LA NOCHE OSCURA II SAN JUAN DE LA CRUZ |
LIBRO II INDICE CAPÍTULO
1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO
1 Comiénzase a tratar de la noche
oscura del espíritu. Dícese a qué tiempo comienza. 1. Un alma que Dios ha de llevar
adelante, no luego que sale de las sequedades y trabajos de la primera
purgación y noche del sentido, la pone Su Majestad en esta noche de espíritu,
antes suele pasar harto tiempo y años en que, salida el alma del estado de
principiantes, se ejercita en el de aprovechados, en el cual, así como el que
ha salido de una estrecha cárcel, anda en las cosas de Dios con mucha más
anchura y satisfacción del alma y con más abundante e interior deleite que
hacía a los principios, antes que entrase en la dicha noche, no trayendo
atada ya la imaginación y potencias al discurso y cuidado espiritual, como
solía; porque con gran facilidad halla luego en su espíritu muy serena y
amorosa contemplación y sabor espiritual sin trabajo del discurso. Aunque,
como no está bien hecha la purgación del alma, porque falta la principal
parte, que es la del espíritu (sin la cual, por la comunicación que hay de la
una parte a la otra, por razón de ser un solo supuesto, tampoco la purgación
sensitiva, aunque más fuerte haya sido, queda acabada y perfecta), nunca le
faltan a veces algunas necesidades, sequedades, tinieblas y aprietos, a veces
mucho más intensos que los pasados, que son como presagios y mensajeros de la
noche venidera del espíritu; aunque no son éstos durables, como será la noche
que espera. Porque, habiendo pasado un rato, o ratos, o días de esta noche y
tempestad, luego vuelve a su acostumbrada serenidad; y de esta manera va
purgando Dios a algunas almas que no han de subir a tan alto grado de amor
como las otras, metiéndolas a ratos interpoladamente en esta noche de
contemplación y purgación espiritual, haciendo anochecer y amanecer a menudo,
porque se cumpla lo que dice David (Sal. 147, 17), que envía su cristal, esto
es, su contemplación, como a bocados. Aunque estos bocados de oscura
contemplación nunca son tan intensos como lo es aquella horrenda noche de la
contemplación que habemos de decir, en que de propósito pone Dios al alma
para llevarla a la divina unión. 2. Este sabor, pues, y gusto
interior que decimos, que con abundancia y facilidad hallan y gustan estos
aprovechantes en su espíritu, con mucha más abundancia que antes se les
comunica, redundando de ahí en el sentido más que solía antes de esta
sensible purgación; que, por cuanto él está ya más puro, con más facilidad
puede sentir los gustos del espíritu a su modo. Y como, en fin, esta parte
sensitiva del alma es flaca e incapaz para las cosas fuertes del espíritu, de
aquí es que estos aprovechados, a causa de esta comunicación espiritual que
se hace en la parte sensitiva, padecen en ella muchas debilitaciones y
detrimentos y flaquezas de estómago, y en el espíritu, consiguientemente,
fatigas; porque, como dice el Sabio (Sab. 9, 15): El cuerpo que se corrompe,
agrava el alma. De aquí es que las comunicaciones de éstos no pueden ser muy
fuertes, ni muy intensas, ni muy espirituales, cuales se requieren para la
divina unión con Dios, por la flaqueza y corrupción de la sensualidad que
participa en ellas. De aquí vienen los arrobamientos
y traspasos y descoyuntamientos de huesos, que siempre acaecen cuando las
comunicaciones no son puramente espirituales, esto es, al espíritu sólo, como
son las de los perfectos, purificados ya por la noche segunda del espíritu,
en las cuales cesan ya estos arrobamientos y tormentos del cuerpo, gozando
ellos de la libertad del espíritu, sin que se anuble ni trasponga el sentido.
3. Y, porque se entienda la
necesidad que éstos tienen de entrar en esta noche de espíritu, notaremos
aquí algunas imperfecciones y peligros que tienen estos aprovechados. Prosigue en otras imperfecciones
que tienen estos aprovechados. 1. Dos maneras de imperfecciones
tienen estos aprovechados: unas son habituales, otras actuales. Las habituales son las
afecciones y hábitos imperfectos que todavía, como raíces, han quedado en el
espíritu, donde la purgación del sentido no pudo llegar; en la purgación de
los cuales la diferencia que hay a estotra, es la que de la raíz a la rama, o
sacar una mancha fresca o una muy asentada y vieja. Porque, como dijimos, la
purgación del sentido sólo es puerta y principio de contemplación para la del
espíritu, que, como también habemos dicho, más sirve de acomodar el sentido
al espíritu, que de unir el espíritu con Dios. Mas todavía se quedan en el
espíritu las manchas del hombre viejo, aunque a él no se le parece, ni las
echa de ver; las cuales si no salen por el jabón y fuerte lejía de la
purgación de esta noche, no podrá el espíritu venir a pureza de unión divina.
2. Tienen éstos también la
hebetudo mentis y la rudeza natural que todo hombre contrae por el pecado, y
la distracción y exterioridad del espíritu; lo cual conviene que se ilustre,
clarifique y recoja por la penalidad y aprieto de aquella noche. Estas
habituales imperfecciones, todos los que no han pasado de este estado de
aprovechados las tienen; las cuales no pueden estar, como decimos, con el
estado perfecto de unión por amor. 3. En las actuales no caen todos
de una manera. Mas algunos, como traen estos bienes espirituales tan afuera y
tan manuales en el sentido, caen en mayores inconvenientes y peligros que a
los principios dijimos. Porque, como ellos hallan tan a manos llenas tantas
comunicaciones y aprehensiones espirituales al sentido y espíritu, donde
muchas veces ven visiones imaginarias y espirituales (porque todo esto, con
otros sentimientos sabrosos, acaece a muchos de éstos en este estado, en lo
cual el demonio y la propia fantasía muy ordinariamente hace trampantojos al
alma), y como con tanto gusto suele imprimir y sugerir el demonio al alma las
aprensiones dichas y sentimientos, con grande facilidad la embelesa y engaña,
no teniendo ella cautela para resignarse y defenderse fuertemente en fe de
estas visiones y sentimientos. Porque aquí hace el demonio a
muchos creer visiones vanas y profecías falsas; aquí en este puesto les
procura hacer presumir que habla Dios y los santos con ellos, y creen muchas
veces a su fantasía; aquí los suele llenar el demonio de presunción y
soberbia, y, atraídos de la vanidad y arrogancia, se dejan ser vistos en
actos exteriores que parezcan de santidad, como son arrobamientos y otras
apariencias. Hácense así atrevidos a Dios, perdiendo el santo temor, que es
llave y custodia de todas las virtudes; y tantas falsedades y engaños suelen
multiplicarse en algunos de éstos, y tanto se envejecen en ellos, que es muy
dudosa la vuelta de ellos al camino puro de la virtud y verdadero espíritu.
En las cuales miserias vienen a dar, comenzando a darse con demasiada
seguridad a las aprensiones y sentimientos espirituales, cuando comenzaban a
aprovechar en el camino. 4. Había tanto que decir de las
imperfecciones de éstos y de cómo les son más incurables por tenerlas ellos
por más espirituales que las primeras, que lo quiero dejar. Sólo digo, para
fundar la necesidad que hay de la noche espiritual, que es la purgación para
el que ha de pasar adelante, que a lo menos ninguno de estos aprovechados,
por bien que le hayan andado las manos, deja de tener muchas de aquellas
afecciones naturales y hábitos imperfectos, que dijimos primero ser necesario
preceder purificación para pasar a la divina unión. 5. Y, demás de esto, lo que
arriba dejamos dicho, es a saber: que, por cuanto todavía participa la parte
inferior en estas comunicaciones espirituales, no pueden ser tan intensas,
puras y fuertes como se requieren para la dicha unión; por tanto, para venir
a ella, conviénele al alma entrar en la segunda noche del espíritu, donde
desnudando al sentido y espíritu perfectamente de todas estas aprensiones y
sabores, le han de hacer caminar en oscura y pura fe, que es propio y
adecuado medio por donde el alma se une con Dios, según por Oseas (2, 20) lo
dice, diciendo: Yo te desposaré, esto es, te uniré conmigo, por fe. Anotación para lo que se sigue. 1. Estando ya, pues, estos
(espirituales) ya aprovechados, por el tiempo que han pasado cebando los
sentidos con dulces comunicaciones, para que así atraída y saboreada del
espiritual gusto la parte sensitiva, que del espíritu le manaba, se aunase y
acomodase en uno con el espíritu, (están) comiendo cada uno en su manera de
un mismo manjar espiritual en un mismo plato de un solo supuesto y sujeto,
para que así ellos, en alguna manera juntos y conformes en uno, juntos estén
dispuestos para sufrir la áspera y dura purgación del espíritu que les
espera. Porque en ella se han de purgar cumplidamente estas dos partes del
alma, espiritual y sensitiva, porque la una nunca se purga bien sin la otra,
porque la purgación válida para el sentido es cuando de propósito comienza la
del espíritu. De donde la noche que habemos dicho del sentido, más se puede y
debe llamar cierta reformación y enfrenamiento del apetito que purgación. La
causa es porque todas las imperfecciones y desórdenes de la parte sensitiva
tienen su fuerza y raíz en el espíritu, donde se sujetan todos los hábitos
buenos y malos, y así, hasta que éstos se purgan, las rebeliones y siniestros
del sentido no se pueden bien purgar. 2. De donde en esta noche que se
sigue se purgan entrambas partes juntas, que éste es el fin porque convenía
haber pasado por la reformación de la primera noche y la bonanza que de ello
salió, para que, aunado con el espíritu el sentido, en cierta manera se
purgue y padezca aquí con más fortaleza, porque para tan fuerte y dura purga
es menester (disposición) tan grande; que, sin haber reformádose antes la
flaqueza de la parte inferior y cobrado fortaleza en Dios por el dulce y
sabroso trato que con él después tuvo, ni tuviera fuerza ni disposición el
natural para sufrirla. 3. Por tanto, porque estos
aprovechados todavía el trato y operaciones que tienen con Dios son muy bajas
y muy naturales, a causa de no tener purificado e ilustrado el oro del
espíritu; por lo cual todavía entienden de Dios como pequeñuelos, y saben y
sienten de Dios como pequeñuelos, según dice san Pablo (1 Cor. 13, 11), por
no haber llegado a la perfección, que es la unión del alma con Dios; por la
cual unión ya, como grandes, obran grandezas en su espíritu, siendo ya sus
obras y potencias más divinas que humanas, como después se dirá. Queriendo
Dios desnudarlos de hecho de este viejo hombre y vestirlos del nuevo, que
según Dios es criado en la novedad del sentido, que dice el Apóstol (Cl. 3,
10), desnúdales las potencias y afecciones y sentidos, así espirituales como
sensitivos, así exteriores como interiores, dejando a oscuras el
entendimiento, y la voluntad a secas, y vacía la memoria, y las afecciones
del alma en suma aflicción, amargura y aprieto, privándola del sentido y
gusto que antes sentía de los bienes espirituales, para que esta privación
sea uno de los principios que se requiere en el espíritu para que se
introduzca y una en él la forma espiritual del espíritu, que es la unión de
amor. Todo lo cual obra el Señor en
ella por medio de una pura y oscura contemplación, como el alma lo da a
entender por la primera canción. La cual, aunque está declarada al propósito
de la primera noche del sentido, principalmente la entiende el alma por esta
segunda del espíritu, por ser la principal parte de la purificación del alma.
Y así, a este propósito la pondremos y declararemos aquí otra vez. Pónese la primera canción y su
declaración. CANCIÓN 1ª En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada. DECLARACIÓN 1. Entendiendo ahora esta canción
a propósito de la purgación contemplativa, o desnudez y pobreza de espíritu,
que todo aquí casi es una misma cosa, podémosla declarar en esta manera, y
que dice el alma así: En pobreza, desamparo y
desarrimo de todas las aprensiones de mi alma, esto es, en oscuridad de mi
entendimiento y aprieto de mi voluntad, en afición y angustia acerca de la
memoria, dejándome a oscuras en pura fe (la cual es noche oscura para las
dichas potencias naturales) sólo la voluntad tocada de dolor y aflicciones y
ansias de amor de Dios, salí de mí misma, esto es, de mi bajo modo de
entender, y de mi flaca suerte de amar, y de mi pobre y escasa manera de
gustar de Dios, sin que la sensualidad ni el demonio me lo estorben. 2. Lo cual fue grande dicha y buena
ventura para mí; porque, en acabándose de aniquilarse y sosegarse las
potencias, pasiones, apetitos y afecciones de mi alma, con que bajamente
sentía y gustaba de Dios, salí del trato y operación humana mía a operación y
trato de Dios, es a saber: Mi entendimiento salió de sí,
volviéndose de humano y natural en divino; porque, uniéndose por medio de
esta purgación con Dios, ya no entiende por su vigor y luz natural, sino por
la divina Sabiduría con que se unió. Y mi voluntad salió de sí,
haciéndose divina, porque, unida con el divino amor, ya no ama bajamente con
su fuerza natural, sino con fuerza y pureza del Espíritu Santo; y así la
voluntad acerca de Dios no obra humanamente. Y, ni más ni menos, la memoria
se ha trocado en aprensiones eternas de gloria. Y, finalmente, todas las fuerzas
y afectos del alma, por medio de esta noche y purgación del viejo hombre,
todas se renuevan en temples y deleites divinos. Síguese el verso: En una noche oscura. Pónese el primer verso y
comienza a declarar cómo esta contemplación oscura no sólo es noche para el
alma, sino también pena y tormento. 1. Esta noche oscura es una
influencia de Dios en el alma, que la purga de sus ignorancias e
imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los
contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto
enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada
ni entender cómo. Esta contemplación infusa, por cuanto es sabiduría de Dios
amorosa, hace dos principales efectos en el alma, porque la dispone
purgándola e iluminándola para la unión de amor de Dios. De donde la misma
sabiduría amorosa que purga los espíritus bienaventurados ilustrándolos es la
que aquí purga al alma y la ilumina. 2. Pero es la duda: ¿por qué,
pues es lumbre divina, que, como decimos, ilumina y purga el alma de sus
ignorancias, la llama aquí el alma noche oscura? A lo cual se responde que
por dos casas es esta divina Sabiduría no sólo noche y tiniebla para el alma,
mas también pena y tormento: la primera es por la alteza de la Sabiduría
divina, que excede al talento del alma, y en esta manera le es tiniebla; la
segunda, por la bajeza e impureza de ella, y de esta manera le es penosa y
aflictiva, y también oscura. 3. Para probar la primera
conviene suponer cierta doctrina del Filósofo, que dice que cuanto las cosas
divinas son en sí más claras y manifiestas, tanto más son al alma oscuras y
ocultas naturalmente; así como la luz, cuanto más clara es, tanto más ciega y
oscurece la pupila de la lechuza, y cuanto el sol se mira más de lleno, más
tinieblas causa a la potencia visiva y la priva, excediéndola por su
flaqueza. De donde, cuando esta divina luz
de contemplación embiste en el alma que aún no está ilustrada totalmente, le
hace tinieblas espirituales, porque no sólo la excede, pero también la priva
y oscurece el acto de su inteligencia natural. Que por esta causa san
Dionisio y otros místicos teólogos llaman a esta contemplación infusa rayo de
tiniebla, conviene a saber, para el alma no ilustrada y purgada, porque de su
gran luz sobrenatural es vencida la fuerza natural intelectiva y privada. Por lo cual David (Sal. 96, 2)
también dijo que cerca de Dios y en rededor de él está oscuridad y nube; no
porque en sí ello sea así, sino para nuestros entendimientos flacos, que en
tan inmensa luz se oscurecen y quedan ofuscados, no alcanzando. Que por eso
el mismo David (Sal. 17, 13) lo declaró luego, diciendo: Por el gran
resplandor de su presencia se atravesaron nubes, es a saber, entre Dios y
nuestro entendimiento. Y ésta es la causa por que, en derivando de sí Dios al
alma que aún no está transformada este esclarecido rayo de su sabiduría
secreta, le hace tinieblas oscuras en el entendimiento. 4. Y que esta oscura
contemplación también le sea al alma penosa a estos principios, está claro;
porque, como esta divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en
extremo buenas y el alma que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas
miserias también en extremo malas, de aquí es que, no pudiendo caber dos
contrarios en el sujeto del alma, de necesidad haya de penar y padecer el
alma, siendo ella el sujeto en que contra sí se ejercitan estos dos
contrarios, haciendo los unos contra los otros, por razón de la purgación que
de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace. Lo cual
probaremos por inducción en esta manera. 5. Cuanto a lo primero, porque
la luz y sabiduría de esta contemplación es muy clara y pura y el alma en que
ella embiste está oscura e impura, de aquí es que pena mucho el alma
recibiéndola en sí, como cuando los ojos están de mal humor impuros y
enfermos, del embestimiento de la clara luz reciben pena. Y esta pena en el alma, a causa
de su impureza, es inmensa cuando de veras es embestida de esta divina luz,
porque embistiéndose en el alma esta luz pura a fin de expeler la impureza
del alma, siéntese el alma tan impura y miserable que le parece estar Dios
contra ella y que ella está hecha contraria a Dios. Lo cual es de tanto
sentimiento y pena para el alma, porque le parece aquí que la ha Dios
arrojado, que uno de los mayores trabajos que sentía Job (7, 20) cuando Dios
le tenía en este ejercicio, era éste, diciendo: ¿Por qué me has puesto
contrario a ti, y soy grave y pesado para mí mismo? Porque viendo el alma claramente
aquí por medio de esta pura luz, aunque a oscuras, su impureza, conoce claro
que no es digna de Dios ni de criatura alguna. Y lo que más le pena es que
piensa que nunca lo será, y que ya se le acabaron sus bienes. Esto le causa
la profunda inmersión que tiene de la mente en el conocimiento y sentimiento
de sus males y miserias; porque aquí se las muestra todas al ojo esta divina
y oscura luz, y que vea claro cómo de suyo no podrá tener ya otra cosa.
Podemos entender a este sentido aquella autoridad de David (Sal. 38, 12), que
dice: Por la iniquidad corregiste al hombre, e hiciste deshacer y contabescer
su alma; como la araña se desentraña. 6. La segunda manera en que pena
el alma es causa de su flaqueza natural, moral y espiritual; porque, como esta
divina contemplación embiste en el alma con alguna fuerza, al fin de la ir
fortaleciendo y domando, de tal manera pena en su flaqueza, que poco menos
desfallece, particularmente algunas veces cuando con alguna más fuerza
embiste. Porque el sentido y espíritu, así como si estuviese debajo de una
inmensa y oscura carga, está penando y agonizando tanto, que tomaría por
alivio y partido el morir. Lo cual habiendo experimentado el profeta Job (23,
6), decía: No quiero que trate conmigo con mucha fortaleza, porque no me
oprima con el peso de su grandeza. 7. En la fuerza de esta opresión
y peso se siente el alma tan ajena de ser favorecida, que le parece, y así
es, que aun en lo que solía hallar algún arrimo se acabó con lo demás, y que
no hay quien se compadezca de ella. A cuyo propósito dice también Job (19,
21): Compadeceos de mí, a lo menos vosotros mis amigos, porque me ha tocado
la mano del Señor. ¡Cosa de grande maravilla y
lástima que sea aquí tanta la flaqueza e impureza del alma, que, siendo la
mano de Dios de suyo tan blanda y suave, la sienta el alma aquí tan grave y
contraria, con no cargar ni asentar, sino solamente tocando, y eso
misericordiosamente, pues lo hace a fin de hacer mercedes al alma, y no de
castigarla! De otras maneras de pena que el
alma padece en esta noche. 1. La tercera manera de pasión y
pena que el alma aquí padece es a causa de otros dos extremos, conviene a
saber, divino y humano, que aquí se juntan. El divino es esta contemplación
purgativa, y el humano es sujeto del alma. Que como el divino embiste a fin
de renovarla para hacerla divina, desnudándola de las afecciones habituales y
propiedades del hombre viejo, en que ella está muy unida, conglutinada y
conformada, de tal manera la destrica y descuece la sustancia espiritual,
absorbiéndola en una profunda y honda tiniebla, que el alma se siente estar
deshaciendo y derritiendo en la haz y vista de sus miserias con muerte de
espíritu cruel; así como si, tragada de una bestia, en su vientre tenebroso
se sintiese estar digiriendo, padeciendo estas angustias como Jonás (2, 1) en
el vientre de aquella marina bestia. Porque en este sepulcro de oscura muerte
la conviene estar para la espiritual resurrección que espera. 2. La manera de esta pasión y
pena, aunque de verdad ella es sobre manera, descríbela David (Sal. 17, 57),
diciendo: Cercáronme los gemidos de la muerte, los dolores del infierno me
rodearon, en mi tribulación clamé. Pero lo que esta doliente alma
aquí más siente, es parecerle claro que Dios la ha desechado y,
aborreciéndola, arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera
pena creer que la ha dejado Dios. La cual también David, sintiéndola mucho en
este caso, dice (Sal. 87, 68): De la manera que los llagados están muertos en
los sepulcros, dejados ya de tu mano, de que no te acuerdas más, así me
pusieron a mí en el lago más hondo e inferior en tenebrosidades y sombra de
muerte, y está sobre mi confirmado tu furor, y todas tus olas descargaste
sobre mí. Porque, verdaderamente, cuando esta contemplación purgativa
aprieta, sombra de muerte y gemidos de muerte y dolores de infierno siente el
alma muy a lo vivo, que consiste en sentirse sin Dios y castigada y arrojada
e indigna de él, y que está enojado, que todo se siente aquí; y más, que le
parece que ya es para siempre. 3. Y el mismo desamparo siente
de todas las criaturas y desprecio acerca de ellas, particularmente de los
amigos. Que por eso prosigue luego David (Sal. 87, 9), diciendo: Alejaste de
mí mis amigos y conocidos; tuviéronme por abominación. Todo lo cual, como
quien tan bien lo experimentó en el vientre de la bestia corporal y
espiritualmente, testifica bien Jonás (2, 47), diciendo así: Arrojásteme al
profundo en el corazón de la mar, y la corriente me cercó; todos sus golfos y
olas pasaron sobre mí y dije: arrojado estoy de la presencia de tus ojos;
pero otra vez veré tu santo templo (lo cual dice, porque aquí purifica Dios
al alma para verlo); cercáronme las aguas hasta el alma, el abismo me ciñó,
el piélago me cubrió mi cabeza, a los extremos de los montes descendí; los
cerrojos de la tierra me encerraron para siempre. Los cuales cerrojos se
entienden aquí a este propósito por las imperfecciones del alma, que la
tienen impedida que no goce esta sabrosa contemplación. 4. La cuarta manera de pena
causa en el alma otra excelencia de esta oscura contemplación, que es la
majestad y grandeza de ella, la cual hace sentir en el alma otro extremo que
hay en ella de íntima pobreza y miseria; la cual es de las principales penas
que padece en esta purgación. Porque siente en sí un profundo vacío y pobreza
de tres maneras de bienes que se ordenan al gusto del alma, que son temporal,
natural y espiritual, viéndose puesta en los males contrarios, conviene a
saber: miserias de imperfecciones, sequedades y vacíos de las aprensiones de
las potencias y desamparo del espíritu en tiniebla. Que, por cuanto aquí
purga Dios al alma según la sustancia sensitiva y espiritual y según las
potencias interiores y exteriores, conviene que el alma sea puesta en vacío y
pobreza y desamparo de todas estas partes, dejándola seca, vacía y en
tinieblas; porque la parte sensitiva se purifica en sequedad, y las potencias
en su vacío de sus aprensiones, y el espíritu en tiniebla oscura. 5. Todo lo cual hace Dios por
medio de esta oscura contemplación; en la cual no sólo padece el alma el
vacío y suspensión de estos arrimos naturales y aprensiones, que es un
padecer muy congojoso, de manera que si a uno suspendiesen o detuviesen en el
aire, que no respirase, mas también está purgando el alma, aniquilando y
vaciando o consumiendo en ella, así como hace el fuego al orín y moho del
metal, todas las afecciones y hábitos imperfectos que ha contraído toda la
vida. Que, por estar ellos muy arraigados en la sustancia del alma,
sobrepadece grave deshacimiento y tormento interior, demás de la dicha
pobreza y vacío natural y espiritual, para que se verifique aquí la autoridad
de Ezequiel que dice: Juntaré los huesos, y encenderlos he en fuego,
consumirse han las carnes y cocerse ha toda la composición, y deshacerse han
los huesos (Ez. 24, 10). En lo cual se entiende la pena que padece en el
vacío y pobreza de la sustancia del alma sensitiva y espiritual. Y sobre esto
dice luego (24, 11): Ponedla también así vacía sobre las ascuas, para que se
caliente y se derrita su metal, y se deshaga en medio de ella su inmundicia y
sea consumido su moho. En lo cual se da a entender la grave pasión que el
alma aquí padece en la purgación del fuego de esta contemplación, pues dice
el profeta que para que se purifique y deshaga el orín de las afecciones que
están en medio del alma, es menester en cierta manera que ella misma se
aniquile y deshaga, según está ennaturalizada en estas pasiones e
imperfecciones. 6. De donde, porque en esta fragua
se purifica el alma como el oro en el crisol, según el Sabio dice (Sab. 3,
6), siente este grande deshacimiento en la misma sustancia del alma, con
extremada pobreza, en que está como acabando, como se puede ver por lo que a
este propósito dijo David (Sal. 68, 24) por estas palabras, clamando a Dios:
Sálvame, Señor, porque han entrado las aguas hasta el alma mía; fijado estoy
en el limo del profundo, y no hay donde me sustente; vine hasta el profundo
del mar, y la tempestad me anegó; trabajé clamando, enronqueciéronseme mis
gargantas, desfallecieron mis ojos en tanto que espero en mi Dios. En esto humilla Dios mucho al
alma para ensalzarla mucho después y, si él no ordenase que estos
sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, moriría
muy en breves días; mas son interpolados los ratos en que se siente su íntima
viveza. Lo cual algunas veces se siente tan a lo vivo, que la parece al alma
que ve abierto el infierno y la perdición. Porque de éstos son los que de
veras descienden al infierno viviendo (Sal. 54, 16), pues aquí se purgan a la
manera que allí; porque esta purgación es la que allí se había de hacer. Y
así el alma que por aquí pasa, o no entra en aquel lugar, o se detiene allí
muy poco, porque aprovecha más una hora aquí que muchas allí. Prosigue en la misma materia de
otras aflicciones y aprietos de la voluntad. 1. Las aflicciones de la
voluntad y aprietos son aquí también inmensos y de manera que algunas veces
traspasan al alma en la súbita memoria de los males en que se ve, con la
incertidumbre de su remedio. Y añádese a esto la memoria de las prosperidades
pasadas; porque éstos, ordinariamente, cuando entran en esta noche, han
tenido muchos gustos en Dios y héchole muchos servicios, y esto les causa más
dolor, ver que están ajenos de aquel bien y que ya no pueden entrar en él.
Esto dice Job (16, 1317), también como lo experimentó por aquellas palabras:
Yo, aquél que solía ser opulento y rico, de repente estoy deshecho y
contrito; asióme la cerviz, quebrantóme y púsome como señuelo suyo para herir
en mí; cercóme con sus lanzas, llagó todos mis lomos, no perdonó, derramó en
la tierra mis entrañas, rompióme como llaga sobre llaga; embistió en mí como
fuerte gigante; cosí saco sobre mi piel, y cubrí con ceniza mi carne; mi
rostro se ha hinchado en llanto y cegádose mis ojos. 2. Tantas y tan graves son las
penas de esta noche, y tantas autoridades hay en la Escritura que a este
propósito se podrían alegar, que nos faltaría tiempo y fuerzas escribiendo,
porque sin duda todo lo que se puede decir es menos. Por las autoridades ya
dichas se podrá barruntar algo de ello. Y para ir concluyendo con este
verso y dando a entender más lo que obra en el alma esta noche, diré lo que
en ella siente Jeremías (Lm. 3, 120), la cual por ser tanto, lo dice y llora
él por muchas palabras en esta manera: Yo, varón, que veo mi pobreza en la
vara de su indignación, hame amenazado, y trájome a las tinieblas, y no a la
luz. ¡Tanto ha vuelto y convertido su manos sobre mí todo el día! Hizo vieja
mi piel y mi carne, desmenuzó mis huesos; en rededor de mí hizo cerca, y
cercóme de hiel y de trabajo; en tenebrosidades me colocó, como muertos
sempiternos. Cercó en rededor contra mí porque no salga, agravóme las
prisiones. Y también, cuando hubiere clamado y rogado, ha excluido mi
oración. Cerrádome ha mis salidas y vías con piedras cuadradas: desbaratóme
mis pasos. Oso acechador es hecho para mí, león en escondrijos. Mis pisadas
trastornó y desmenuzóme, púsome desamparada, extendió su arco, y púsome a mi
como señuelo a su saeta. Arrojó a mis entrañas las hijas de su aljaba. Hecho
soy para escarnio de todo el pueblo, y para risa y mofa de ellos todo el día.
Llenádome ha de amarguras, embriagóme con absintio. Por número me quebrantó
mis dientes, apacentóme con ceniza. Arrojada está mi alma de la paz, olvidado
estoy de los bienes. Y dije: frustrado y acabado está mi fin y pretensión y
mi esperanza del Señor. Acuérdate de mi pobreza y de mi exceso, del absintio
y de la hiel. Acordarme he con memoria, y mi alma en mí se deshará en penas. 3. Todos estos llantos hace
Jeremías sobre este trabajo, en que pinta muy al vivo las pasiones del alma
en esta purgación y noche espiritual. De donde grande compasión conviene
tener al alma que Dios pone en esta tempestuosa y horrenda noche; porque,
aunque le corre muy buena dicha por los grandes bienes que de ella le han de
nacer cuando, como dice Job (12, 22), levantare Dios en el alma de las
tinieblas profundos bienes y produzca en luz la sombra de muerte, de manera que,
como dice David (Sal. 138, 12), venga a ser su luz como fueron sus tinieblas;
con todo eso, con la inmensa pena con que anda penando, y por la grande
incertidumbre que tiene de su remedio (pues cree, como aquí dice este
profeta, que no ha de acabarse su mal, pareciéndole, como también dice David
(Sal. 142, 3), que la colocó Dios en las oscuridades, como los muertos del
siglo, angustiándose por esto en ella su espíritu, y turbándose en ella su
corazón), es de haberle gran dolor y lástima. Porque se añade a esto, a causa
de la soledad y desamparo que en esta oscura noche la causa, no hallar
consuelo ni arrimo en ninguna doctrina ni en maestro espiritual; porque,
aunque por muchas vías le testifique las causas del consuelo que puede tener
por los bienes que hay en estas penas, no lo puede creer. Porque, como ella
está tan embebida e inmersa en aquel sentimiento de males en que ve tan
claramente sus miserias, parécele que, como ellos no ven lo que ella ve y
siente, no la entendiendo dicen aquello, y, en vez de consuelo, antes recibe
nuevo dolor, pareciéndole que no es aquél el remedio de su mal, y a la verdad
así es. Porque hasta que el Señor acabe de purgarla de la manera que él lo
quiere hacer, ningún medio ni remedio le sirve ni aprovecha para su dolor; cuánto
más, que puede el alma tan poco en este puesto como el que tienen aprisionado
en una oscura mazmorra atado de pies y manos, sin poderse mover ni ver, ni
sentir algún favor de arriba ni de abajo, hasta que aquí se humille, ablande
y purifique el espíritu, y se ponga tan sutil y sencillo y delgado, que pueda
hacerse uno con el espíritu de Dios, según el grado que su misericordia
quisiere concederle de unión de amor, que conforme a esto es la purgación más
o menos fuerte y de más o menos tiempo. 4. Mas, si ha de ser algo de
veras, por fuerte que sea, dura algunos años; puesto que en estos medios hay
interpolaciones de alivios, en que por dispensación de Dios, dejando esta
contemplación oscura de embestir en forma y modo purgativo, embiste
iluminativa y amorosamente, en que el alma, bien como salida de tal mazmorra
y tales prisiones, y puesta en recreación de anchura y libertad, siente y
gusta gran suavidad de paz y amigabilidad amorosa con Dios con abundancia
fácil de comunicación espiritual. Lo cual es al alma indicio de la
salud que va en ella obrando la dicha purgación y prenuncio de la abundancia
que espera. Y aún, que esto es tanto a veces, que le parece al alma que son
acabados ya sus trabajos. Porque de esta cualidad son las cosas espirituales
en el alma, cuando son más puramente espirituales, que, cuando son trabajos,
le parece al alma que nunca han de salir de ellos, y que se le acabaron ya
los bienes, como se ha visto por las autoridades alegadas; y, cuando son
bienes espirituales, también le parece al alma que ya se acabaron sus males,
y que no le faltarán ya los bienes, como David (Sal. 29, 7), viéndose en
ellos, lo confesó, diciendo: Yo dije en mi abundancia: No me moveré para
siempre. 5. Y esto acaece porque la
posesión actual de un contrario en el espíritu, de suyo remueve la actual
posesión y sentimiento del otro contrario; lo cual no acaece así en la parte
sensitiva del alma, por ser flaca de aprensión. Mas, como quiera que el
espíritu aún no está aquí bien purgado y limpio de las afecciones que de la
parte inferior tiene contraídas, aunque en cuanto espíritu no se mude, en
cuanto está afectado con ellas se podrá mudar en penas, como vemos que
después se mudó David (Sal. 29, 7), sintiendo muchos males y penas, aunque en
el tiempo de su abundancia le había parecido y dicho que no se había de mover
jamás. Así el alma, como entonces se ve actuada con aquella abundancia de
bienes espirituales, no echando de ver la raíz de imperfección e impureza que
todavía le queda, piensa que se acabaron sus trabajos. 6. Mas este pensamiento las
menos veces acaece, porque, hasta que está acabada de hacer la purificación
espiritual, muy raras veces suele ser la comunicación suave tan abundante que
le cubra la raíz que queda, de manera que deje el alma de sentir allá en el
interior un no sé qué que le falta o que está por hacer, que no le deja
cumplidamente gozar de aquel alivio, sintiendo ella dentro como un enemigo
suyo, que, aunque está como sosegado y dormido, se recela que volverá a
revivir y hacer de las suyas. Y así es que, cuando más segura está y menos se
cata, vuelve a tragar y absorber el alma en otro grado peor y más duro,
oscuro y lastimero que el pasado, el cual dura otra temporada, por ventura
más larga que la primera. Y aquí el alma otra vez viene a creer que todos los
bienes están acabados para siempre; que no le basta la experiencia que tuvo
del bien pasado que gozó después del primer trabajo, en que también pensaba
que ya no había más que penar, para dejar de creer en este segundo grado de
aprieto que estaba ya todo acabado y que no volverá como la vez pasada.
Porque, como digo, esta creencia tan confirmada se causa en el alma de la
actual aprensión del espíritu, que aniquila en él todo lo que a ella es
contrario. 7. Esta es la causa por que los
que yacen en el purgatorio padecen grandes dudas de que han de salir de allí
jamás y de que se han de acabar sus penas. Porque, aunque habitualmente
tienen las tres virtudes teologales, que son fe, esperanza y caridad, la
actualidad que tienen del sentimiento de las penas y privación de Dios, no
les deja gozar del bien actual y consuelo de estas virtudes. Porque, aunque
ellos echan de ver que quieren bien a Dios, no les consuela esto; porque les
parece que no les quiere Dios a ellos ni que de tal cosa son dignos; antes,
como se ven privados de él, puestos en sus miserias, paréceles que tienen muy
bien en sí por qué ser aborrecidos y desechados de Dios con mucha razón para
siempre. Y así, el alma en esta
purgación, aunque ella ve que quiere bien a Dios y que daría mil vidas por él
(como es así la verdad, porque en estos trabajos aman con muchas veras estas
almas a su Dios), con todo no le es alivio esto, antes le causa más pena;
porque, queriéndole ella tanto, que no tiene otra cosa que le dé cuidado,
como se ve tan mísera, no pudiendo creer que Dios la quiere a ella, ni que
tiene ni tendrá jamás por qué, sino antes tiene por qué ser aborrecida, no
sólo de él, sino de toda criatura para siempre, duélese de ver en sí causas
por que merezca ser desechada de quien ella tanto quiere y desea. De otras penas que afligen al
alma en este estado. 1. Pero hay aquí otra cosa que
al alma aqueja y desconsuela mucho, y es que, como esta oscura noche la tiene
impedidas las potencias y afecciones, ni puede levantar afecto ni mente a
Dios, ni le puede rogar, pareciéndole lo que a Jeremías (Lm. 3, 44), que ha
puesto Dios una nube delante porque no pase la oración. Porque esto quiere
decir lo que en la autoridad alegada (Lm. 3, 9) dice, es saber: Atrancó y
cerró mis vías con piedras cuadradas. Y si algunas veces ruega, es tan sin
fuerza y sin jugo, que le parece que ni lo oye Dios ni hace caso de ello,
como también este profeta da a entender en la misma autoridad (Lm. 3, 8),
diciendo: Cuando clamare y rogare, ha excluido mi oración. A la verdad no es
éste tiempo de hablar con Dios, sino de poner, como dice Jeremías (Lm. 3,
29), su boca en el polvo, si por ventura le viniese alguna actual esperanza,
sufriendo con paciencia su purgación. Dios es el que anda aquí haciendo pasivamente
la obra en el alma; por eso ella no puede nada. De donde ni rezar ni asistir
con advertencia a las cosas divinas puede, ni menos en las demás cosas y
tratos temporales. Tiene no sólo esto, sino también muchas veces tales
enajenamientos y tan profundos olvidos en la memoria, que se le pasan muchos
ratos sin saber lo que se hizo ni qué pensó, ni qué es lo que hace ni qué va
a hacer, ni puede advertir, aunque quiera, a nada de aquello en que está. 2. Que, por cuanto aquí no sólo
se purga el entendimiento de su lumbre y la voluntad de sus afecciones, sino
también la memoria de sus discursos y noticias, conviene también aniquilarla
acerca de todas ellas, para que se cumpla lo que de sí dice David (Sal. 72,
22) en esta purgación, es a saber: Fui yo aniquilado y no supe. El cual no
saber se refiere aquí a estas insipiencias y olvidos de la memoria, las
cuales enajenaciones y olvidos son causados del interior recogimiento en que
esta contemplación absorbe al alma. Porque, para que el alma quede dispuesta
y templada a lo divino con sus potencias para la divina unión de amor,
convenía que primero fuese absorta con todas ellas en esta divina y oscura
luz espiritual de contemplación, y así fuese abstraída de todas las
afecciones y aprensiones de criatura, lo cual singularmente dura según es la
intensión. Y así, cuanto esta divina luz embiste más sencilla y pura en el
alma, tanto más la oscurece, vacía y aniquila acerca de sus aprensiones y
afecciones particulares, así de cosas de arriba como de abajo; y también,
cuanto menos sencilla y pura embiste, tanto menos la priva y menos oscura le
es. Que es cosa que parece increíble decir que la luz sobrenatural y divina
tanto más oscurece al alma cuanto ella tiene más de claridad y pureza; y
cuanto menos, le sea menos oscura. Lo cual se entiende bien si consideramos
lo que arriba queda probado con la sentencia del Filósofo, conviene a saber;
que las cosas sobrenaturales tanto son a nuestro entendimiento más oscuras,
cuanto ellas en sí son más claras y manifiestas. 3. Y, para que más claramente se
entienda, pondremos aquí una semejanza de la luz natural y común. Vemos que
el rayo del sol que entra por la ventana, cuanto más limpio y puro es de
átomos, tanto menos claramente se ve, y cuanto más de átomos y motas tiene el
aire, tanto parece más claro al ojo. La causa es porque la luz no es la que
por sí misma se ve, sino el medio con que se ven las demás cosas que embiste;
y entonces ella, por la reverberación que hace en ellas, también se ve, y si
no diese en ellas, ni ellas ni ella se verían; de tal manera que, si el rayo
del sol entrase por la ventana de un aposento y pasase por otra de la otra
parte por medio del aposento, como no topase en alguna cosa ni hubiese en el
aire átomos en que reverberar, no tendría el aposento más luz que antes, ni
el rayo se echaría de ver; antes, si bien se mirase, entonces hay más
oscuridad por donde está el rayo, porque priva y oscurece algo de la otra
luz, y él no se ve, porque, como habemos dicho, no hay objetos visibles en
que pueda reverberar. 4. Pues ni más ni menos hace
este divino rayo de contemplación en el alma, que, embistiendo en ella con su
lumbre divina, excede la natural del alma, y en esto la oscurece y priva de
todas las aprensiones y afecciones naturales que antes mediante la luz
natural aprehendía: y así, no sólo la deja oscura, sino también vacía según
las potencias y apetitos, así espirituales como naturales, y, dejándola así
vacía y a oscuras, la purga e ilumina con divina luz espiritual, sin pensar
el alma que la tiene, sino que está en tinieblas, como habemos dicho del
rayo, que, aunque está en medio del aposento, si está puro y no tiene en qué
topar, no se ve. Pero en esta luz espiritual de que está embestida el alma,
cuando tiene en qué reverberar, esto es, cuando se ofrece alguna cosa que
entender espiritual y de perfección o de imperfección, por mínimo átomo que
sea, o juicio de lo que es falso o verdadero, luego lo ve y entiende mucho
más claramente que antes que estuviese en estas oscuridades. Y, ni más ni
menos conoce la luz que tiene espiritual para conocer con facilidad la
imperfección que se le ofrece, así como cuando el rayo que habemos dicho está
oscuro en el aposento, aunque él no se ve, si se ofrece pasar por él una mano
o cualquiera cosa, luego se ve la mano, y se conoce que estaba allí aquella
luz del sol. 5. Donde, por ser esta luz
espiritual tan sencilla, pura y general, no afectada ni particularizada a
ningún particular inteligible natural ni divino, pues acerca de todas estas
aprensiones tiene las potencias del alma vacías y aniquiladas, de aquí es que
con grande generalidad y facilidad conoce y penetra el alma cualquiera cosa
de arriba o de abajo que se ofrece; que por eso dijo el Apóstol (1 Cor. 2,
10) que el espiritual todas las cosas penetra, hasta los profundos de Dios.
Porque de esta sabiduría general y sencilla se entiende lo que por el Sabio
(Sab. 7, 24) dice el Espíritu Santo, es a saber: Que toca hasta doquiera por
su pureza, es a saber, porque no se particulariza a ningún particular inteligible
ni afección. Y ésta es la propiedad del
espíritu purgado y aniquilado acerca de todas particulares afecciones e
inteligencias, que, en este no gustar nada ni entender nada en particular,
morando en su vacío y tiniebla, lo abraza todo con grande disposición, para
que se verifique en él lo de san Pablo (2 Cor. 6, 10): Nihil habentes, et
omnia possidentes. Porque tal bienaventuranza se debe a tal pobreza de
espíritu. Cómo aunque esta noche oscurece
al espíritu, es para ilustrarle y darle luz. 1. Resta, pues, decir aquí que
en esta dichosa noche, aunque oscurece el espíritu, no lo hace sino por darle
luz todas las cosas; y, aunque lo humilla y pone miserable, no es sino para
ensalzarle y levantarle; y, aunque le empobrece y vacía de toda posesión y
afección natural, no es sino para que divinamente pueda extender a gozar y
gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con libertad de
espíritu general en todo. Porque, así como los elementos
para que se comuniquen en todos los compuestos y entes naturales, conviene
que con ninguna particularidad de color, olor ni sabor estén afectados, para
poder concurrir con todos los sabores, olores y colores, así al espíritu le
conviene estar sencillo, puro y desnudo de todas maneras de afecciones naturales,
así actuales como habituales, para poder comunicar con libertad con la
anchura del espíritu con divina Sabiduría, en que por su limpieza gusta todos
los sabores de todas las cosas con cierta eminencia de excelencia. Y sin esta
purgación en ninguna manera podrá sentir ni gustar la satisfacción de toda
esta abundancia de sabores espirituales; porque una sola afición que tenga o
particularidad a que esté el espíritu asido, actual o habitualmente, basta
para no sentir ni gustar ni comunicar la delicadeza e íntimo sabor del
espíritu de amor, que contiene en sí todos los sabores con gran eminencia. 2. Porque, así como los hijos de
Israel, sólo porque les había quedado una sola afición y memoria de las carnes
y comidas de Egipto (Ex. 16, 3), no podían gustar del delicado pan de ángeles
en el desierto, que era el maná, el cual, como dice la divina Escritura (Sab.
16, 21), tenía suavidad de todos los gustos y se convertía al gusto que cada
uno quería, así no puede llegar a gustar los deleites del espíritu de
libertad, según la voluntad desea, el espíritu que todavía estuviere afectado
con alguna afición actual o habitual, o con particulares inteligencias o
cualquiera otra aprehensión. La razón de esto es porque las
afecciones, sentimientos y aprehensiones del espíritu perfecto, porque son
divinas, son de otra suerte y género tan diferente de lo natural y eminente,
que, para poseer las unas actual y habitualmente, habitual y actualmente se
han de expeler y aniquilar las otras, como hacen dos contrarios, que no
pueden estar juntos en un sujeto. Por tanto, conviene mucho y es necesario
para que el alma haya de pasar a estas grandezas, que esta noche oscura de
contemplación la aniquile y deshaga primero en sus bajezas, poniéndola a
oscuras, seca y apretada y vacía; porque la luz que se le ha de dar es una
altísima luz divina que excede toda luz natural, que no cabe naturalmente en
el entendimiento. 3. Y así, conviene que, para que
el entendimiento pueda llegar a unirse con ella y hacerse divino en el estado
de perfección, sea primero purgado y aniquilado en su lumbre natural,
poniéndole actualmente a oscuras por medio de esta oscura contemplación. La
cual tiniebla conviene que le dure tanto cuanto sea menester para expeler y
aniquilar el hábito que de mucho tiempo tiene en su manera de entender en sí
formado y, en su lugar, quede la ilustración y luz divina. Y así, por cuanto
aquella fuerza que tenía de entender antes es natural, de aquí se sigue que
las tinieblas que aquí padece son profundas y horribles y muy penosas,
porque, como se sienten en la profunda sustancia del espíritu, parecen
tinieblas sustanciales. Ni más ni menos, por cuanto la
afección de amor que se le ha de dar en la divina unión de amor es divina, y
por eso muy espiritual, sutil y delicada y muy interior, que excede a todo
afecto y sentimiento de la voluntad, y todo apetito de ello, conviene que,
para que la voluntad pueda venir a sentir y gustar por unión de amor esta
divina afección y deleite tan subido, que no cae en la voluntad naturalmente,
sea primero purgada y aniquilada en todas sus afecciones y sentimientos,
dejándola en seco y en aprieto, tanto cuanto conviene según el hábito que
tenía de naturales afecciones, así acerca de lo divino como de lo humano,
para que, extenuada y enjuta y bien extricada en el fuego de esta divina
contemplación de todo género de demonio, como el corazón del pez de Tobías en
las brasas (Tb. 6, 19), tenga disposición pura y sencilla y el paladar
purgado y sano para sentir los subidos y peregrinos toques del divino amor en
que se verá transformada divinamente, expelidas todas las contrariedades
actuales y habituales, como decimos, que antes tenía. 4. También porque en la dicha
unión, a que la dispone y encamina esta oscura noche, ha de estar el alma
llena y dotada de cierta magnificencia gloriosa en la comunicación con Dios,
que encierra en sí innumerables bienes de deleites que exceden toda la
abundancia que el alma naturalmente puede poseer, porque en tan flaco e
impuro natural no la puede recibir, porque, según dice Isaías (64, 4): Ni ojo
lo vio, ni oído lo oyó, ni cayó en corazón humano lo que aparejó, etc.,
conviene que primero sea puesta el alma en vacío y pobreza de espíritu,
purgándola de todo arrimo, consuelo y aprensión natural acerca de todo lo de
arriba y de abajo, para que, así vacía, esté bien pobre de espíritu y desnuda
del hombre viejo para vivir aquella nueva y bienaventurada vida que por medio
de esta noche se alcanza, que es el estado de la unión con Dios. 5. Y porque el alma ha de venir
a tener un sentido y noticia divina muy generosa y sabrosa acerca de todas
las cosas divinas y humanas que no cae en el común sentir y saber natural del
alma (que les mirará con ojos tan diferentes que antes, como difiere el
espíritu del sentido y lo divino de lo humano), conviénele al espíritu
adelgazarse y curtirse acerca del común y natural sentir, poniéndole por
medio de esta purgativa contemplación en grande angustia y aprieto, y a la
memoria remota de toda amigable y pacífica noticia, con sentido interior y
temple de peregrinación y extrañez de todas las cosas, en que le parece que
todas son extrañas y de otra manera que solían ser. Porque en esto va sacando esta
noche al espíritu de su ordinario y común sentir de las cosas, para traerle a
sentido divino, el cual es extraño y ajeno de toda humana manera. Aquí le
parece el alma que anda fuera de sí en penas. Otras veces piensa si es
encantamiento el que tiene o embelesamiento, y anda maravillada de las cosas
que ve y oye, pareciéndole muy peregrinas y extrañas, siendo las mismas que
solía tratar comúnmente; de lo cual es causa el irse ya haciendo remota el
alma y ajena del común sentido y noticia acerca de las cosas, para que,
aniquilada en éste, quede informada en el divino, que es más de la otra vida
que de ésta. 6. Todas estas aflictivas
purgaciones del espíritu para reengendrarlo en vida de espíritu por medio de
esta divina influencia, las padece el alma, y con estos dolores viene a parir
el espíritu de salud, porque se cumpla la sentencia de Isaías (26, 1718), que
dice: De tu faz, Señor, concebimos, y estuvimos con dolores de parto, y
parimos el espíritu de salud. Demás de esto, porque por medio
de esta noche contemplativa se dispone el alma para venir a la tranquilidad y
paz interior, que es tal y tan deleitable que, como dice la Iglesia, excede
todo sentido (Fil. 4, 7), conviénele al alma que toda la paz primera que, por
cuanto estaba envuelta con imperfecciones, no era paz, aunque a la dicha alma
le parecía (porque andaba a su sabor, que era paz, paz, dos voces, esto es,
que tenía ya adquirida la paz del sentido y del espíritu, según se veía llena
de abundancias espirituales) que esta paz del sentido y del espíritu, que,
como digo, aún es imperfecta, sea primero purgada en ella y quitada y
perturbada de la paz, como lo sentía y lloraba Jeremías en la autoridad que
de él alegamos para declarar las calamidades de esta noche pasada, diciendo:
Quitada y despedida está mi alma de la paz (Lm. 3, 17). 7. Esta es una penosa turbación
de muchos recelos, imaginaciones y combates que tiene el alma dentro de sí,
en que, con la aprehensión y sentimiento de las miserias en que se ve,
sospecha que está perdida y acabados sus bienes para siempre. De aquí es que
trae en el espíritu un dolor y gemido tan profundo que le causa fuertes
rugidos y bramidos espirituales, pronunciándolos a veces por la boca, y
resolviéndose en lágrimas cuando hay fuerza y virtud para poderlo hacer,
aunque las menos veces hay este alivio. David declara muy bien esto,
como quien tan bien lo experimentó, en un salmo (37, 9) diciendo: Fui muy
afligido y humillado, rugía del gemido de mi corazón. El cual rugido es cosa
de gran dolor, porque algunas veces, con la súbita y aguda memoria de estas
miserias en que se ve el alma, tanto se levanta y cerca en dolor y pena las
afecciones del alma, que no sé cómo se podrá dar a entender sino por la
semejanza que el profeta Job (3, 24), estando en el mismo trabajo de él, por
estas palabras dice: De la manera que son las avenidas de las aguas, así el
rugido mío; porque así como algunas veces las aguas hacen tales avenidas que
todo lo anegan y llenan, así este rugido y sentimiento del alma algunas veces
crece tanto, que, anegándola y traspasándola toda, llena de angustias y
dolores espirituales todos sus afectos profundos y fuerzas sobre todo lo que
se puede encarecer. 8. Tal es la obra que en ella
hace esta noche encubridora de las esperanzas de la luz del día. Porque a
este propósito dice también el profeta Job (30, 17): En la noche es horadada
mi boca con dolores, y los que me comen no duermen. Porque aquí por la boca
se entiende la voluntad, la cual es traspasada con estos dolores que en
despedazar al alma ni cesan ni duermen, porque las dudas y recelos que traspasan
al alma así nunca duermen. 9. Profunda es esta guerra y
combate, porque la paz que espera ha de ser muy profunda; y el dolor
espiritual es íntimo y delgado, porque el amor que ha de poseer ha de ser
también muy íntimo y apurado; porque, cuanto más íntima y esmerada ha de ser
y quedar la obra, tanto más íntima, esmerada y pura ha de ser la labor, y
tanto más fuerte cuando el edificio más firme. Por eso, como dice Job (30,
16, 27), se está marchitando en sí misma el alma, e hirviendo sus interiores
sin alguna esperanza. Y ni más ni menos, porque el
alma ha de venir a poseer y gozar en el estado de perfección, a que por medio
de esta purgativa noche camina, a innumerables bienes de dones y virtudes,
así según la sustancia del alma como también según las potencias de ella,
conviene que primero generalmente se vea y sienta ajena y privada de todos
ellos y vacía y pobre de ellos, y le parezca que de ellos está tan lejos, que
no se pueda persuadir que jamás ha de venir a ellos, sino que todo bien se le
acabó; como también lo da a entender Jeremías en la dicha autoridad (Lm. 3,
17), cuando dice: Olvidado estoy de los bienes. 10. Pero veamos ahora cuál sea
la causa por que siendo esta luz de contemplación tan suave y amigable para
el alma, que no hay más que desear (pues, como arriba queda dicho, es la
misma con que se ha de unir el alma y hallar en ella todos los bienes en el
estado de la perfección que desea), le cause con su embestimiento a estos
principios tan penosos y esquivos efectos como aquí habemos dicho. Explícase de raíz esta purgación
por una comparación. 1. De donde, para mayor claridad
de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta
purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera
se ha en el alma, purgándola y disponiéndola para unirla consigo
perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí.
Porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es
comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua
que en sí tiene; luego le va poniendo negro, oscuro y feo, y aun de mal olor,
y, yéndole secando poco a poco, le va sacando a luz y echando afuera todos
los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios a fuego; y, finalmente,
comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en
sí y ponerle tan hermoso como el mismo fuego. En el cual término ya de parte
del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad
más espesa que la del fuego, porque las propiedades del fuego y acciones
tiene en sí; porque está seco, y seca; está caliente, y calienta; está claro
y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él estas
propiedades y efectos. 3. Lo primero, podemos entender
cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el
alma, es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo
fuego que transforma en sí al madero incorporándose en él, es el que primero
le estuvo disponiendo para el mismo efecto. 4. Lo segundo, echaremos de ver
cómo estas penalidades no las siente el alma de parte de la dicha sabiduría,
pues, como dice el Sabio (Sab. 7, 11), todos los bienes juntos le vienen al
alma con ella, sino de parte de la flaqueza e imperfección que tiene el alma
para no poder recibir sin esta purgación su luz divina, suavidad y deleite
(así como el madero, que no puede luego que se le aplica el fuego ser
transformado hasta que sea dispuesto), y por eso pena tanto. Lo cual el
Eclesiástico (51, 29) aprueba bien, diciendo lo que él padeció para venir a
unirse con ella y gozarla, diciendo así: Mi ánima agonizó en ella, y mis
entrañas se enturbiaron en adquirirla; por eso poseeré buena posesión. 5. Lo tercero, podemos sacar de
aquí de camino la manera de penar de los del purgatorio. Porque el fuego no
tendría en ellos poder, aunque se les aplicase, si ellos no tuviesen
imperfecciones en qué padecer, que son la materia en que allí puede el fuego;
la cual acabada, no hay más que arder; como aquí, acabadas las
imperfecciones, se acaba el penar del alma y queda el gozar. 6. Lo cuarto, sacaremos de aquí
cómo al modo que se va purgando y purificando por medio de este fuego de
amor, se va más inflamando en amor; así como el madero, al modo y paso que se
va disponiendo, se va más calentando. Aunque esta inflamación de amor no
siempre la siente el alma, sino algunas veces cuando deja de embestir la
contemplación tan fuertemente, porque entonces tiene lugar el alma de ver y
aun de gozar la labor que se va haciendo, porque se la descubren; porque
parece que alzan la mano de la obra y sacan al hierro de la hornaza para que
parezca en alguna manera la labor que se va haciendo; y entonces hay lugar
para que el alma eche de ver en sí el bien que no veía cuando andaba la obra.
Así también, cuando deja de herir la llama en el madero, se da lugar para que
se vea bien cuánto haya inflamádole. 7. Lo quinto, sacaremos también
de esta comparación lo que arriba queda dicho, conviene a saber, cómo sea
verdad que después de estos alivios vuelve el alma a padecer más intensa y
delgadamente que antes. Porque, después de aquella muestra, que se hace
después que se han purificado las imperfecciones más de afuera, vuelve el
fuego de amor a herir en lo que está por consumir y purificar más adentro. En
lo cual es más íntimo y sutil y espiritual el padecer del alma, cuanto le va
adelgazando las más íntimas y delgadas y espirituales imperfecciones y más
arraigadas en lo más adentro. Y esto acaece al modo que en el madero: cuando
el fuego va entrando más adentro, va con más fuerza y furor disponiendo a lo
más interior para poseerlo. 8. Lo sexto, se sacará también
de aquí la causa por que le parece al alma que todo bien se le acabó y que
está llena de males, pues otra cosa en este tiempo no la llega sino todo
amarguras; así también como al madero, que aire ni otra cosa da en él más que
fuego consumidor. Pero, después que se hagan otras muestras como las
primeras, gozará más de adentro, porque ya se hizo la purificación más
adentro. 9. Lo séptimo, sacaremos que,
aunque el alma se goza muy anchamente en estos intervalos (tanto que, como
dijimos, a veces le parece que no han de volver más), con todo, cuando han de
volver presto, no deja de sentir, si advierte (y a veces ella se hace
advertir) una raíz que queda, que no deja tener el gozo cumplido, porque
parece que está amenazando para volver a embestir; y cuando es así, presto
vuelve. En fin, aquello que está por purgar e ilustrar más adentro, no se
puede bien encubrir al alma acerca de lo ya purificado; así como también en
el madero lo que más adentro está por ilustrar es bien sensible la diferencia
que tiene de lo purgado; y cuando vuelve a embestir más adentro esta
purificación no hay que maravillar que le parezca al alma otra vez que todo
el bien se le acabó, y que no piense volver más a los bienes, pues que,
puesta en pasiones más interiores, todo el bien de afuera se le cegó. 10. Llevando, pues, delante de
los ojos esta comparación con la noticia que ya queda dada sobre el primer verso
de la primera canción de esta oscura noche y de sus propiedades terribles,
será bueno salir de estas cosas tristes del alma y comenzar ya a tratar del
fruto de sus lágrimas y de sus propiedades dichosas, que se comienzan a
cantar desde este segundo verso: Con ansias en amores inflamada. Comiénzase a explicar el segundo
verso de la primera canción. Dice cómo el alma, por fruto de estos rigurosos
aprietos, se halla con vehemente pasión de amor divino. 1. En el cual verso da a
entender el alma el fuego de amor que habemos dicho, que, a manera del fuego
material en el madero, se va prendiendo en el alma en esta noche de
contemplación penosa. La cual inflamación, aunque es en cierta manera como la
que arriba declaramos que pasaba en la parte sensitiva del alma, es en alguna
manera tan diferente de aquélla ésta que ahora dice, como lo es el alma del
cuerpo, o la parte espiritual de la sensitiva. Porque ésta es una inflamación
de amor en el espíritu en que, en medio de estos oscuros aprietos, se siente
estar herida el alma viva y agudamente en fuerte amor divino en cierto
sentimiento y barrunto de Dios, aunque sin entender cosa particular, porque,
como decimos, el entendimiento está a oscuras. 2. Siéntese aquí el espíritu
apasionado en amor mucho, porque esta inflamación espiritual hace pasión de
amor; que, por cuanto este amor es infuso, es más pasivo que activo, y así
engendra en el alma pasión fuerte de amor. Va teniendo ya este amor algo de
unión con Dios, y así participa algo de sus propiedades, las cuales son más
acciones de Dios que de la misma alma, las cuales se sujetan en ella
pasivamente; aunque el alma lo que aquí hace es dar el consentimiento; mas al
calor y fuerza, y temple y pasión de amor o inflamación, como aquí la llama
el alma, sólo el amor de Dios que se va uniendo con ella se le pega. El cual
amor tanto más lugar y disposición halla con el alma para unirse y herir en
ella, cuanto más encerrados, enajenados e inhabilitados le tiene todos los
apetitos para gustar de cosa del cielo ni de la tierra. 3. Lo cual en esta oscura
purgación, como ya queda dicho, acaece en gran manera, pues tiene Dios tan
destetados los gustos y tan recogidos, que no pueden gustar de cosa que ellos
quieran. Todo lo cual hace Dios a fin de que, apartándolos y recogiéndolos
todos para sí, tenga el alma más fortaleza y habilidad para recibir esta
fuerte unión de amor de Dios, que por este medio purgativo le comienza ya a
dar, en que el alma ha de amar con gran fuerza de todas las fuerzas y
apetitos espirituales y sensitivos del alma: lo cual no podría ser si ellos
se derramasen en gustar de otra cosa. Que, por eso, para poder David recibir
la fortaleza del amor de esta unión de Dios, decía a Dios (Sal. 58, 10): Mi
fortaleza guardaré para ti, esto es, de toda la habilidad y apetitos y
fuerzas de mis potencias, no queriendo emplear su operación ni gusto fuera de
ti en otra cosa. 4. Según esto, en alguna manera
se podría considerar cuánta y cuán fuerte podrá ser esta inflamación de amor
en el espíritu, donde Dios tiene recogidas todas las fuerzas, potencias y
apetitos del alma, así espirituales como sensitivas, para que toda esta
armonía emplee sus fuerzas y virtud en este amor, y así venga a cumplir de
veras con el primer precepto, que, no desechando nada del hombre ni
excluyendo cosa suya de este amor, dice (Dt. 6, 5): Amarás a tu Dios de todo
tu corazón, y de toda tu mente, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas. 5. Recogidos aquí, pues, en esta
inflamación de amor todos los apetitos y fuerzas del alma, estando ella
herida y tocada, según todos ellos, y apasionada, ¿cuáles podremos entender
que serán los movimientos y digresiones de todas estas fuerzas y apetitos,
viéndose inflamadas y heridas de fuerte amor y sin la posesión y satisfacción
de él, en oscuridad y duda?; sin duda, padeciendo hambre, como los canes, que
dice David (Sal. 58, 7, 1516) rodearon la ciudad, y, no se viendo hartos de
este amor, quedaron ahullando y gimiendo. Porque el toque de este amor y
fuego divino de tal manera seca al espíritu y le enciende tanto los apetitos
por satisfacer su sed de este divino amor, que da mil vueltas en sí y se ha
de mil modos y maneras a Dios con la codicia y deseo del apetito. David da
muy bien a entender esto en un salmo (62, 2), diciendo: Mi alma tuvo sed de
ti: ¡cuán de muchas maneras se ha mi carne a ti!, esto es, en deseos. Y otra
translación dice: Mi alma tuvo sed de ti, mi alma se pierde o perece por ti. 6. Esta es la causa por que dice
el alma en el verso que "con ansias en amores" y no dice: "con
ansias en amor inflamada", porque en todas las cosas y pensamientos que
en sí revuelve y en todos los negocios y cosas que se le ofrecen ama de
muchas maneras, y desea y padece en el deseo también a este modo en muchas
maneras en todos los tiempos y lugares, no sosegando en cosa, sintiendo esta
ansia en la inflamada herida, según el profeta Job (7, 24) lo da a entender,
diciendo: Así como el siervo desea la sombra y como el mercenario desea el
fin de su obra, así tuve yo los meses vacíos y conté las noches prolijas y
trabajosas para mí. Si me recostare a dormir, diré: ¿cuándo me levantaré? Y
luego esperaré la tarde, y seré lleno de dolores hasta las tinieblas de la
noche. Hácesele a esta alma todo
angosto, no cabe en sí, no cabe en el cielo ni en la tierra, y llénase de
dolores hasta las tinieblas que aquí dice Job, hablando espiritualmente y a
nuestro propósito: esperar y padecer sin consuelo de cierta esperanza de
alguna luz y bien espiritual, como aquí lo padece el alma. De donde el ansia
y pena de esta alma en esta inflamación de amor es mayor, por cuanto es
multiplicada de dos partes: lo uno, de parte de las tinieblas espirituales en
que se ve, que con sus dudas y recelos la afligen; lo otro, de parte del amor
de Dios, que la inflama y estimula, que con su herida amorosa ya
maravillosamente la atemoriza. 7. Las cuales dos maneras de
padecer en semejante sazón da bien a entender Isaías (26, 9), diciendo: Mi
alma te deseó en la noche, esto es, en la miseria; y ésta es la una manera de
padecer de parte de esta noche oscura. Pero con mi espíritu, dice, en mis
entrañas hasta la mañana velaré por ti; y ésta es la segunda manera de penar
en deseo y ansia de parte del amor en las entrañas del espíritu, que son las
afecciones espirituales. Pero en medio de estas penas
oscuras y amorosas siente el alma cierta compañía y fuerza en su interior,
que la acompaña y esfuerza tanto, que, si se le acaba este peso de apretada
tiniebla, muchas veces se siente sola, vacía y floja. Y la causa es entonces
que, como la fuerza y eficacia del alma era pegada y comunicada pasivamente
del fuego tenebroso de amor que en ella embestía, de aquí es que, cesando de
embestir en ella, cesa la tiniebla y la fuerza y calor de amor en el alma. Dice cómo esta horrible noche es
purgatorio, y cómo en ella ilumina la divina Sabiduría a los hombres en el
suelo con la misma iluminación que purga e ilumina a los ángeles en el cielo.
1. Por lo dicho echaremos de ver
cómo esta oscura noche de fuego amoroso, así como a oscuras va al alma inflamando.
Echaremos de ver también cómo, así como se purgan los espíritus en la otra
vida con fuego tenebroso material, en esta vida se purgan y limpian con fuego
amoroso tenebroso espiritual; porque ésta es la diferencia: que allá se
limpian con fuego, y acá se limpian e iluminan sólo con amor. El cual amor
pidió David (Sal. 50, 12)) cuando dijo: Cor mundum crea in me, Deus, etc.
Porque la limpieza de corazón no es menos que el amor y gracia de Dios;
porque los limpios de corazón son llamados por nuestro Salvador
bienaventurados (Mt. 5, 8), lo cual es tanto como decir
"enamorados", pues que la bienaventuranza no se da por menos que
amor. 2. Y que se purgue iluminándose
el alma con este fuego de sabiduría amorosa (porque nunca da Dios sabiduría
mística sin amor, pues el mismo amor la infunde), muéstralo bien Jeremías
(Lm. 1, 13) donde dice: Envió fuego en mis huesos y enseñóme. Y David (Sal.
111, 7) dice que la sabiduría de Dios es plata examinada en fuego, esto es,
en fuego purgativo de amor. Porque esta oscura contemplación juntamente
infunde en el alma amor y sabiduría, a cada uno según su capacidad y
necesidad, alumbrando al alma y purgándola, como dice el Sabio (Ecli. 51,
2526) de sus ignorancias, como dice que lo hizo con él. 3. De aquí también inferiremos
que purga estas almas y las ilumina la misma Sabiduría de Dios que purga a
los ángeles de sus ignorancias, haciéndolos saber, alumbrándolos de lo que no
sabían, derivándose desde Dios por las jerarquías primeras hasta las
postreras, y de ahí a los hombres. Que, por eso, todas las obras que hacen
los ángeles e inspiraciones, se dicen con verdad en la Escritura y propiedad
hacerlas Dios y hacerlas ellos; porque de ordinario las deriva por ellos, y
ellos también de unos en otros sin alguna dilación, así como el rayo del sol
comunicado de muchas vidrieras ordenadas entre sí; que, aunque es verdad que
de suyo el rayo pasa por todas, todavía cada una le envía e infunde en la
otra más modificado, conforme al modo de aquella vidriera, algo más abreviada
y remisamente, según ella está más o menos cerca del sol. 4. De donde se sigue que los
superiores espíritus y los de abajo, cuanto más cercanos están a Dios, más
purgados están y clarificados con más general purificación; y que los
postreros recibirán esta iluminación muy más tenue y remota. De donde se
sigue que el hombre, que está el postrero, hasta el cual se viene derivando
esta contemplación de Dios amorosa, cuando Dios se la quiere dar, que la ha
de recibir a su modo, muy limitada y penosamente. Porque la luz de Dios que al
ángel ilumina, esclareciéndole y suavizándole en amor, por ser puro espíritu,
dispuesto para la tal infusión, al hombre, por ser impuro y flaco,
naturalmente le ilumina, como arriba queda dicho, oscureciéndole, dándole
pena y aprieto, como hace el sol al ojo legañoso y enfermo, y le enamora
apasionada y aflictivamente, hasta que este mismo fuego de amor le
espiritualice y sutilice, purificándole hasta que con suavidad pueda recibir
la unión de esta amada influencia a modo de los ángeles y ya purgado, como
después diremos, mediante el Señor. Pero, en el entretanto, esa contemplación
y noticia amorosa recíbela con el aprieto y ansia de amor que decimos aquí. 5. Esta inflamación y ansia de
amor no siempre el alma la anda sintiendo; porque a los principios que
comienza esta purgación espiritual, todo se le va a este divino fuego más en
enjugar y disponer la madera del alma que en calentarla; pero ya, andando el
tiempo, cuando ya este fuego va calentando el alma, muy de ordinario siente
esta inflamación y calor de amor. Aquí, como se va más purgando el
entendimiento por medio de esta tiniebla, acaece que algunas veces esta
mística y amorosa teología, juntamente con inflamar la voluntad, hiere
también ilustrando la otra potencia del entendimiento con alguna noticia y
lumbre divina, tan sabrosa y delgadamente, que, ayudada de ella, la voluntad
se afervora maravillosamente, ardiendo en ella, sin ella hacerse nada, ese
divino fuego de amor en vivas llamas, de manera que ya al alma le parece él
vivo fuego por causa de la viva inteligencia que se le da. Y de aquí es
aquello que dice David en un salmo (38, 4), diciendo: Calentóse mi corazón
dentro de mí, y cierto fuego, en tanto que yo entendía, se encendía. 6. Y este entendimiento de amor
con unión de estas dos potencias, entendimiento y voluntad, que se unen aquí,
es cosa de gran riqueza y deleite para el alma; porque es cierto toque en la
Divinidad y ya principios de la perfección de la unión de amor que espera. Y
así, a este toque de tan subido sentir y amor de Dios no se llega sino
habiendo pasado muchos trabajos y gran parte de la purgación; mas para otros
más bajos, que muy ordinariamente acaecen, no es menester tanta purgación. 7. De lo que habemos dicho aquí
se colige cómo en estos bienes espirituales, que pasivamente se infunden por
Dios en el alma, puede muy bien amar la voluntad sin entender el
entendimiento, así como el entendimiento puede entender sin que ame la
voluntad; porque, pues esta noche oscura de contemplación consta de luz
divina y amor, así como el fuego tiene luz y calor, no es inconveniente que,
cuando se comunica esta luz amorosa, algunas veces hiera más en la voluntad,
inflamándola con el amor, dejando a oscuras al entendimiento sin herir en él
con la luz; y otras, alumbrándole con la luz, dando inteligencia, dejando
seca la voluntad, como también acaece poder recibir el calor del fuego sin
ver la luz, y también ver la luz sin recibir el calor del fuego, y esto
obrándolo el Señor que infunde como quiere. |
Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |