segura;
porque, como dice el profeta (Os. 13, 9), la perdición al alma solamente le
viene de sí misma, esto es, de sus operaciones y apetitos interiores y
sensitivos, y el bien, dice Dios, solamente de mí. Por tanto, impedida ella
así de sus males, resta que le vengan luego los bienes de la unión de Dios en
sus apetitos y potencias, en que las hará divinas y celestiales. De donde en
el tiempo de las tinieblas, si el alma mira en ello, muy bien echará de ver
cuán poco se le divierte el apetito y las potencias a cosas inútiles y
dañosas, y cuán segura está de vanagloria, soberbia y presunción vana y falso
gozo, y de otras muchas cosas. Luego, bien se sigue que, por ir a oscuras, no
sólo no va perdida, sino aun muy ganada, pues aquí va ganando las virtudes. 4. Pero a la duda que de aquí
nace luego, conviene a saber: que, pues las cosas de Dios de suyo hacen bien
al alma y la ganan y aseguran, ¿por qué en esta noche le oscurece Dios los
apetitos y potencias también acerca de estas cosas buenas, de manera que
tampoco pueda gustar de ellas, ni tratarlas como las demás, y aun en alguna
manera menos? Respóndese que entonces conviene que tampoco le quede operación
ni gusto acerca de las cosas espirituales, porque tiene las potencias y
apetitos impuros y bajos y muy naturales; y así, aunque les den el sabor y
trato a estas potencias de las cosas sobrenaturales y divinas, no le podrían
recibir sino muy baja y naturalmente, muy a su modo. Porque, como dice el
Filósofo, cualquier cosa que se recibe está en el recipiente al modo que lo
recibe. De donde, porque estas naturales
potencias no tienen pureza ni fuerza ni caudal para poder recibir y gustar
las cosas sobrenaturales al modo de ellas, que es divino, sino sólo al suyo,
que es humano y bajo, como habemos dicho, conviene que sean oscurecidas
también acerca de esto divino, porque, destetadas y purgadas y aniquiladas en
aquello primero, pierdan aquel bajo y humano modo de recibir y obrar, y así
vengan a quedar dispuestas y templadas todas estas potencias y apetitos del
alma para poder recibir, sentir y gustar lo divino y sobrenatural alta y
subidamente, lo cual no puede ser si primero no muere el hombre viejo. 5. De aquí es que todo lo
espiritual, si de arriba no viene comunicado del Padre de las lumbres (Sant.
1, 17) sobre el albedrío y apetito humano, aunque más se ejercite el gusto y
potencias del hombre con Dios y por mucho que les parezca los gustan, no los
gustarán divina y espiritualmente, sino humana y naturalmente, como gustan
las demás cosas, porque los bienes no van del hombre a Dios, sino vienen de
Dios al hombre. Acerca de lo cual, si éste fuera lugar de ello, pudiéramos
aquí declarar cómo hay muchas personas que tienen muchos gustos y aficiones y
operaciones de sus potencias acerca de Dios o de cosas espirituales, y por
ventura pensarán ellos que aquello es sobrenatural y espiritual, y por
ventura no son más que actos y apetitos más naturales y humanos, que, como
los tienen de las demás cosas, los tienen en el mismo temple de aquellas
cosas buenas, por cierta facilidad natural que tienen en mover el apetito y
potencias a cualquier cosa. 6. Si por ventura encontráremos
ocasión en lo restante, lo trataremos, diciendo algunas señales de cuándo los
movimientos y acciones interiores del alma sean sólo naturales, y cuándo sólo
espirituales, y cuándo espirituales y naturales acerca del trato con Dios.
Basta aquí saber que, para que los actos y movimientos interiores del alma
puedan venir a ser movidos por Dios divinamente, primero han de ser
oscurecidos y adormidos, asosegados naturalmente acerca de toda su habilidad
y operación hasta que desfallezcan. 7. ¡Oh, pues, alma espiritual!,
cuando vieres oscurecido tu apetito, tus aficiones secas y apretadas, e
inhabilitadas tus potencias para cualquier ejercicio interior, no te penes
por eso, antes lo ten a buena dicha; pues que te va Dios librando de ti
misma, quitándote de las manos la hacienda; con las cuales, por bien que
ellas te anduviesen, no obraras tan cabal, perfecta y seguramente, a causa de
la impureza y torpeza de ellas, como ahora que, tomando Dios la mano tuya, te
guía a oscuras como a ciego, a donde y por donde tú no sabes, ni jamás con
tus ojos y pies, por bien que anduvieran, atinaras a caminar. 8. La causa también por que el
alma no sólo va segura, cuando va así a oscuras, sino aún se va más ganando y
aprovechando, es porque, comúnmente, cuando el alma va recibiendo mejoría de
nuevo y aprovechando, es por donde ella menos entiende, antes muy de
ordinario piensa que se va perdiendo, porque, como ella nunca ha
experimentado aquella novedad que le hace salir y deslumbrar y desatinar de
su primer modo de proceder, antes piensa que se va perdiendo que acertando y
ganando, como ve que se pierde acerca de lo que sabía y gustaba, y se ve ir
por donde no sabe ni gusta. Así como el caminante que, para
ir a nuevas tierras no sabidas, va por nuevos caminos no sabidos ni
experimentados, que camina no guiado por lo que sabía antes, sino en duda y
por el dicho de otros. Y claro está que éste no podría venir a nuevas
tierras, ni saber más de lo que antes sabía, si no fuera por caminos nuevos
nunca sabidos, y dejados los que sabía; ni más ni menos, el que va sabiendo
más particularidades en un oficio o arte siempre va a oscuras, no por su
saber primero, porque, si aquél no dejase atrás, nunca saldría de él ni
aprovecharía en más; así, de la misma manera, cuando el alma va aprovechando
más, va a oscuras y no sabiendo. Por tanto, siendo, como habemos dicho, Dios
el maestro y guía de este ciego del alma bien puede ella, ya que le ha venido
a entender como aquí decimos, con verdad alegrarse y decir: a oscuras y
segura. 9. Otra causa también por que en
estas tinieblas ha ido el alma segura es porque iba padeciendo; porque el
camino de padecer es más seguro y aun más provechoso que el de gozar y hacer:
lo uno, porque en el padecer se le añaden fuerzas de Dios, y en el hacer y
gozar ejercita el alma sus flaquezas e imperfecciones; y lo otro, porque en
el padecer se van ejercitando y ganando las virtudes y purificando el alma y
haciendo más sabia y cauta. 10. Pero aquí hay otra más
principal causa por que aquí el alma a oscuras va segura, y es de parte de la
dicha luz o sabiduría oscura; porque de tal manera la absorbe y embebe en sí
esta oscura noche de contemplación y la pone tan cerca de Dios, que la ampara
y libra de todo lo que no es Dios. Porque, como está puesta aquí en cura esta
alma para que consiga su salud, que es el mismo Dios, tiénela Su Majestad en
dieta y abstinencia de todas las cosas, estragado el apetito para todas
ellas; bien así como para que sane el enfermo, que en su casa es estimado, le
tienen tan adentro guardado, que no le dejan tocar del aire ni aun gozar de
la luz, ni que sienta las pisadas, ni aun el rumor de los de casa, y la
comida muy delicada y muy por tasa, de sustancia más que de sabor. 11. Todas estas propiedades, que
todas son de seguridad y guarda del alma, causa en ella esta oscura
contemplación, porque ella está puesta más cerca de Dios; porque, cuanto el
alma más a él se acerca, más oscuras tinieblas siente y más profunda
oscuridad por su flaqueza; así como el que más cerca del sol llegase, más
tinieblas y pena le causaría su grande resplandor por la flaqueza e impureza
de su ojo. De donde tan inmensa es la luz espiritual de Dios, y tanto excede
al entendimiento natural, que, cuando llega más cerca, le ciega y oscurece. Y ésta es la causa por que en el
salmo 17 (v. 12) dice David que puso Dios por su escondrijo y cubierta las
tinieblas, y su tabernáculo en rededor de sí, tenebrosa agua en las nubes del
aire. La cual agua tenebrosa en las nubes del aire es la oscura contemplación
y sabiduría divina en las almas, como vamos diciendo; la cual ellas van
sintiendo como cosa que está cerca de él, como tabernáculo donde él mora,
cuando Dios a sí la va más juntando. Y así, lo que en Dios es luz y claridad
más alta, es para el hombre tiniebla más oscura, como dice san Pablo (1 Cor.
2, 14) según lo declara luego David en el mismo salmo (17, 13), diciendo: Por
causa del resplandor que está en su presencia, salieron nubes y cataratas,
conviene a saber, para el entendimiento natural, cuya luz, como dice Isaías
en el capítulo 5 (v. 30), obtenebrata est in caligine eius. 12. ¡Oh mísera suerte de vida,
donde con tanto peligro se vive y con tanta dificultad la verdad se conoce,
pues lo más claro y verdadero nos es más oscuro y dudoso, y por eso huimos de
ello siendo lo que más nos conviene, y lo que más luce y llena nuestro ojo lo
abrazamos y vamos tras de ello, siendo lo que peor nos está y lo que a cada
paso nos hace dar de ojos! ¡En cuánto peligro y temor vive el hombre, pues la
misma lumbre de sus ojos natural, con que se ha de guiar, es la primera que
le encandila y engaña para ir a Dios, y, que si ha de acertar a ver por dónde
va, tenga necesidad de llevar cerrados los ojos y de ir a oscuras para ir
seguro de los enemigos domésticos de su casa, que son sus sentidos y
potencias! 13. Bien está, pues, el alma
aquí escondida y amparada en esta agua tenebrosa, que está cerca de Dios.
Porque, así como al mismo Dios sirve de tabernáculo y morada, le servirá, ni
más ni menos, al alma de otro tanto y de amparo perfecto y seguridad, aunque
a ella en tinieblas, en que está escondida y amparada de sí misma y de todos
los daños de criaturas, como habemos dicho. Porque de los tales se entiende
lo que también David dice en otro salmo (30, 21), diciendo: Esconderlos has
en el escondrijo de tu rostro de la turbación de los hombres; ampararlos has
en tu tabernáculo de la contradicción de las lenguas, en lo cual se entiende
toda manera de amparo. Porque "estar escondidos en el rostro de Dios de
la turbación de los hombres" es estar fortalecidos en esta oscura
contemplación contra todas las ocasiones que de parte de los hombres les pueden
sobrevenir. Y "estar amparados en su tabernáculo de la contradicción de
las lenguas" es estar el alma engolfada en esta agua tenebrosa, que es
el tabernáculo que habemos dicho de David. Donde, por tener el alma todos los
apetitos y afecciones destetados y las potencias oscurecidas, está libre de
todas las imperfecciones que contradicen al espíritu, así de su misma carne
como de las demás criaturas. De donde esta alma bien puede decir que va a
oscuras y segura. 14. Hay también otra causa no
menos eficaz que la pasada para acabar bien de entender que esta tal alma va
segura a oscuras, y es por la fortaleza que esta oscura, penosa y tenebrosa
agua de Dios desde luego pone en el alma. Que, en fin, aunque es tenebrosa,
es agua, y por eso no ha de dejar de reficionar y fortalecer al alma en lo
que más le conviene, aunque a oscuras y penosamente. Porque, desde luego, ve
el alma en sí una verdadera determinación y eficacia de no hacer cosa que
entienda ser ofensa de Dios, ni dejar de hacer lo que parece cosa de su servicio;
porque aquel amor oscuro se le pega con un muy vigilante cuidado y solicitud
interior de qué hará o dejará por él para contentarle, mirando y dando mil
vueltas si ha sido causa de enojarle; y todo esto con mucho más cuidado y
solicitud que antes, como arriba queda dicho en lo de las ansias de amor.
Porque aquí todos los apetitos y fuerzas y potencias del alma están recogidas
de todas las demás cosas, empleando su conato y fuerza sólo en obsequio de su
Dios. De esta manera sale el alma de
sí misma y de todas las cosas criadas a la dulce y deleitosa unión de amor de
Dios, a oscuras y segura, por la secreta escala disfrazada. Pónese el segundo verso y
explícase cómo esta oscura contemplación sea secreta. 1. Tres propiedades conviene declarar
acerca de tres vocablos que contiene el presente verso. Las dos, conviene a
saber, secreta escala, pertenecen a la noche oscura de contemplación que
vamos tratando; la tercera, conviene a saber, disfrazada, pertenece al alma
por razón del modo que lleva en esta noche. Cuanto a lo primero, es de saber
que el alma llama aquí en este verso a esta oscura contemplación por donde
ella va saliendo a la unión de amor, secreta escala por estas dos propiedades
que hay en ella, es a saber, ser secreta y ser escala, y diremos de cada una
de por sí. 2. Primeramente llama secreta a
esta contemplación tenebrosa, por cuanto, según habemos tocado arriba, ésta
es la teología mística, que llaman los teólogos sabiduría secreta, la cual
dice Santo Tomás que se comunica e infunde en el alma por amor, lo cual
acaece secretamente a oscuras de la obra del entendimiento y de las demás
potencias. De donde, por cuanto las dichas potencias no la alcanzan, sino que
el Espíritu Santo la infunde y ordena en el alma, como dice la Esposa en los
Cantares (2, 4) sin ella saberlo, ni entenderlo cómo sea, se llama secreta.
Y, a la verdad, no sólo ella no lo entiende, pero nadie, ni el mismo demonio;
por cuanto el Maestro que la enseña está dentro del alma sustancialmente,
donde no puede llegar el demonio, ni el sentido natural, ni el entendimiento.
3. Y no sólo por esto se puede
llamar secreta, sino también por los efectos que hace en el alma. Porque no
solamente en las tinieblas y aprietos de la purgación, cuando esta sabiduría
de amor purga el alma, es secreta, para no saber decir de ella el alma nada;
mas también después en la iluminación, cuando más a las claras se le comunica
esta sabiduría, le es al alma tan secreta para decir y ponerle nombre para
decirla, que, demás de que ninguna gana le dé al alma de decirla, no halla
modo ni manera ni símil que le cuadre para poder significar inteligencia tan
subida y sentimiento espiritual tan delicado. Y así, aunque más gana tuviese
de decirlo, y más significaciones trajese, siempre se quedaría secreto y por
decir. Porque, como aquella sabiduría
interior es tan sencilla y tan general y espiritual, que no entró al
entendimiento envuelta ni paliada con alguna especie o imagen sujeta al
sentido, de aquí es que el sentido e imaginativa, como no entró por ellas ni
sintieron su traje y color, no saben dar razón ni imaginarla para decir algo
de ella, aunque claramente ve que entiende y gusta aquella sabrosa y
peregrina sabiduría. Bien así como el que viese una cosa nunca vista, cuyo
semejante tampoco jamás vio, que, aunque la entendiese y gustase, no le
sabría poner nombre ni decir lo que es, aunque más hiciese, y esto con ser
cosa que la percibió con los sentidos; cuánto menos se podrá manifestar lo
que no entró por ellos. Porque esto tiene el lenguaje de Dios, que por ser
muy íntimo al alma y espiritual, en que excede todo sentido, luego hace cesar
y enmudecer toda la armonía y habilidad de los sentidos exteriores e
interiores. 4. De lo cual tenemos autoridad
y ejemplos juntamente en la divina Escritura. Porque la cortedad del
manifestarlo y hablarlo exteriormente mostró Jeremías (1, 6), cuando,
habiendo Dios hablado con él, no supo qué decir, sino: a, a, a. Y la cortedad
interior, esto es, del sentido interior de la imaginación, y juntamente la del
exterior acerca de esto, también la manifestó Moisés delante de Dios en la
zarza (Ex. 4, 10), cuando, no solamente dijo a Dios que después que hablaba
con él, no sabía ni acertaba a hablar, pero aun, según se dice en los Actos
de los Apóstoles (7, 32), con la imaginación interior no se atrevía a
considerar, pareciéndole que la imaginación estaba muy lejos y muda, no sólo
para formar algo de aquello que entendía en Dios, pero ni aun capacidad para
recibir algo de ello. De donde, por cuanto la sabiduría de esta contemplación
es lenguaje de Dios al alma de puro espíritu a espíritu puro, todo lo que es
menos que espíritu, como son los sentidos, no lo reciben, y así les es
secreto y no lo saben ni pueden decir, ni tienen gana porque no ven cómo. 5. De donde podríamos sacar la
causa por que algunas personas que van por este camino, que, por tener almas
buenas y temerosas, querrían dar cuenta a quien las rige de lo que tienen, no
saben ni pueden. De aquí tienen en decirlo grande repugnancia, mayormente
cuando la contemplación es algo más sencilla, que la misma alma apenas la
siente; que sólo saben decir que el alma está satisfecha y quieta y contenta,
o decir que sienten a Dios y que les va bien, a su parecer; mas no hay decir
lo que el alma tiene ni la sacarán más que términos generales semejantes a
éstos. Otra cosa es cuando las cosas que el alma tiene son particulares, como
visiones, sentimientos, etc., las cuales, como ordinariamente se reciben
debajo de alguna especie en que participa el sentido, que entonces debajo de
aquella especie se puede, o de otra semejanza, decir. Pero este poderlo decir
ya no es en razón de pura contemplación, porque ésta es indecible, como
habemos dicho, y por eso se llama secreta. 6. Y no sólo por eso se llama y es
secreta, sino porque también esta sabiduría mística tiene propiedad de
esconder al alma en sí. Porque, demás de lo ordinario, algunas veces de tal
manera absorbe al alma y sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver
claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura; de suerte
que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad, donde
no puede llegar alguna humana criatura, como un inmenso desierto que por
ninguna parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto más
profundo, ancho y solo, donde el alma se ve tan secreta cuando se ve sobre
toda temporal criatura levantada. Y tanto levanta entonces y
engrandece este abismo de sabiduría al alma, metiéndola en las venas de la
ciencia de amor, que le hace conocer no solamente quedar muy baja toda
condición de criatura acerca de este supremo saber y sentir divino, sino
también echar de ver cuán bajos y cortos y en alguna manera impropios son
todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las cosas
divinas, y cómo es imposible, por vía y modo natural, aunque más alta y
sabiamente se hable en ellas, poder conocer ni sentir de ellas como ellas
son, sin la iluminación de esta mística teología. Y así, viendo el alma en la
iluminación de ella esta verdad, de que no se puede alcanzar y menos declarar
por términos vulgares y humanos, con razón la llama secreta. 7. Esta propiedad de ser secreta
y sobre la capacidad natural esta divina contemplación, tiénela no sólo por
ser cosa sobrenatural, sino también es cuanto es vía que guía y lleva al alma
a las perfecciones de la unión de Dios; las cuales, como son cosas no sabidas
humanamente, hase de caminar a ellas humanamente no sabiendo y divinamente
ignorando. Porque, hablando místicamente, como aquí vamos hablando, las cosas
y perfecciones divinas no se conocen ni entienden como ellas son cuando las
van buscando y ejercitando, sino cuando las tiene halladas y ejercitadas.
Porque a este propósito dice el profeta Baruc (3, 31) de esta Sabiduría
divina: No hay quien pueda saber, dice, sus vías, ni quien pueda pensar sus
sendas. También el profeta real de este camino del alma dice de esta manera,
hablando con Dios: Y tus ilustraciones lucieron y alumbraron a la redondez de
la tierra, conmovióse y contremió la tierra. En el mar está tu vía, y tus
sendas en muchas aguas, y tus pisadas no serán conocidas (Sal. 76, 1920). 8. Todo lo cual, hablando
espiritualmente, se entiende al propósito que vamos hablando. Porque
"alumbrar las coruscaciones de Dios a la redondez de la tierra" es
la ilustración que hace esta divina contemplación en las potencias del alma;
y "conmoverse y tremer la tierra" es la purgación penosa que en
ella causa; y decir que "la vía y camino de Dios", por donde el
alma va a él, "es en el mar, y sus pisadas en muchas aguas y que por eso
no serán conocidas" es decir que este camino de ir a Dios es tan secreto
y oculto para el sentido del alma como lo es para el del cuerpo el que se
lleva por la mar, cuyas sendas y pisadas no se conocen. Que esta propiedad
tienen los pasos y pisadas que Dios va dando en las almas que Dios quiere
llegar a sí, haciéndolas grandes en la unión de su Sabiduría, que no se
conocen. Por lo cual, en el libro de Job (37, 16) se dicen, encareciendo este
negocio, estas palabras: ¿Por ventura, dice, has tú conocido las sendas de
las nubes grandes o las perfectas ciencias?; entendiendo por esto las vías y
caminos por donde Dios va engrandeciendo a las almas y perfeccionándolas en
su sabiduría, las cuales son aquí entendidas por las nubes. Queda, pues, que
esta contemplación, que va guiando al alma a Dios, es sabiduría secreta. Declárase como esta sabiduría
secreta sea también escala. 1. Pero resta ahora ver lo
segundo, conviene saber, cómo esta sabiduría secreta sea también escala.
Acerca de lo cual es de saber que por muchas razones podemos llamar a esta
secreta contemplación escala. Primeramente, porque así como
con la escala se sube y escalan los bienes y tesoros y cosas que hay en las
fortalezas, así también por esta secreta contemplación, sin saberse cómo,
sube el alma a escalar, conocer y poseer los bienes y tesoros del cielo. Lo
cual da bien a entender el real profeta (Sal. 83, 68), cuando dice:
Bienaventurado el que tiene tu favor y ayuda, porque en su corazón este tal
puso sus subidas en el valle de lágrimas en el lugar que puso; porque de esta
manera el señor de la ley dará bendición, e irán de virtud en virtud como de
grado en grado, y será visto el Dios de los dioses en Sión, el cual es el
tesoro de la fortaleza de Sión, que es la bienaventuranza. 2. Podemos también llamarla
escala porque, así como la escala, esos mismos pasos que tiene para subir,
los tiene también para bajar, así también esta secreta contemplación, esas
mismas comunicaciones que hace al alma, que la levanta en Dios, la humillan
en sí misma. Porque las comunicaciones que verdaderamente son de Dios esta
propiedad tienen: que de una vez levantan y humillan al alma; porque en este
camino el bajar es subir, y el subir, bajar, pues el que se humilla es
ensalzado, y el que se ensalza, humillado (Lc. 14, 11). Y, demás de esto de
que la virtud de la humildad es grandeza, para ejercitar al alma en ella,
suele Dios hacerla subir por esta escala para que baje, y hacerla bajar para
que suba, para que así se cumpla lo que dice el Sabio (Pv. 18, 12), es a
saber: Antes que el alma sea ensalzada, es humillada; y antes que sea
humillada, es ensalzada. 3. Lo cual, hablando ahora
naturalmente, echará bien de ver el alma que quisiere mirar en ello, y cómo
en este camino (dejando aparte lo espiritual que no se siente) echará de ver
cuántos altos y bajos padece, y cómo tras la prosperidad que goza, luego se
sigue alguna tempestad y trabajo, tanto, que parece que le dieron aquella
bonanza para prevenirla y esforzarla para la siguiente penuria, y cómo
también, después de la miseria y tormenta, se sigue abundancia y bonanza; de
manera que le parece al alma que, para hacerla aquella fiesta, la pusieron
primero en aquella vigilia. Y éste es el ordinario estilo y ejercicio del
estado de contemplación hasta llegar al estado quieto: que nunca permanece en
un estado, sino todo es subir y bajar. 4. Y la causa de esto es que,
como el estado de perfección, que consiste en perfecto amor de Dios y
desprecio de sí, no puede estar sino con estas dos partes, que es
conocimiento de Dios y de sí mismo, de necesidad ha de ser el alma ejercitada
primero en el uno y en el otro, dándole ahora a gustar lo uno
engrandeciéndola, y haciéndola ahora probar lo otro y humillándola, hasta
que, adquiridos los hábitos perfectos, cese ya el subir y bajar, habiendo ya
llegado y viéndose con Dios, que está en el fin de esta escala, en quien la
escala se arrima y estriba. Porque esta escala de
contemplación, que, como habemos dicho, se deriva de Dios, es figurada por
aquella escala que vio Jacob durmiendo, por la cual subían y descendían
ángeles de Dios al hombre y del hombre a Dios, el cual estaba estribando en
el extremo de la escala (Gn. 28, 12). Todo lo cual dice la Escritura divina
que pasaba de noche y Jacob dormido para dar a entender cuán secreto y
diferente del saber del hombre es este camino y subida para Dios. Lo cual se
ve bien, pues que, ordinariamente, lo que en él es de más provecho, que es
irse perdiendo y aniquilando a sí mismo, tiene por peor, y lo que menos vale,
que es hallar su consuelo y gusto, en que ordinariamente antes pierde que
gana, si a eso se hace, tiene por mejor. 5. Pero, hablando ahora algo más
sustancialmente de esta escala de contemplación secreta, diremos que la
propiedad principal por que aquí se llama escala es porque la contemplación
es ciencia de amor, la cual, como habemos dicho, es noticia infusa de Dios
amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma, hasta subirla de
grado hasta Dios, su Criador, porque sólo el amor es el que une y junta al
alma con Dios. De donde, porque más claro se
vea, iremos aquí apuntando los grados de esta divina escala, diciendo con
brevedad las señales y efectos de cada uno, para que por allí pueda
conjeturar el alma en cual de ellos estará. Y así, los distinguiremos por sus
efectos, como hace san Bernardo y santo Tomás; porque conocerlos en sí, por
cuanto esta escala de amor es, como habemos dicho, tan secreta que sólo Dios
es el que la mide y pondera, no es posible por vía natural. Comienza a explicar los diez
grados de la escala mística de amor divino según San Bernardo y Santo Tomás.
Pónense los cinco primeros. 1. Decimos, pues, que los grados
de esta escala de amor, por donde el alma de uno en otro va subiendo a Dios,
son diez. El primer grado de amor hace
enfermar al alma provechosamente. En este grado de amor habla la Esposa (Ct.
5, 8) cuando dice: Conjúroos, hijas de Jerusalén, que, si encontráredes a mi
Amado, le digáis que estoy enferma de amores. Pero esta enfermedad no es para
muerte, sino para la gloria de Dios, porque en esta enfermedad desfallece el
alma al pecado y a todas las cosas que no son Dios, por el mismo Dios, como
David (Sal. 142, 7) testifica diciendo: Desfalleció mi alma, esto es, acerca
de todas las cosas a tu salud. Porque así como el enfermo pierde el apetito y
gusto de todos los manjares y muda de color primero, así también en este
grado de amor pierde el alma el gusto y apetito de todas las cosas, y muda
como amante el color y accidente de la vida pasada. Esta enfermedad no cae en
ella el alma si de arriba no le envían el exceso de calor, según se da a
entender por este verso de David (Sal. 67, 10), que dice: Pluviam voluntariam
segregabis, Deus, haereditati tuae, et infirmata est, etc. Esta enfermedad y
desfallecimiento a todas las cosas, que es el principio y primer grado para
ir a Dios, bien lo habemos dado a entender arriba, cuando dijimos la
aniquilación en que se ve el alma cuando comienza a entrar en esta escala de
purgación contemplativa, cuando en ninguna cosa puede hallar gusto, arrimo,
ni consuelo, ni asiento. Por lo cual, de este grado luego va comenzando a
subir al segundo grado, y es: 2. El segundo grado hace al alma
buscar sin cesar. De donde, cuando la Esposa dice que, buscándole de noche en
su lecho, cuando según el primer grado de amor estaba desfallecida, y no le
halló, dijo (Ct. 3, 2): Levantarme he, y buscaré al que ama mi alma. Lo cual,
como decimos, el alma hace sin cesar, como lo aconseja David (Sal. 104, 4),
diciendo: Buscando siempre la cara de Dios, y, buscándole en todas las cosas,
en ninguna repare hasta hallarle, como la Esposa, que, en preguntando por él
a las guardas, luego pasó y las dejó (Ct. 3, 34). María Magdalena ni aun en
los ángeles del sepulcro reparó (Jn 20, 14). Aquí, en este grado, tan
solícita anda el alma, que en todas las cosas busca al Amado; en todo cuanto
piensa, luego piensa en el Amado; en cuanto habla, en cuantos negocios se
ofrecen, luego es hablar y tratar del Amado; cuando come, cuando duerme,
cuando vela, cuando hace cualquier cosa, todo su cuidado es en el Amado,
según arriba queda dicho en las ansias de amor. Aquí, como va ya el alma
convaleciendo y cobrando fuerzas en el amor de este segundo grado, luego
comienza a subir al tercero por medio de algún grado de nueva purgación en la
noche, como después diremos, el cual hace en el alma los efectos siguientes. 3. El tercer grado de la escala
amorosa es el que hace al alma obrar y la pone calor para no faltar. De esto
dice el Real Profeta (Sal. 111, 1) que: Bienaventurado el varón que teme al
Señor, porque sus mandamientos codicia obrar mucho. Donde, si el temor, por
ser hijo del amor, le hace esta obra de codicia, ¿qué hará el mismo amor? En
este grado las obras grandes por el Amado tiene por pequeñas, las muchas por
pocas, el largo tiempo en que le sirve por corto, por el incendio de amor que
ya va ardiendo. Como a Jacob, que, con haberle hecho servir siete años sobre
otros siete, le parecían pocos por la grandeza del amor (Gn. 29, 20). Pues si
el amor con Jacob, con ser de criatura, tanto podía, ¿qué podrá el del
Criador cuando en este tercer grado se apodera del alma? Tiene el alma aquí, por el
grande amor que tiene a Dios, grandes lástimas y penas de lo poco que hace
por Dios; y, si le fuese lícito deshacerse mil veces por él, estaría
consolada. Por eso se tiene por inútil en todo cuanto hace, y le parece vive
de balde. Hácele aquí otro efecto
admirable, y es que se tiene por más mala averiguadamente para consigo que
todas las otras almas: lo uno, porque le va el amor enseñando lo que merece
Dios; y lo otro, porque, como las obras que aquí hace por Dios son muchas, y
todas las conoce por faltas e imperfectas, de todas saca confusión y pena,
conociendo tan baja manera de obrar por un tan alto Señor. En este tercer
grado, muy lejos va el alma de tener vanagloria o presunción y de condenar a
los otros. Estos solícitos efectos causa en el alma, con otros muchos a este
talle, este tercer grado; y por eso en él cobra ánimo y fuerzas para subir hasta
el cuarto, que es el que sigue. 4. El cuarto grado de esta
escala de amor es en el cual se causa en el alma, por razón del Amado, un
ordinario sufrir sin fatigarse. Porque, como dice san Agustín, todas las
cosas grandes, graves y pesadas, casi ningunas las hace el amor. En este
grado hablaba la Esposa (Ct. 8, 6), cuando, deseando ya verse en el último
dijo al Esposo: Ponme como señal en tu corazón, como señal en tu brazo;
porque la dilección, esto es, el acto y obra de amor, es fuerte como la muerte,
y dura emulación y porfía como el infierno. El espíritu aquí tiene tanta
fuerza, que tiene tan sujeta a la carne y la tiene tan en poco como el árbol
a una de sus hojas. En ninguna manera aquí el alma busca su consuelo ni
gusto, ni en Dios ni en otra cosa, ni anda deseando ni pretendiendo pedir
mercedes a Dios, porque ve claro que hartas las tiene hechas, y queda todo su
cuidado en cómo podrá dar algún gusto a Dios y servirle algo por lo que él
merece y de él tiene recibido, aunque fuese muy a su costa. Dice en su
corazón y espíritu: ¡Ay, Dios y Señor mío, cuán muchos hay que andan a buscar
en ti consuelo y gusto y a que les concedas mercedes y dones, mas los que a
ti pretenden dar gusto y darte algo a su costa, pospuesto su particular, son
muy pocos. Porque no está la falta, Dios mío, en no nos querer tú hacer
mercedes de nuevo, sino en no emplear nosotros las recibidas sólo en tu
servicio, para obligarte a que nos las hagas de continuo! Harto levantado es este grado de
amor, porque, como aquí el alma con tan verdadero amor se anda siempre tras
Dios con espíritu de padecer por él, dale Su Majestad muchas veces y muy de
ordinario el gozar, visitándola en espíritu sabrosa y deleitablemente, porque
el inmenso amor del Verbo Cristo no puede sufrir penas de su amante sin
acudirle. Lo cual por Jeremías (2, 2) lo afirma él, diciendo: Acordádome he
de ti, apiadándome de tu adolescencia y ternura cuando me seguiste en el
desierto. Hablando espiritualmente es el desarrimo que aquí interiormente
trae el alma de toda criatura, no parando ni quietándose en nada. Este cuarto
grado inflama de manera al alma y la enciende tal deseo de Dios, que la hace
subir al quinto, el cual es el que se sigue. 5. El quinto grado de la escala de
amor hace al alma apetecer y codiciar a Dios impacientemente. En este grado
el amante tanta es la vehemencia que tiene por comprehender al Amado y unirse
con él, que toda dilación, por mínima que sea, se le hace muy larga, molesta
y pesada, y siempre piensa que halla al Amado; y cuando se ve frustrado su
deseo, lo cual es casi a cada paso, desfallece en su codicia, según hablando
en este grado lo dice el Salmista (Sal. 83, 2), diciendo: Codicia y
desfallece mi alma a las moradas del Señor. En este grado el amante no puede
dejar de ver lo que ama o morir; en el cual Raquel, por la gran codicia que
tenía a los hijos, dijo a Jacob su esposo: Dame hijos; si no, yo moriré (Gn.
30, 1). Padecen aquí hambre como canes y cercan y rodean la ciudad de Dios
(Sal. 58, 7). En este hambriento grado se ceba el alma en amor, porque según
la hambre es la hartura. De manera que de aquí puede subir al sexto grado,
que hace los efectos que se siguen. Pónense los otros cinco grados
de amor. 1. El sexto grado hace correr al
alma ligeramente a Dios y dar muchos toques en él, y sin desfallecer corre
por la esperanza, que aquí el amor (que) la ha fortificado la hace volar
ligero. En el cual grado también dice el profeta Isaías: Los santos que
esperan en Dios mudarán la fortaleza, tomarán alas como de águila y volarán y
no desfallecerán (Is. 40, 31), como hacían en el grado quinto. A este grado
pertenece también aquello del salmo (41, 2): Así como el ciervo desea las
aguas, mi alma desea a ti, Dios; porque el ciervo en la sed con gran ligereza
corre a las aguas. La causa de esta ligereza en amor que tiene el alma en
este grado es por estar ya muy dilatada la caridad en ella, por estar aquí el
alma poco menos que purificada del todo, como se dice también en el salmo (58,
5), es a saber: Sine iniquitate cucurri; y en otro salmo (118, 32): El camino
de tus mandamientos corrí cuando dilataste mi corazón. Y así, de este sexto
grado se pone luego en el séptimo, que es el que sigue. 2. El séptimo grado de esta
escala hace atrever al alma con vehemencia. Aquí el amor ni se aprovecha del
juicio para esperar, ni usa de consejo para se retirar, ni con vergüenza se
puede enfrenar, porque el favor, que ya Dios aquí hace al alma, la hace
atrever con vehemencia. De donde se sigue lo que dice el Apóstol (1 Cor. 13,
7), y es: La caridad todo lo cree, todo lo espera y todo lo puede. De este
grado habló Moisés (Ex. 32, 3132), cuando dijo a Dios que perdonase al
pueblo, y, si no, que le borrase a él del libro de la vida en que le había
escrito. Estos alcanzan de Dios lo que con gusto le piden. De donde dice
David (Sal. 36, 4): Deléitate en Dios, y darte ha las peticiones de tu
corazón. En este grado se atrevió la Esposa (Ct. 1, 1) y dijo: Osculetur me
osculo oris sui. A este grado no le es lícito al alma atreverse, si no
sintiere el favor interior del cetro del rey inclinado para ella (Est. 6,
11), porque por ventura no caiga de los demás grados que hasta allí ha
subido, en los cuales siempre se ha de conservar en humildad. De esta osadía
y mano, que Dios la da al alma en este séptimo grado para atreverse a Dios
con vehemencia de amor, se sigue el octavo, que es hacer ella presa en el
Amado y unirse con él, según se sigue. 3. El octavo grado de amor hace
al alma asir y apretar sin soltar, según la Esposa dice (Ct. 3, 4) en esta
manera: Hallé al que ama mi corazón y ánima, y túvele, y no le soltaré. En
este grado de unión satisface el alma su deseo, mas no de continuo, porque
algunos llegan a poner el pie y luego lo vuelven a quitar; porque si durase,
sería cierta gloria en esta vida, y así muy pocos espacios causa el alma en
él. Al profeta Daniel (10, 11), por ser varón de deseos, se le mandó de parte
de Dios que permaneciese en este grado, diciéndole: Daniel, está sobre tu
grado, porque eres varón de deseos. De este grado se sigue el nono, que es ya
el de los perfectos, como diremos después, que es el que se sigue. 4. El nono grado de amor hace
arder al alma con suavidad. Este grado es el de los perfectos, los cuales
arden ya en Dios suavemente, porque este ardor suave y deleitoso les causa el
Espíritu Santo por razón de la unión que tienen con Dios. Por esto dice san
Gregorio de los Apóstoles que, cuando el Espíritu Santo visiblemente vino
sobre ellos, que interiormente ardieron por amor suavemente. De los bienes y riquezas de Dios
que el alma goza en este grado, no se puede hablar; porque, si de ello
escribiesen muchos libros, quedaría lo más por decir. Del cual, por esto y
porque después diremos alguna cosa, aquí no digo más sino que de éste se
sigue el décimo y el último grado de esta escala de amor, que ya no es de
esta vida. 5. El décimo y último grado de
esta escala secreta de amor hace el alma asimilarse totalmente a Dios, por
razón de la clara visión de Dios que luego posee inmediatamente el alma, que,
habiendo llegado en esta vida al nono grado, sale de la carne. Porque éstos,
pocos que son, por cuanto ya por el amor están purgadísimos, no entran en el
purgatario. De donde san Mateo (5, 8), dice: Beati mundo corde, quoniam ipsi
Deum videbunt, etc. Y, como decimos, esta visión es la causa de la similitud
total del alma con Dios, porque así lo dice san Juan (1 Jn. 3, 2), diciendo:
Sabemos que seremos semejantes a él, no porque el alma se hará tan capaz como
Dios, porque eso es imposible, sino porque todo lo que ella es se hará
semejante a Dios; por lo cual se llamará, y lo será, Dios por participación. 6. Esta es la escala secreta que
aquí dice el alma, aunque ya en estos grados de arriba no es muy secreta para
el alma, porque mucho se le descubre el amor por los grandes efectos que en
ella hace. Mas en este último grado de clara visión, que es lo último de la
escala donde estriba Dios, como ya dijimos, ya no hay cosa para el alma
encubierta, por razón de la total asimilación; de donde nuestro Salvador (Jn.
16, 23) dice: En aquel día ninguna cosa me preguntaréis, etc. Pero hasta este
día todavía, aunque el alma más alta vaya, le queda algo encubierto, y tanto
cuanto le falta para la asimilación total con la divina esencia. De esta manera, por esta
teología mística y amor secreto, se va el alma saliendo de todas las cosas y
de sí misma y subiendo a Dios. Porque el amor es asimilado al fuego, que
siempre sube hacia arriba, con apetito de engolfarse en el centro de su
esfera. Declárase esta palabra
"disfrazada", y dícense los colores del disfraz del alma en esta
noche. 1. Resta, pues, ahora saber,
después que habemos declarado las causas por que el alma llamaba a esta
contemplación secreta escala, acerca de la tercera palabra del verso,
conviene a saber disfrazada, por qué causa también dice el alma que ella
salió por esta secreta escala disfrazada. 2. Para inteligencia de esto
conviene saber que disfrazarse no es otra cosa que disimularse y encubrirse
debajo de otro traje y figura que de suyo tenía: ahora por debajo de aquella
forma y traje, mostrar de fuera la voluntad y pretensión que en el corazón
tiene para ganar la gracia y voluntad de quien bien quiere; ahora también
para encubrirse de sus émulos, y así poder hacer mejor su hecho. Y entonces
aquellos trajes y librea toma que más represente y signifique la afección de
su corazón, y con que mejor se pueda acerca de los contrarios disimular. 3. El alma, pues, aquí tocada
del amor del Esposo Cristo, pretendiendo caerle en gracia y ganarle la
voluntad, aquí sale disfrazada con aquel disfraz que más al vivo represente
las afecciones de su espíritu y con que más segura vaya de los adversarios
suyos y enemigos, que son: demonio, mundo y carne. Y así, la librea que lleva
es de tres colores principales, que son blanco, verde y colorado, por los
cuales son denotadas las tres virtudes teologales, que son: fe, esperanza y
caridad, con las cuales no solamente ganará la gracia y voluntad de su Amado,
pero irá muy amparada y segura de sus tres enemigos. Porque la fe es una
túnica interior de una blancura tan levantada, que disgrega la vista de todo
entendimiento. Y así, yendo el alma vestida de fe, no ve ni atina el demonio
a empecerla, porque con la fe va muy amparada, más que con todas las demás
virtudes, contra el demonio, que es el más fuerte y astuto enemigo. 4. Que, por eso, san Pedro (1
Pe. 5, 9) no halló otro mayor amparo que ella para librarse de él, cuando
dijo: Cui resistite fortes in fide. Y para conseguir la gracia y unión del
Amado no puede el alma haber mejor túnica y camisa interior, para fundamento
y principio de las demás vestiduras de virtudes, que esta blancura de fe,
porque sin ella, como dice el Apóstol (Heb. 11, 6), imposible es agradar a
Dios, y con ella es imposible dejarle de agradar, pues él mismo dice por el
profeta Oseas (2, 20): Desponsabo te mihi in fide. Que es como decir: Si te
quieres, alma, unir y desposar conmigo, has de venir interiormente vestida de
fe. 5. Esta blancura de fe llevaba
el alma en la salida de esta noche oscura, cuando caminando, como habemos
dicho arriba, en tinieblas y aprietos interiores, no dándole su entendimiento
algún alivio de luz, ni de arriba, pues le parecía el cielo cerrado y Dios
escondido, ni de abajo, pues los que la enseñaban no le satisfacían, sufrió
con constancia y perseveró, pasando por aquellos trabajos sin desfallecer y
faltar al Amado; el cual en los trabajos y tribulaciones prueba la fe de su
Esposa, de manera que pueda ella después con verdad decir aquel dicho de
David (Sal. 16, 4), es a saber: Por las palabras de tus labios yo guardé
caminos duros. 6. Luego, sobre esta túnica
blanca de fe se sobrepone aquí el alma el segundo color, que es una almilla
de verde, por el cual, como dijimos, es significada la virtud de la esperanza;
con la cual, cuanto a lo primero, el alma se libra y ampara del segundo
enemigo, que es el mundo. Porque esta verdura de esperanza viva en Dios da al
alma una tal viveza y animosidad y levantamiento a las cosas de la vida
eterna, que, en comparación de lo que allí espera, todo lo del mundo le
parece, como es la verdad, seco y lacio y muerto, de ningún valor. Y aquí se
despoja y desnuda de todas estas vestiduras y traje del mundo, no poniendo su
corazón en nada, ni esperando nada de lo que hay o ha de haber en él,
viviendo solamente vestida de esperanza de vida eterna. Por lo cual, teniendo
el corazón tan levantado del mundo, no sólo no le puede tocar y asir el
corazón, pero ni alcanzarle de vista. 7. Y así, con esta verde librea
y disfraz va el alma muy segura de este segundo enemigo del mundo. Porque a
la esperanza llama san Pablo (1 Tes. 5, 8) yelmo de salud, que es una arma
que ampara toda la cabeza y la cubre de manera que no la queda descubierto
sino una visera por donde ver. Y eso tiene la esperanza, que todos los
sentidos de la cabeza del alma cubre, de manera que no se engolfan en cosa
ninguna del mundo, ni les quede por donde les pueda herir alguna saeta del
siglo. Sólo le deja una visera para que el ojo pueda mirar hacia arriba, y no
más, que es el oficio que de ordinario hace la esperanza en el alma, que es
levantar los ojos a mirar a Dios, como dice David (Sal. 24, 15) que hacía en
él cuando dijo: Oculi mei semper ad Dominum, no esperando bien ninguno de
otra parte, sino, como él mismo en otro salmo (122, 2) dice: Que así como los
ojos de la sierva están en las manos de su señora puestos, así los nuestros
en Nuestro Señor Dios, hasta que se apiade de nosotros, esperando en él. 8. Por esta causa, (es) esta
librea verde, porque siempre está mirando a Dios y no pone los ojos en otra
cosa ni se paga sino sólo de él; se agrada tanto el Amado del alma, que es
verdad decir que tanto alcanza de él cuanto ella de él espera. Que por eso el
Esposo en los Cantares (4, 9) le dice a ella, que en solo el mirar de un ojo
le llagó el corazón. Sin esta librea verde de sólo esperanza de Dios no le
convenía al alma salir a esta pretensión de amor, porque no alcanzara nada,
por cuanto la que mueve y vence es la esperanza porfiada. 9. De esta librea de esperanza va
disfrazada el alma por esta oscura y secreta noche que habemos dicho, pues
que va tan vacía de toda posesión y arrimo, que no lleva los ojos en otra
cosa ni el cuidado si no es en Dios, poniendo en el polvo su boca si por
ventura hubiere esperanza, como entonces alegamos de Jeremías (Lm. 3, 29). 10. Sobre el blanco y verde,
para el remate y perfección de este disfraz y librea, lleva el alma aquí el
tercer color, que es una excelente toga colorada, por la cual es denotada la
tercera virtud, que es caridad, con la cual no solamente da gracia a las
otras dos colores, pero hace levantar tanto al alma de punto, que la pone
cerca de Dios tan hermosa y agradable, que se atreve ella a decir: Aunque soy
morena, ¡oh hijas de Jerusalén!, soy hermosa; y por eso me ha amado el rey, y
metídome en su lecho (Ct. 1, 4). Con esta librea de caridad, que
es ya la del amor, que en el Amado hace más amor, no sólo se ampara y encubre
el alma del tercer enemigo, que es la carne (porque donde hay verdadero amor
de Dios, no entrará amor de sí ni de sus cosas), pero aun hace válidas a las
demás virtudes, dándoles vigor y fuerza para amparar al alma, y gracia y
donaire para agradar al Amado con ellas, porque sin caridad ninguna virtud es
graciosa delante de Dios; porque ésta es la púrpura que se dice en los
Cantares (3, 10), sobre que se recuesta Dios, viéndose en el alma. De esta
librea colorada va el alma vestida, cuando, como arriba queda declarado en la
primera canción, en la noche oscura sale de sí y de todas las cosas criadas, con
ansias en amores inflamada, por esta secreta escala de contemplación, a la
perfecta unión de amor de Dios, su amada salud. 11. Este, pues, es el disfraz
que el alma dice que lleva en la noche de fe por esta secreta escala, y éstas
son las tres colores de él; las cuales son una acomodadísima disposición para
unirse el alma con Dios según sus tres potencias, que son: entendimiento,
memoria y voluntad. Porque la fe oscurece y vacía al
entendimiento de toda su inteligencia y en esto le dispone para unirle con la
Sabiduría divina. Y la esperanza vacía y aparta la
memoria de toda la posesión de criatura, porque, como dice san Pablo (Rm. 8,
24), la esperanza es de lo que no se posee, y así aparta la memoria de lo que
se puede poseer, y pónela en lo que espera. Y por esto la esperanza de Dios
sola dispone la memoria puramente para unirla con Dios. La caridad, ni más ni menos,
vacía y aniquila las afecciones y apetitos de la voluntad de cualquiera cosa
que no es Dios, y sólo se los pone en él; y así esta virtud dispone esta
potencia y la une con Dios por amor. Y así, porque estas virtudes tienen por
oficio apartar al alma de todo lo que es menos que Dios, le tienen
consiguientemente de juntarla con Dios. 12. Y así, sin caminar a las
veras con el traje de estas tres virtudes, es imposible llegar a la
perfección de unión con Dios por amor. De donde, para alcanzar el alma lo que
pretendía, que era esta amorosa y deleitosa unión con su Amado, muy necesario
y conveniente traje y disfraz fue este que tomó aquí el alma. Y también
atinársele a vestir y perseverar con él hasta conseguir pretensión y fin tan
deseado como era la unión de amor, fue gran ventura, y por eso nos lo dice
este verso: ¡Oh dichosa ventura! Explícase el tercer verso de la
segunda canción. 1. Bien claro está que le fue
dichosa ventura al alma salir con una tal empresa, como ésta su salida fue;
en la cual se libró del demonio y del mundo y de su misma sensualidad, como
habemos dicho, y, alcanzado la libertad dichosa y deseada de todos, del
espíritu, salió de lo bajo a lo alto, de terrestre se hizo celestial, y de
humana, divina, viniendo a tener su conversación en los cielos (Fil. 3, 20),
como acaece en este estado de perfección al alma, como en lo restante se irá
diciendo, aunque ya con alguna más brevedad. 2. Porque lo que era de más
importancia, y por lo que yo principalmente me puse en esto, que fue declarar
esta noche a muchas almas que, pasando por ella, estaban de ella ignorantes,
como en el prólogo se dice, está ya medianamente declarado, y dado a
entender, aunque harto menos de lo que ello es: cuántos sean los bienes que
consigo trae al alma, y cuán dichosa ventura le sea al que por ella va, para
que, cuando se espantaren con el horror de tantos trabajos, se animen con la
cierta esperanza de tantos y tan aventajados bienes de Dios como en ella se
alcanzan. También, demás de esto, le fue
dichosa ventura al alma por lo que dice luego en el verso siguiente, es a
saber: A oscuras y en celada. Declárase el cuarto verso. Dice
el admirable escondrijo en que es puesta el alma en esta noche, y cómo,
aunque el demonio tiene entrada en otros muy altos no en éste. 1. En celada es tanto como
decir: escondido o encubierto. Y así, lo que aquí dice el alma, conviene a
saber, que a oscuras y en celada salió, es más cumplidamente dar entender la
gran seguridad que ha dicho en el primer verso de esta canción que lleva por
medio de esta oscura contemplación en el camino de la unión de amor de Dios.
Decir, pues, el alma a oscuras y en celada, es decir que, por cuanto iba a
oscuras de la manera dicha, iba encubierta y escondida del demonio y de sus
cautelas y asechanzas. 2. La causa por que el alma en
la oscuridad de esta contemplación va libre y escondida de las asechanzas del
demonio, es porque la contemplación infusa, que aquí lleva, se infunde pasiva
y secretamente en el alma a excusas de los sentidos y potencias interiores y
exteriores de la parte sensitiva. Y de aquí es que no sólo del impedimento,
que con su natural flaqueza le pueden ser estas potencias, va escondida y
libre, sino también del demonio, el cual, si no es por medio de estas
potencias de la parte sensitiva, no puede alcanzar ni conocer lo que hay en
el alma, ni lo que en ella pasa. De donde, cuanto la comunicación es más
espiritual, interior y remota de los sentidos, tanto menos el demonio alcanza
a entenderla. 3. Y así, es mucho lo que
importa para la seguridad del alma que el trato interior con Dios sea de
manera que sus mismos sentidos de la parte inferior queden a oscuras y ayunos
de ello y no lo alcancen: lo uno, porque haya lugar que la comunicación
espiritual sea más abundante, no impidiendo la flaqueza de la parte sensitiva
la libertad del espíritu; lo otro, porque, como decimos, va más segura, no
alcanzando el demonio tan adentro. De donde podemos entender a este propósito
aquella autoridad de nuestro Salvador (Mt. 6, 3), hablando espiritualmente,
conviene a saber: No sepa tu siniestra lo que hace tu diestra, que es como si
dijera: Lo que pasa en la parte diestra, que es la superior y espiritual del
alma, no lo sepa (la siniestra), esto es, sea de manera que la porción
inferior de tu alma, que es la parte sensitiva, no lo alcance; sea sólo
secreto entre el espíritu y Dios. 4. Bien es verdad que muchas
veces, cuando hay en el alma y pasan estas comunicaciones espirituales muy
interiores y secretas, aunque el demonio no alcance cuáles y cómo sean, por
la gran pausa y silencio que causan algunas de ellas en los sentidos y
potencias de la parte sensitiva, por aquí hecha de ver que las hay y que
recibe el alma algún bien. Y entonces, como ve que no puede alcanzar a
contradecirlas al fondo del alma, hace cuanto puede por alborotar y turbar la
parte sensitiva, que es donde alcanza, ahora con dolores, ahora con horrores
y miedos, con intento de desquietar y turbar por este medio a la parte
superior y espiritual del alma, acerca de aquel bien que entonces recibe y
goza. Pero muchas veces, cuando la
comunicación de la tal contemplación tiene su puro embestimiento en el
espíritu y hace fuerza en él, no le aprovecha al demonio su diligencia para
desquietarle, antes el alma entonces recibe nuevo provecho y mayor y más
segura paz. Porque, en sintiendo la turbadora presencia del enemigo, ¡cosa
admirable!, que, sin saber cómo es aquello y sin ella hacer nada de su parte,
se entra ella más adentro del fondo interior, sintiendo ella muy bien que se
pone en cierto refugio, donde se ve estar más alejada del enemigo y
escondida, y allí aumentársele la paz y el gozo que el demonio le pretendía
quitar. Y entonces todo aquel temor le cae por defuera, sintiéndolo ella
claramente y holgándose de verse tan a lo seguro gozar de aquella quieta paz
y sabor del Esposo escondido, que ni mundo ni demonio puede dar ni quitar,
sintiendo allí el alma la verdad de lo que la Esposa a este propósito dice en
los Cantares (3, 78), es a saber: Mirad que al lecho de Salomón cercan
sesenta fuertes, etc., por los temores de la noche. Y esta fortaleza y paz
siente, aunque muchas veces siente atormentar la carne y los huesos por
defuera. 5. Otras veces, cuando la
comunicación espiritual no comunica mucho en el espíritu, sino que participa
en el sentido, con más facilidad alcanza el demonio a turbar el espíritu y
alborotarle por medio del sentido con estos horrores. Y entonces es grande el
tormento y pena que causa en el espíritu, y algunas veces más de lo que se
puede decir; porque, como va de espíritu a espíritu desnudamente, es
intolerable el horror que causa el malo en el bueno, digo en el del ánima,
cuando le alcanza su alboroto. Lo cual también da a entender la Esposa en los
Cantares (6, 10), cuando dice haberle a ella acaecido así al tiempo que
quería descender al interior recogimiento a gozar de estos bienes, diciendo:
Descendí al huerto de las nueces para ver las manzanas de los valles y si
había florecido la viña; no supe; conturbóme mi alma por las cuadrigas, esto
es, por los carros y estruendos de Aminadab, que es el demonio. 6. Otras veces acaece, y esto
cuando es por medio del ángel bueno, que algunas veces el demonio echa de ver
alguna merced que Dios quiere hacer al alma. Porque las que son por este
medio del ángel bueno, ordinariamente permite Dios que las entienda el
adversario: lo uno, para que haga contra ellas lo que pudiere según la proporción
de la justicia, y así no pueda alegar el demonio de su derecho, diciendo que
no le dan lugar para conquistar al alma, como hizo de Job (1, 911; 2, 48); lo
cual sería si no dejase Dios lugar a que hubiese cierta paridad en los dos
guerreros, conviene a saber, el ángel bueno y el malo, acerca del alma, y así
la victoria de cualquiera sea más estimada, y el alma victoriosa y fiel en la
tentación sea más premiada. 7. Donde nos conviene notar que
ésta es la causa por que, a la misma medida y modo que va Dios llevando al
alma y habiéndose con ella, da licencia al demonio para que de esa misma
manera se haya él con ella: que, si tiene visiones verdaderas por medio del
ángel bueno (que ordinariamente son por este medio, aunque se muestre Cristo,
porque él en su misma persona casi nunca parece), también da Dios licencia al
ángel malo para que en aquel mismo género se las pueda representar falsas, de
manera que, según son de aparentes, el alma que no es cauta fácilmente puede
ser engañada, como muchas de esta manera lo han sido. De lo cual hay figura
en el Exodo (7, 1112; 8, 7), donde se dice que, todas las señales que hacía
Moisés verdaderas, hacían también los mágicos de Faraón aparentes; que, si él
sacaba ranas, ellos también las sacaban; si él volvía el agua en sangre,
ellos también la volvían. 8. Y no sólo en este género de
visiones corporales imita, sino también en las espirituales comunicaciones,
cuando son por medio del ángel, alcanzándolas a ver, como decimos, porque,
como dice Job (41, 25): Omne sublime videt, imita y se entremete. Aunque en
éstas, como son sin forma y figura (porque de razón del espíritu es no
tenerla), no las puede él imitar y formar como las otras que debajo de alguna
especie o figura se representan. Y así, para impugnarla, al mismo modo que el
alma es visitada, represéntala su temor espiritual para impugnar y destruir
espiritual con espiritual. Cuando esto acaece así, al
tiempo que el ángel bueno va a comunicar al alma la espiritual contemplación,
no puede el alma ponerse tan presto en lo escondido y celada de la
contemplación que no sea notada del demonio y la alcance de vista con algún
horror y turbación espiritual, a veces harto penosa para el alma. Entonces
algunas veces se puede el alma despedir presto, sin que haya lugar de hacer en
ella impresión en el dicho horror del espíritu malo, y se recoge dentro de
sí, favorecida para esto de la eficaz merced espiritual que el ángel bueno
entonces le hace. 9. Otras veces prevalece el
demonio y comprehende al alma la turbación y el horror, lo cual es al alma de
mayor pena que ningún tormento de esta vida le podría ser; porque, como esta
horrenda comunicación va de espíritu a espíritu, algo desnuda y claramente de
todo lo que es cuerpo, es penosa sobre todo sentido; y dura esto algún tanto en
el espíritu, no mucho, porque saldría el espíritu de las carnes con la
vehemente comunicación del otro espíritu; después queda la memoria que basta
para dar gran pena. 10. Todo esto que habemos dicho
pasa en el alma pasivamente, sin ser ella parte en hacer y deshacer acerca de
ello. Pero es aquí de saber que, cuando el ángel bueno permite al demonio
esta ventaja de alcanzar al alma con este espiritual horror, hácelo para
purificarla y disponerla con esta vigilia espiritual para alguna gran fiesta
y merced espiritual: que le quiere hacer el que nunca mortifica sino para dar
vida, ni humilla sino para ensalzar (1 Re. 2, 67). Lo cual acaece de allí a
poco, que el alma, conforme a la purgación tenebrosa y horrible que padeció,
goza de admirable y sabrosa contemplación espiritual, a veces tan subida, que
no hay lenguaje para ella; pero sutilizóla mucho el espíritu para poder
recibir este bien el antecedente horror del espíritu malo; porque estas
visiones espirituales más son de la otra vida que de ésta, y, cuando se ve
una, dispone para otra. 11. Lo dicho se entiende acerca
de cuando visita Dios al alma por medio del ángel bueno, en lo cual no va
ella, según se ha dicho, totalmente tan a oscuras y en celada, que no le
alcance algo el enemigo. Pero cuando Dios por sí mismo la visita, entonces se
verifica bien el dicho verso, porque totalmente a oscuras y en celada del
enemigo recibe las mercedes espirituales de Dios. La causa es porque como Su
Majestad mora sustancialmente en el alma, donde ni ángel ni demonio puede
llegar a entender lo que pasa, no puede conocer las íntimas y secretas
comunicaciones que entre ella y Dios allí pasan. Estas, por cuanto las hace
el Señor por sí mismo, totalmente son divinas y soberanas, porque todos son
toques sustanciales de divina unión entre el alma y Dios, en uno de los
cuales, por ser éste el más alto grado de oración que hay, recibe el alma
mayor bien que en todo el resto. 12. Porque éstos son los toques
que ella le entró pidiendo en los Cantares (1, 1), diciendo: Osculetur me osculo
oris sui, etc. Que por ser cosa que tan a lo justo pasa con Dios, donde el
alma con tantas ansias codicia llegar, estima y codicia un toque de esta
Divinidad más que todas las demás mercedes que Dios le hace. Por lo cual,
después que en los dichos Cantares le había hecho muchas, que ella allí ha
contado, no hallándose satisfecha, dice, pidiendo estos toques divinos:
¿Quién te me dará hermano mío, que te hallase yo sola afuera mamando de los
pechos de mi madre, porque con la boca de mi alma te besase, y así no me
despreciase ni se me atreviese ninguno? (8, 1). Dando a entender por esto
que, siendo la comunicación que Dios le hiciese para sí sólo, como vamos
diciendo, afuera y a excusa de todas las criaturas, que esto quiere decir
"solo y afuera mamando", esto es, enjugando y apagando los pechos
de los apetitos y afecciones de la parte sensitiva (lo cual es cuando ya con
libertad de espíritu, sin que la parte sensitiva alcance a impedirlo, ni el
demonio por medio de ella a contradecirlo, goza el alma en sabor y paz íntima
estos bienes), que entonces no se le atrevería el demonio, porque no lo
alcanzaría, ni podrá llegar a entender estos divinos toques en la sustancia
del alma en la amorosa sustancia de Dios. 14. Cuando acaece que aquellas
mercedes se le hacen al alma en celada, que es sólo, como habemos dicho, en
espíritu, suele en algunas de ellas el alma verse sin saber cómo es aquello,
tan apartada y alejada según la parte espiritual y superior de la porción
inferior y sensitiva, que conoce en sí dos partes tan distintas entre sí, que
le parece no tiene que ver la una con la otra, pareciéndole que está muy
remota y apartada de la una. Y la verdad, en cierta manera así lo está;
porque según la operación, que entonces es toda espiritual, no comunica en la
parte sensitiva. De esta suerte se va haciendo el alma toda espiritual; en
estos escondrijos de contemplación unitiva se le acaban por sus términos de
quitar las pasiones y apetitos espirituales en mucho grado. Y así, hablando
de la porción superior del alma, dice luego este último verso: Estando ya mi casa sosegada. Acábase de explicar la segunda
canción. 1. Lo cual es tanto como decir:
estando la porción superior de mi alma ya también, como la inferior, sosegada
según sus apetitos y potencias, salí a la divina unión de amor de Dios. 2. Por cuanto de dos maneras por
medio de aquella guerra de la oscura noche, como queda dicho, es combatida y
purgada el alma, conviene a saber, según la parte sensitiva y la espiritual,
con sus sentidos, potencias y pasiones, también de dos maneras, conviene
saber, según estas dos partes sensitiva y espiritual, con todas sus potencias
y apetitos, viene el alma a conseguir paz y sosiego. Que, por eso, como
también queda dicho, repite dos veces este verso, conviene a saber, en esta
canción y la pasada, por razón de estas dos porciones del alma, espiritual y
sensitiva; las cuales, para poder ella salir a la divina unión de amor,
conviene que estén primero reformadas, ordenadas y quietas acerca de lo
sensitivo y espiritual conforme al modo del estado de la inocencia que había
en Adán. Y así este verso, que en la primera canción es entendido del sosiego
de la porción inferior y sensitiva, en esta segunda se entiende
particularmente de la superior y espiritual, que por eso le ha repetido dos
veces. 3. Este sosiego y quietud de
esta casa espiritual viene a conseguir el alma, habitual y perfectamente,
según esta condición de vida sufre, por medio de los actos de toques
sustanciales de unión que acabamos de decir, y que, en celada y escondida de
la turbación del demonio y de los sentidos y pasiones, ha ido recibiendo de
la Divinidad, en que el alma se ha ido purificando, como digo, sosegando y
fortaleciendo y haciendo estable para poder de asiento recibir la dicha
unión, que es el divino desposorio entre el alma y el Hijo de Dios. El cual, luego que estas dos
casas del alma se acaban de sosegar y fortalecer en uno con todos sus
domésticos de potencias y apetitos, poniéndolos en sueño y silencio acerca de
todas las cosas de arriba y de abajo, inmediatamente esta divina Sabiduría se
une en el alma con un nuevo nudo de posesión de amor, y se cumple como ella
lo dice en el libro de la Sabiduría (18, 1415) diciendo: Dum quietum
silentium contineret omnia, et nox in suo cursu medium iter haberet,
omnipotens sermo tuus, Domine, a regalibus sedibus. Lo mismo da a entender la
Esposa en los Cantares, diciendo que después que pasó los que la desnudaron
el manto de noche y la llagaron (5, 7), halló al que deseaba su ánima (3, 4).
4. No se puede venir a esta
unión sin gran pureza, y esta pureza no se alcanza sin gran desnudez de toda
cosa criada y viva mortificación. Lo cual es significado por desnudar el
manto a la Esposa y llagarla de noche en la busca y pretensión del Esposo;
porque el nuevo manto que pretendía del desposorio no se le podía vestir sin
desnudar el viejo. Por tanto, el que rehusare salir en la noche ya dicha a
buscar al Amado y ser desnudado de su voluntad y mortificado, sino que en su
lecho y acomodamiento le busca, como hacía la Esposa, no llegará a hallarle,
como esta alma dice de sí que lo halló, saliendo ya a oscuras y con ansia de
amor. En que brevemente se declara la
tercera canción. CANCIÓN 3ª En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía.
DECLARACIÓN 1. Continuando todavía el alma
la metáfora y semejanza de la noche temporal en esta suya espiritual, va
todavía contando y engrandeciendo las buenas propiedades que hay en ella, y
que por medio de ella halló y llevó, para que breve y seguramente consiguiese
su deseado fin, de las cuales aquí pone tres. 2. La primera, dice, es que en
esta dichosa noche de contemplación lleva Dios el alma por tan solitario y
secreto modo de contemplación y tan remoto y ajeno del sentido, que cosa
ninguna perteneciente a él, ni toque de criatura, alcanza a llegarle al alma,
de manera que la estorbase y detuviese en el camino de la unión de amor. 3. La segunda propiedad que
dice, es por causa de las tinieblas espirituales de esta noche, en que todas
las potencias de la parte superior del alma están a oscuras; no mirando el
alma ni pudiendo mirar en nada, no se detiene en nada fuera de Dios para ir a
él, por cuanto va libre de los obstáculos de formas y figuras y de las
aprehensiones naturales, que son las que suelen empachar el alma para no se
unir siempre con el ser de Dios. 4. La tercera es que, aunque ni
va arrimada a alguna particular luz interior del entendimiento ni a alguna
guía exterior para recibir satisfacción de ella en este alto camino,
teniéndola privada de todo esto estas oscuras tinieblas; pero el amor solo
que en este tiempo arde, solicitando el corazón por el Amado, es el que guía
y mueve al alma entonces, y la hace volar a su Dios por el camino de la
soledad, sin ella saber cómo y de qué manera. Síguese el verso: En la noche dichosa. |
Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |